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Authors: David Lozano

Tags: #Terror, Fantástico, Infantil y Juvenil

El viajero (73 page)

BOOK: El viajero
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Aunque había estado a punto de no ser suficiente para frenar al vampiro. Nunca hay que subestimar el poder del Mal.

La Vieja Daphne consultó su anticuado reloj de cadena.

Se acercaba la hora de comer. El tiempo iba transcurriendo sin noticias de Pascal. Dominique ya había enviado un SMS desde el móvil de su amigo a los padres de este, para ganar tiempo. Pero si Pascal no daba señales de vida a la hora de la cena, su familia no se conformaría con escuchar a Dominique o con recibir mensajes. Y todo se complicaría hasta un punto insostenible.

No obstante, lo que más preocupaba a la bruja era la ausencia de noticias en sí, la falta de información en torno a Pascal.

¿Por qué el Viajero no se ponía en contacto con ella, como había hecho en ocasiones anteriores? La vidente había intentado tomar la iniciativa en ese sentido, pero el Viajero se debía de encontrar a una distancia tan inconmensurable que la energía de Daphne no era suficiente para llegar hasta él.

Así que lo único que quedaba por hacer era esperar. Esperar junto a la Puerta Oscura, con la impaciencia solitaria de una madre ante el retraso del hijo.

La vigilia de una madre. Quizá por eso no había perdido en ningún instante la esperanza de volver a ver a Pascal. Y de conocer a Michelle en persona.

* * *

No corrían. Era preferible avanzar despacio, agachados, sin delatarse. A pesar de la ausencia de movimiento cerca de ellos, no debían olvidar que se encontraban en territorio hostil. Cualquier error desembocaría en un nuevo hostigamiento de los espectros, que no estarían dispuestos a perderlos otra vez.

Constituían un plato demasiado suculento.

Además, ahora que seguían una ruta distinta a la marcada por la piedra transparente, la atracción del núcleo del Mal frenaba sus pasos como la resaca de un oleaje tormentoso.

Aunque al principio dudó, Pascal distinguió pronto la hondonada elegida como lugar de reencuentro con Beatrice. Confió en que no le hubiera ocurrido nada al espíritu errante. No podían permitirse bajas.

—Es ahí —señaló el chico, ansioso por que los tres dejaran de estar tan expuestos a los peligros de aquella planicie deformada—, rápido.

Michelle y Marc obedecieron, y en un par de minutos ya se dejaban caer por la diminuta ladera de la depresión indicada por Pascal. En su agrietado fondo, la figura estilizada de Beatrice no ocultó su alegría al verlos.

—¡Por fin! —dijo sin alzar la voz—. Cuánto habéis tardado, estaba muy preocupada.

Pascal también ofrecía un gesto de alivio.

—Los espectros han tardado mucho en abandonar nuestra zona —justificó el retraso—, pero han terminado yéndose. ¿Y a ti qué tal te ha ido?

—Ha sido menos fácil de lo que pensaba —reconoció ella—. Esos monstruos se resisten a abandonar una presa. Pensé que se darían antes por vencidos, he tenido que correr mucho.

—Mejor, así te los has llevado más lejos y nos has dado margen para poder escondernos.

—Sí, todo tiene sus ventajas.

Michelle estudiaba a la otra chica mientras escuchaba a la que había reconocido como la causante de la parada de la caravana. No le costó entender que nada había sido casual, sino fruto de un plan muy bien trazado, y supo que le tenía que estar muy agradecida, pues se había jugado el tipo por ellos. Lo que no entendió fue cómo había logrado escapar de aquellos monstruos tan repugnantes.

Pascal se volvió hacia ella, cortando sus reflexiones.

—Michelle, te presento a Beatrice. A ella le debes que yo esté aquí. Sin su ayuda, no lo habría conseguido.

