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Authors: Greg Bear

Tags: #ciencia ficción

Eternidad (45 page)

BOOK: Eternidad
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¿Nada muere?

Todo muere. Pero aquello que todos nosotros tenemos de especial se salva... si la Mente Final tiene éxito. ¿Comprendes la urgencia de mi misión?

Lanier se acordó de todos los años de dolor y muerte, como si los viera expuestos en un álbum de imágenes tridimensionales. Todo muere... Pero la Mente Final estaba quemando galaxias en el comienzo del tiempo, para alimentar el esfuerzo de recobrar todo lo mejor de todas las criaturas que habían vivido. No sólo de los seres humanos, sino de todas las criaturas vivientes, de todas las cosas, en suma, que convertían la información en conocimiento, que aprendían y observaban y llegaban a conocer su entorno para modificarlo. Desde los microbios hasta la Tierra viviente: todos los niveles cosechados y codificados, seleccionados y ¡salvados!

Saboreó con deleite ese pensamiento, asimilando su significado: no la resurrección del cuerpo, no la salvación de cualquier individuo, sino la fusión y trascendencia de todo. Lo mejor de todos nosotros.

Pensó en su padre, muriendo de hemorragia cerebral en un coche aparcado en Florida. En su madre, muriendo de cáncer en un hospital de Kansas. En sus amigos, parientes, colegas y conocidos, inmolados instantáneamente en el horno de la Muerte, ese hálito abrasador que había barrido la Tierra. Sus logros, su coraje, su necedad y sus errores, sus sueños y pensamientos, cosechados como si pasara una trilladora, apartando el grano de las granzas de la muerte. La gente sencilla y la brillantes, las raudas aves del aire y las ovejas de las verdes praderas sombreadas por las nubes; peces y extrañas bestias del mar, insectos, gente, gente, gente, cosechada y salvada. ¿Era esto la inmortalidad, ser transformado de modo que la Mente Final pudiera recordar todo lo que eras?

Y no sólo la Tierra, sino todos los mundos de esta galaxia, y todos los mundos de esas galaxias llenas de vida; inmensos campos de billones de mundos, algunos inimaginablemente extraños. Descomunal no era la palabra para describir semejante empresa. A tal escala, el destino de la Tierra era menos que insignificante, pero la Mente Final era tan diversa y poderosa como para llegar a la Tierra y modelar la historia exquisitamente, concentrando lo eterno en lo infinitesimal.

Aun en su forma presente, le costaba aceptarlo, comprenderlo.

¿También me están cosechando? ¿Eso es lo que haces ahora... llevarme?

Seguimos caminos diferentes y tenemos una función diferente.

¿Qué somos, energía espiritual?

Somos como una corriente que usa los cauces ocultos por los cuales las partículas de materia y energía hablan entre sí, se dicen dónde están y qué son; sendas ocultas para los humanos en nuestros tiempos, pero accesibles para la Mente Final.

¿Adónde vamos?

Primero, a Thistledown.

58
Thistledown

Los testigos se congregaban detrás del centro de control de Korzenowski: el presidente, el ministro de la Presidencia, el director de Thistledown, los historiadores oficiales del Hexamon, Judith Hoffman, senadores y repcorps selectos.

Delante, a través de la cabina, un círculo de negrura se expandió hasta tocar los bordes de la séptima cámara, disipando los astros. En aquella oscuridad nadaban imágenes residuales del Sol, la Luna y la Tierra, cada vez más pequeñas y opacas.

Korzenowski abrió el enlace de prueba. Un punto de luz lechosa resplandeció en el centro de esa negrura sin dimensiones. Concentrándose en la clavícula, negándose a fijarse en otra imagen que no fuese la abstracción que le presentaba la máquina, Korzenowski «palpó» el enlace y exploró lo que había más allá.

Vacío. La vacuidad que rodeaba la falla; el brillo de un tubo de plasma.

La frecuencia de la luz hacía juego con la del tubo de plasma de la Vía.

Detrás de Korzenowski, el presidente Parren Siliom oyó el murmullo del Ingeniero:

—Está aquí.

Korzenowski interrumpió su trance el tiempo suficiente para pictografiar una instrucción a la consola que revoloteaba a sus espaldas. La misteriosa señal de Olmy atravesó el enlace abierto y bajó por la Vía.

—¿Está todo...? —empezó el presidente.

El punto de luz relampagueó en la oscuridad. Korzenowski sintió un temblor en la clavícula. El temblor pareció propagarse por todo Thistledown; frente a él aparecieron pictografías de advertencia; indicaban perturbaciones en la sexta cámara.

Korzenowski comprobó el enlace. La conexión era correcta.

Algo intentaba atravesar el enlace desde el otro lado.

Korzenowski volvió a concentrarse en la clavícula. Una fuerza se había insertado en el enlace, dispuesta a mantenerla abierta, una fuerza más vigorosa y compleja de lo que Korzenowski creía posible.

