—Estaba… Estaba pensando en ti. —Sofia continuó con su silencio—. Estaba pensando en cómo te he echado de menos. Pero no durante estos últimos días. Si no siempre. Estaba pensando en que podríamos ser felices, en lo bonito que sería ser una pareja cualquiera, incluso aburrirnos en un sofá, mano sobre mano, delante de la tele. Estaba pensando en lo bonito que sería discutir, decidir dónde ir de vacaciones, quizá no ponernos de acuerdo. Y en lo bonito que sería dejarte ganar… O no. —Sofia sonrió. Tancredi la vio desde lejos y continuó—: Estaba pensando en que tenías razón. He descubierto que Claudine no se mató por mi culpa y, dentro de lo que cabe, estoy más sereno. He perdido mucho tiempo. Para mí siempre ha sido muy difícil, pero al final he entendido que he tenido suerte… Te he oído tocar. —Sofia bajó la cabeza. Movió los pies con embarazo. Después continuó escuchando—. Pero lo más importante es que tengo ganas de amar, y tengo ganas de amarte a ti. —Sofia siguió con su silencio—. Te esperaré en el bar de debajo de la iglesia, donde nos conocimos, donde no quisiste ir a tomar algo la primera vez que nos vimos. Te esperaré esta tarde… Estaré allí desde las siete. Y durante toda la noche nos estará esperando un avión que nos llevará a donde tú quieras. —Sofia exhaló un largo suspiro. Y él entendió que era como si le hubiera dicho: «¿No quieres decirme nada más?» Entonces simplemente añadió—: Te quiero.
Y cortó la llamada.
Sofia se volvió sobre sí misma y regresó a casa.
Andrea se sorprendió al verla.
—¡Hola! ¿Ya estás de vuelta, tan pronto?
—Me he olvidado una cosa. —Se fue a su habitación y abrió un cajón, cogió el pasaporte y se lo metió en el bolsillo.
Cuando regresó al salón, Andrea estaba allí, feliz como nunca lo había sido.
—Mira… —Levantó las manos separándolas del andador, inclinó el peso hacia delante y dio un paso, luego otro y al final un tercero. Doblaba las piernas y las estiraba de nuevo—. ¡Puedo hacerlo! ¡Puedo hacerlo!
Pero, de repente, estuvo a punto de caerse. En el último momento, agarró el andador con las dos manos, se balanceó hacia delante, se sujetó con fuerza y logró recuperar el control de las piernas y mantener de nuevo el equilibrio.
Sofia sonrió.
—Muy bien, estás haciendo grandes progresos. Te estás adelantando a las previsiones.
—Sí, es increíble. Soy muy feliz. En fisioterapia también me lo dicen… —Hasta aquel momento, no se había dado cuenta de que Sofia lo miraba casi sin escucharlo, de que su rostro tenía una velada tristeza, pero, al mismo tiempo, una nueva luz. Y en aquel instante lo entendió—. ¿Vuelves a salir?
Sofia asintió con la cabeza. Luego lo miró, le sonrió, se acercó, le dio un beso en la mejilla y salió del salón. A Andrea le habría gustado preguntar: «Pero vas a volver, ¿no?»
No le dio tiempo, oyó que la puerta de casa se cerraba. Ella, que normalmente llamaba el ascensor, bajó por la escalera a toda prisa, como si quisiera escapar de aquella casa lo antes posible, como si todavía pudiera recapacitar y tal vez volverse atrás. No. Ya no.
Sofia salió corriendo a la calle e inspiró profundamente. Miró hacia arriba, hacia el cielo. Tenía los ojos llenos de lágrimas, pero era feliz. Se metió las manos en los bolsillos y empezó a caminar de prisa. Tenía que apresurarse.
Tancredi estaba en el bar, sentado a una mesa.
Se había tomado ya el segundo capuchino. Rascó la poca espuma que quedaba en el fondo y se la llevó a la boca. Estaba amarga, sabía al café que se escondía entre aquella espuma ya fría.
Miró el reloj. Eran las siete y veinte. Se estaba retrasando. Las mujeres casi siempre se retrasan. Entonces, sonó su teléfono. Lo cogió del bolsillo de la chaqueta y lo abrió, sin siquiera mirar quién llamaba.
—¿Diga?
—Hola… —Era su hermano Gianfilippo—. Quería decirte que he tomado una decisión importante. —Pero era como si Tancredi no lo oyera, como si estuviera distraído, como si no pudiera comprender el significado de aquellas palabras. Evidentemente no era la llamada que estaba esperando—. ¿Has entendido lo que te he dicho? ¿Te acuerdas de Benedetta, aquella chica que te presenté? Bueno, pues está esperando un bebé. No sabes lo feliz que soy. Creo que ya empezaba a pensar que no iba a suceder, que nunca tendría una vida así, con una familia y todo lo demás… —Gianfilippo oyó un extraño silencio—. ¿Tancredi? ¿Estás ahí? ¿Me estás escuchando?
Al final contestó:
—Sí. Te he oído. Y me alegro por ti.
