—¿Qué pasará cuando regresemos? —preguntó el consternado Atta a voz en grito. Extendió las manos y se frotó las sienes con los dedos—. ¿Qué ha ido mal?
La pregunta quedó sin respuesta. Como habían acordado, no se comunicaron por radio y se mantuvieron a cinco o seis parasangs de la costa.
Rhita ya no soportaba la presión en la vejiga. Se inclinó, le indicó a Oresias que alzara una orejera y le murmuró algo. Él no podía oírla.
—Tengo que orinar —gritó Rhita. El explorador levantó una ceja y apuntó hacia atrás, donde un tripulante orinaba en un recipiente de metal.
—Hay una cortina.
Rhita asintió. No era algo tan vergonzoso para una ex gynandros... lo que Patrikia llamaba un marimacho. Cuando terminó, siguió las indicaciones de un letrero y vertió el contenido del recipiente en un embudo del suelo. Según parecía, caería de la nave-abeja al mar; su lluvia personal.
Al fin se acostumbró al ruido y comió fruta seca y nueces: bebió vino diluido en agua. Uno de los tres tripulantes les entregó paquetes de plástico de aceite de oliva, diciéndoles:
—Es por vuestra salud. Tomadlo.
Rhita miró el portaequipajes y vio que la clavícula estaba bien sujeta. Trató de convencerse de que la expedición estaba en marcha y de que no tenía sentido lamentarse; sin embargo lo lamentaba.
Al cabo de una hora su actitud comenzó a cambiar. Se había habituado a las sacudidas y al estómago revuelto. Mirando por la ventanilla y viendo el aire despejado de la costa —y, al suroeste, la bruma que cubría el delta— obtuvo una nueva y estimulante perspectiva. Escuchó mientras Oresias y Jamal Atta establecían el rumbo a seguir con el kybernétés, que había dejado la nave a cargo de su ayudante. Atrás y a la derecha volaba la segunda nave, siguiendo el mismo curso.
El kelta y los guardias de palacio se tomaban la situación con una tranquilidad estoica. Rhita pensó que seguramente había una especie de competencia entre ellos. El primero que demostrara inquietud perdía.
Demetrios ya no tenía un aspecto tan ceniciento, pero era evidente que estaba abatido. Rhita se desabrochó el cinturón para acercarse. Le tocó las orejeras y él levantó una.
—Hagamos una competición —dijo de buen humor.
—¿Qué clase de competición? —gritó él.
—El primero en demostrar tener miedo, un mareo o abatimiento pierde. —Rhita miró a los guardias y al kelta y sonrió—. ¿Hecho?
—Hecho —dijo Demetrios, sonriendo a su vez—. Pero ya he perdido.
—Empezamos ahora. A calmarse. Atta los miró con desaprobación.
—¿Dónde estamos? —le preguntó Rhita, acercándose a los tres y aferrándose a un portaequipajes. Ahora su valentía parecía ilimitada.
—Al oeste de Gaza —dijo Oresias—. Vamos muy bien. Estamos siguiendo la ruta de Alexandros, en cierto modo. Haremos escala en Damaské para cargar combustible, luego en Bagdadé. Después seguiremos hasta Raki por debajo del mar Kaspio, donde nos seguirá un aerotanque. Cargaremos combustible en el aire sobre la República Hunnos, y a las dos estaremos en ese lugar de las estepas. Espero que las provincias aliadas nuestras respeten su juramento de lealtad a la reina.
Ahora el ruido de los motores equivalía a seguridad para Rhita. Durmió una hora, soñando con extensiones arenosas, y descubrió que habían cruzado loudaia y se aproximaban a Damaské. La arena, las rocas y las montañas secas pasaban por debajo como un pastel enorme recién salido del horno. Rhita pensó en caravanas y en viajes de días; en gente muriendo de sed y cavando pozos en busca de agua. Eso era romántico.
Sobrevolarlo todo como el pájaro de un dios era irreal.
En el pastel horneado que era el desierto apareció un retazo verde, extendido sobre la arena como pintura derramada. Rhita olió Damaské antes de verla; percibió un olor a vida, agua y vegetación que le hizo erguir la cabeza y abrir las fosas nasales con gusto. Demetrios y Oresias estudiaban los mapas; el mekhanikos se estaba poniendo al día. Rhita se preguntó cómo se sentiría si la hubieran reclutado por la fuerza, como a Demetrios. Pero yo fui reclutada por la fuerza, se recordó. Mi abuela me escogió. Se aflojó el arnés y miró por una ventanilla.
Damaské alardeaba de ser la ciudad más antigua del mundo. Un siglo antes las excavaciones de Jericó habían desafiado ese alarde, pero Jericó era una comunidad mucho más pequeña, apenas una aldea; Damaské había sido una auténtica ciudad durante milenios. Era el mayor centro comercial de Syria, rodeado de huertos y campos; zigurats de vidrio y acero se elevaban en el barrio judío y el barrio horio, y la fortaleza de piedra maciza persa dominaba el sur de la ciudad; al sur se extendía el aeródromos civil internacional de El Zarra.
