El Último Don (47 page)

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Authors: Mario Puzo

Tags: #Intriga

BOOK: El Último Don
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La amenaza de suicidio de Vail había sido el desencadenante de aquella cita. Si Vail la cumplía, los derechos de su novela revertirían en su ex mujer y sus hijos, y Molly Flanders impondría unas condiciones múy duras. Nadie creía en la amenaza, ni siquiera Claudia, pero Bobby Bantz y Elí Marrion, que sólo actuaban movidos por la perspectiva de ganar dinero, siempre tenían motivos para estar preocupados.

Cuando Claudia, Ernest y Molly llegaron a la sede de la LoddStone, sólo encontraron a Bobby Bantz en la suite ejecutiva. Parecía muy incómodo, por más que tratara de disimular con sus efusivos saludos, sobre todo a Vail.

Nuestro tesoro nacional —le dijo, abrazándole con respetuoso afecto.

Molly se puso inmediatamente en guardia.

—¿Dónde está Elí? preguntó. Es el único que puede adoptar la decisión final en este asunto.

—Elí está en el hospital de Cedars Sinai —contestó Bantz con tono tranquilizador. Nada grave, un simple chequeo, pero eso es confidencial. Las acciones de la LoddStone suben y bajan con su salud.

—Tiene más de ochenta años, y a su edad todo es grave replicó secamente Claudia.

—No, no —dijo Bantz. Todos los días despachamos asuntos en el hospital. Está más activo que nunca, así que exponedme vuestros argumentos y yo le informaré cuando vaya a verle.

—No —contestó lacónicamente Molly.

—Hablemos con Bobby —dijo no obstante Ernest Vail.

Le expusieron los argumentos. Bobby lo escuchó todo con semblante burlón, aunque no se rió abiertamente.

—He oído de todo en esta ciudad —dijo, pero eso es algo increíble. Lo he comentado con mis abogados y me han dicho que la defunción de Vail no afectaría a nuestros derechos. Es una cuestión legal muy complicada.

—Coméntaselo a los del departamento de Relaciones Públicas —dijo Claudia. Si Ernest cumple su propósito y toda la historia, sale a la luz, el prestigio de la LoddStone quedará por los suelos. Y eso a Elí no le gustará. Él tiene un sentido más profundo de la ética.

—¿Más que yo? —preguntó amablemente Bobby a pesar de que estaba furioso. ¿Por qué la gente no comprendía que Marrion siempre aprobaba todo lo que él hacía? De pronto se volvió hacia Ernest. ¿Y cómo te suicidarías? ¿Con una pistola, un cuchillo, arrojándote por una ventana?

Vail lo miró sonriendo.

—Haciéndome el haraquiri sobre tu escritorio, Bobby.

Los tres soltaron una carcajada.

Así no vamos a llegar a ninguna parte —dijo Molly. ¿Por qué no vamos a ver a Elí al hospital?

—No pienso ir al lecho de hospital de un enfermo para discutir sobre dinero —dijo Vail.

Los demás lo miraron con simpatía. En términos convencionales parecía una falta de delicadeza, aunque desde sus lechos de enfermos los hombres tramaban revoluciones, asesinatos, estafas y traiciones de estudios cinematográficos. Un lecho de hospital no era precisamente un lugar sagrado, y ellos sabían que las protestas de Vail eran básicamente un convencionalismo,

—¡Calla la boca Ernest! si quieres seguir siendo mi cliente —dijo friamente Molly. El ha jodido a cientos de personas desde su lecho de hospital. Vamos a hacer un trato razonable. Robbert. La LoddStone tiene una mina de oro con las continuaciones. Os podéis permitir el lujo de darle a Ernest el dos por ciento de los beneficios brutos como garantía.

Bantz la miró horrorizado, como si un puñal le estuviera atravesando las entrañas.

—¿Un porcentaje sobre los beneficios brutos? —preguntó levantando la voz. Eso jamás.

