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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

Estado de miedo (30 page)

BOOK: Estado de miedo
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La «sala del servidor» era poco mayor que un armario. Había hileras idénticas de procesadores desde el suelo hasta el techo, y el habitual techo de rejilla para el cableado. Contenía un ordenador maestro sobre una pequeña mesa de acero. Sanjong estaba allí apretujado con cara de frustración, al lado de un técnico de Weddell a su lado.

Kenner y Evans se quedaron fuera, en el pasillo. Evans comprobó satisfecho que ya era capaz de tenerse en pie. Estaba recobrando las fuerzas rápidamente.

—No ha sido fácil —dijo Sanjong a Kenner—. Aquí el procedimiento es dar a cada investigador de Weddell espacio de almacenamiento privado y también conexiones directas de radio e internet. Yesos tres tipos sabían cómo sacarle provecho. Según parece, el otro acompañante de Brewster era el experto en informática. En menos de un día desde su llegada, entró en el sistema como usuario raíz e instaló puertas traseras y troyanos por todas partes. No sabemos cuántos. Intentamos eliminarlos.

—También añadió varias cuentas de usuario fantasma —explicó el técnico.

—Unas veinte —aclaró Sanjong—. Pero esas no me preocupan. Probablemente son solo eso, cuentas fantasma. Si ese tipo era listo, y desde luego lo era, debió de darse acceso al sistema a través de un usuario existente, para no ser detectado. Ahora buscamos a todos los usuarios que hayan añadido una contraseña secundaria en la última semana. Pero este sistema no tiene muchas utilidades de mantenimiento. El proceso es lento.

—¿Y los troyanos? —preguntó Kenner—. ¿Cuándo se activarán? En la jerga informática un troyano era un programa de aspecto inocuo instalado en el sistema. Estaba diseñado para despertar en un momento posterior y llevar a cabo alguna acción. Debía su nombre a la manera en que los griegos ganaron la guerra de Troya: introduciendo un caballo enorme y presentándolo a los troyanos como un obsequio. Cuando el caballo estuvo dentro de las murallas de Troya, los soldados griegos que iban ocultos dentro salieron y atacaron la ciudad.

Un troyano clásico era el que instalaba un empleado descontento. Borraba todos los discos duros de una empresa tres meses después de ser despedido. Pero existían muchas variantes.

—En todos los que he encontrado, el plazo es corto —contestó Sanjong—. Un día o dos a partir de ahora. Hemos encontrado uno a tres días vista. Nada posterior.

—Tal como sospechábamos —dijo Kenner.

—Exactamente —convino Sanjong, asintiendo con la cabeza—. Lo tenían previsto para pronto.

—¿Qué tenían previsto? —preguntó Evans.

—El desprendimiento del enorme iceberg —respondió Kenner.

—¿Por qué tan pronto? Ellos aún habrían estado aquí.

—De eso no estoy muy seguro. Pero en cualquier caso el plazo venía determinado por alguna otra cosa.

—¿Sí? ¿Qué? —dijo Evans.

Kenner le lanzó una mirada.

—Hablaremos de eso más tarde. —Se volvió hacia Sanjong—. ¿Y qué hay de las conexiones de radio?

—Hemos deshabilitado todas las conexiones directas de inmediato. Y supongo que tú has hecho tu trabajo sobre el propio terreno.

—En efecto —contestó Kenner.

—¿Qué has hecho en el terreno? —preguntó Evans.

—Desconexiones aleatorias.

—¿De qué?

—Te lo diré después.

—Entonces, hemos sido redundantes —dijo Sanjong.

—No. Porque no podemos estar seguros de que no hay aquí alguien más que eche a perder nuestro trabajo.

—Me gustaría saber de qué demonios estáis hablando.

—Después —dijo Kenner, esta vez con mirada severa.

Evans calló, un poco dolido.

—La señorita Jones ha despertado y se está vistiendo —anunció MacGregor.

—Muy bien —dijo Kenner—. Creo que nuestro trabajo aquí ha terminado. Nos pondremos en marcha dentro de una hora.

—¿Para ir adónde? —preguntó Evans.

—Pensaba que eso era evidente —comentó Kenner—. A Helsinki, en Finlandia.

EN CAMINO
VIERNES, 8 DE OCTUBRE
6.04 H

El avión regresó a través de la cegadora luz matutina. Sarah dormía. Sanjong trabajaba en su ordenador portátil. Kenner miraba por la ventana.

—Muy bien —dijo Evans—, ¿qué desconectaste aleatoriamente?

—Las cargas cónicas —contestó Kenner—. Estaban espaciadas a una distancia exacta, cuatrocientos metros. Desconecté cincuenta al azar, en su mayoría del extremo este de la hilera. Eso bastará para impedir que se genere la onda permanente.

—¿Y no habrá iceberg, pues?

—Esa es la idea.

—¿Y por qué vamos a Helsinki?

—No vamos. Lo dije solo en atención al técnico. Vamos a Los Ángeles.