Atta regresó de la cabina del kybernétés y anunció que aterrizarían en los alrededores de El Zarra para reponer combustible.
—Espero enterarme de las noticias, si hay alguien que hable.
Sacudió la cabeza con desánimo.
La nave-abeja descendió y se aproximó al aeródromo a la altura de las copas de los árboles. Rhita olió dátiles y humo de excremento de camello, y sonrió a pesar de la tensión. Nunca había estado en esos lugares. Si sobrevivía, sería una joven de mucho mundo.
La nave se posó en una pista de hormigón, cerca de unos maltrechos furgones de combustible. Hombres cansados y sucios de polvo se aproximaron a las dos naves, arrastrando mangueras largas y planas color arena. Esperaron a que las hélices dejaran de girar y llevaron las mangueras a pocos pasos de las portezuelas. Oresias abrió la suya y bajó de un salto, seguido por Atta, los guardaespaldas y Demetrios. El kelta suspiró y sacudió la cabeza, como para despejarse.
Atta conversó con el ayudante más próximo, que parecía reacio a hablar y se concentraba en la tarea de conectar la manguera e iniciar el bombeo de combustible. Atta se aproximó al conductor de un furgón, y tuvo mejor suerte. Cuando regresó parecía aún más consternado, si tal cosa era posible.
Rhita se aproximó al mekhanikos mientras Atta les contaba lo que había oído.
—No hay comunicación con Alexandreia. Recibiremos nuestro combustible, pero el Centro de Mapas Syrio debía darnos mapas aéreos de las estepas, y nadie ha aparecido.
—¿Cómo que no hay comunicación? —preguntó Oresias.
—No hay radio ni teléfono ni nada, por lo que sabe el conductor. Él también es oficial, y habla con pilotos que llegan al aeródromo. En Alexandreia se han cancelado todos los vuelos. Las nuestras son las únicas naves que han aterrizado hoy.
Oresias se aferró las muñecas con los dedos y se las retorció.
—Algo ha ido mal.
Demetrios entornó los ojos inquisitivamente.
—¿Qué...?
—Nos escatiman ayuda —dijo Atta—. Recibimos el combustible, pero los poderosos de Damaské nos niegan otras cosas. Eso me indica que la influencia de la reina es menos importante para ellos.
Oresias se frotó la muñeca hasta que pareció que se le despellejaría.
—¿Un ataque contra el palacio?
Atta sacudió la cabeza, negándose a especular.
—Aún tenemos nuestra misión. Pero algo va mal. Debió de empezar antes de nuestra partida. No podemos enviar mensajes por radio. Nos llevaría una hora o más ir a la ciudad o a la administración del aeródromo y despachar un cable. No tenemos otra opción que continuar.
Rhita miró las torres lejanas y los macizos zigurats de Damaské, comprendiendo que aunque no estaba asustada, tendría que estarlo. La mezcla de euforia y tedio provocada por el vuelo aún la afectaba como una droga.
—Revisa la clavícula, por favor —le murmuró Oresias mientras subían a la nave-abeja—. Quiero saber si nuestro objetivo todavía existe.
Ella sacó la caja del portaequipajes y la abrió; tocó el manillar con un dedo. El mundo de colores brillantes giró una vez más delante de ella, y la cruz reapareció en la misma posición.
—Todavía está allí —confirmó.
Oresias se sujetó al asiento, reclinó la cabeza y cerró los ojos.
Al cabo de pocos minutos las naves tenían combustible y estaban listas para reanudar el vuelo. Atta subió a bordo el último y cerró la escotilla con furia.
—¿Qué hay de nuestro aerotanque? —murmuró—. ¿Qué hay del vuelo de regreso?
Olmy llegó a la cuarta cámara una hora después de viajar a la estación abandonada de la quinta cámara. El tren cruzó una ancha extensión de aguas plateadas y relucientes y lo dejó en una estación de la isla Northspin, en el primer barrio cercano al casquete norte. Evitó a los escasos excursionistas, alquiló un tractor, condujo diez kilómetros hasta un sendero distante y se internó a pie en el tupido bosque de coniferas.
En sus implantaciones de memoria, aislado de su personalidad primaria, el parcial recién creado emprendía una cauta investigación de la mentalidad jart.
Tres horas después estaba al pie de un pino milenario, los pies hundidos en la arcilla; una leve neblina descendía por efecto de la rotación.
El aislamiento y la abstracción que había sentido al cabo de meses de investigar la psicología no humana no eran nada en comparación con aquella sensación de autoexilio. Seguía pensando en Tapi, que quizás estuviera realizando sus exámenes de encarnación en aquel momento. No vería a su hijo durante una temporada, ni a Suli Ram Kikura, tal vez nunca. Parecía improbable que sus sendas se cruzaran.
