Endymion (68 page)

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Authors: Dan Simmons

Tags: #Los cantos de Hyperion 3

BOOK: Endymion
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—Sí —respondió A. Bettik—. Tengo abierta la puerta de la terraza y el sonido es muy claro.

—Parece árabe. ¿Puedes traducir?

Corrí las dos manzanas y llegué al parque donde se erguía la mezquita. Momentos antes había mirado por una de las calles intermedias y había vislumbrado el último resplandor del rojo poniente pintando el costado de un minarete, pero ahora la torre de piedra estaba gris y sólo unos cirros altos recibían la luz.

—Sí —dijo A. Bettik—. Es la llamada del almuecín para la plegaria nocturna.

Saqué los binoculares y escudriñé los minaretes. La voz del hombre llegaba desde los altavoces de un balcón que rodeaba cada torre. No había señales de movimiento. De pronto el rítmico grito cesó y parlotearon aves en las ramas del parque.

—Sin duda es una grabación —dijo A. Bettik.

—Quiero verificarlo.

Dejando los binoculares, seguí una senda de piedra entre el césped y las amarillentas palmeras, hasta la entrada de la mezquita. Atravesé un patio y me detuve en la entrada. En el interior había cientos de alfombras. Elegantes columnas soportaban complejos arcos de piedra rayada, y en la otra pared un bello arco conducía a un nicho semicircular. A la derecha del nicho había una escalera con un exquisito balaustre de piedra tallada, y arriba una plataforma con dosel de piedra. Sin entrar en el recinto, se lo describí a A. Bettik.

—El nicho es el
mihrab
—respondió—. Está reservado para el jefe espiritual, el imán. El balcón de la derecha es el
minbar
, el púlpito. ¿Hay alguien allí?

—No. —Vi el polvo rojo en las alfombras y la escalinata.

—Entonces no hay duda de que la llamada del almuecín era una grabación sincronizada.

Sentí la necesidad de entrar en el gran recinto de piedra, pero me detuvo mi reticencia a profanar una casa sagrada. Cuando era niño había sentido lo mismo en la catedral católica de Fin del Pico, y como adulto cuando un amigo de la Guardia Interna quiso llevarme a uno de los últimos templos gnósticos zen de Hyperion. Desde niño había comprendido que siempre sería un forastero en los lugares sagrados, sin tener nunca el propio, sin sentirme cómodo en los ajenos. No entré.

Regresando por las frescas y oscuras calles, encontré un bulevar con palmeras que atravesaba un bonito sector. Había carros de venta de comida y juguetes. Me detuve frente a un carro de pasta frita y olí las rosquillas. Hacía días que se encontraban en mal estado, no semanas ni meses.

El bulevar llegaba a la orilla del río, y giré a la izquierda, caminando por la explanada hacia la calle que me llevaría de vuelta a la clínica. De cuando en cuando llamaba a A. Bettik. Aenea aún dormía profundamente. El polvo borroneaba las estrellas cuando la noche se asentó sobre la ciudad. Sólo algunos edificios céntricos estaban iluminados —el acontecimiento que se había llevado a la población tenía que haber ocurrido de día— pero majestuosos y antiguos faroles alumbraban la explanada y fulguraban con luz de gas. Si no hubiera habido uno de esos faroles cerca del muelle donde habíamos amarrado la balsa, tal vez habría regresado a la clínica sin verlo. En cambio, la luz me permitió avistarlo a más de cien metros.

Alguien estaba en nuestra balsa, una figura inmensa y altísima que parecía usar un traje de plata. La luz del farol relucía sobre la superficie de esa silueta como si usara un traje espacial de cromo.

Murmurándole a A. Bettik que cuidara a la niña, pues había un intruso en la balsa, desenfundé la pistola y saqué los binoculares. En cuanto enfoqué los binoculares, la reluciente forma plateada movió la cabeza hacia mí.

49

El padre capitán De Soya despierta en el cálido nicho del
Rafael
. Después de los primeros instantes de desorientación, se levanta del diván y flota desnudo.

Todo está como es debido: en órbita de Sol Draconi Septem, una esfera blanca y cegadora en las ventanas, velocidad de frenado, los otros tres nichos a punto de despertar su valiosa carga humana, el campo interno en cero gravedad hasta que todos recobren las fuerzas, temperatura interna y atmósfera óptimas para el despertar, la nave en órbita geosincrónica. El sacerdote capitán imparte la primera orden de su nueva vida: café para todos en el cubículo de la sala. Al resucitar piensa siempre en su bulbo de café, guardado en la mesa de la sala, llenándose con la caliente bebida negra.

El ordenador de la nave parpadea anunciando un mensaje prioritario. No había llegado ningún mensaje mientras él estaba consciente en el sistema de Pacem, y es improbable que alguien los ha encontrado en este remoto sistema.

No hay presencia de Pax en Sol Draconi —a lo sumo, las naves-antorcha en tránsito usan las tres gigantes gaseosas del sistema para reaprovisionarse de combustible— y unas breves preguntas al ordenador confirman que no hubo contacto con otra nave durante los tres días de frenado e inserción en órbita. También confirman que no hay misión de la Iglesia en el planeta, pues el último contacto con un misionero se perdió hace más de cincuenta años estándar.

