El Último Don (23 page)

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Authors: Mario Puzo

Tags: #Intriga

BOOK: El Último Don
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En la cena estaban presentes otros dos productores que hicieron una mueca de desagrado al oír sus palabras. Claudia pensó que hablaba en broma, pero entonces Deere les dijo a los dos productores

—Veo que se os ha puesto la cara amarilla de envidia. Me ahorro cien mil dólares al año en pensiones, y mis dos hijos heredarán la finca que yo le cedí a mi mujer en el acuerdo de divorcio, de modo que ya no tendré que mantenerlos.

De repente Claudia se sintió deprimida, y entonces Deere le dijo:

—Lo que ocurre es que soy sincero. Es lo que pensaría cualquier hombre pero jamás se atrevería a decir en voz alta.

Skippy Deere había tenido que pagar un elevado peaje para entrar en la industria cinematográfica. Era hijo de un carpintero y ayudaba a su padre en los trabajos que éste hacía en las casas de las estrellas cinematográfícas de Hollywood. En una de esas situaciones que probablemente sólo podían darse en Hollywood, se convirtió en amante de una estrella madura, la cual antes de deshacerse de él le consiguió un empleo de aprendiz en la empresa de su agente. Allí tuvo que trabajar muy duro y aprendió a dominar su ardiente naturaleza, pero sobre todo a mimar a los profesionales de talento, a implorar la colaboración de los nuevos y solicitados directores, a halagar a los jóvenes astros y a hacerse amigo y mentor de los arrogantes guionístas. Se burlaba de supropio comportamiento, citando a un gran cardenal del Renacimiento que había defendido la causa del papa Borgia ante el rey de Francia. Cuando el rey se bajó los calzones y dejó al descubierto sus posaderas para defecar en su presencia y manifestar de este modo el desprecio que sentía por el Papa, el cardenal exclamó; acercándose presuroso para besarlas

—¡Oh, es el culo de un ángel!

Pero Deere dominaba la maquinaria indispensable y había aprendido el arte de la negociación, que él resumía con una frase:

Hay que pedirlo todo
.

Adquirió cultura y ojo clínico para las novelas susceptibles de convertirse en películas. Era un extraordinario descubridor de actores Supervisaba todos los detalles de la producción y estudiaba los distintos modos de rebajar el presupuesto de una película. Se convirtió en más próspero productor capaz de llevar a la pantalla un cincuenta por ciento del guión y un setenta por ciento del presupuesto.

Ello se debía en parte a su afición a la lectura y a sus dotes de guionista. No hubiera podido escribir un guión en una hoja de papel en blanco, pero sabía tachar escenas, revisar diálogos y crear pequeñas situaciones de planos que a veces resultaban muy brillantes, aunque casi nunca fueran necesarias en el argumento que se narraba. De lo que más se enorgullecía, pues ello constituía un facto decisivo en el éxito económico de sus películas, era de su habilidad para inventarse finales felices en los que se exaltaba el bien sobre e mal, y en caso de que tal cosa no encajara en el relato, la dulzura de la derrota Su obra maestra había sido el final de una película en que se abordaba el tema de la destrucción de Nueva York por una bomba atómica. En el final que él se inventó, todos los personaje se convertían en seres humanos mucho mejores de lo que eran antes de la explosión y se entregaban por entero a amar al prójimo incluso al tipo que había arrojado la bomba. Tuvo que contratar cinco guionistas adicionales para conseguir su propósito.

Todo ello le hubiera servido de muy poco como productor de no haber sido un genio de las finanzas. Era capaz de conseguir inversiones como por arte de magia. A los rícos se les caía la baba por su empresa y por las bellas mujeres que él siempre llevaba colgadas del brazo. Los astros y los directores apreciaban la sinceridad y el ardor con los que sabía disfrutar de los placeres de la vida. Sabía cómo sacarles dinero a los estudios para el desarrollo de proyecto, y había descubierto que era posible conseguir luz verde de algunos directores de estudios mediante cuantiosos sobornos. Sus listas de tarjetas navideñas y regalos navideños eran larguísimas, y en ellas figuraban astros de la pantalla, críticos de periódicos y revistas e incluso altos representantes de la ley. A todos los llamaba queridos amigos, y cuando dejaban de serle útiles los borraba de su lista de regalos, pero jamás de su lista de tarjetas.

Una de las claves del éxito de un productor era poseer alguna propiedad. Podía ser una oscura novela que no hubiera tenido éxito pero de la que se podíá hablar con los representantes de los estudios. Deere se aseguraba los derechos sobre las novelas con opciones de cinco años, a quinientos dólares por año, o elegía un guión cinematográfico y colaboraba con el guionista en su adaptación hasta convertirlo en algo que pudiera interesar a los estudios. Se trataba de un trabajo muy duro porque los guionistas eran personas tremendamente frágiles. En su léxico, el calificativo de frágiles servía para designar a una gente que para el era una pelmaza. El término resultaba especialmente útil en el caso de las estrellas.

