Marguerite se giró hacia él, interrumpiendo sus pasos nerviosos alrededor de la cama.
—¿A qué te refieres?
—A que es mejor quedarse con algunas dudas a cambio de terminar con el rastro de sangre. Ya no volverá a matar, Marguerite. Y eso es lo esencial.
La detective le dirigió una reflexiva mirada antes de contestar.
—Supongo que sí, Marcel. Supongo que sí. Pero en tu historia nos queda una pieza importante por encajar: la Vieja Daphne.
El forense suspiró, maniobrando con la mente para estructurar la última parte de su versión.
* * *
Ella aguardaba una contestación a aquel delicado interrogante. Los dos se habían detenido, a cubierto, tras unas rocas. Ante su expectación, el chico bajó los ojos, abrumado.
La conversación había derivado hacia derroteros que Pascal no había previsto, y ahora se arrepentía de haberla iniciado. Un error del que se percataba demasiado tarde; ya no podía eludir la duda de Beatrice.
De aquel modo extraño transcurrieron bastantes segundos. La chica se mantuvo firme en su mutismo, el Viajero había sacado el tema y ahora ella exigía una respuesta. No obstante, ambos mantenían la vigilancia hacia la luz minúscula de las antorchas, temerosos de que el contenido de aquella intempestiva conversación les hiciera olvidar por un instante su misión.
Pascal volvió a mirar a Beatrice. Se encogió de hombros, rindiéndose a la evidencia de que, una vez más, las circunstancias lo superaban. Aunque en este caso se tratara de unas circunstancias íntimas.
—No sé qué decirte, Beatrice —admitió—. Ni yo mismo sé qué pensar sobre lo que pasó. Por eso tampoco puedo juzgarlo. No me hagas preguntas así. No es que no quiera, es que no puedo contestarlas.
A pesar de que los remordimientos del Viajero resultaban algo hirientes para el espíritu errante, Beatrice asintió.
—Pascal, te pido demasiado —reconoció—, pero no puedo evitarlo. Este viaje está siendo para ti iniciático en muchos aspectos. Y no quiero darme cuenta.
—Pero es así —él, vehemente, estuvo de acuerdo con aquel diagnóstico, también aplicable al terreno del amor—. Cada paso que doy es como comenzar de cero. Por eso te pido un poco de comprensión, o de paciencia, o de lo que haga falta en estos casos.
Beatrice miró hacia los puntos luminosos. Ya se habían acercado lo suficiente, era momento de terminar aquella conversación y prepararse para el enfrentamiento.
—Tampoco tengo derecho a exigirte nada —ella hablaba sin volverse, le resultaba mas fácil asumir aquella afirmación contemplando la oscuridad—. Lo que pasó, pasó, y punto. Nuestra mutua compañía es algo accidental, forzado por una situación irrepetible. Tú, cuando finalice esta aventura, debes continuar con tu vida, y yo con mi muerte. Es algo tan sencillo que me resisto a aceptarlo. Qué estupidez. Pero es así.
Pascal se quedó en silencio. Arrastrando los pies, llegó hasta ella y la abrazó.
—Cuando todo esto termine, continuaremos viéndonos porque pienso seguir aprovechando mi condición de Viajero —afirmó con cariño—. Mira, me has ayudado mucho, te debo la vida. Aquí no acaba todo.
Ella sonrió, agradeciendo el peculiar compromiso del chico. El hecho de que aquella promesa le pareciera insuficiente demostraba hasta qué punto ella había dejado volar sus sentimientos, olvidando —qué error tan absurdo— quiénes eran y dónde estaban. Qué falta de previsión, de sentido común, se recriminó a sí misma. Pero es que los sentimientos no eran algo cerebral, los cálculos no funcionaban en ese ámbito. Ni siquiera en el Mundo de los Muertos.
A pesar de su incipiente amargura, Beatrice se obligó a contestar:
—Gracias, Viajero.
Pascal, aliviado, interpretó aquellas últimas palabras como la superación del delicado momento que estaban compartiendo.
—Ahora tenemos que terminar lo que hemos venido a hacer —concluyó—. ¿Estás preparada?
Beatrice no se lo pensó, también prefería pasar página.
—Sí.
—Porque tengo un plan.
—Cuéntame.
—Primero tenemos que acercarnos para comprobar que esas luces son nuestro objetivo.
—Sí, tienes razón. Sujétate a mí, porque vamos a ir un poco rápido.
Pascal obedeció y se dejó llevar por ella como había ido haciendo a lo largo de todo el camino. La naturaleza de la chica les permitió avanzar bastante distancia en poco tiempo, una estrategia que, sin embargo, solo servía para trayectos breves. Beatrice se fatigaba pronto cuando tenía que arrastrar otros cuerpos aparte del suyo, como ya habían comprobado con anterioridad. Pero la gran ventaja de moverse con Beatrice consistía en que avanzaban sin tropezar en medio de la penumbra reinante, algo muy importante para evitar ser descubiertos. El elemento sorpresa era vital, dada su presumible inferioridad numérica.