Estuvieron charlando un rato más. Gianfilippo le contó que habían decidido casarse, que ya habían elegido la iglesia e incluso le preguntó si quería ser el testigo. Pero Tancredi estaba lejos.
Gianfilippo se dio cuenta.
—Bueno, te veo distraído. Te llamaré pronto…
—Sí, por supuesto. Me alegro, te veo muy feliz.
Después colgaron. Entonces Tancredi miró de nuevo el reloj. Las siete y veinticinco. Es verdad. Las mujeres siempre se retrasan. Pero ella no era una mujer cualquiera. A continuación, sin pedir la cuenta, dejó dinero en la mesa y se dispuso a salir.
Dos chicas que estaban sentadas al fondo de la barra lo miraron, impresionadas por su atractivo. Una de las dos le dijo algo a la otra y ésta se rio. Tancredi no hizo caso, se levantó el cuello del abrigo y salió. El viento agitaba los árboles. Varias hojas rojas que había por el suelo se alzaron en un débil baile, como si de pronto se hubieran puesto de acuerdo, e hicieron un breve corro, una especie de danza, antes de caer un poco más allá. Tancredi empezó a andar y se acordó de un octubre feliz, alrededor del fuego, con su madre, su hermano y su hermana. Comían castañas asadas. Cuando parecían estar listas, las sacaban de una sartén llena de agujeros con una larga pinza de hierro y las dejaban caer en un gran plato. Competían por ver quién las cogía en el momento justo, cuando ya no quemaban, cuando se podían comer.
—¡Ah, ésta todavía quema!
La castaña cayó de las manos de Gianfilippo y acabó en el suelo. Claudine la recogió rápidamente y sopló encima para limpiarla y enfriarla a la vez. Le dio vueltas entre los dedos, repasándola.
—¡No vale, ésa era mía! —Claudine levantó la mano justo a tiempo, antes de que Gianfilippo se la quitara—. ¡Mamá, no es justo!
—No os peleéis, hay muchas.
Entonces Claudine le quitó la cascara a la castaña y la mordió. Se comió la mitad. Estaba riquísima, dulce y caliente, en su punto ideal. Después se volvió hacia Tancredi. La estaba mirando. Le sonrió y, sin decir nada, se la metió en la boca. Tancredi cerró los ojos. Sí. Aquella castaña estaba riquísima. Fuera hacía frío. Era una preciosa tarde y delante de aquel fuego eran felices. Ingenuos y felices. Como a veces sólo se puede ser a esa edad.
Sofia oyó sonar el teléfono móvil. Lo apagó sin siquiera mirar quién era. A continuación, le quitó la batería y se lo metió en el bolso. Había llegado justo a tiempo. El tren empezó a moverse lentamente. Varias personas saludaron desde el andén a algún pasajero. Alguien lanzó un beso. El tren fue aumentando la velocidad poco a poco, salió de la estación y empezó a correr en la oscuridad de la noche. Sofia cerró los ojos y recostó la cabeza contra el respaldo. Al cabo de pocas horas llegaría a Milán y, desde allí, se reuniría con ella.
Cuando Olja lo supo, se volvió loca de alegría.
—¿En serio vas a venir a verme a Moscú?
—Sólo si a ti te parece bien.
—¡Pues claro! Serás mi invitada en la casa de la familia. Haremos una gira de conciertos por toda Rusia, desde Moscú a Vladivostok pasando por San Petersburgo y la isla de Ratmanov, ¡y de allí a Norteamérica!
Se echó a reír.
—Yo pensaba que iba a hacer turismo y tú sólo quieres hacerme trabajar…
—Tienes razón, entonces, cuando quieras, daremos conciertos, pero antes disfrutaremos de una buena temporada de vacaciones. Iremos a las termas de Kislovodsk, tomaremos las aguas de Narzan, el agua de la vida, hasta que hayas descansado. O podemos ir a una
banya
o, mejor, a la más importante de todas, a la de Sandunovskiye. Te atizaré de lo lindo con los
veniki
, como tiene que hacer una maestra con sus alumnas…
—¿Y qué son los
veniki
, maestra?
—Son ramas de abedul atadas.
Estuvieron charlando durante un buen rato, se rieron y bromearon sobre muchas otras cosas que pensaban hacer juntas. Después Sofia se fue a sacar el billete.
El tren viajaba a gran velocidad y ella se sentía serena, como hacía tiempo que no lo estaba. Miró por la ventanilla. Había anochecido y sólo se veía un gajo de luna y los campos que se alternaban con los grandes edificios. Todo pasaba a gran velocidad ante sus ojos. Después, el tren pasó por delante de un conjunto de viviendas. A través de una ventana iluminada, Sofia vio a una mujer que preparaba algo en la cocina. En el apartamento contiguo no se veía a nadie, sólo la luz de un televisor encendido. En el último balcón había un hombre; tenía los codos apoyados en la barandilla y fumaba un cigarrillo en la oscuridad. Un instante después, toda aquella gente ya no estaba. Los había dejado atrás. Ahora sólo había grandes colinas. Nunca había visto Rusia. Empezaría a tocar de nuevo. Tal vez volviera a enamorarse. Pero seguro que sería feliz. Era una segunda oportunidad. Su segunda oportunidad de vivir una vida bella.