Una de sus relaciones más fructíferas y placenteras la había desarrollado con Claudia de Lena. La chica le gustaba de verdad y él tenía interés en enseñarle los trucos del oficio. Llevaban tres meses trabajando juntos en un guión. Salían a cenar juntos, jugaban al golf juntos (skippy se llevó una sorpresa la vez que Claudia lo derrotó), asistían juntos a las carreras de caballos de Santa Anita, y nadaban en la piscina de Skippy mientras las secretarias en traje de baño escribían al dictado. Claudia se lo llevó incluso a Las Vegas para pasar un fin de semana en el hotel Xanadú y presentarle a su hermano Cross. A veces, cuando les era más cómodo, se acostaban juntos.

La película cosechó un gran éxito comercial y Claudia pensó que ganaría un montón de dinero extra pues estaba previsto que cobrara bajo mano un porcentaje adicional del porcentaje de Skippy Deere; y sabía que Skippy siempre estaba situado río arriba, utilizando la expresión que éste solía emplear para referirse a los porcentajes netos. Lo que Claudia no sabía era que Skippy tenía dos porcentajes distintos, uno bruto y otro neto, y que las condiciones de la cantidad adicional que ella debería percibir se referían al porcentaje neto de Skippy Deere. Pese a que la película obtuvo unos beneficios de más de cien millones de dólares, el porcentaje quedó reducido a nada. El sistema de contabilidad de los estudios, el porcentaje de Deere sobre los beneficios brutos y el coste de la película se comían todos los beneficios netos.

Claudia interpuso una querella, y Skippy Deere se avino a entregarle una pequeña suma para conservar su amistad. Cuando Claudia le reprochó su proceder, Deere le contestó:

—Eso no tiene nada que ver con nuestra relación personal, eso es cosa de nuestros abogados.

Skippy solía decir

—Antes yo era muy humano, después me casé.

Y lo había hecho por auténtico amor. Se justificaba diciendo que entonces era muy joven y se había casado con una actriz porque ya entonces su ojo clínico le había permitido adivinar su talento. En eso no se equivocaba, pero su esposa Christi no poseía la mágica cualidad cinematográficá capaz de convertirla en una estrella. A lo máximo que pudo llegar fue a papeles de tercera categoría.

Pero Skippy Deere la quería de verdad. En cuanto alcanzó el poder en la industria cinematográfica hizo todo lo posible por convertir a Christi en una estrella. Recurrió a otros productores, a directores y a jefes de estudio para conseguirle importantes papeles. Y en algunas películas le consiguió papeles de actriz secundaria. Sin embargo, con el paso de los años sus actuaciones se hicieron cada vez más escasas. Tenían dos hijos, pero Christi se sentía cada vez más desdichada, lo cual obligaba a Skippy a dedicarle una considerable parte de su jornada laboral.

Como todos los productores de éxito, Skippy Deere estaba terriblemente ocupado. Viajaba por todo el mundo supervisando sus películas, buscando financiación y desarrollando proyectos. Su frecuente contacto con bellas y encantadoras mujeres y su necesidad de compañía lo inducían a menudo a mantener románticos idilios a los que se entregaba con ardiente pasión, pese a que seguía amando a su mujer.

Un día, una chica del departamento de Desarrollo le pasó un guión que a su juicio sería ideal para Christi, pues incluía un infalible papel estelar que le vendría como anillo al dedo. Se trataba de una tenebrosa película en la que una mujer asesinaba a su marido por el amor de un joven poeta, y después tenía que huir del dolor de sus hijos y de las sospechas de la familia de su esposo. Al final se producía la redención. A pesar de que era un engendro totalmente inverosímil, podía dar resultado.

Skippy Deere tenía dos problemas primero convencer a unos estudios de que hicieran la película, y después convencerlos de que contrataran a Christi para el papel de protagonista.

Recurrió a todas sus amistades y aceptó cobrar un porcentaje bajo mano. Convenció a un cotizado actor para que interpretara un papel que en realidad era más bien secundario, y consiguió que Dita Tommey dirigiera la película. Todo fue como un sueño. Christi interpretó su papel a la perfección y Skippy produjo la película a la perfección, lo cual significaba que el noventa por ciento del presupuesto fue a parar efectivamente a la pantalla.

Durante todo aquel período, Skippy jamás le fue infiel a su mujer, salvo una noche que pasó en Lóndres para organizar la distribución, aunque sólo cayó porque la inglesa estaba tan sumamente delgada que le intrigó la logística de la situación.

Dio resultado. La película alcanzó un gran éxito comercial, Skippy ganó más dinero con el porcentaje bajo mano del que hubiera ganado con un contrato legal, y Christi ganó el premio de la Academia a la mejor actriz.