La chica viva veía así confirmadas sus suposiciones. Acercaron sus rostros y se dieron dos besos. Michelle no pudo evitar un leve respingo al sentir la temperatura helada de las mejillas del espíritu errante, pero no hizo ningún comentario. Su capacidad de asombro iba quedándose sin reflejos. El deseo de averiguar dónde se encontraban iba cobrando, sin embargo, una inusitada fuerza.

—Muchas gracias, de verdad —dijo Michelle, absorta ante la mirada clara de aquella desconocida, que la observaba con una mezcla de sentimientos tan extraña que ella misma pudo intuirla—. Nunca podré agradecerte lo que has hecho por mí.

—Y este chico es Marc —continuó Pascal sin dar tiempo a una réplica, por temor a situaciones incómodas—. Lo llevaban prisionero con Michelle. Nos lo hemos traído también. Ya sé que no estaba previsto, pero...

Beatrice se aproximó para besarlo, pero el muchacho se apartó, con el gesto de miedo que los otros esperaban. Hacía falta más tiempo para que un niño traumatizado recuperase algo de confianza. Michelle, compadecida, se dio cuenta de que desde que lo había visto por primera vez, con la excepción de aquel abrazo, nadie le había tocado la piel. Sin duda le hacía falta cariño, pero precipitarse podía ser contraproducente. Tenían que respetar su propio ritmo, y así lo hicieron. Contaban con él, lo miraban, pero respetarían su espacio hasta que diese alguna muestra de acercamiento. Él debía tomar la iniciativa cuando estuviese preparado.

El espíritu errante aprovechó entonces para llevarse aparte a Pascal, bajo la atenta mirada de Michelle.

—Hemos de irnos ya —le advirtió Beatrice—. Cuanto antes regresemos a la Colmena de Kronos, mejor. Si es cierto que el rapto de Michelle solo ha sido una estratagema del vampiro para mantenerte en este mundo y ahora nos damos prisa, no encontraremos apenas resistencia. Nadie habrá podido imaginar que ibas a llegar tan lejos.

Pascal asintió, con los labios fruncidos.

—Supongo que yo, en el fondo, tampoco lo creía. Espero que... mis amigos hayan defendido la Puerta Oscura y podamos regresar a nuestro mundo.

Aquel deseo, que tomaba cuerpo una vez la prioridad de rescatar a Michelle se había cumplido, ensombreció de forma leve el gesto de Beatrice. Y es que evidenciaba el doloroso hecho de que pertenecían a realidades distintas. Pascal se dio cuenta de la poca delicadeza de sus palabras, pero ya era tarde.

—Ojalá sea así —apoyó, sin embargo, Beatrice, sin alterar su rostro. Estaba decidida a no inmiscuirse en la relación entre el Viajero y la viva, una relación todavía hipotética a pesar de la mutua efusividad mostrada tras el encuentro—. La Puerta Oscura debe seguir permitiendo la comunicación entre vivos y muertos.

Los dos volvieron a donde aguardaban Marc y Michelle.

—Tenemos que ponernos en marcha —comunicó Pascal—. ¿Os encontráis con fuerzas?

Los dos rehenes liberados asintieron. En sus caras anhelantes se leía la ansiedad por escapar de aquel lugar. Sacarían fuerzas de donde hiciera falta.

—Avanzaremos en fila india —explicó Beatrice—, agachados y sin hacer ruido. Yo iré la primera, para impulsaros a buen ritmo. Pascal, ¿sacas la piedra transparente para confirmar la dirección?

El chico ya obedecía cuando la voz suave del niño lo interrumpió:

—¿Vamos a la Colmena?

Beatrice y Pascal se giraron en redondo hacia él, estupefactos. ¿Cómo sabía eso? Michelle, en cambio, mostraba la lógica indiferencia de no entender nada y dejarse llevar. Se limitó a esperar, aunque también le había resultado llamativo que aquel crío pudiese aventurar un destino en medio de aquel infierno oscuro.

—¿Conoces... conoces... la Colmena de Kronos? —inquirió Pascal al niño, con amabilidad, acercándose.

