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Authors: Agustín Sánchez Vidal

Tags: #Histórico

Esclava de nadie (38 page)

BOOK: Esclava de nadie
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—¿Vive?

—Lo entregué a un matrimonio natural de Alhama y La Laguna para que lo llevaran a Sevilla, donde regentaban un horno.

—¿Ha tenido más hijos?

—No.

—¿Y qué fue de su marido?

—Me enviaron unas cartas, comunicándome que había muerto en el hospital de Baza.

—¿Al presente sois, pues, casada o viuda?

—Hará quince meses me casé por segunda vez con María del Caño, hija de Francisco del Caño, vecino de Ciempozuelos.

—¿Dónde fue la boda?

—Nos desposó el cura de Ciempozuelos, y nos veló el teniente cura de Yepes.

—¿La acusada oye misa los domingos y fiestas de guardar y confiesa y comulga cuando lo manda la Santa Madre Iglesia?

—Así lo hago.

—¿Cuándo fue su última confesión?

—Esta Cuaresma próxima pasada.

—¿Con quién?

—Con Alonso Gómez, teniente cura de Villarrubia de Ocaña.

—Sígnese, santígüese y diga el paternóster, el avemaría, el credo y la Salve Regina.

Cuando hubo concluido, el inquisidor indicó al escribano:

—Conste que la acusada lo hizo y lo dijo en romance cumplido, sin que en ello se percibiera error ni duda.

—¿Sabe leer y escribir?

—Ambas cosas.

—¿Ha cursado estudios?

—No. Pero tengo libros de cirugía y medicina en romance y en latín.

Con independencia de que el secretario transcribiese puntualmente las preguntas y respuestas, el inquisidor Lope de Mendoza había ido tomando sus propias notas, para mantenerse en cada momento alerta sobre los puntos más dudosos en las declaraciones del reo.

Llegaba ahora el momento en que se otorgaba a los procesados la oportunidad de manifestar su caso, que tan revelador resultaba para conocer a las personas. Se había propuesto, por ello, no interrumpir su relato, sin cuestionarlo, contradecirlo o hacer otras preguntas que las imprescindibles para aclarar alguna confusión.

De modo que, dirigiéndose a Céspedes, le ordenó:

—Proceda esta confesante a explicar cómo pudo ser el casarse dos veces, una como mujer y otra como varón.

En ese momento, el secretario le hizo un gesto para que le concediera un respiro. Sabiendo que la relación de la acusada sería larga, quiso llamar al mozo de tintas para que lo proveyera, le afilase las plumas y trajera más papel.

Tomadas estas cautelas, se indicó a Céspedes que empezase.

—Como ya he dicho, a los quince años me casaron con Cristóbal Lombardo. No nos llevábamos bien y él me abandonó, dejándome preñada. Al morir mi madre di a mi hijo en adopción y me fui a Granada, donde permanecí como un año, sobre poco más o menos. De allí viajé a Sanlúcar de Barrameda, y luego a Jerez de la Frontera. Aquí reñí con un rufián llamado Heredia. Me prendieron porque le tiré una puñalada. Y cuando salí de la cárcel, por sus amenazas, determiné andar en hábito de hombre, dejando el de mujer que hasta entonces siempre había vestido. Así me trasladé a Arcos, asentándome como mozo de labranza.

—¿Y de qué nombre se valía la acusada?

—Sólo de mi apellido, Céspedes, sin usar el de pila.

—Proseguid.

—No estuve en ese empleo más de un mes, porque lo dejé y trabajé de pastor hasta que me prendieron, sospechando que era monfí. Cuando se entendió ser yo mujer, me soltaron con la condición de que sirviese a Juan Núñez, párroco de Santa María. En su casa estuve seis o siete meses, en que me despedí del cura por los enojos que tuve con él. Y como entonces se comenzaron a levantar los moriscos de Granada determiné ir a la guerra.

—¿Volvisteis, entonces, a vestiros de hombre?

—Sí, y a usar sólo del apellido Céspedes. De ese modo me asenté como soldado los tres años que duró la guerra, la mayor parte del tiempo en la compañía del duque de Arcos y el capitán Ponce de León. Tras ello me fui a Marchena, donde estuve poco más de dos años haciendo oficio de sastre. Y de allí viajé a otros lugares de Andalucía, hasta mudarme a Osuna y de allí a Madrid.

—¿Cuánto tiempo hará de ello?

—Hará unos doce años que me fui a la Corte.

—¿También como sastre?

—Sí, hasta que tomé amistad con un cirujano valenciano que me llevó a su casa por huésped y me comenzó a dar lecciones. Y las aprendí tan bien que a los pocos días curaba como el dicho cirujano.

—¿Cambiasteis, pues, de oficio?

—Al ver que éste me era de más provecho, dejé del todo el de sastre y comencé a usar el de cirujano, permaneciendo en el Hospital de Corte, asistiendo y practicando, algo menos de tres años. Al cabo de los cuales fui llamado a El Escorial. Y una vez en aquellas sierras comencé a curar públicamente durante más de dos años, hasta que me acusaron porque lo hacía sin haber pasado examen. Por lo que me fui a Madrid y saqué dos títulos, tanto para poder sangrar y purgar como para cirugía. Luego me llevaron a Cuenca, donde curé nueve meses.