—Y allí, —le dijo Skippy Deere a Claudia, hubiera tenido que terminar la película de su vida, con un
Fueron felices y comieron perdices
... Pero su mujer había descubierto lo que era el amor propio y había adquirido conciencia de su auténtica valía. Y prueba de ello fue que se convirtió en una actriz motorizada, de esas que recibían los guiones en casa por medio de mensajeros, y los estudios empezaron a ofrecerle papeles de bellas y mágicas personalidades del celuloide. Skippy Deere le aconsejó que buscara algo más apropiado para su personalidad, y le advirtió que su siguiente película tendría una importancia trascendental.

Skippy jamás se había preocupado por la posibilidad de que ella le fuera infiel, e incluso le reconocía el derecho a pasarlo bien durante el rodaje de exteriores. Pero en los meses que siguieron a la entrega del Oscar, convertida en la reina de la ciudad, invitada a todas las fiestas citada en todas las columnas de prensa dedicadas al mundo del espectáculo y cortejada por jóvenes actores ansiosos de papeles, la femínidad de Christi estalló con toda su fuerza y empezó a exhibirse sin el menor recato con actores quince años más jóvenes que ella. La prensa del corazón tomó debidamente nota de ello, y las reporteras feministas aclamaron su conducta.

Skippy Deere se lo tomó muy bien. Lo comprendía todo. Al fin y al cabo, ¿por qué follaba él con chicas jóvenes? ¿Por qué negarle a su esposa el mismo placer? Pero por otra parte, ¿por qué tenía él que seguir haciendo tantos esfuerzos para promover la carrera de Christi? ¿Sobre todo después de que ella hubiera tenido el atrevimiento de pedirle un papel para uno de sus jóvenes amantes?. Entonces dejó de buscarle papeles y de hacer campaña por ella entre otros productores, directores y jefes de estudios. Estos, que eran hombres maduros como él y se sentían colectivamente ultrajados, en viril solidaridad con él dejaron de prestar a su mujer la atención especial que hasta entonces le habían dispensado.

Christi hizo otras dos películas como protagonista principal; pero ambas fracasaron porque los papeles no eran adecuados para ella. De este modo fue gastando el crédito profesional que el premio de la Academia le había otorgado. En tres años descendió de nuevo a los papeles de tercera categoría.

Para entonces ya se había enamorado de un joven aspirante a productor que se parecía mucho a su marido, aunque no tenía capital. Christi pidió el divórcio y consiguió un acuerdo fabuloso y una pensión anual de quinientos mil dólares. Sus abogados no llegaron a descubrir el patrimonio de Skippy en Europa, razón por la cual ambos se separaron amistosamente. Y ahora, siete años después, ella había muerto en un accidente de tráfico. Seguía figurando en la lista de tarjetas navideñas de Skippy, pero también figuraba en su famosa lista de
La vida es demasiado corta
, lo cual significaba que ya no le pensaba devolver las llamadas telefónicas.

Así pues, Claudia de Lena sentía por Skippy un afecto un tanto especial. Por su descarada forma de mostrar su verdadero yo, por vivir su vida de una manera tan visiblemente egoísta, por su capacidad de mirarla a los ójos y llamarla amiga sin importarle que ella supiera que él jamás haría por ella el menor acto de auténtica amistad. Porque era alegre, apasionado e hipócrita. Y además, por su habilidad para convencer a la gente y porque era el único hombre capaz de igualar el ingenio de Cross. Tomaron el primer vuelo para Las Vegas.

LIBRO IV
CROSS DE LENA - LOS CLERICUZIO

Cuando Cross cumplió veintiún años, Pippi de Lena empezó impacientarse en su afán por conseguir que el muchacho siguiera su destino. Lo más importante en la existencia de un hombre, a juicio de todo el mundo, era que se ganara la vida. Un hombre tenía que ganarse el pan, buscarse un techo bajo el cual cobijarse, comprarse ropa y alimentar a sus hijos. Para poder hacerlo sin innecesarios sufrimientos, un hombre tenía que ejercer cierto poder. Por consiguiente estaba tan claro como el agua que Cross tendría que ocupar un lugar en la familia Clericuzio. Para ello era de todo punto necesario que el chico se cargara a alguien.

Cross gozaba de buena fama dentro de la familia. La respuesta que le había dado a Dante al decirle éste que Pippi era un Martillo había sido citada a menudo por Don Domenico, el cual saboreaba las palabras casi con arrobamiento.
Yo no lo sé. Tú tampoco lo sabes. Nadie lo sabe. ¿De dónde coño has sacado ese maldito gorro?
¡Qué respuesta!, exclamaba el Don, extasiado. Un chico tan joven ya tan discreto e ingenioso, qué gran honor para su padre. Tenemos que darle una oportunidad a este chico. Pippi había sido debidamente informado y sabía que había llegado el momento.

Empezó a preparar a Cross Le encargó varios cobros difíciles que exigían el uso de la fuerza. Repasó con él la antigua historia de la familia y le explicó de qué manera se llevaban a cabo las operaciones.

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