Esta es nuestra fe. Teología para universitarios

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Authors: Luis González-Carvajal Santabárbara

Tags: #Religión, Ensayo

BOOK: Esta es nuestra fe. Teología para universitarios
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Quienes tienen trato con el mundo universitario suelen constatar un profundo desconocimiento en materia religiosa en unas personas que, aunque no fuera más que por coherencia con su formación y cultura en otros campos, parece que también en éste deberían tener las ideas más claras. Mucho más cuando se confiesan cristianos, que no es algo tan infrecuente como algunos piensan. Este libro, subtitulado Teología para universitarios, presenta con absoluta seriedad —en modo alguno reñida con la claridad y el buen estilo— los capítulos básicos de la fe cristiana, saliendo al paso de las acusaciones de aburrimiento, ininteligibilidad y carencia de sentido para el hombre de hoy que suelen lanzarse en este terreno. Todos cuantos deseen informarse sobre el critianismo encontrarán en este libro las bases imprescindibles para un conocimiento actualizado del mismo: y los que deseen profundizar más hallarán pistas y bibliografía abundantes para proseguir su estudio. Unos y otros terminarán de leer el libro no sólo con un mayor conocimiento, sino también con la satisfacción de haber leído una obra bien escrita por un teólogo, profesor y universitario.

LUIS GONZÁLEZ-CARVAJAL es profesor en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia Comillas y Director del Departamento de Teología Moral

Luis González-Carvajal Santabárbara

Esta es nuestra fe

Teología para universitarios

ePUB v1.0

MatiaSanCar
21.09.12

ESTA ES NUESTRA FE. Teología para universitarios

Luis González-Carvajal Santabárbara, 1989 (13ª edición).

Diseño portada: Didot, S.A. - Bilbao

Editor original: MatiaSanCar(v1.0)

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Abreviaturas bíblicas
Génesis
Gen
Éxodo
Ex
Levítico
Lev
Números
Num
Deuteronomio
Dt
Josué
Jos
Jueces
Jue
Rut
Rt
Samuel
Sam
Reyes
Re
Crónicas
Cr
Esdras
Esd
Nehemías
Neh
Tobías
Tob
Judit
Jdt
Ester
Est
Macabeos
Mac
Job
Job
Salmos
Sal
Proverbios
Prov
Eclesiastés (Qohélet)
Qoh
Cantar de los Cantares
Cant
Sabiduría
Sab
Eclesiástico (Sirácida)
Sir
Isaías
Is
Jeremías
Jer
Lamentaciones
Lam
Baruc
Bar
Ezequiel
Ez
Daniel
Dan
Oseas
Os
Joel
Jl
Amós
Am
Abdías
Ab
Jonás
Jon
Miqueas
Miq
Nahúm
Nah
Habacuc
Hab
Sofonías
Sof
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Ag
Zacarías
Zac
Malaquías
Mal
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Mc
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Lc
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Hechos de los Apóstoles
Hech
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Rom
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Cor
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Gal
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Ef
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Flp
Colosenses
Col
Tesalonicenses
Tes
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Tim
Tito
Tit
Filemón
Flm
Hebreos
Heb
Santiago
Sant
Pedro
Pe
Judas
Jds
Apocalipsis
Ap
Teología para Mari Paz

Estás ante un libro de Teología; palabra que quizás te resulte extraña. La Teología no es nada más que la reflexión de un creyente que intenta comprender mejor su fe.

En el origen de este libro está Mari Paz. Ella tenía en aquel tiempo alrededor de diecisiete años y yo —que por entonces no era todavía sacerdote— era su profesor de Física. Un día, al salir de clase, hablando en medio de un grupo numeroso, dijo algo tan inusitado como que San José era Dios. Inmenso error motivado, según pude descubrir, porque hasta ese momento estuvo convencida de que el «Padre» de la Santísima Trinidad era San José. Yo intenté sacarla de su equivocación y le expliqué que San José fue, sin duda, muy buena persona, pero no tanto como Dios.

Estoy seguro de que por aquel entonces Mari Paz no había leído a Kant (ahora no lo sé), pero desde luego su reacción dio plenamente la razón al maestro de Kónigsberg cuando afirmó que «del dogma de la Trinidad, tomado literalmente, no se puede sacar absolutamente nada para lo práctico»
[1]
. Medio minuto después Mari Paz estaba hablando con el resto del curso del viaje de fin de estudios que proyectaban realizar a Palma.

A mí me maravilló comprobar que alguien pudiera descubrir que no es Dios aquel a quien había tenido toda la vida por tal sin que cambiara nada en su persona, necesitando tan sólo treinta segundos para tomar nota en su mente del dato correcto.

Yo estaba plenamente convencido de que las verdades de la fe pueden resultar algo «más interesante», y aquel mismo día hice propósito de escribir un libro como éste.

Desgraciadamente trascurrieron varios años hasta que pude cumplir mi propósito. En mayo de 1982 publiqué un primer borrador en Narcea, S.A., de Ediciones. Y quiero llamarlo así por seguir la sugerencia de la «Lógica de Port-Royal»: «Sería de desear que se considere a las primeras ediciones de los libros como ensayos informes que los autores proponen a los hombres de letras para conocer sus sentimientos; ensayos que luego, sobre las diferentes perspectivas que esos diversos pensamientos les mostrasen, ellos elaborarían de nuevo, para dar a sus obras toda la perfección de que son capaces».