De Soya reproduce el mensaje. Autoridad papal, vía flota de Pax. Según los códigos, el mensaje llegó centésimas de segundo antes de que el
Rafael
efectuara el salto cuántico desde el espacio de Pacem. Es un mensaje breve, texto solamente: SU SANTIDAD ANULA MISIÓN SOL DRACONI SEPTEM. NUEVO OBJETIVO BOSQUECILLO DE DIOS. IR DE INMEDIATO. AUTORIZACIÓN LOURDUSAMY Y MARUSYN. FIN MENSAJE.

De Soya suspira. Este viaje, estas muertes y resurrecciones, han sido en vano. Por un instante el sacerdote capitán permanece sentado y desnudo en el diván de mando, examinando la curva blanca y resplandeciente del planeta de hielo. Suspira y va a ducharse, deteniéndose en el cubículo para probar el café. Extiende la mano hacia el bulbo mientras teclea órdenes en la consola de la ducha: chorros finos y calientes. Recuerda que debe encontrar batas de baño. Ya no hay sólo varones en la tripulación.

De Soya se detiene irritado. Su mano no encuentra el asa del bulbo de café. Alguien lo ha movido.

La nueva recluta, la cabo Rhadamanth Nemes, es la última en salir del nicho. Los tres hombres desvían los ojos mientras ella se levanta del nicho y se dirige al cubículo de la ducha, pero en la atestada burbuja de mando del
Rafael
hay suficientes superficies reflectantes para que todos entrevean el cuerpo firme de esa mujer menuda, su tez clara, el lívido cruciforme entre sus pechos pequeños.

La cabo Nemes toma la comunión con ellos y parece desorientada y vulnerable mientras beben el café y suben los campos internos a un sexto de gravedad.

—¿Su primera resurrección? —pregunta afablemente De Soya.

La cabo asiente. Tiene pelo negro y corto, bucles sobre la frente pálida.

—Me gustaría decir que uno se acostumbra —dice el padre capitán—, pero lo cierto es que cada despertar es como el primero... difícil y emocionante.

Nemes bebe café. Parece vacilar en la microgravedad. Su uniforme carmesí y negro acentúa la palidez del cutis.

—¿No deberíamos partir de inmediato hacia Bosquecillo de Dios? —pregunta.

—Pronto —responde el padre capitán De Soya—. He ordenado al
Rafael
que salga de esta órbita dentro de quince minutos. Aceleraremos hasta el punto de traslación más próximo a dos gravedades, así podremos recobrarnos unas horas antes de regresar a los nichos.

La cabo Nemes parece tiritar al pensar en otra resurrección. Como ansiando cambiar de tema, mira la curva cegadora del planeta que se ve en las ventanas y la pantalla.

—¿Cómo se puede atravesar un río en todo ese hielo?

—Por debajo, supongo —dice el sargento Gregorius. El robusto soldado observa atentamente a Nemes—. Lo que se congeló después de la Caída es la atmósfera. El Tetis debe de circular debajo de ella.

La cabo Nemes demuestra sorpresa.

—¿Y cómo es Bosquecillo de Dios?

—¿No lo sabe? —pregunta Gregorius—. Creí que en Pax todos habían oído hablar de Bosquecillo de Dios.

Nemes sacude la cabeza.

—Yo me crié en Esperance. Es un mundo de labranza y pesca. La gente no tiene mucho interés en otros sitios. Ni en otros mundos de Pax ni en viejas historias de la Red. La mayoría estamos ocupados sobreviviendo con los frutos de la tierra o del mar.

—Bosquecillo de Dios es el viejo mundo de los templarios —dice el padre capitán De Soya, dejando su bulbo de café en su nicho de la mesa—. Fue arrasado por las llamas durante la invasión éxter previa a la Caída. Era hermoso en su época.

—Sí —conviene el sargento Gregorius—. La Hermandad Templaria del Muir era una especie de culto de la naturaleza. Transformaron Bosquecillo de Dios en un mundo boscoso, con árboles más altos y más bellos que los pinos rojos y las secuoyas de Vieja Tierra. Veinte millones de templarios vivían en ciudades y plataformas en esos encantadores árboles. Pero en la guerra se equivocaron de bando.

La cabo Nemes deja de beber café.

—¿Eran aliados de los éxters? —La idea parece escandalizarla.

—En efecto, muchacha —dice Gregorius—. Tal vez porque tenían árboles espaciales en esos días.

Nemes ríe. Es un sonido breve y quebradizo.

—Él habla en serio —interviene el cabo Kee—. Los templarios usaban ergs, dominadores de energía de Aldebarán, para encerrar los árboles en un campo de contención clase nueve y obtener impulso de reacción para viajes interplanetarios. Incluso usaban motores Hawking para vuelos interestelares.

—Árboles volantes —dice la cabo Nemes, y ríe ásperamente una vez más.