Marc movió la cabeza de modo afirmativo.

—Yo ya me he escapado varias veces —explicó, sin perder su aire inocente, con sus frases breves—. Siempre me pillan. Pero sé sitios.

La sorpresa iba en aumento para sus oyentes. ¿Aquel chaval de diez años había sido capaz de fugarse en varias ocasiones?

Parecía imposible, pero la mención de la Colmena de Kronos constituía la prueba de que no mentía, de que no pretendía solo llamar la atención. Tenía información del mundo del Mal, que podía serles muy útil si lograban sonsacarle.

Las palabras de Marc, por otra parte, le cuadraron a Michelle; por eso el niño había aparecido en su carro a medio camino.

Lo habían traído de su última escapada. Y por eso lo llevaban maniatado, mucho más inmovilizado que ella.

—¿Sabes sitios? —repetía Pascal, procurando estimular al niño para que continuase hablando.

Beatrice asistía a la escena sin atreverse a intervenir, por miedo a provocar que Marc se encerrase de nuevo en su mutismo infantil. A fin de cuentas, ella era una simple desconocida y Pascal, en cambio, desempeñaba para ellos el papel de salvador, el héroe que los había apartado de las bestias.

—Sí —mantuvo el niño—. Sitios que llevan muy lejos.

—¿Hasta dónde llevan? —Pascal seguía aquel juego como si el niño y él estuvieran solos.

Marc, muy quieto, tardó unos segundos en responder.

Cuando lo hizo, describió un lugar de modo entrecortado, pero sus palabras fueron suficientes para que Beatrice y Pascal cruzaran una mirada cómplice. Ambos habían reconocido aquel punto señalado por Marc.

Era el Umbral de la Atalaya. Increíble.

¿Aquel crío estaba insinuando que conocía un camino alternativo que podía conducirlos hasta las mismísimas puertas de la Tierra de la Espera?

—Y podrías llevarnos hasta allí... —se atrevió el Viajero a concluir en voz alta, disimulando su interés.

Marc se estaba rascando la nuca.

—Sí que puedo —respondió—. Hay que meterse por un agujero. Pero podemos perdernos, el camino es muy lioso.

Aquello no era un obstáculo, pues tenían la piedra transparente y, siguiendo la dirección contraria a su brillo, alcanzarían la Tierra de la Espera, al menos en teoría.

Pascal y Beatrice se separaron de Michelle y Marc otra vez, con intención de deliberar. A Michelle, a pesar de su habitual talante enérgico, no le sentó mal que no contaran con ella para decidir sus próximos movimientos, porque asumía que en aquellas circunstancias no pasaba de ser un lastre para el grupo: no sabía dónde estaba, no sabía a qué se enfrentaban, no sabía el camino de regreso. En tales circunstancias, no podía aspirar a tomar ningún tipo de iniciativa ni a colaborar en concretarla. No se movía en su medio, y Michelle lo aceptó con una resignación serena, pues era el precio que tenía que pagar por recuperar la libertad y su propia vida. Solo confiaba en que Pascal no se equivocase; había mucho en juego.

Otra cuestión era cómo Pascal se movía en aquel entorno con tanta desenvoltura. Michelle no pudo evitar preguntarse qué había ocurrido durante su ausencia.

—¿Qué opinas? —preguntaba el Viajero a Beatrice, un poco más retirados.

El espíritu errante se encogió de hombros.

—No tengo ni idea. No me esperaba esto. El hecho de que conozca la Colmena le da credibilidad...

—Sí, eso es cierto —convino Pascal—. Pero seguir sus indicaciones sin más garantías... Arriesgamos mucho.

—Lo arriesgamos todo —Beatrice hablaba con franqueza, no quería malentendidos—. Pero es fácil que a las puertas de la Colmena sí nos estén esperando criaturas del Mal, es nuestro camino más previsible. Además —añadió—, ¿vamos a hacer viajes temporales los cuatro juntos?

