—¿En qué has sufrido, Viktor? Cuéntamelo.
Lanier notó que el rostro de Mirsky se ponía blando y comprensivo, y apretó la mandíbula con un escalofrío. Mirsky apoyó los brazos en los hombros de Garabedian.
—Cuéntamelo.
—Nada es como era entonces —le dijo Garabedian—. Nada volverá a serlo. Hay algo bueno y algo malo en eso. Parece que he vivido confundido, habiendo visto esto y regresado a las aldeas donde vivieron mis antepasados. Habiendo luchado contra el Hexamon, habiendo perdido...
—¿Sí?
Garabedian alzó las manos.
—Entramos en parajes envenenados. El suelo se había convertido en una serpiente. Nos mordió. Fuimos rescatados por ángeles del Hexamon. Se disculparon por no darnos nuevos cuerpos. Yo no podía ir a casa. No había nada allá. Me trasladé a Armenia... hoy la llaman Nueva Anatolia. Dicen que no hay naciones ni facciones, sólo ciudadanos. Cultivé el suelo y crié una familia. Murieron en un terremoto.
Lanier sintió esa familiar sensación de vacío en la boca del estómago.
No podíamos salvarlos a todos.
—Crié caballos. Me afilié a una cooperativa armenia de protección contra los turcos. Luego los turcos hicieron las paces, y luchamos juntos contra inmigrantes iraníes que cultivaban opio. El Hexamon intervino de nuevo, y nos rescató... Luego administraron a la gente algo que volvió inútil el opio.
Mirsky miró a Lanier.
—Una especie de respuesta inmunológica, bloqueadores... —dijo Lanier. Sabía muy poco sobre ese aspecto de la Recuperación. Mirsky asintió.
—Continúa.
—Ha sido una larga vida, Pavel. He sufrido y he visto muchas muertes, pero hasta ahora he olvidado gran parte del dolor. Y te veo a ti, tan joven. ¿De veras eres tú?
—No —dijo Mirsky—. No soy el mismo que conoces. He vivido mucho más tiempo que tú, Viktor. Yo también he visto muchas cosas, triunfos y fracasos.
Garabedian sonrió lánguidamente, meneando la cabeza.
—Recuerdo a Sosnitsky. Era un buen hombre. A menudo pienso que nos habría venido bien en Armenia. ¡Yo, un armenio, pensando eso de un ruso blanco! Todo se volvió del revés, Pavel, y así sigue. Yo odiaba a los turcos, ahora estoy casado con una turca. Es menuda y morena y tiene el cabello largo y gris. No es una chica de ciudad, como mi primera esposa, pero me ha dado una hija hermosa. Ahora soy granjero, y siembro cultivos especiales para el Hexamon.
Lanier pensó en los granjeros frants de Timbl, el mundo natal de los frants, atravesando sus campos, cultivando cereales biológicamente alterados para exportarlos a la Vía.
—¿Es lo que deseabas? —preguntó Mirsky.
Garabedian se encogió de hombros, sonrió irónicamente.
—Es un modo de ganarme la vida —dijo. Cogió la mano izquierda de Mirsky y le hundió un dedo lleno de cicatrices—. ¡Tú! Tú debes contarme cosas.
Mirsky miró a Lanier con expresión mansa.
—Esta vez lo contaré con palabras —dijo—. Garry, ahora debes regresar con los demás. Viktor, díselo a ser Lanier. ¿Soy Pavel Mirsky?
—Tú dices que no eres exactamente él —dijo Garabedian—. Pero yo veo que sí. Sí, ser Lanier. Es Pavel.
—Díselo al presidente.
—Se lo diré —dijo Garry. Mirsky sonrió.
—Ahora siéntate, Viktor, porque no creerás lo que le sucedió a este chico de ciudad de Ucrania...
Sólo una pequeña parte del debate del Nexo se llevó a cabo en tiempo real. Korzenowski y Mirsky respondieron preguntas y discutieron el problema en detalle dentro de una rama aislada del Nexo, en Memoria de Ciudad de Thistledown. Lanier «escuchó» el debate. Horas de argumentación e información se deslizaron en segundos.
El debate no fue tan extenuante como habría sido en una sesión abierta. Participaron geshels, neogeshels y todos los naderitas salvo los más ortodoxos. Duró tres días en total, pero pareció durar varios meses. No se pasó por alto ningún aspecto de la reapertura; ningún matiz quedó sin explorar.
Había propuestas de tal escala que Lanier sintió vértigo; un extremista —si se podía llamar extremista a un miembro del Nexo— quería abrir la Vía, limpiarla de jarts e impulsar la hegemonía humana, abriendo nuevas fuentes cada pocos kilómetros, consolidando anchas longitudes de territorio antes que los jarts u otras fuerzas pudieran expulsarlos. Algunos se burlaban de estos proyectos grandilocuentes; otros, presentando exposiciones de colegas de Korzenowski que habían residido en Memoria de Ciudad de los distritos durante decenios o centurias, sostenían que la Vía se podía destruir desde fuera, sin reabrirla.