—Algunos huyeron en esos árboles cuando los éxters retribuyeron su lealtad con un ataque contra Bosquecillo de Dios —continúa Gregorius—, pero la mayoría ardió, al igual que casi todo el planeta. Dicen que durante un siglo la mayor parte de ese mundo fue cenizas. Las nubes de humo crearon un efecto de invierno nuclear.

—¿Invierno nuclear? —pregunta Nemes.

De Soya observa a la joven, preguntándose por qué una persona tan ingenua fue escogida para usar el disco papal en ciertas circunstancias.

¿La ingenuidad era parte de su fuerza para matar, si se presentaba la necesidad?

—Cabo —dice, hablándole a la mujer—, usted dice que se crió en Esperance. ¿Se alistó en la Guardia Interna de ese mundo?

Ella niega con la cabeza.

—Entré directamente en el ejército de Pax, padre capitán. Había hambruna por falta de patatas... los oficiales de reclutamiento ofrecían viajes a otros mundos y... bien...

—¿Dónde prestó servicio? —pregunta Gregorius.

—Sólo adiestramiento en Freeholm.

Gregorius se apoya sobre los codos. La gravedad de un sexto de g facilita esa postura.

—¿Qué brigada?

—Vigesimotercera —responde la mujer—. Sexto Regimiento.

—Las Águilas Aullantes —dice el cabo Kee—. Tuve una compañera a quien transfirieron allí. ¿El comandante era Coleman?

Nemes vuelve a negar con la cabeza.

—El comandante Deering estaba al mando cuando yo estuve allí. Sólo pasé diez meses locales... ocho y medio estándar, creo. Fui entrenada como especialista general en combate. Luego pidieron voluntarios para la Primera Legión... —Se interrumpe, como si esta información fuera confidencial.

Gregorius se rasca la barbilla.

—Es raro que yo no oyera hablar de esta organización en el edificio. En las fuerzas armadas nada permanece en secreto mucho tiempo. ¿Cuánto tiempo se entrenó en esta legión?

Nemes clava los ojos en el sargento.

—Dos años estándar, sargento. Y ha sido secreta... hasta ahora. Nos entrenamos en Lee Tres y los territorios del Anillo de Lambert.

—Lambert —repite el sargento—. Así que ha tenido bastante entrenamiento en baja gravedad y gravedad cero.

—Más que bastante —conviene la cabo Rhadamanth Nemes con una sonrisa socarrona—. En Anillo de Lambert nos entrenamos cinco meses en el Cúmulo de las Troyanas Peregrinas.

El padre capitán De Soya nota que la conversación se está convirtiendo en interrogatorio. No quiere que la nueva camarada se sienta agredida, pero siente tanta curiosidad como Kee y Gregorius. Además intuye que algo no está bien.

—¿De modo que las legiones tendrán una función similar a la infantería de marina? —pregunta—. ¿Combates nave a nave?

Nemes niega con la cabeza.

—No, capitán. No sólo táctica de combate en cero gravedades de nave a nave. Las legiones tendrán la misión de llevar la guerra al enemigo.

—¿Qué significa eso, cabo? —murmura De Soya—. En todos los años que pasé en la flota, el noventa por ciento de nuestras batallas se libró en territorio éxter.

—Sí —dice Nemes, sonriendo de nuevo—, pero la flota atacaba y huía. Las legiones ocuparán.

—Pero la mayoría de los baluartes éxters están en el vacío —señala Kee—. Asteroides, bosques orbitales, el espacio profundo...

—Exacto —dice Nemes, sin dejar de sonreír—. Las legiones los combatirán en su propio terreno... o su propio vacío, si usted quiere.

Gregorius nota que De Soya lo silencia con la mirada, pero el sargento sacude la cabeza e insiste.

—Bien, no sé qué aprenden estas dichosas legiones que los guardias suizos no hayan hecho, y muy bien, durante dieciséis siglos.

De Soya se levanta.

—Aceleración dentro de dos minutos. Vayamos a nuestros nichos. Ya hablaremos de Bosquecillo de Dios y de nuestra misión durante nuestro viaje al punto de traslación.

El
Rafael
necesitó once horas de desaceleración a doscientas gravedades para salir de velocidad cuasi lumínica al entrar en el sistema, pero el ordenador ha localizado un buen punto de traslación para Bosquecillo de Dios a sólo treinta y cinco millones de kilómetros de Sol Draconi Septem. La nave podría acelerar a una gravedad y llegar a ese punto en veinticinco horas, pero De Soya le ha ordenado que se eleve desde el pozo de gravedad del planeta a una constante de dos gravedades durante seis horas antes de usar más energía para activar los campos internos durante el impulso de cien gravedades de la última hora.

Cuando se activan los campos, el equipo realiza el chequeo final para Bosquecillo de Dios: tres días para la resurrección, descenso inmediato con el sargento Gregorius al mando del grupo de tierra, inspección del tramo de cincuenta y ocho kilómetros del río Tetis y preparativos finales para la captura de Aenea y su grupo.

—Después de todo esto, ¿por qué Su Santidad empieza a guiarnos en la búsqueda? —pregunta el cabo Kee mientras se dirigen a sus nichos.

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