Por fin salía aquella cuestión, que confirmaba los temores de Pascal.

—No me dijiste que a la vuelta nos veríamos obligados a hacer más —acusó al espíritu errante sin levantar la voz.

—No quería desanimarte —ella se escudaba en la inseguridad que él había mostrado en varias ocasiones—. No siempre es conveniente saberlo todo.

Pascal tuvo que admitir que aquello tenía sentido. De todos modos, tampoco merecía la pena darle más vueltas. No en aquellas circunstancias.

—Y crees que saldría mal —interrogó a Beatrice con ojos muy atentos—. Viajar los cuatro juntos.

—Lo único que digo es que lo veo difícil. Nos ha costado mucho llegar hasta aquí, demasiado. Voy a hablarte con franqueza —ella suspiró, agobiada—. No estoy segura de que repitiendo el mismo recorrido que a la ida logremos llegar los cuatro a la Tierra de la Espera. Así están las cosas.

Pascal resopló, indeciso. Lo que faltaba.

—Tu opinión está clara, entonces —tradujo—: que nos guíe el niño.

Beatrice confirmó aquella impresión con un gesto afirmativo.

—Nadie ha oído hablar de la Colmena de Kronos —sentenció ella—, salvo los iniciados. Y él la conoce, a pesar de ser un simple niño. Además, ha descrito a la perfección el Umbral de la Atalaya. A mí me basta. Con su ruta evitamos también la peligrosa región de las ciénagas, no lo olvides.

Pascal se tomó unos instantes más para meditar, consciente de que ya se estaban entreteniendo demasiado. Pero es que de aquella decisión dependía la dirección a seguir y, con ella, el final de toda la aventura. Todo o nada, para variar.

El Viajero había aprendido a lo largo de las últimas jornadas que las grandes recompensas requieren grandes apuestas.

«Quien no arriesga no gana», se recordó asumiendo aquella dura e inexorable ley que regía en todos los mundos.

La sombra de su cobarde reacción ante la petición del fantasma del espejo le vino a la memoria. Aunque él ya no era el mismo, o al menos estaba cambiando.

—De acuerdo —claudicó—, ahora mismo parece lo más sensato. Si lo que nos cuenta Marc es razonable, seguiremos sus instrucciones. Pero si ese niño titubea o no nos convencen sus indicaciones, nos dirigiremos de inmediato a la Colmena.

—Me parece bien.

No obstante, aquella segunda alternativa, ese plan B, era innecesario. Ambos sabían que, de producirse aquella indecisión en el niño, sería demasiado tarde para cualquier otra maniobra.

CAPITULO LIV

AVANZABAN por aquella tierra ondulante y desolada obedeciendo las indicaciones del niño, que por el momento resultaban de una precisión asombrosa. Esa capacidad de retentiva que demostraba Marc fue interpretada por los demás como una muestra del terror que había sufrido durante sus efímeras fugas, que habría marcado a fuego en su cabeza los pasos recorridos. Otra manifestación más del instinto de supervivencia.

Seguían caminando en fila india. El silencio plomizo de aquella tierra maldita se veía profanado de vez en cuando por siniestros aullidos que barrían la planicie, procedentes de inconcebibles distancias. Ecos guturales emitidos desde el interior de fosas abismales, que abrían en canal la desconocida sustancia de la noche en regiones recónditas pobladas por criaturas malignas.

Pero ellos no se dejaban intimidar por el pavoroso panorama que se extendía ante sus ojos, obsesionados con la idea de escapar. De vez en cuando, detectaban en el horizonte brumoso porciones de negrura que se balanceaban a ras de suelo o que se hundían en las depresiones como alientos engullidos por las fauces de la tierra. Se trataba de las temibles nubes negras, que el grupo se apresuraba a evitar aunque ello supusiese dar grandes rodeos que retrasaban el momento en que llegarían hasta el misterioso agujero mencionado por Marc.

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