Esto sugería dos posibilidades: primera, que quienes deseaban reabrir la Vía podían hacerlo sin riesgo de enfrentarse con los jarts; segunda, que si la Vía se reabría y los jarts eran derrotados, éstos podrían vengarse destruyéndola desde fuera. Mirsky, revelando un nuevo aspecto de su carácter y sus aptitudes, demostró por medio de matemáticas complejas —ecuaciones que desconcertaron incluso a Korzenowski— que esto era improbable.
El ruso parecía en su elemento durante el debate. El nivel de discusión estaba en general por encima de la comprensión de Lanier, aunque había realzado su mente con talentos prestados, un servicio que nunca había utilizado.
Pero Lanier intuía una cosa, quizá no tan obvia para los repcorps y los senadores. La reverencia por la Vía estaba profundamente arraigada aun en los que temían la reapertura. Ese mundo había sido su mundo; la mayoría habían crecido allí, y hasta la Secesión la mayoría no había conocido otra existencia. Aun en los momentos de más acaloramiento, el debate se inclinó rápidamente hacia un lado. La pregunta no era si había que reabrir, sino qué hacer una vez que la Vía estuviera nuevamente conectada con Thistledown.
Luego se celebró una reunión física para oír lo que recomendaría el Nexo al Hexamon. Además, se realizaría una votación para ver si debía elevarse el problema con recomendaciones del Nexo al Hexamon en su totalidad, o restringir la votación a la mens publica de Thistledown, o lanzar una campaña educativa en la Tierra y postergar la votación hasta que el proyecto se hubiera completado, lo cual llevaría años.
Lanier entró a solas en la Cámara del Nexo; Mirsky, Korzenowski y Olmy lo habían precedido para una discusión previa con el presidente. En la cámara no había nadie salvo dos repcorps que se comunicaban con pictografías. Lanier se quedó en el pasillo, extrañamente tranquilo. Aún no las tenía todas consigo, pero desde su confesión a Mirsky ya no sentía aquel torbellino interior, aquel agotamiento oscuro y confuso.
Horas antes había recorrido la ciudad de la tercera cámara yendo en tren a la biblioteca principal, donde antaño había pasado horas aprendiendo ruso, y donde Mirsky había resucitado después de morir en un atentado. Habían reactivado la biblioteca hacía treinta y cinco años; ahora era una instalación muy usada, y su planta enorme de píctores y asientos atendía a cientos de estudiosos corpóreos al mismo tiempo. Habían construido la biblioteca en la misma época que la cúpula del Nexo. Lo que otrora había parecido monumental, extraño e intimidatorio —dado que contenía la noticia de la muerte de la Tierra antes de que se hubiera producido— seguía siendo monumental, pero resultaba familiar y aceptable.
Su actitud hacia la nave estelar había cambiado. Pensaba que no le molestaría vivir unos años en Thistledown. La atracción más leve de la rotación del asteroide le sentaba bien; estaba tentado de hacer un poco de gimnasia. Las barras paralelas le habían ayudado a mantenerse en sus cabales cuando administraba la exploración de la Piedra. Mirando sus manos nudosas, hizo una mueca al pensar en lo que se había perdido.
Aún se resistía al rejuvenecimiento. Quería discutir las cosas con Karen, ver si sus vínculos no estaban del todo cortados.
Pero no la interrumpiría en una conferencia que era importante para ella. Además, aunque el debate parecía relativamente cerrado, no consideraba aconsejable hablar con aquellos que no participaban directamente en él.
Los miembros entraron en la cámara y se sentaron sin hablar ni pictografiar. En la cámara flotaba algo inefable:
historia
, pensó Lanier. Allí se habían tomado decisiones que habían alterado el destino de mundos enteros. Ahora se trataba de algo más que de mundos enteros.
Mirsky y Korzenowski entraron detrás de él y recorrieron el pasillo. Mirsky le sonrió a Lanier y se sentó al lado. Korzenowski los saludó y siguió adelante para sentarse junto al grupo de seis hombres y mujeres que estaban a cargo de la maquinaria de la sexta cámara.
El presidente y el ministro de la presidencia Dris Sandys entraron los últimos y se sentaron detrás de la esfera de testimonios.
El ministro anunció:
—La
mens publica
del Nexo ha votado la propuesta de los seres Mirsky, Korzenowski, Olmy y Lanier.
Lanier se sorprendió de que lo incluyeran entre los nombrados. Sintió un arrebato de nerviosismo y orgullo.
—Es hora de confirmar esta votación por medio de un plebiscito físico.
Lanier miró a los representantes y senadores, entrelazando las manos. No sabía cómo darían el voto. ¿Todos pictografiarían las decisiones, iluminando la cámara como un árbol de Navidad?
—Las recomendaciones finales de este Nexo, una vez determinadas en la
mens
del Nexo, ahora se deben confirmar con una votación en voz alta. Cada voz será reconocida e identificada por el secretario de la cámara; la votación se efectuará de inmediato. Miembros, ¿es vuestra decisión proceder con la propuesta básica de reabrir la Vía? Decid sí o no.
