—¿Estás convencido de que soy lo que aparento?
—No, no es eso. Pero acepto que eres aquello en lo que se ha convertido Ry Oyu.
El ex abrepuertas pictografió su aprobación. Korzenowski notó que ser Oyu no usaba ningún tipo de proyector, sino que las pictografías brotaban de la nada, un talento interesante de por sí.
—Tengo que pediros algo difícil a ti y a Olmy —dijo el abrepuertas.
—Sospecho que más bien será una orden.
—Preferiría convenceros a ambos de que esto es necesario.
—Yo estaba de acuerdo con Mirsky —dijo Korzenowski, sintiéndose vagamente culpable.
Al menos una parte de mí lo estaba—.
Respaldé sus esfuerzos.
Ry Oyu sonrió con picardía.
—Has puesto muchísimo empeño en reabrir la Vía.
No lo decía en tono de acusación, pero dado el estado mental del Ingeniero, y lo estrambótico de las circunstancias, no hacía falta que el abrepuertas le acusara directamente.
Korzenowski agitó una mano como para ahuyentar al abrepuertas.
—Cumplo mi deber con el Hexamon.
—¿No tienes otros motivos?
Korzenowski no respondió. Él no tenía otros motivos; algo teñía su personalidad como una mancha, pero no podía responder por ello.
—Contienes el duplicado del Misterio de una mujer muy singular. Yo mismo preparé la transferencia. Ahora estás trabajando para ella, ¿verdad?
—Si tú lo dices.
—Lo digo.
—Supongo que estoy trabajando para ella, sí. Pero lo que ella quiere no contradice mi deber.
—Un Misterio no es una personalidad completa. Cuando algo sale mal durante una transferencia (si también se copian motivaciones u obsesiones básicas), la mentalidad resultante no es un individuo responsable e integrado.
Korzenowski sintió una desesperación hueca.
—Me siento poseído —admitió—. He sido... empujado, obligado... —No pudo terminar.
—No te angusties. Todo puede ser para bien. Korzenowski quería apartarse, considerar la posibilidad de renunciar a sus deberes y designar a alguien que fuera responsable.
—Puedes usar la brillantez de esa mujer, lo que tienes de ella —sugirió Ry Oyu mientras salían del laberinto. El abrepuertas saludó a Olmy, quien aceptó su presencia sin comentarios.
—Nadie se sorprende de verme —observó agriamente el abrepuertas.
—Es temporada de milagros —dijo Olmy con una extraña inflexión en la voz. Tranquilo por fuera, atormentado por dentro. Korzenowski se preguntó qué lo impulsaría a él.
—¿Ambos os habéis confiado vuestros problemas? —preguntó Ry Oyu.
—Yo no le he confiado nada —dijo Olmy—. Pero supongo que no tenemos secretos para la Mente Final.
—Yo no iría tan lejos, pero es obvio que ha llegado el momento de hablar largo y tendido.
Korzenowski pensó que Olmy parecía por lo menos tan poseído como él.
—Este lugar es tan seguro como cualquiera —sugirió—. No hay monitores ni remotos. Podemos pictografiar en haces estrechos.
—Hablar será difícil —dijo Ry Oyu—. Es hora de terminar con estos disparates. Sospecho que la actitud de Mirsky no fue suficientemente firme, o suficientemente perversa. Tengo una propuesta para ambos; es algo que podría resolver todas nuestras dificultades, aunque no las del Hexamon. La Tierra y el Hexamon tendrán que aprender a convivir. ¿Estáis dispuestos a escuchar?
—Soy obediente —dijo Olmy, aún más tenso—. ¿Eres de mando descendiente?
—¿Qué significa eso? —preguntó el Ingeniero. Se sentaron en un círculo de bancos de piedra rodeados de rosales.
—Tú no eres el único que está poseído —dijo Ry Oyu—. Es hora de que ser Olmy se explique y de que yo presente mi propuesta.
No había habido nada igual desde la Secesión. Los cuatro millones de habitantes de Thistledown eran evacuados de las cinco cámaras pobladas del asteroide con todos los vehículos disponibles en las inmediaciones de la Tierra y la Luna. Aun con diez mil lanzaderas de todos los tamaños y capacidades, la evacuación se realizó lentamente y hubo mucha oposición.
Estallaron luchas entre las diversas facciones que se habían establecido en Thistledown.
A lo largo de las últimas cuatro décadas, Thistledown se había convertido en baluarte y centro neurálgico del Hexamon, al asumir muchas de las funciones que antes tenían los distritos orbitales, considerados mucho más vulnerables. Transferir estas funciones era una tarea ímproba, apenas simplificada por la capacidad del Hexamon para mover montañas de datos en paquetes muy pequeños.