—Muy bien —dijo Molly. ¿Qué tal un cinco por ciento estructurado de los beneficios netos? Sin contar los gastos de promoción, las deducciones de intereses y los porcentajes brutos de los actores.

—Eso equivale casi a unos beneficios brutos —contestó Bantz en tono despectivo, y todos sabemos que Ernest no se va a matar. Sería una estupidez y él es demasiado inteligente como para eso.

Lo que en realidad quería decir era que no tendría cojones para hacerlo.

—¿Por qué correr el riesgo? replicó Molly. He examinado las cifras. Tenéis previsto rodar por lo menos tres continuaciones. Eso equivaldrá por lo menos a quinientos millones de dólares de beneficios brutos una vez deducido el cincuenta por ciento de los exhibidores, incluyendo los derechos extranjeros, pero no los de video y televisión. Y bien sabe Dios las paletadas de dinero que ganais con los derechos de vídeo, malditos ladrones. ¿Por qué no darle a Ernest un miserable porcentaje de veinte millones? Eso se lo daríais a cualquier astro de segunda fila.

Bantz decidió echar mano de sus dotes de seductor.

—Ernest —dijo, como novelista eres una gloria nacional. Nadie te respeta más que yo. Elí ha leído todos tus libros y te adora, así que queremos llegar a un acuerdo.

Claudia se avergonzó al ver cómo Ernest se tragaba todas aquellas idioteces, aunque en honor a la verdad tuvo que reconocer que se había estremecido ligeramente al oír lo de gloria nacional.

—Vamos a concretar un poco más —dijo Ernest. Ahora Claudia se enorgulleció de él.

—¿Qué tal un contrato de cinco años a diez mil dólares semanales para escribir guiones originales y hacer algunas refundiciones? —le preguntó Bantz a Molly. Primero tendríamos que echar un vistazo a los guiones, como es natural. Y por cada refundición percibiría cincuenta mil dólares más cada semana. En cinco años podría ganar diez millones de dólares.

—Dobla la cantidad —contestó Molly—, y entonces podremos hablar.

Vail pareció perder de golpe su casi angélica paciencia.

—Ninguno de vosotros me toma en serio —dijo. Puedo hacer unas cuantas operaciones aritméticas sencillas. Bobby, tu oferta sólo vale un dos y medio. Tú nunca me comprarás los guiones originales y yo jamás escribiré ninguno. ¿Y qué ocurre si hacéis seis continuaciones? Entonces vosotros ganaréis mil millones de dólares. —Vail empezó a reírse con sincero regocijo—. —Dos millones y medio de dólares no me sirven de nada.

—¿De qué coño te ríes ahora? —preguntó Bobby. Vail estaba casi histérico.

—Jamás en mi vida soñé con tener un simple millón de dólares. Y ahora eso no me sirve de nada.

Claudia conocía el sentido del humor de Vail.

—¿Por qué no te sirve de nada? le preguntó.

—Porque seguiré estando vivo —contestó Vail, y mi familia necesita los porcentajes. Confiaban en mí y yo los traicioné.

Todos hubieran podido conmoverse, incluso Bantz, si las palabras de Vail no hubieran sonado tan falsas y presuntuosas.

—Vamos a hablar con Elí —dijo Molly Flanders.

Vail perdió la paciencia y cruzó la puerta gritando:

—¡Ya no os aguanto! ¡No quiero ir a pedirle nada a un hombre que se encuentra postrado en un lecho de hospital!

Cuando se hubo marchado, Bobby Bantz preguntó:

—¿Y vosotras dos quereis seguir apoyando a ese tipo?

—¿Por qué no? replicó Molly Flanders. Yo defendí a individuo que había apuñalado a su madre y a sus tres hijos. No es peor que él.

—¿Y cuál es tu motivo? le preguntó Bantz a Claudia.

—Los guionistas tenemos que apoyarnos los unos a los otros —contestó Claudia en tono burlón.

Los tres se echaron a reír.