Y de allí me vine a La Guarda para asentarme como cirujano dos o tres años. Hasta que por una pesadumbre que tuve me marché con una compañía de soldados que estaba de paso, curando a los heridos. Con ellos llegué a Pinto y de allí me fui a Valdemoro, permaneciendo unos dos años. Algunas veces iba a Ciempozuelos a curar. Y habiendo caído enfermo, me tomó por huésped el dicho Francisco del Caño, que ahora es mi suegro. Y tanto me regalaron y cuidaron en aquella casa que me aficioné a María del Caño, su hija, y ella de mí. Se la pedí por esposa a sus padres. Ellos dijeron que, si estaba de Dios, se haría.

Y así fue la boda por la que me preguntasteis.

Vio Lope de Mendoza ser ya tarde la hora y buen momento para cesar en la audiencia de la mañana. Necesitaba, además, digerir todo aquello para ir estableciendo los hechos. Por lo que procedió a levantar la sesión:

—Que la acusada sea devuelta a su celda, donde deberá pensar en la confesión de los delitos que se le imputan.

¿H
OMBRE O MUJER
?

E
n el segundo interrogatorio, el inquisidor Lope de Mendoza había decidido ir a tiro derecho al asunto que le obsesionaba: establecer el verdadero sexo del reo, y cómo pudo ser mujer durante tantos años para terminar ejerciendo de varón. Así, tan pronto entró en la sala, le ordenó:

—Prosiga esta confesante a partir de su compromiso y matrimonio con María del Caño, y vaya entrando en materia sobre las acusaciones que se le hacen.

Contó Céspedes las amonestaciones objetadas por la viuda Isabel Ortiz. También, los problemas surgidos en la vicaría de Madrid, que lo llevaron a Yepes, donde fue reconocido por ocho vecinos y dos médicos:

—En los dos meses y medio que allí paré en una posada me hice ciertos lavatorios con vino, alcohol y otros muchos remedios y sahumerios, para ver si podría cerrar mi propia natura de mujer. Quedó tan estrecha y arrugada que no me podían meter cosa ninguna por ella. Con estos documentos que me daban por varón volví a Madrid y los presenté ante el vicario.

Lope de Mendoza se había calado los anteojos para comprobar las declaraciones del reo ante el tribunal civil de Ocaña. Y vio que las de ahora eran mucho más precisas y ajustadas. Por de pronto, daba la impresión de que no iba a negar en ningún momento su sexo de mujer, tan patente en el proceso anterior. En su lugar insistía en que, además de dicho sexo, había tenido el de varón. Es decir, que era o había sido hermafrodita. Y que en el momento de la boda prevalecía su naturaleza de hombre. Razón por la cual pretendió cerrar sus partes bajas femeninas. Por tanto, no había incurrido en delito de sodomía al casarse con María del Caño.

El inquisidor invitó al reo a que prosiguiera su declaración, preguntándole:

—¿Dio el vicario por buenos los dichos documentos?

—Él quiso disponer de sus propios exámenes y designó para ello a dos médicos de la Corte, Antonio Mantilla y Francisco Díaz. Como certificaron ante el vicario ser yo varón cumplido, se me dio licencia para el matrimonio con María del Caño. Así vivimos en Yepes haciendo vida maridable. Hasta que por Navidad, por no haber cirujano en Ocaña, me trasladé allí. Donde se me denunció y fui detenido por mandato del gobernador.

Consideró de nuevo Mendoza aquella extraña coincidencia, a la que tantas vueltas le había dado. ¿Qué hacía Ortega Velázquez en Ocaña? Las perspectivas de Céspedes eran claras: mejorar su posición. Pero ¿y el antiguo auditor? ¿Por qué ejercía de juez en esa villa alguien que antes andaba por Granada? Se preguntó por sus connivencias con Jufre de Loaysa, hombre que no daba puntada sin hilo ni paso sin sacar algún provecho. ¿Cuál fue el reparto? ¿Repetir con los moriscos de aquel territorio el mismo expolio llevado a cabo en el sur? En semejante arreglo entre ambos gerifaltes, Céspedes debía de ser una presencia extremadamente incómoda. Y Ortega se la tendría jurada desde su encontronazo en la guerra de las Alpujarras.

En fin, aunque ésa fuese la cuestión de fondo en el anterior proceso civil, ahora debía centrarse en la que constituía el núcleo de la instrucción inquisitorial, el sexo del reo. De modo que dirigiéndose a él, y tras confirmar que había concluido la relación de su caso, le preguntó:

—¿Cómo es que, siendo la acusada mujer, pudo dar a entender a tantos médicos y testigos que era varón?

Ante las dudas que creyó percibir en Céspedes, el inquisidor hizo un añadido, para precisar:

—Quiero decir que no resultaría fácil engañarlos por más que disimulase su sexo y natura de mujer contrahaciéndola, arrugándola o apretándola con los lavatorios y sahumerios que al parecer hizo.