Muy pronto estuvieron lo suficientemente cerca como para espiar el origen de los resplandores, agazapados entre las tinieblas. Se trataba de una pequeña comitiva compuesta por diez individuos ataviados con túnicas, que, al ritmo de un tambor, avanzaban de forma parsimoniosa, portando antorchas en sus manos.
Rodeaban un carro, lo escoltaban.
Beatrice y Pascal se fijaron mejor, negándose a admitir la posibilidad de que Michelle no estuviese allí.
Entonces la vieron, atada y amordazada, junto a otro prisionero de menor tamaño. A Pascal le dio un vuelco el corazón y estuvo a punto de gritar. Por suerte, la prudencia le hizo contenerse.
—Es ella —susurró experimentando unas tremendas ganas de descubrirse para Michelle, de notificarle de alguna forma que ellos estaban allí dispuestos a rescatarla.
—Calma —aconsejó Beatrice—. Contén tus energías, nos harán falta.
—Tienes razón. Pero es que siento como si hiciera mil años que no la veo...
—Es que, en realidad, es así. Hemos recorrido una gran distancia en el tiempo y en el espacio para encontrarla.
—Todo ha merecido la pena, Beatrice.
—No cantemos victoria tan pronto. Al menos, parece que Michelle se encuentra bien, ¿verdad?
—Eso espero. Como se hayan atrevido a...
Beatrice se puso muy seria.
—Pascal, por favor, tranquilízate. Cada minuto cuenta. ¿Cuál era tu plan?
Los dos observaron aquella pequeña caravana que seguía desfilando siguiendo el retumbar del tambor. Uno de los tipos que sujetaban antorchas se volvió hacia el carro y pudieron ver lo que se ocultaba en el interior de su capucha.
—Espectros —diagnosticó Beatrice, convencida—. Era de esperar.
Pascal se había quedado con la boca abierta. Aquel último dato había dinamitado su convicción de que se enfrentaba a criaturas de apariencia humana, debilitando su determinación.
—¿Espectros? —repitió aguardando más datos.
—Sí. Son esqueletos, seres malignos que también se mueven por la zona oscura de casi todas las regiones del Mundo de los Muertos. Son los típicos servidores del Mal porque, al contrario que los carroñeros, sí piensan. Son menos... animales.
—Pues vaya —Pascal resoplaba, inquieto—. ¿Y son tan agresivos como los carroñeros?
—Por desgracia, sí. No son tan fuertes como ellos, pero cuentan con un arma poderosa: sus dientes.
—¿A qué te refieres? ¿Muerden?
Después de todo lo que había visto, aquello no le parecía tan terrible a Pascal.
Beatrice contestó:
—Muerden, pero la suya es la que llaman «la mordedura ponzoñosa». Transmite la corrupción como un veneno, nos afecta incluso a los espíritus, pues pudre nuestro soporte físico en este mundo, con lo que las almas quedan a su merced. Para un vivo como tú, no es muy diferente... Cualquier dentellada te provocaría casi al instante gangrena, y en poco tiempo tu cuerpo se pudriría por completo, ocasionándote una muerte lenta y dolorosa. No hay antídoto conocido que detenga ese proceso. Hace mucho tiempo, atacaron al cuarto Viajero. Solo le rozaron una pierna, pero a las pocas horas ya le salían gusanos por todo el cuerpo. Fue una tragedia.
Pascal guardó silencio. Acababa de caer en la cuenta de que no había tenido ocasión de preguntar sobre los viajeros que le habían precedido a lo largo de la historia. ¿Cuántos habrían terminado mal a consecuencia de su condición?
Recordó uno de sus íntimos debates: ser el Viajero, ¿privilegio o condena?
—Entiendo que quieras informarme de todo para que sepa a qué me enfrento —dijo Pascal a Beatrice—, pero casi prefiero que me digas lo justo.
Ella asintió con gesto culpable.
—A veces hablo demasiado, perdona. No es mi intención asustarte. Centrémonos en Michelle, entonces. ¿Cuál es tu plan?
Pascal agradeció la inminencia de la acción; necesitaba actuar. La espera solo agudizaba su propia ansiedad hasta hacerla insoportable.
—Supongo que tú, como espíritu errante, te mueves más rápido que esos monstruos, ¿no? —empezó.
—Eso es.
—Y al ser una criatura de la Tierra de la Espera, para ellos constituyes un bocado apetitoso...
Beatrice frunció el ceño.
—Creo que ya sé qué te propones, Viajero. ¿Pretendes utilizarme como cebo?
Pascal sonrió, algo azorado.
—Puede funcionar... —justificó su idea—. Además, según lo que cuentas, no correrías mucho peligro. Te moverías sin estar pendiente de mí, con lo que ganarías agilidad.
—Ya veo.
—Lo único que tendrías que hacer es dejarte ver para que los espectros fueran por ti.
—¿Y van a dejar el carro sin vigilancia? —cuestionó ella, suspicaz.
—Mira dónde estamos —argumentó Pascal—. ¿De qué van a desconfiar en plenas profundidades de la Tierra del Mal? Esta es su zona. Dejarán algún guardián, nada más. Tu presencia aquí será para ellos demasiado sorprendente y repentina como para que se organicen bien.