Palpó la corteza gruesa y áspera del pino y se preguntó si debería sentirse emparentado con el viejo árbol. En realidad no se sentía próximo a nada, ni siquiera a sus colegas, y eso lo desconcertaba. Era posible que los reguladores de implantaciones no funcionaran bien y su estado mental estuviera alterado. Para cerciorarse, ejecutó un examen de su mente primaria y de las implantaciones reguladoras.
Ningún estado anormal, a juzgar por los resultados.
Sólo tensión extrema y sensación de peligro.
Todos aquellos árboles habían sobrevivido al reinicio de la rotación después de la Secesión. Habían sobrevivido a la falta de peso pasajera, las inundaciones, el clima caótico y a años de descuido, y ahora parecían medrar. ¿Por qué él no podía seguir su ejemplo y sentirse alentado?
¿Por qué no puedo sentir nada en absoluto?
Un informe de estado programado surgió de detrás de las barreras. Su parcial le envió información: había logrado penetrar en los bancos de memoria cultural y personal del jart. Además, el parcial había intercambiado «saludos» con cautela.
Olmy se apoyó en un árbol y aspiró el aire. Estaba entablando una especie de diálogo, mucho antes de lo que había esperado. El jart, por el momento, obtenía alguna ventaja de la cooperación. Tal vez pronto pudiera decirle en qué medida los presuntos recuerdos del jart eran reales y en qué medida fabricados. Parecía improbable que el jart se prestara voluntariamente a darle información sobre su especie. Pero la situación era atípica de principio a fin, y Olmy aún desconocía la psicología de un jart: ignoraba de qué era capaz.
Cuando el parcial transfirió los hallazgos a Olmy, éste, durante un momento, vio con los ojos abiertos tanto el bosque como grandes fallonaves jarts en forma de prisma, desplazándose con majestuosa lentitud sobre un segmento colonizado de la Vía (de nuevo en varias capas visuales, pero más ordenadas, menos frenéticas) y nubes danzarinas de máquinas auxiliares pequeñas y vehículos que pasaban de una fallonave a rampas anchas y curvas en el suelo de la Vía.
Con un sobresalto, al reproducir ese recuerdo, Olmy advirtió que debajo de la rampa más próxima había una imagen invertida del exterior de un planeta. Trató de reinterpretarlo pero no pudo; parecía que, al menos en ese caso, las puertas jarts no eran agujeros circulares, sino grietas de varios kilómetros de anchura en la Vía. Siempre existía la posibilidad de que toda la información que había recibido hasta el momento fuera engañosa, de que el jart mismo fuera una artimaña; un modo de averiguarlo sería preguntarle a Korzenowski sobre la posibilidad de que existieran puertas alargadas en la Vía. Aunque eso fuera posible, otros detalles podían estar distorsionados.
Otro recuerdo.
mezcla con otros seres
(¿Jarts? ¿Vasallos de los jarts?)
en un líquido verde y espeso, gusanos plateados más pequeños pasando entre ellos, en ocasiones envolviendo a un individuo u otro y apretándolo hasta arrugar la carne. Algunos seres le recordaban el cuerpo jart de la segunda habitación del almacén de memoria de la quinta cámara; otros eran alfombras negras tachonadas de blanco con bordes ondulantes, que nadaban en el líquido, o «estrellas de mar» asimétricas y trilaterales de mandíbula flexible o con dedos en el extremo de cada brazo; o gruesas y amorfas extensiones de tubos incoloros.
Todos parecían proceder de un remoto fondo marino de pesadilla, y ninguno de ellos hacía nada que a Olmy le resultara comprensible.
Había otras imágenes, demasiadas para experimentarlas por el momento. Almacenando estos hallazgos sin examinarlos, pasó a los «saludos».
Parcial: (Reproducción de recuerdos de la captura y una serie que significa conciencia de la existencia y del estado del jart.)
Jart: >¿Estoy más allá del alcance del deber? ¿Dónde está el rótulo de ejecutor de misiones?<
Parcial: Estás >más allá del alcance de< toda tu especie.
Jart: >¿Cuál es la situación padre/hermano? ¿Este es un mensaje de anulación de órdenes?<
Parcial:
>Situación padre/hermano< desconocida. No es anulación de órdenes. Has sido capturado y sometido a examen.Jart:
>Reconozco situación personal de capturado.<
El parcial envió una larga lista de preguntas. Ahora se estaban procesando. Al menos, por el momento parecía haber un progreso. El parcial pasó otra serie:
Jart:
>¿Cooperación y transferencia de información de estado? ¿Reemplazo de supervisión de mando y de orden?<
Eso parecía una especie de rendición. Olmy marcó los términos «ejecutor de misiones», «supervisión de mando» y «orden», preguntándose si eran niveles de la sociedad jart. El parcial había aceptado el ofrecimiento del jart a cambio de más explicaciones. Los límites y los métodos se estaban estableciendo, con las barreras todavía en pie y sin probabilidad de que se bajaran salvo para la transferencia de más hallazgos y chequeos de estado.
Olmy hundió la mano en la arcilla y miró las ramas de los árboles. Todas sus defensas estaban alerta. Era posible que el jart se estuviera preparando para otro ataque.