Olmy permaneció en el túnel de la primera cámara, envuelto en un campo de entorno, observando el paso ordenado de las lanzaderas. Cuatro lanzaderas estaban fuera de servicio y, a medida que se abrían brechas en aquel caudal permanente, eran trasladadas al taller de reparaciones, bajo las cubiertas rotativas. Cuatro de diez mil... La tecnología del Hexamon aún era maravillosamente eficiente en ciertos campos.
El maestro de Olmy presenció estos actos sin comentarios, dejando a Olmy por el momento para seguir la rutina previamente acordada de colaborar en la evacuación y preparar en secreto el robo de una fallonave.
Había hecho su confesión, y Korzenowski la había recibido con rostro dolido. Pero la diferencia entre el fracaso, la derrota, y el sometimiento a una autoridad más elevada que todos ellos, era ahora bastante borrosas.
Olmy había descargado algunos de sus lastres. Ahora soportaba un peso aún mayor: sabía que, aunque el jart no lo dominara, él tomaría las mismas decisiones, trazaría los mismos planes, y se opondría a la voluntad de los dirigentes del Hexamon y de la mens publica.
Algunos dirían que eso lo convertía indefectiblemente en traidor, no sólo en un soldado tonto y derrotado.
Korzenowski hizo sus preparativos nueve horas antes del siguiente enlace, esta vez sin su túnica roja ceremonial. Llevaba un mono negro, más informal, más adecuado para la aventura —o desventura— en la que pronto se embarcarían. Mientras asimilaba los informes de remotos y parciales automáticos, todos los cuales decían que la maquinaria de la sexta cámara y los proyectores funcionaban bien, su mente natural cedió a las divagaciones.
Recordaba claramente los primeros años, después de la primera apertura, cuando inestabilidades inesperadas amenazaron cuatro veces con un colapso total. Habían sido tiempos muy difíciles, cuando el Hexamon no sólo se había enfrentado a esta creación pasmosa y temperamental, sino a la amenaza de los jarts.
Al principio habían permanecido en tablas. Ni los jarts ni los humanos sabían nada sobre sus rivales. Los jarts habían rechazado todo intento de comunicación. Los primeros ataques de los jarts —incursiones destinadas a infligir daños— habían sobrevenido después de la primera crisis de inestabilidad. La séptima cámara había sufrido averías menores. En esos tiempos, Korzenowski había temido que el daño a un nodo proyector sepultado pudiera causar contracciones desastrosas en la Vía.
Sus temores eran infundados. Pero, por otro medio, esa contracción o pliegue sería la técnica que él usaría dentro de poco —tal vez veinticuatro horas— para iniciar el desmantelamiento de la Vía. El pliegue, si estaba bien formado, podía ser acelerado «a lo largo» de la Vía en el superespacio, haciendo que la Vía se enrollara, se anudara, formara fístulas y al fin se desintegrara.
«Rollo» y «nudo» significaban algo muy diferente cuando se aplicaban a dimensiones tan elevadas. Korzenowski había deducido qué aspecto tendría esa onda destructiva desde dentro y desde fuera de la Vía. Aunque la Vía se intersecaba con una cantidad infinita de puntos en el espacio y en el tiempo —y con una infinidad más pequeña de puntos en otros universos—, cada intersección no era en sí misma eterna, de duración infinita.
Cada puerta abierta tendría una existencia finita, no mayor que la duración total de la existencia de la Vía tal como se medía internamente; ninguna puerta podía existir más tiempo que la Vía misma. La cantidad total de puertas que se podían abrir en la Vía era enorme, pero no infinita; la Vía no podía dar acceso a todos los puntos posibles de intersección.
La onda destructiva tardaría años, tal vez siglos, en completar su tarea dentro de la Vía. Gran parte de la Vía quedaría como un acordeón al desplazarse el pliegue, y una cantidad de fístulas —interconexiones entre distintos segmentos— espontáneas cerrarían largos tramos, creando rizos cerrados. Las fístulas se duplicarían y se conectarían entre sí, cortando los segmentos rizados y dejándolos flotar a la deriva.
Cuando el pliegue hubiera completado su viaje por la Vía, sólo quedaría una cola, conectada al «globo» del universo abortado mencionado por Mirsky.
Todo esto, que ni siquiera él acertaba a comprender del todo, se reflejaba en el carácter de los segmentos distantes de la Vía tal como los había visto Ry Oyu antes de la Secesión. Si Ry Oyu —o Patricia— hubieran sospechado semejante improbabilidad, habrían visto los efectos de inmediato.
Korzenowski terminó de recibir los informes y se retiró a su habitación esférica dentro del conducto. Cerró los ojos, sumiéndose en la contemplación y una profunda melancolía que no era del todo desagradable.
No tenía nada que perder, pero también lo perdía todo. No tenía hijos, salvo el Hexamon mismo. Habiendo muerto una vez, no temía la extinción. Lo que temía era transgredir límites.