—Vaya, cuando quieres eres muy calculador.
Pascal negó con la cabeza.
—Ya me conoces: no es una cuestión de querer, sino de pura necesidad. Solo cuando no queda más remedio, resulta que tengo iniciativa. Siempre he funcionado así, sobre todo para estudiar exámenes. Esta aventura es una prueba más.
—La verdad —concedió Beatrice al cabo de unos instantes de silencio— es que tu plan no suena mal. Arriesgado, pero ¿qué no lo es en este viaje?
—Lo mejor es su sencillez. Cuando vayan por ti, yo me acerco, me deshago de los guardianes que se hayan quedado —el chico confiaba en que la daga continuara mostrando su destreza en el combate— y escapo con Michelle.
—¿Y cómo nos encontramos después?
—El lugar lo podemos decidir ahora. Elige un punto de referencia. Allí te esperaremos hasta que aparezcas, en cuanto hayas despistado a esas criaturas. Y después nos volvemos a la Colmena de Kronos.
Aunque Pascal se percató de que eso suponía más viajes en el tiempo, prefirió no pensar en ello hasta que el rescate se hubiese llevado a cabo. ¿Para qué preocuparse antes?
—Espero conseguirlo —comentó la chica estudiando una vez más la comitiva silenciosa a la que seguían entre las sombras—. Según la dirección del movimiento, ya sabes que la atracción del Mal quita impulso en esta tierra.
—Eres tan ágil que podrás adaptarte —la animó Pascal—. Tú eres capaz de todo. Por cierto...
—Dime.
—Mi daga funcionará con los espectros, ¿verdad?
—Sí. Córtales la cabeza y anularás su movimiento. Es lo más eficaz.
—De acuerdo. Pero tú ten mucho cuidado —él la miró, muy serio—. Tenemos que volver. Todos.
LA madrugada terminaba para dar paso a las primeras horas de la mañana. La Vieja Daphne salió de la consulta y se sentó junto a Dominique, que aguardaba su turno en aquella sala del hospital con el costado cubierto de vendajes. El psicólogo de la policía, que los había acompañado en todo momento, ya se había ido. Por fin los habían dejado solos, ya que los agentes habían pedido a los nerviosos padres de Dominique que aguardasen en una salita cercana hasta que acabaran los exámenes médicos, y nadie había venido a ver a la bruja.
La anciana mujer despeinó a Dominique en un gesto cariñoso y se dedicó a observarse en silencio en el reflejo de unas vitrinas que mostraban frascos de medicamentos, al tiempo que valoraba todo lo ocurrido aquella noche. La bruja mostraba en su piel varias contusiones, pero por lo demás se encontraba bien. En realidad, los daños más serios que habían sufrido, excepto Jules, eran emocionales. Habían soportado un miedo tan intenso que dejaría huella. Dominique, de hecho, aún no había conseguido experimentar alegría al ver a Varney vencido. Seguía pálido, y la boca le pesaba tanto que no lograba sonreír.
—Varney no está muerto del todo —avisó Daphne en susurros—, pero el Guardián se encargará. Me lo dijo. En el Instituto Anatómico Forense se ocupará de él. Y podremos olvidarnos de todo.
—Ojalá —respondió Dominique en tono neutro, con los ojos clavados en el suelo.
La bruja lo miró, preocupada. Ella, por su preparación y su edad, había acusado menos el impacto de enfrentarse a aquel monstruo, pero aquellos muchachos eran demasiado jóvenes, eso era positivo, pues se recuperarían más rápido de las secuelas, pero al mismo tiempo los había hecho más vulnerables en aquel combate. Daphne tuvo entonces un recuerdo para Edouard, otro joven valiente, a quien por fortuna había podido apartar del último ataque del demonio vampírico. Se pondría en contacto con él en cuanto fuera posible, y pronto podrían reanudar su aprendizaje en las artes esotéricas.
—¿En qué piensas? —preguntó después al chico, a pesar de saber la respuesta.
Dominique, por fin, giró su cabeza hacia ella.
—En Pascal. En Pascal y Michelle. ¿Dónde estarán ahora? ¿Podrán volver?
Aquellas palabras ratificaban la suposición de Daphne, en cuya mente se cruzaban interrogantes similares.
—Las malas noticias viajan rápido —afirmó mientras sacaba un espejito de su bolso y atendía al reflejo de su rostro surcado de arrugas, donde brillaban unos ojos enrojecidos por la falta de sueño—. Así que hemos de interpretar de forma positiva la ausencia de novedades. Pascal continúa con su misión. Hay que tener fe. Tiene que estar muy cerca de cumplir su objetivo, y su vuelta ya no corre peligro en este mundo, una ventaja que es en parte mérito tuyo.
Eso era cierto. La Puerta Oscura había dejado de estar bajo la amenaza del vampiro. Solo quedaba el sibilino riesgo del transcurso de las horas en la Tierra de la Espera. La vidente confió en que Pascal no olvidara aquella cuenta atrás.