Mientras escribía la novela, en más de una ocasión me encontré en la situación de escuchar en YouTube las piezas musicales que tocaban Sofia y sus alumnos. Son obras que me han acompañado durante meses y que al final han encontrado inexorablemente sus —por así decirlo— «mejores ejecutores». Me gustaría señalarlas:
Bach, Johann Sebastian
La Pasión según San Mateo
Erbarme dich
- Marilyn HorneIch will hier bei dir stehen
Invenciones a tres voces N.º 2 en do menor
, BWV 788 - Glenn GouldVariaciones Goldberg
, BWV 988 - Glenn GouldTocata en mi menor
, BWV 914 - Glenn GouldSuite inglesa en la menor
, BWV 807 - Ivo Pogorelich
Beethoven, Ludwig van
Sonata para piano, op. 109
- Daniel Barenboim
Chopin, Fryderyk
Vals en la bemol mayor, op. 64, N.º 3
- Tatiana Fedkina
Liszt, Franz
Après une lecture de Dante
- Lazar BermanDoce estudios transcendentales
- Boris Berezovsky
Mozart, Wolfgang Amadeus
K 457 - Sonata para piano N.º 14
- Alfred BrendelK545 - Sonata en do mayor
- Christoph Eschenbach
Pachelbell, Johann
Canon
- arreglos de Funtwo
Prokófiev, Sergéi
Concierto N.º 3 para piano y orquesta en do mayor
, op. 26 - Martha Argerich
Rachamaninov, Serguéi
Me gustaría dar las graciasPreludio en sol menor, op. 23, N.º 5
- Valentia LisitsaConcierto para piano y orquesta N.º 3, op. 30
- Olga Kern
Creo que un libro lo escribe sólo una persona, pero en realidad siempre son muchas las que intervienen. Tal vez algunas no se den cuenta y, sin embargo, están ahí. Espero no olvidarme de nadie. Todos los que me han ayudado, de una manera o de otra, a escribir o mejorar este libro han sido muy amables.
Un agradecimiento especial para Stefano Magagnoli. Sus consejos musicales me han acompañado a lo largo de toda esta novela, me han emocionado, divertido y hecho descubrir cosas que no conocía. De algún modo, me han hecho crecer.
Gracias también a Michele Rossi. Vino a Roma en cuanto leyó el libro y me transmitió todo su entusiasmo y su profesionalidad a la hora de ayudarme a mejorarlo.
Otro agradecimiento especial para Paolo Zaninoni, Marco Ausenda y Angela De Biaso. Es un placer trabajar con ellos. Cuando les conté esta historia, en seguida la acogieron con gran entusiasmo. Y esto es fundamental para volver a casa y empezar a escribir. Pero lo más importante es que nunca lo perdieron.
Gracias a Paola Mazzucchelli, con quien pasé horas al teléfono revisando el texto. Sin embargo, se me pasaron volando. Gracias a Gemma Trevisani, Caterina Campanini, Andrea Canzanella y Cecilia Nobili. Un agradecimiento especial a Maria Cardaci, que, con gran celeridad, compagina perfectamente los textos.
Gracias a Rosella Martinello y a su modo de inventar una campaña entusiasta y brillante. Sus ideas siempre tienen ese toque especial…
Gracias a Annamaria Guadagni, que sintonizó de inmediato con esta nueva aventura. También a Federica Fulginiti y a todo el Departamento de Prensa.
Le doy las gracias al Departamento de Ventas. Cuando presenté este libro en Milán, me escucharon con atención y sé que algunos de ellos apreciaron mi elección. A todos, gracias. Hubo algunos a los que no pude conocer bien, y lo lamento, porque todos son fundamentales. Se toman el libro en serio, y cuando es bueno, están tan contentos como si lo hubieran escrito ellos.
Mi agradecimiento a los libreros y a su tesón. Los imagino en sus tiendas, hablando con gente de todas edades, intentando encontrar una historia adecuada para cada uno, para que siempre se pueda seguir leyendo.
Gracias a Ked y, más concretamente, a Kylee Doust. He echado de menos tus apuntes escritos, pero he usado todos los que me diste de palabra. Tenías razón.
Un agradecimiento especial y profundo a Marco Belardi. A menudo, por la noche, cenando, le leía páginas de la novela. Su entusiasmo me ha hecho compañía durante este viaje.
También me gustaría dedicar un agradecimiento especial a todos lo amigos de Giuliopoli. El último verano pasé unos días realmente maravillosos en ese pueblo. Todas las mañanas daba un paseo y después me iba a escribir gran parte de este libro, y si hay algo bueno en él, estoy seguro de que mucho mérito lo tienen ellos. Gracias, Loreta y Romano.
Un agradecimiento especial para Mimmo Renzi. A veces viene a verme mientras escribo y entonces le digo que se siente frente a mí y le leo algún capítulo. Él cierra los ojos y escucha en silencio, con mucha paciencia, y no se duerme, porque cuando acabo siempre aporta alguna observación oportuna y útil.