—Porque en realidad, y de verdad, soy y fui hermafrodita, con dos sexos o naturas, una de hombre y otra de mujer. Lo que pasó fue que durante el parto de mi hijo, con la fuerza para sacarlo, se me rompió un pellejo que yo tenía sobre el caño de la orina. Y me salió una cabeza del tamaño de medio dedo pulgar que en su hechura parecía miembro viril.

Al advertir que el tribunal persistía en su perplejidad, matizó:

—Digo tal porque cuando yo tenía deseo y alteración natural, sobresalía. Y cuando no, se enmustecía, recogiéndose.

—¿Y podía proceder como varón?

—Sí, por cierto. Y así sucedió cuando yo paraba en Sanlúcar de Barrameda, haciendo oficio de sastre.

Contó entonces sus amoríos con Ana de Albánchez, hasta sentir reparos por lo escabroso de los pormenores.

—Prosiga la confesante, pues son detalles que hacen al caso, y mucho —lo animó Lope de Mendoza.

—Como al principio me hacía daño, decidí visitar a un cirujano. Tomando un escalpelo de los que ellos usan, me dio una navajada en un pellejo que yo tenía, a modo de frenillo, saliendo un miembro de hombre de este tamaño…

Y extendió el dedo índice para dar idea de la longitud.

El secretario consultó a Lope de Mendoza sobre cómo debería dejar constancia de aquel detalle. Éste se inclinó hacia él y le dijo que trazara sobre el papel una línea igual de larga a la manifestada por la declarante. Luego recuperó su posición habitual para preguntar al reo:

—¿El miembro era sano y bien constituido?

—Estaba algo encorvado, como en arco. Pero con el corte del frenillo que hizo el cirujano quedó derecho, aunque un poco flojo en su fundamento.

—¿Tuvo la acusada acceso carnal a alguna otra mujer, haciendo oficio de hombre?

—A muchas.

Los miembros del tribunal se miraron entre sí, expectantes.

—¿Por ejemplo? —inquirió Mendoza.

—Especialmente una hermana del cura de Arcos al que serví, como tengo dicho. Se llamaba Francisca Núñez.

Al notar que los miembros del tribunal seguían pendientes de sus palabras, añadió:

—También tuve relación con su otra hermana, Catalina Núñez, que estaba casada.

—Prosiga, prosiga…

—Y con otras muchas en los lugares por donde anduve, que sería largo de contar.

Los miembros del tribunal se miraron entre sí, admirados. Mendoza se creyó en el deber de preguntar:

—¿Eran resabiadas o doncellas?

—De todo hubo, porque en la Corte tuve por amiga a Isabel Ortiz, que era viuda. Y a pesar de mantener relaciones con ella como hombre, jamás supo de mi otra natura, la de mujer.

—¿Y María del Caño?

—Mi esposa tampoco lo supo nunca.

—¿Cómo ha sido ello posible, entre casados que yacen en el mismo lecho?

—Es verdad que procuró muchas veces meter la mano en mis partes vergonzosas. Pero yo no se lo consentí.

—Cuando la acusada era mujer y se llamaba Elena de Céspedes, ¿tuvo cuenta con hombres?

—Nunca yací con otro que no fuera mi marido, Cristóbal Lombardo.

—¿Cómo es que tras haberse desposado con varón y habiendo parido se ha casado con otra mujer? ¿Acaso considera lícito que lo hagan dos de ellas?

—Al verme con miembro de hombre quise casarme por salir de pecado y no yacer con tantas mujeres, sino sólo con mi esposa. Ésa fue la razón, no por pensar que obraba mal, sino creyendo estar en servicio de Dios.

—¿Le seguía bajando la regla?

—Ya de moza me venía pocas veces, y muy escasa. Desde entonces siempre fue así, sin orden ni regularidad.

—¿Y al presente?

—Por mi natura y sexo me baja, como a las demás mujeres.

—¿Y el miembro de hombre que dice le salió?

Céspedes parpadeó, como si no entendiera la pregunta. El inquisidor insistió, incómodo:

—Pregunto a la acusada si le servía para algo más que aquella delectación que dice tenía con las mujeres.

—También para orinar por él como los demás hombres, porque estaba en el propio caño de la orina.

Aquí el inquisidor pareció de nuevo desconcertado. Se volvió hacia su compañero de tribunal y le consultó algo al oído. Tras ello, carraspeó para aclarar la voz y preguntar a Céspedes:

—¿Tiene la acusada al presente el dicho miembro de hombre y también el sexo de mujer?

—Al presente no tengo sino natura de mujer, pues el miembro de hombre me lo acabé de quitar en la cárcel cuando estuve preso en Ocaña. Antes de la pasada Navidad me dio un flujo de sangre por mis partes de mujer y por la trasera. Siguió luego un gran dolor de riñones. Y al fin empeoraron las llagas que tenía en la raíz del miembro, por andar montando a caballo. Salieron allí unas grietas por donde destiló sangre durante muchos días. Se me enmusteció el dicho miembro, volviéndose como de esponja. Y me lo fui cortando poco a poco. De manera que he venido a quedar sin él, terminándose de caer en la cárcel.

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