Ése fue el momento en el que intervinieron las autoridades civiles y eclesiásticas. No sólo se seguían muchos inconvenientes de la ejecución de aquella sentencia, sino que la función ejemplificadora se había vuelto del revés. Céspedes no estaba infamada, se hallaba en la cumbre de su prestigio, casi ungida en olor de santidad. Jamás habría soñado con tener tanta clientela. Ni siquiera necesitaba ir a buscarla con su mula por pueblos y trochas, le bastaba con esperar a que viniesen a Toledo desde todos los lugares.
Su pariente Rodrigo de Mendoza se lo dijo con toda claridad:
—Lope, esto nos desautoriza a todos, Inquisición y hospitales incluidos. Y, para colmo, se trata de una mujer. Hay que arreglarlo de un modo expeditivo.
—Pero la sentencia era de reclusión en un hospital.
—Buscad uno lo suficientemente lejos de Toledo.
—Había pensado en Puente del Arzobispo.
—Muy bien. Iremos a hablar con el canónigo de la catedral que se ocupa de su hospital y le expondremos el caso.
Los recibió aquel dignatario con deferencia, y por lo que les fue diciendo, entendió Lope que sería un lugar adecuado a sus propósitos.
—¿Cuántos habitantes tiene Puente del Arzobispo? —le preguntó.
—Unos dos mil vecinos, ha crecido desde que se construyó el puente. —Y como apreciara la sorpresa en el rostro de Lope, le explicó—: Es mucha fábrica. Tiene dos torres de gran respeto, para vigilar el paso y cobrar el peaje.
—¿Administráis vos el hospital?
—Sus finanzas. Al igual que el puente, lo construyó hace dos siglos don Pedro Tenorio, que ocupaba este arzobispado de Toledo. Es propiedad del Cabildo catedralicio y nosotros cobramos el pontazgo, cediendo parte de la recaudación para el hospital, que atiende a los romeros camino del monasterio de Guadalupe.
—O sea que tiene recursos.
—El puente le proporciona unos ingresos considerables. Sólo el paso de ganados, a tanto la cabeza, supone unos cuatro mil maravedíes. El hospital es hermoso y de muy buena traza, con dos patios, uno para hombres y otro para mujeres. Cuenta con una dotación de dos mil ducados y varias dehesas en arrendamiento, además de recibir diezmos y primicias, con solares, derechos y tierras que no bajan de las trescientas fanegas. La sala para la cría de niños expósitos le vale no pocas limosnas. Es limpio y espacioso, cuenta con médicos, cirujanos, botica y camposanto.
—¿Podríais acomodar a Elena de Céspedes en la enfermería de mujeres?
—Así lo creo.
El inquisidor llamó al secretario, y le dictó la siguiente providencia:
—«En Toledo, a veinte días del mes de marzo de mil quinientos ochenta y nueve años, el inquisidor don Lope de Mendoza, que a la sazón está solo en el oficio, pero no sin haberlo consultado antes con don Rodrigo de Mendoza, su colega, dice que se siguen muchos inconvenientes de estar Elena de Céspedes en esta ciudad. Porque habiendo cobrado nombre de que la susodicha es cirujano y cura de muchas enfermedades, es tanta la gente que acude a ella que no la dejan estar en quietud con su reclusión. Para evitar esto, mando que cumpla el resto de su pena en el hospital de Puente del Arzobispo. Y que para este efecto la lleve Lucas del Barco, familiar de este Santo Oficio, y la entregue al administrador del dicho hospital».
A la mañana siguiente, veintiuno de marzo, estaba Lope de Mendoza asomado a la ventana de su gabinete, en la casa de la Inquisición, admirando el despertar primaveral de aquella planta que habían traído de América. Al oír que abrían la entrada, miró hacia el patio de abajo. Y vio salir a Lucas del Barco custodiando a una mujer que llevaba un simple hatillo de ropa.
No le costó reconocer a Elena de Céspedes, a quien habían conducido allí el día anterior para hacer todas las diligencias.
Cuando hubo salido a la calle, la vio alejarse. Mientras lo hacía y limpiaba aquella planta se preguntó, sacudiendo la cabeza: «¿Qué nos depararán estos nuevos tiempos?».
El día estaba soleado, las primeras golondrinas agitaban el aire tibio y por todas partes se anunciaba la primavera. Andaba ya el campo en víspera de brotes, apuntando el levantar de la vida. Y a Céspedes se la veía libre, caminando a cuerpo gentil.
Aunque la hubieran castigado a servir diez años en un hospital, esa condena solía reducirse a la mitad. Incluso a menos, habida cuenta de su peculiar historia. Que ya se encargarían de airear las almas caritativas, empezando por el familiar del Santo Oficio que la llevaba, pues bueno era el tal Lucas del Barco para mover noticias. Además, el administrador del hospital examinaría su expediente. Y en cuanto se supiera, empezaría la gente a acudir, y el hospital no querría prolongar su estancia más de lo necesario para cumplir. Se la quitaría de encima con cualquier pretexto.
Alguien que había demostrado semejante capacidad de supervivencia terminaría saliéndose con la suya.
Lope de Mendoza se dirigió a la biblioteca y tomó el Vesalio. Le impresionaba aquel colofón del volumen. El texto del
Discurso sobre la dignidad humana
de Giovanni Pico della Mirandola. En él se reproducían las palabras del Creador dirigiéndose a Adán, invitándolo a hacer uso del don más preciado: la libertad para culminar su forma, su propio destino. ¿Qué era todo lo demás, al lado de semejante desafío?
Agustín Sánchez Vidal
es catedrático emérito en la Universidad de Zaragoza, donde se doctoró con una tesis sobre Miguel Hernández y ha ejercido la docencia tanto en Literatura Española como en Cine y Otros Medios Audiovisuales.
Ha sido profesor invitado en varias universidades americanas y europeas, entre ellas las de Princeton y Nanterre (París X). Guionista de cine y televisión, ha colaborado con realizadores como Carlos Saura.
De sus más de cincuenta libros sobre literatura, arte y cine, cabe destacar
Buñuel, Lorca, Dalí: el enigma sin fin
, con el que obtuvo el Premio Espejo de España en 1988.
En 2005 debutó en la novela con
La llave maestra
, editada en una docena de países, a la que siguió, en 2008,
Nudo de sangre
, galardonada con el Premio Primavera de Novela ese año.
En 2011 fue galardonado con el Premio Internacional de Novela Histórica Ciudad de Zaragoza por su obra
Esclava de nadie
, publicada por la editorial Espasa.