—Supongo que debe de ser por eso —dijo Bobby. Yo he hecho todo lo que he podido, ¿no es verdad?

—Bobby —dijo Claudia, ¿por qué no le puedes dar el uno o el dos por ciento? Es de simple justicia.

—Porque se ha pasado muchos años jodíendo a miles de guionistas, actores y directores. Es una cuestión de principios —contestó Molly.

—Muy cierto —dijo Bantz. Y siempre que pueden, ellos nos joden a nosotros. Es el negocio.

Molly le preguntó a Bantz con fingida preocupación,

—¿Elí está bien? No es nada grave, ¿verdad?

—Está bien —contestó Bantz. No vendas las acciones.

—Pues entonces nos puede recibir —dijo Molly, cogiendo al vuelo la ocasión.

—De todos modos, yo quiero ir a ver —le dijo Claudia. Aprecio sinceramente a Elí. Me dio mi primera oportunidad. Bantz se encogió de hombros.

—Te vas a arrepentir en serio si Ernest se mata . —le dijo Molly. Las continuaciones valen mucho más de lo que yo he dicho. Te lo he ablandado.

Ese idiota no se matará —dijo Bantz en tono despectivo. No tendrá cojones.

—De gloria nacional ha pasado a ser un idiota. —Dijo Claudia con aire pensativo.

—Es evidente que está un poco chiflado —dijo Molly. La palmará por simple descuido.

—¿Es que se droga? —preguntó Bantz un poco preocupado.

—No, —contestó Claudia, pero Ernest es una caja de sorpresas. Es un auténtico excéntrico que ni siquiera sabe que lo es.

Bantz lo pensó un momento. Los argumentos le parecían válidos, y además él jamás había creído en la conveniencia de crearse enemigos innecesarios. No quería que Molly Flanders le guardara rencor. Era una mujer tremenda.

—Voy a llamar a Elí —dijo. Si él da el visto bueno, os acompañaré al hospital.

Estaba seguro de que Marrion diría que no. Para su asombro, Marrion contestó:

—Faltaría más, pueden venir todos a verme.

Se dirigieron al hospital en la limusina de Bantz, un enorme vehículo alargado aunque en modo alguno lujoso. Estaba dotado de fax, ordenador y teléfono movil. Un guardaespaldas de la Pacific Ocean Security ocupaba el asiento del copiloto. Los seguía otro automovil de seguridad con dos agentes.

Los cristales pintados de marrón mostraban la ciudad en un monocromo tono beige parecido al de las viejas películas de vaqueros. Cuanto más se adentraban en la ciudad, más altos eran los edificios y más tenía uno la sensación de haber penetrado en un profundo bosque de piedra. Claudia siempre se asombraba de que en sólo diez minutos se pudiera pasar del verdor de una pequeña ciudad ligeramente bucólica a una metrópoli de cemento y cristal.

Los pasillos del hospital de Cedars Sinai eran casi tan espaciosos como los vestíbulos de un aeropuerto, pero el techo está comprimido como en una grotesca toma de una película impresionista alemana. Los recibió una coordinadora del hospital, una mujer vestida con un severo modelo de alta costura cuyo aspecto le recordó a Claudia el de las azafatas de los hoteles de las Vegas.

La coordinadora los acompañó a un ascensor especial que conducía directamente a las suites del último piso.

Las suites tenían unas enormes puertas negras de madera de roble, con unos relucientes tiradores de latón. Se abrían como si fueran verjas y daban acceso a la suite de la habitación, una estancia sin tabiques de separación, con una mesa de comedor, y unas un sofá, unas butacas y un escritorio de rincón con un ordenador y un fax. Había también un pequeño espacio de cocina y un cuarto de baño para invitados, además del cuarto de baño del paciente; el techo era muy alto, y la ausencia de tabiques entre el rincón de cocina, la zona de estar y el rincón de trabajo confería a toda la estancia el aspecto de un decorado cinematográfico.