—Problemas —le pictografió a Parren Siliom.

Trató de cortar el enlace. El punto de luz permanecía, crecía. No podía reducir el enlace; sólo podía expandirlo, y no le parecía prudente hacerlo. Lo que había al otro lado deseaba una reapertura total, una nueva conexión con Thistledown.

Regresando a la simulación de la urdimbre que unía los universos, Korzenowski examinó el enlace desde muchos «ángulos», buscando una debilidad, algo que teóricamente tenía que existir. Podía explotar esa debilidad para desestabilizar el enlace, cerrarlo sobre aquello que intentaba atravesarlo.

Antes de que él encontrara esa debilidad, un deslumbrante borbotón de energía brotó del punto y atravesó la ampolla del campo de tracción del extremo del conducto. La ampolla chisporroteó y se desvaneció y todo giró en un viento instantáneo; otros campos de tracción titilaron frenéticamente mientras el aire salía del conducto.

Parren Siliom se aferró a la túnica de Korzenowski. El borbotón de energía los azotaba; incineró las paredes de roca y metal y se arqueó sobre los testigos hasta tocar la fallonave de plomo y volar su morro en pedazos. La fallonave se alejó del amarradero de tracción y se estrelló contra el aposento personal de Korzenowski, aplastándolo contra la pared humeante.

Korzenowski no podía respirar, pero eso no importaba. Cerró los ojos y buscó el defecto en los instantes expandidos de tiempo mejorado por las implantaciones. Sabía que ese defecto tenía que existir.

Parren Siliom perdió el equilibrio y salió disparado. Un campo de tracción de emergencia cerró la brecha. Las líneas refulgían furiosamente tratando de detener la pérdida de aire, escombros y personas. El presidente chocó contra la red y se aferró con fuerza.

Olmy se había estrellado contra una columna y se asía a ella desesperadamente; veía a la gente pasar volando. Judith Hoffman pasó dando tumbos envuelta en un campo de emergencia palpitante, y él intentó agarrarla. El campo disfuncional le quemó la mano, pero logró sostenerla y el campo los englobó a ambos.

Korzenowski, girando como una banderola arrancada por una ventolera, se mantenía en su sitio gracias al campo de tracción que conectaba la clavícula con la consola. Notó que su conciencia natural se desvanecía. Concentró todos sus pensamientos en los procesadores de las implantaciones. Vio un destello de irregularidad, una insinuación de inestabilidad, desde cierto «ángulo» del enlace. La implantación interpretaba aceleradamente el flujo de datos de la clavícula; el defecto «olía» a quemado, y dejaba un sabor resinoso en la mente.

La ráfaga amainó, pues la presión del conducto había descendido casi hasta igualar el vacío exterior; pero el torrente de energía que atravesaba el diminuto enlace con la Vía se estaba estrechando, como si buscara blancos más específicos. Aún no había acertado en ninguna persona, y se concentraba en las grandes máquinas, pero sus rizos y circunvoluciones se aproximaban peligrosamente al Ingeniero.

Korzenowski sentía el calor pero cerraba los ojos con fuerza, y no vio que el borde de su túnica se desintegraba con un fogonazo. Más campos de tracción lucharon para restaurar la integridad del conducto, y los campos de emergencia formaron esferas en torno de las personas restantes, pero todavía las azotaba la energía que brotaba del enlace.

El conducto se llenó de escombros giratorios, gente aturdida e inconsciente, volutas y espirales de humo; la fallonave suelta rodó y rebotó contra la pared, amenazando con aplastar los confusos remotos que se habían reunido en los flancos, aguardando instrucciones y el final del caos.

Korzenowski encauzó todas las energías de la sexta cámara por la clavícula, contra el efecto del enlace, procurando abrir una puerta prematura y arrasadora que obligara al enlace a cerrarse o crear una violenta contracción en la Vía.

En un momento de catastrofismo se preguntó si no se estarían enfrentando al poder de la Mente Final, como había vaticinado Mirsky; su intuición le decía lo contrario.

El enlace floreció como una rosa roja abriéndose, y los pétalos azotaron y royeron el casquete de la séptima cámara. Korzenowski vio todo esto por la clavícula, y luego detectó una sobrecarga de implantación. Si no se desconectaba, la implantación sería borrada, y quizá también parte de su mente natural.

Apartó las manos de la clavícula, pero el trabajo ya estaba hecho.

La rosa se encogió contra la negrura y las estrellas. El torrente de energía desapareció. El punto de luz, reduciéndose rápidamente, se esfumó con un parpadeo.

El viento que azotaba al Ingeniero cesó. Los campos de tracción se sostuvieron, y bombas enormes comenzaron a reemplazar el aire perdido en los últimos...

¿Cuánto tiempo había pasado? Korzenowski interrogó a su implantación.

Veinte segundos. Sólo veinte segundos.

Olmy se aseguró de que la inconsciente Hoffman no estuviera gravemente herida y pictografió instrucciones para que el campo de entorno se separara.