—Bien. ¿Y por qué vamos a Los Ángeles?

—Porque allí celebra el NERF el Congreso sobre el Cambio Climático Abrupto.

—¿Todo esto guarda relación con el congreso? Kenner asintió.

—¿Esa gente pretende que el desprendimiento de un iceberg coincida con el congreso?

—Exactamente. Esos sucesos forman parte de cualquier plan mediático de gran difusión. Se organiza un acontecimiento con un buen material visual para reforzar el contenido del congreso.

—Se te ve muy tranquilo al respecto —comentó Evans.

—Así son las cosas, Peter. —Kenner se encogió de hombros—,—. Las cuestiones ecológicas no salen a la luz pública por casualidad, ¿sabes?

—¿Qué quieres decir?

—Bueno, pongamos por ejemplo tu temor preferido, el calentamiento del planeta. La aparición de este fenómeno fue anunciada a bombo y platillo por un destacado climatólogo, J ames Hansen, en 1988. Prestó declaración ante una comisión conjunta del Congreso y el Senado encabezada por el senador Wirth de Colorado. Las comparecencias se programaron para junio a fin de que Hansen declarase durante una abrasadora ola de calor. Fue un montaje desde el principio.

—Eso no me inquieta —dijo Evans—. Es lícito utilizar una comparecencia oficial para despertar la conciencia del público.

—¿Ah, sí? Entonces estás diciendo que, desde tu punto de vista, no existe diferencia entre una comparecencia oficial y una rueda de prensa.

—Estoy diciendo que las comparecencias se han utilizado con ese fin ya muchas veces.

—Cierto —contestó Kenner—. Pero es incuestionablemente una manipulación. La declaración de Hansen no ha sido el único caso de manipulación mediática en el transcurso de la campaña de ventas del calentamiento del planeta. No olvides los cambios de última hora en el informe del Plee de 1995.

—¿El Plee? ¿Qué cambios de última hora?

—Las Naciones Unidas constituyeron el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático a finales de la década de los ochenta. Eso es el Plee, como sabes, un gran grupo de burócratas, y de científicos bajo el control de burócratas. La idea era que, como el problema incidía a escala mundial, las Naciones Unidas supervisarían las investigaciones sobre el clima y los informes específicos cada pocos años. En el primer informe de evaluación de 1990 se puso de manifiesto que sería muy difícil detectar una influencia humana en el clima, si bien a todo el mundo le preocupaba que pudiese existir. Sin embargo, el informe de 1995 anunció con convicción que en ese momento se daba una «influencia humana discernible» en el clima. ¿Lo recuerdas?

—Vagamente.

—Pues bien, la afirmación de que existía una «influencia humana discernible» se añadió al informe abreviado de 1995 cuando los científicos ya se habían ido a casa. El documento original decía que los científicos no podían detectar con certeza una influencia humana en el clima, ni sabían cuándo sería eso posible. Escribieron explícitamente: «No lo sabemos». Esa declaración se suprimió y se sustituyó por la afirmación de que en efecto existía una influencia humana discernible. Fue una modificación considerable.

—¿Eso es verdad? —preguntó Evans.

—Sí. La alteración del documento provocó en su día gran revuelo entre los científicos, manifestándose en un sentido u otro tanto los opositores como los partidarios de la modificación. Si se leen sus declaraciones y sus réplicas, es imposible saber con seguridad quién dice la verdad. Pero vivimos en la era de internet. Uno puede encontrar los documentos originales y la lista de modificaciones en la red y decidir por sí mismo. La revisión de las modificaciones al texto deja medianamente claro que el Plee no es una organización científica sino política.

Evans frunció el entrecejo. No sabía qué contestar. Sin duda había oído hablar del Plee, claro, pero desconocía en qué medida…

—Pero mi pregunta es más sencilla, Peter. Si algo es real, si es un problema auténtico que requiere intervención, ¿por qué tienen todos que exagerar sus afirmaciones? ¿Por qué tiene que haber campañas mediáticas cuidadosamente elaboradas?

—Te daré una respuesta sencilla —dijo Evans—. Los medios de comunicación son un mercado saturado. Se bombardea a la gente con miles de mensajes cada minuto. Es necesario hablar alto… y, sí, quizá exagerar un poco… si se quiere captar la atención del público. E intentar movilizar al mundo entero para que firme el Tratado de Kioto.

—Bien, consideremos ese punto de vista. Cuando Hansen anunció en el verano de 1988 que se había iniciado el calentamiento del planeta, predijo un aumento de cero coma treinta y cinco grados centígrados en las temperaturas a lo largo de la década siguiente. ¿Sabes cuál fue el aumento real?

—Sin duda me dirás que fue inferior.

—Muy inferior, Peter. El doctor Hansen hizo una sobreestimación del trescientos por ciento. El incremento real fue de cero coma once grados.

—Sí, pero aumentó.

—Y diez años después de su declaración, afirmó que las fuerzas que rigen el cambio climático se conocen tan poco que las previsiones a largo plazo son imposibles.