Al crear la Vía ya se había entrometido en la vida de seres muy superiores a los humanos. Que ellos no le guardaran rencor era algo digno de ser tenido en cuenta; quizá fuera una muestra de su superioridad. O era posible que toda emoción y toda descripción de la situación —incluso las proyecciones de Mirsky— fueran simplificaciones burdas, aptas para mentes limitadas.
Ahora traicionaba su deber el Hexamon para enmendar esa transgresión de límites. ¿El Hexamon tendría flexibilidad e ingenio suficientes para prescindir de la Vía para siempre?
¿Intentaría construir otra? ¿Qué lo detendría?
En todas las exploraciones realizadas con la clavícula, en todas las exploraciones de todos los abrepuertas de la historia de la Vía, nunca habían hallado una construcción semejante, al menos en aquel universo. Pavel Mirsky había insinuado que existían construcciones artificiales semejantes a la Vía en otros universos, pero en aquél no se podía construir otra.
Korzenowski era consciente de sus aptitudes, pero no dudaba de que otros estarían a su altura. No había logrado hallar un método para abrir puertas sin una construcción intermedia como la Vía. Tal vez otros lo habían logrado, y eso explicaba la falta.
Otra posible explicación del singular carácter de la Vía era la interferencia de las fuerzas de las que Mirsky y Ry Oyu eran los representantes más diminutos. ¿Pero por qué esas fuerzas permitirían siquiera una Vía, si los efectos eran tan perniciosos?
Si seguían el plan de Ry Oyu y tenían éxito —el riesgo parecía enorme—, era posible que la Mente Final, aquello que el jart de Olmy llamaba mando descendiente, les diera una explicación.
El Misterio de Patricia Vasquez callaba dentro de Korzenowski. El plan de Ry Oyu tenía en cuenta las necesidades de Patricia.
Antes de aceptar su puesto en Christchurch, Karen se aseguró de que la mentalidad de su hija recibiera el mejor cuidado posible. El equipo requerido para expandir la mentalidad de Andia no estaba disponible en Nueva Zelanda; debido a la evacuación y a la confusión reinante en la Tierra, no estaría disponible en semanas. Eso retrasaría la reencarnación de Andia, e impedía que Karen hablara con ella. Por el momento, sólo podía trabajar y armarse de paciencia.
La confusión le resultó favorable, en cierto sentido; nadie pudo pensar de qué acusarla, ni siquiera Ras Mishiney, que recibió la noticia de la muerte de Lanier con rabia apenas disimulada. Lo más conveniente para él era ignorarla, dejar que se sumara al esfuerzo de la evacuación. Incluso podía ganar cierto capital político haciendo pública su dedicación a las obligaciones a pesar de la tragedia.
Cuando los distritos orbitales estuvieron totalmente llenos, se instalaron campamentos cerca de los centros urbanos tecnológicamente más sofisticados de la Tierra. Los mejores centros podían ofrecer Memoria de Ciudad y la tecnología avanzada que los ciudadanos del Hexamon necesitaban para el mantenimiento diario. Como flores de invernadero, pensó Karen. Igual que todos los seres humanos, pero en mayor medida.
La asignaron a los campamentos que estaban construyendo en torno de Melbourne, para actuar como enlace entre los administradores nativos y los funcionarios de evacuación de los distritos orbitales. Día tras día fue limando asperezas, mejorando la comprensión y cerciorándose de que los resentimientos de los viejos nativos no obstaculizaran los progresos. De noche, exhausta, dormía en un habitáculo esférico, soñando con Garry y con Andia de niña. Y con Pavel Mirsky.
En esos breves períodos de descanso lloraba cuando no dormía, y se quedaba como de piedra en el catre, con el rostro rígido, tratando de analizar sus emociones. A pesar de su separación emocional y sexual, nunca había dejado de confiar en la presencia de Garry, o al menos en la certeza de que contaba con él.
Agradecía el caos y el trabajo. Sospechaba que su pesadumbre era mayor y más agobiante que si ella y Lanier se hubieran llevado siempre bien; no podía librarse de la idea de que, con unos cuantos meses más, habrían estado tan unidos como antes.
El mundo cambiaba de nuevo. Karen disfrutaba del desafío del cambio, pero no podía dejar de pensar en el gran trabajo que habría hecho con Garry a su lado. ¡Cuántos problemas habrían resuelto, y con qué estilo!
Empezaba a restañar las heridas del pesar idealizando los buenos recuerdos y ocultando los malos. Al principio se resistió contra esos pequeños engaños, pero luego cedió para superar el dolor.
Los campamentos estaban casi terminados al final de la semana. Ya llegaban lanzaderas de las que desembarcaban los evacuados.
Después del mediodía del último día de la semana, Karen escaló el flanco de un cerro cubierto de chaparrales; llevaba un bocadillo y una botella de cerveza. Miró lo que antaño había sido un extenso parque. Cientos de máquinas del Hexamon —no mayores que camiones— habían planeado, diseñado y producido refugios de emergencia, creando lo que en pocos días serían comunidades autónomas y funcionales.