Se dirigió hacia la consola y hacia Korzenowski. El Ingeniero se apoyó contra su campo de emergencia, aspirando el aire con jadeos dolorosos.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó Olmy. El jart que llevaba dentro le dio la respuesta:
Defensas automáticas.

—Estaba a punto de preguntártelo —dijo Korzenowski—. Tu señal... —Se interrumpió y miró a su alrededor—. ¿Cuánta gente hemos perdido? ¿Dónde está el presidente?

Olmy miró a través del campo transparente que ahora sellaba el extremo norte del conducto. Vio objetos rutilantes volando hacia el exterior desde la séptima cámara, desde Thistledown. El campo de tracción que sostenía a Parren Siliom había fallado. Los remotos ya salían deprisa para capturarlo.

—Está allá fuera —dijo Olmy.

Korzenowski se encorvó, presa del agotamiento y la aflicción, desinflándose como un globo pinchado.

—Creo que la mayoría de los muertos son neogeshels —dijo Olmy—. Todos tienen implantaciones.

—Un desastre —suspiró Korzenowski—. ¿De esto es de lo que nos advirtió Mirsky?

—No creo.

—Jarts, entonces.

Olmy cogió el brazo de Korzenowski y lo apartó suavementede la clavícula.

—Muy probable —murmuró—. Ven conmigo.

El jart no intentó controlar sus actos. Korzenowski era tan importante para él como para Olmy. El Ingeniero desvariaba.

—Trataron de forzar una apertura completa del enlace. Quieren atacarnos. Quieren destruirnos.

Olmy preguntó al jart si era eso lo que querían.

Mientras no reciban la señal, ése será su objetivo.

Los gritos y gemidos se apaciguaron mientras los remotos médicos salían de sus puestos. Olmy guió a su mentor hacia una escotilla.

—Tenemos que hablar —le dijo—. Tengo algunas cosas que explicarte.

No sabía si había dicho las palabras voluntariamente o por orden del jart. ¿Acaso importaba?

El mensaje estaba enviado. Había sucedido algo que podía haber destruido la séptima cámara, el asteroide incluso. El contacto no era infalible, pero era fuerte.

El fracaso de Olmy estaba dando sus primeros frutos.

59
Ciudad Thistledown

En las cámaras del Nexo, el Ingeniero se plantó ante la esfera de testimonio. El ministro Dris Sandys ocupaba el asiento del Nexo, junto al asiento vacío del presidente. El ministro había escapado sin lesiones graves.

Judith Hoffman, magullada y agotada después de su odisea, estaba sentada en un banquillo especial para testigos, junto con otros que habían escapado relativamente ilesos. El resto de la cámara estaba vacío; aquel asunto incumbía únicamente al ministro, como presidente en funciones, según las normas de Emergencia.

Olmy estaba sentado junto a Judith Hoffman. El jart callaba en su interior, alerta pero discreto.

El ministro solicitó que se proyectara un informe de situación sobre muertos y heridos.

—El presidente —dijo con sequedad— se está reencarnando.

Ha habido un total de siete muertos y nueve heridos de gravedad, entre ellos los dos historiadores oficiales, dos repcorps, un senador y el director de Thistledown. No habíamos sufrido tantas pérdidas desde la Secesión. Afortunadamente, todos tienen implantaciones, y suponemos que sobrevivirán. ¿Puedes explicarnos qué sucedió, ser Korzenowski?

El Ingeniero miró de soslayo a Olmy. No habían tenido tiempo para la conversación que Olmy había prometido; remotos médicos se los habían llevado para examinarlos en cuanto entraron en la zona de operaciones. Desde entonces no habían estado solos.

—Abrí un enlace de prueba con la Vía. Algo intentó atravesar el enlace, e impedir que lo cerrara.

—¿Sabes qué era?

—Un arma jart, presumo.

El ministro lo miró de hito en hito.

—¿Es una conjetura?

—Vigías jarts a la espera de una oportunidad parecida. No sé qué otra cosa podría ser.

El ministro preguntó si los representantes de las fuerzas de defensa de Thistledown estaban de acuerdo. Así era. No había pruebas de lo contrarío.

—¿Será posible abrir otro enlace de prueba para corroborarlo?

—Sí —dijo Korzenowski—. Puedo abrir un enlace descentrado, abrir una puerta a cien kilómetros del extremo cerrado de la Vía. Con los escudos y protecciones apropiados, podemos efectuar un reconocimiento y cerrar la puerta.

—¿Hay probabilidades de que nos detecten?

—Muy pocas. Pero recomiendo que todo el mundo, salvo el personal esencial y las fuerzas de defensa, sea evacuado de Thistledown.

El ministro lo miró ceñudo.

—Sería una tarea abrumadora.

—Es esencial —declaró el jefe de las fuerzas de defensa—. Si deseamos reclamar la Vía y establecer una cabeza de playa, debe haber una zona de contención entre el frente de batalla y nuestros civiles.

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