Elí Marrion estaba leyendo un guión de tapas anaranjadas en un pulcro y blanco lecho de hospital, recostado contra varios grandes almohadones blancos. En la mesa contigua había varias cartas con los presupuestos de las películas en fase de producción. Una joven y bonita secretaria estaba tomando notas, sentada otro al lado de la cama. A Marrion siempre le gustaba rodearse de mujeres bonitas.

Bobby Bantz besó a Marrion en la mejilla y le dijo: —Tienes una pinta estupenda, Elí, realmente estupenda.

Molly y Claudia lo besaron también en la mejilla. Semejante familiaridad quedaba justificada por el hecho de que el gran Marrion estaba enfermo.

Claudia tomó nota de todos los detalles como si estuviera investigando con vistas a un guión. Las tragedias ambientadas en hospitales eran casi infalibles, económicamente hablando.

En realidad Elí Marrion no tenía una pinta estupenda, realmente estupenda. Sus labios estaban sombreados por unas líneas azules que parecían haber sido trazadas con tinta, y le faltaba el aire cuando hablaba. Dos pinzas verdes que le salían de la nariz estaban conectadas con un delgado tubo de plástico que llegaba hasta una burbujeante botella de agua enchufada a la pared, todo ello conectado con un depósito de oxígeno oculto en el interior de la misma. Marrion vio la dirección de su mirada.

—Oxígeno —dijo.

—Es sólo una medida provisional se apresuró a explicar Bobby Bantz. Le facilita la respiración.

Molly Flanders no le hizo caso.

—Elí —dijo, le he explicado a Bobby la situación y necesita tu visto bueno.

Marrion parecía de muy buen humor.

—Molly —dijo, tú siempre has sido la abogada más dura de esta ciudad. ¿Vas a venir ahora a hostigarme en mi lecho de muerte?

Claudia lo miró con semblante afligido.

—Elí, Bobby nos dijo que estabas bien, y necesitábamos verte enseguida.

Se la veía tan visiblemente avergonzada que Marrion tuvo que levantar una mano a modo de aquiescencia y bendición.

—Ya conozco todos los argumentos —dijo Marrion. Hizo un gesto de despedida en dirección a la secretaria y ésta se retiró. La enfermera particular, una agraciada mujer de semblante muy serio, estaba leyendo un libro junto a la mesa del comedor. Marrion le indicó por señas que se retire. Ella lo miró, sacudiendo la cabeza y reanudó su lectura.

Marrion soltó una breve carcajada entre jadeos y les dijo a los demás:

—Ésta es Priscilla, la mejor enfermera de California. Es una enfermera de cuidados intensivos, por eso es tan infiexible. Mi médico la contrató especialmente para este caso. Ella manda.

Priscilla los saludó con una inclinación de cabeza y reanudó la lectura.

—Estoy dispuesta a limitar su porcentaje a un máximo de veinte millones —dijo Molly. Como garantía. ¿Por qué correr el riesgo, y por qué ser tan injustos con él?

—No somos injustos replicó Bantz en tono furioso. Él firmó un contrato.

—Vete al cuerno, Bobby —dijo Molly. Marrion no les prestó atención.

—¿Tú qué piensas, Claudia?

Claudia estaba pensando muchas cosas. Era evidente que Marrion estaba más enfermo de lo que se decía, y era una terrible crueldad ejercer presión sobre aquel viejo que tanto esfuerzo tenía que hacer simplemente para hablar. Estaba a punto de decir que se iba cuando recordó que Elí jamás les hubiera permitido ir a verle si no hubiera tenido un propósito determinado.

—Ernest es un hombre que hace cosas sorprendentes —dijo Claudia. Está decidido a asegurarle el sustento a su familia. Pero es un escritor, Elí, y a ti siempre te han gustado los escritores. Considéralo una donación artística. Recuerda los veinte millones de dólares que regalaste al Metropólitan. ¿Por qué no hacer lo mismo por Ernest?

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