La cámara fue un caos de afirmaciones y negaciones. Lanier creyó detectar un predominio de negaciones, pero al parecer era debido a los nervios. El ministro miró al secretario, se sentó junto a la esfera de testimonios y el secretario alzó la mano derecha.
—El resultado de la votación es que sí. ¿Este Nexo recomendará abrir la Vía con el propósito de destruirla, como ha solicitado ser Mirsky?
Los miembros del Nexo votaron de nuevo, un coro de murmullos.
—El resultado de la votación es que no. La Vía debe mantenerse abierta. ¿Es decisión de este Nexo crear una fuerza armada con el propósito expreso de garantizar el uso de la Vía al Hexamon Infinito y sus aliados?
Las voces parecieron subir de volumen. Ahora Lanier no distinguía si predominaban las afirmaciones o las negaciones; la votación era muy reñida, y algunos repcorps y senadores se habían abstenido, inclinando la cabeza o reclinándose, el rostro tenso.
—El resultado de la votación es que sí. ¿Es decisión de este Nexo someter el asunto, con nuestras recomendaciones, a una votación plena del Hexamon Terrestre, incluidos la
mens publica
, y los votantes corpóreos de la Tierra?
De nuevo las voces sonaron al unísono.
—El resultado de la votación es que no. ¿Es decisión de este Nexo aceptar únicamente el voto de la
mens publica
de las siete cámaras de Thistledown y los dos distritos orbitales?
Otra vez.
Lanier cerró los ojos. Estaba sucediendo. Era posible que volviera a ver la garganta del Corredor, la Vía. Tal vez un día tuviera la oportunidad de saber qué había sido de Patricia Luisa Vasquez.
—El resultado de la votación es que sí. Se aceptará únicamente el voto de la
mens publica
de los tres cuerpos orbitales. Ser secretario, ¿concuerdan estos votos con la
mens
del Nexo?
—Así es, ser ministro.
—Entonces las recomendaciones quedan aprobadas y se inicia el proceso de votación. Mañana a esta hora se mandarán instrucciones a todos los ciudadanos de los tres cuerpos orbitales. Habrá una semana de investigación y reflexión individual, con toda la información y los testimonios presentados al Nexo a disposición de los votantes. A las veinticuatro horas del final de esa semana, todos los ciudadanos informarán a sus parciales de la mens publica, y transcurrirá otro período de veinticuatro horas antes de que se efectúe allí la votación. La decisión de los ciudadanos del Hexamon será ratificada por el Nexo al cabo de una semana, y la ejecución de las nuevas medidas será obligatoria para el Nexo, el presidente y el ministro de la presidencia. Está legalmente establecido que el presidente puede retrasar todo este proceso por lo menos un mes de veintiocho días. El presidente me ha informado de que no desea posponer el proceso. Por tanto, se levanta la sesión. Gracias a todos.
Un insólito pandemóniun estalló en la cámara. Los representantes y senadores emitían pictografías brillantes; algunos corrían a abrazarse, otros permanecían sumidos en un petrificado silencio. Un contingente de naderitas ortodoxos con ropa conservadora avanzó para reunirse con el presidente y el ministro al pie del estrado.
Mirsky se pellizcó la nariz.
—Esto no es bueno —murmuró—. He abierto la bolsa y han escapado los vientos.
—¿Qué harás? —preguntó Lanier.
—Pensar. ¿Cómo es posible que no los haya convencido?
—Durante tu viaje, tal vez hayas olvidado una cosa sobre los humanos.
—Obviamente. ¿Qué cosa?
—Somos unos hijos de perra redomados. Has venido a nosotros como un avatar. Tal vez les moleste recibir instrucciones de un semidiós, así como a la gente de la Tierra le molesta que la salven. Tal vez simplemente no te crean.
Mirsky frunció el ceño.
—Mis poderes físicos no son grandes. Vengo como un catalizador, no como un explosivo. Si fracaso, sin embargo, nos aguardan tiempos calamitosos.
Lanier sintió aflorar su viejo instinto.
—Entonces recurre al judo. Piensa en el poder que habrá que encauzar cuando se abra la Vía.
—¿Poder? —preguntó Mirsky con una mirada plácida.
—El caos social.
Tal vez no fuera una carga inútil, a pesar de todo, pensó Lanier. Un plan descabellado estaba tomando forma en su cabeza.
—Creo que deberíamos ir a ver a Suli Ram Kikura, con Olmy.
—Entonces estás pensando en algo interesante.
—Tal vez. Además necesito hablar con mi esposa. La Tierra ha quedado aislada de la decisión. Ya hay mucho resentimiento, y esto podría ser explosivo, aunque tú no lo seas.
Había mordido el hueso y no estaba dispuesto a soltarlo. La tensión hacía que le doliera el cuello. Se lo masajeó con una mano.
—Adelante, amigo mío —dijo Mirsky—. Este avatar respeta tu criterio.