De hecho el libro ha sido objeto ya de dos reelaboraciones a fondo —en la segunda edición y en la sexta—. Quien tenga la paciencia de comparar los sucesivos textos descubrirá, sin duda, que lo que tiene en las manos es «casi» otro libro.

El lector dirá si responde a la motivación que le dio vida. Yo, por mi parte, sólo puedo manifestar mi asombro por la rapidez con que se suceden las ediciones. Sé que están trabajando el libro en muchos cursos de C.O.U., en catecumenados juveniles e incluso en el postulantado de varias congregaciones religiosas; y conservo en mi poder cartas de agradecimiento llegadas desde los lugares más insospechados. Hasta del otro lado del Atlántico.

Una última advertencia: Habría resultado abrumador citar a pie de página todos los autores cuyas ideas, e incluso expresiones, he utilizado aquí. Se cuentan por centenares. Como reconocimiento general a todos ellos me parece de justicia decir que éste es «nuestro» libro. Aquello que escribió Pascal tiene en este caso perfecta aplicación:

«Los autores que, al hablar de sus obras, dicen: "Mi libro, mi comentario, mi historia, etc." recuerdan a esos burgueses con casa propia que no se les cae de la boca el "mi casa". Harían mejor diciendo: "Nuestro libro, nuestro comentario, nuestra historia, etc." teniendo en cuenta que por lo general hay más de los otros que de lo suyo en todo eso»
[2]

1
El pecado original

Rara es la guerra que no acaba produciendo «hombres-topo», es decir, personas significadas del bando perdedor que, por miedo a las represalias, se encierran de por vida en una habitación a la que una persona de confianza —la única que conoce su presencia— les lleva lo necesario para subsistir. Con frecuencia ocurre que treinta o cuarenta años después de la guerra uno de ellos es descubierto por casualidad, ¡y entonces se entera… de que no había ningún cargo contra él!

Pues bien, tengo la impresión de que algo parecido ha ocurrido con el dogma del pecado original. Su formulación tradicional —que en seguida vamos a recordar— aparece hoy tan vulnerable que muchos cristianos han hecho de ella una «doctrina-topo», arrinconándola vergonzantemente en el mismo trastero donde tiempo atrás se desterró a los reyes magos, a las brujas y a otros mil recuerdos infantiles.

No obstante, yo abrigo la esperanza de que si nos atrevemos a sacar a la luz del día la presentación que los teólogos actuales hacen del pecado original descubriremos —como en el caso de aquellos «hombres-topo»— que nuestros contemporáneos no tienen nada contra ella.

¿Un fatal error gastronómico?

Recordemos cómo describía un viejo catecismo el pecado original:

«El cuerpo de Adán y Eva era fuerte y hermoso, y su espíritu era transparente y muy capaz. Gozaban así de un perfecto dominio sobre la naturaleza entera», pero pecaron, y su pecado «ha dañado a todos los hombes, pues a todos los hombres ha pasado la culpa con sus malas consecuencias». «Este pecado se llama pecado hereditario porque no lo hemos cometido nosotros mismos, sino que lo hemos heredado de Adán». «La culpa del pecado original se borra en el bautismo, pero algunas de sus consecuencias quedan también en los bautizados: la enfermedad y la muerte, la mala concupiscencia y muchos otros trabajos».

Si fueran así las cosas, lo que ocurrió en el paraíso habría sido, desde luego, un «fatal error gastronómico», como dice irónicamente Michael Korda
[1]
. Pero debemos reconocer que esa interpretación suscita hoy no pocas reservas:

En primer lugar, dada la moderna sensibilidad por la justicia, parece intolerable la idea de que un pecado cometido en los albores de la humanidad podamos heredarlo los hombres que hemos nacido un millón de años más tarde. Quedaría, en efecto, muy mal parada la justicia divina si nosotros compartiéramos la responsabilidad de una acción que ni hemos cometido ni hemos podido hacer nada por evitarla. Se entiende que los genes transmitan el color de los ojos, pero ¿quién se atrevería a defender hoy la teoría de Santo Tomás de Aquino según la cual el semen paterno es la causa instrumental físico-dispositiva de transmisión del pecado original ?
[2]

También son muy serias las objeciones que nos plantea la paleontología. ¿En qué estadio de la evolución situaremos esa primera pareja que —según el catecismo— era «fuerte, hermosa, de espíritu transparente y muy capaz»? ¿En el estadio del
homo sapiens
, una de cuyas ramas sería el hombre de Neanderthal? ¿en el del
homo erectus
, al que pertenecen el Pitecántropo y el Sinántropo? ¿en el del
homo habilis
, reconstruido gracias a los sedimentos de Oldoway, o tal vez en el estadio del australopitecus? Es verdad que sobre gustos no hay nada escrito, pero cuando uno contempla las reconstrucciones existentes de todos esos antepasados remotos cuesta admitir la afirmación de los catecismos sobre su hermosura. Y en cuanto a su inteligencia… ¿para qué hablar? Después de Darwin parece imposible defender que los primeros hombres fueron más perfectos que los últimos.

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