—No dijo eso.

Kenner dejó escapar un suspiro.

—¿Sanjong?

Sanjong tecleó en su ordenador: «Actas de la Academia Nacional de Ciencias, octubre de 1998».
[4]

—Hansen no dijo que las previsiones fuesen imposibles.

—Literalmente dijo: «Los factores que inciden en el cambio climático a largo plazo no se conocen con precisión suficiente para determinar el futuro cambio climático». Fin de la cita. Y argumentó que, en el futuro, los científicos deberían utilizar múltiples escenarios para establecer un espectro de posibles resultados climáticos.

—Bueno, eso no es exactamente…

—Deja de poner peros —atajó Kenner—. Lo dijo. ¿Por qué crees que a Balder le preocupan los testigos en el caso Vanuatu?

Por declaraciones como esta. Por más que intentes reformularla, es una clara admisión de conocimientos limitados. Y esta no es precisamente la única. El propio Plee ha hecho muchas declaraciones restrictivas.
[5]

—Aun así, Hansen cree en el calentamiento del planeta.

—Sí, así es —dijo Kenner—. Y en su predicción de 1988 se equivocó en un trescientos por ciento.

—¿Y qué?

—Pasas por alto las implicaciones de un error de esa magnitud —contestó Kenner—. Compáralo con otros terrenos. Por ejemplo, cuando la NASA lanzó el cohete que transportaba el Rover a Marte, anunciaron que el vehículo aterrizaría en la superficie de Marte doscientos cincuenta y tres días más tarde a las veinte horas y once minutos, hora de California. De hecho, aterrizó a las veinte horas treinta y cinco minutos. Eso es un error de unas cuantas milésimas por ciento. La gente de la NASA sabía de qué hablaba.

—Muy bien, sí, pero en algunas cosas es necesaria una estimación.

—Tienes toda la razón —dijo Kenner—. La gente hace estimaciones continuamente. Estimaciones de ventas, estimaciones de beneficios, estimaciones de fecha de entrega, estimaciones… A propósito, ¿tú haces una estimación de tu contribución a Hacienda?

—Sí. Trimestralmente.

—¿Con qué precisión debes hacer esa estimación?

—Bueno, no hay una regla fija…

—Peter, ¿con qué precisión, sin penalización?

—Quizá un quince por ciento.

—Así pues, si te desviases en un trescientos por ciento, ¿pagarías una multa?

—Sí.

—Hansen se equivocó en un trescientos por ciento.

—El clima no es una declaración de renta.

—En el mundo real del conocimiento humano —respondió Kenner—, un error del trescientos por ciento se considera indicio de que uno no comprende bien aquello que está estimando. Si tomases un avión y el piloto dijese que el vuelo era de tres horas pero llegases al cabo de una hora, ¿pensarías que el piloto estaba bien informado o no?

Evans suspiró.

—El clima es más complicado que eso.

—Sí, Peter. El clima es más complicado. Tan complicado es que nadie ha podido predecir el clima futuro con precisión. Pese a que se gastan miles de millones de dólares y cientos de personas lo intentan en todo el mundo. ¿Por qué te resistes a la incómoda verdad?

—Ahora los pronósticos meteorológicos son mucho más fiables —adujo Evans—, y eso es gracias a los ordenadores.

—Sí, los pronósticos meteorológicos han mejorado. Pero nadie intenta predecir el tiempo a más de diez días vista. Y sin embargo los creadores de modelos informático s predicen la temperatura con cien años de antelación. A veces incluso mil y tres mil años.

—Y lo hacen cada vez mejor.

—Posiblemente no —dijo Kenner—. Fíjate, el mayor acontecimiento en el clima global es El Niño. Este fenómeno se produce aproximadamente cada cuatro años. Sin embargo los modelos climáticos no pueden predecirlo, ni su fecha, ni su duración, ni su intensidad. Y si no es posible predecir El Niño, el valor predictivo del modelo en otras áreas es más que dudoso.

—Yo he oído decir que sí puede predecirse El Niño.

—Eso se afirmó en 1998. Pero no es verdad.
[6]
—Kenner negó con la cabeza—. La ciencia del clima todavía no ha llegado allí, Peter, así de simple. Algún día llegará. Pero aún no ha llegado.

CAMINO DE LOS ÁNGELES
VIERNES, 8 DE OCTUBRE
14.22 H

Pasó otra hora. Sanjong trabajaba sin cesar en el ordenador. Kenner permanecía inmóvil en su asiento mirando por la ventanilla. Sanjong estaba acostumbrado a eso. Sabía que Kenner era capaz de estar quieto y en silencio durante varias horas. Solo apartó la vista de la ventanilla al oír jurar a Sanjong.

—¿Qué ocurre? —preguntó Kenner.

—He perdido la conexión vía satélite a internet. Va y viene desde hace un rato.

—¿Has podido localizar las imágenes?

—Sí, eso no ha sido problema. Ya he determinado el lugar.

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