—He seguido tu carrera, ser Olmy, en la medida en que se hizo pública. Eres un hombre ilustre y un orgullo para los naderitas.
—Gracias. Lamento decir que te he perdido el rastro, ser Mar Kellen.
—Me alegra que así sea. Me he empeñado en pasar lo más inadvertido posible sin ir a parar a Memoria de Ciudad ni volverme un renegado.
Proyectó una imagen de sí mismo como un renegado de espíritu libre, toscamente bosquejada, con lo cual sugería que quizá no tuviera mayor éxito. Ambos rieron, aunque el humor de Olmy era forzado.
—Esperaba que tú no averiguaras mucho sobre mí —le respondió Olmy.
—No. Tu carrera también es un misterio. Pero algunos de sus episodios han pasado a la historia. Y he sabido, tal vez con descortesía, de tus actuales intereses.
—¿Sí?
—Pareces creer que pronto volveremos a enfrentarnos con no humanos. Incluso con jarts.
Sin responder, Olmy apretó los labios en una sonrisa torcida. Sus investigaciones privadas habían sido asombrosamente públicas, al parecer; al menos para los que consideraban que valía la pena enterarse. El misterioso proceder de Mar Kellen se volvió más comprensible; aquel hombre no había hecho una copia de sí mismo, pero era un fenómeno raro, un renegado corpóreo. Olmy pictografió un semicírculo amarillo que indicaba interés y plena atención.
—Me he topado con algo que podría resultarte útil. Información retenida desde hace siglos. Un poco como el registro del Ingeniero.
—¿Aquí? —preguntó Olmy.
El viejo soldado asintió solemnemente.
—¿Hacemos un trato, para el caso de que te interese? Te aseguro que te interesará.
—No soy rico, ni siquiera demasiado poderoso.
—Entiendo, ser Olmy, pero todavía tienes el respaldo del Hexamon. Podrías brindarme lo que solicito en materia de acceso y privilegios, dado que el oro de la Tierra me interesa poco.
Olmy examinó al hombre y analizó atentamente su estilo pictográfico. Mar Kellen era sincero y no alardeaba en vano, por lo que él podía ver.
—Me he retirado —dijo Olmy—. Mi influencia no es tan grande como antes. Dentro de las limitaciones de mi situación actual...
—Será suficiente para satisfacer mis necesidades.
—Si de veras tienes algo útil, convenido. Mar Kellen sonrió con malicia.
—Convenido. Ven conmigo. —Entregó un paraguas a Olmy y le mostró cómo abrirlo—. Esto pertenecía a mi Beni. Lo necesitarás. Protege los huesos viejos y cansados.
Olmy abrió el paraguas y siguió a Mar Kellen por un camino angosto que se alejaba de la estación. El camino serpenteaba por una cuesta rocosa siguiendo una garganta, por encima de un torrente de agua roja. Allí la luz de los tubos apenas se filtraba a través de las nubes y la lluvia. El paisaje se perdía en una oscuridad tan profunda como la noche de la Tierra. Mar Kellen sacó una linterna y mostró a Olmy el camino cuesta arriba. El haz alumbró un agujero en la roca.
—Hay calor y luz más allá de esa puerta. Ven. Sólo unos minutos más.
Hacía media hora que caminaban.
—Encontré esto mientras investigaba en busca de recursos para el proyecto de repoblación de Thistledown. —dijo Mar Kellen—. Trabajo rutinario para un caballero ocioso. Lo habían borrado de todos los mapas de recursos menos de uno, seguramente por descuido... No parecía importante para el proyecto, así que no se lo conté a nadie. Pero se lo mencioné a mi Beni... ella era mi compañera —le confió de repente, deteniéndose en la cuesta para mirar a Olmy por encima del hombro—. Sólo tenía treinta años. Nacida durante la Secesión. Imagínate, un viejo guerrero conociendo a una joven dama... una auténtica dama, de una antigua familia naderita. Pero llevaba la aventura en la sangre. Me superaba en entusiasmo. Quería explorar, así que exploramos. Vinimos aquí, y encontramos...
Saltó ágilmente dentro de la cavidad. Olmy lo siguió con más gracia pero con menos dramatismo. En el fondo de la cavidad, una lisa pared negra reflejaba un pequeño punto de luz. Mar Kellen golpeó la pared negra con fuerza; esbozó una mueca de dolor.
—Cuando la encontramos, tenía este mismo aspecto. Yo lo reconocí. Una pared de seguridad. Entonces me entusiasmé. Tuve que descifrar treinta bloques de códigos, usando análisis inventados el siglo pasado. Las matemáticas se han convertido en mi bruja particular, Olmy. —Acarició la negrura—. Pero he dominado a esa bruja. Hubo un tiempo en que este lugar era muy seguro...
Pictografió una rápida sucesión de símbolos y la pared negra se puso gris y luego se disolvió. Más allá había un túnel bien iluminado.
—Una vez dentro, sospeché que había muchas medidas letales de seguridad. Las buscamos y las encontramos, y eran excesivas. La mayoría había alcanzado su límite estipulado de cinco siglos y se había desactivado automáticamente. Obviamente, nadie sabía nada sobre esto. Ni siquiera los presidentes. O eso supongo, tal vez esté equivocado. —De nuevo, la sonrisa maliciosa.
Se aproximaron a la entrada semicircular. Una voz mecánica de estilo antiguo —al menos tan vieja como voces similares de Alexandria— les pidió que se identificaran.
Mar Kellen recitó una serie de números y mostró la palma a un antiguo panel de identificación.
—He insertado mis propios códigos —le dijo a Olmy.
Las puertas se abrieron despacio. Una desnuda sala de recepción aguardaba en la penumbra. Mar Kellen le indicó a Olmy que entrara y lo llevó por un pasillo hasta una habitación pequeña donde tampoco había muebles ni píctores decorativos.
Mar Kellen se mantuvo de pie en medio de las paredes blancas de la habitación desnuda, con las manos entrelazadas. Olmy se quedó en la puerta.
—Esta habitación es la antesala de un gran secreto —dijo Mar Kellen—. Por ahora, no es de utilidad práctica para nadie. Pero una vez debió de ser muy útil. Tal vez se usó sin que ninguno de nosotros se enterase. Tal vez se consideró demasiado peligroso. Entra, entra...
Cuando Olmy entró Mar Kellen alzó una mano, extendió un dedo y señaló el suelo.
—Abajo, por favor.
El suelo desapareció. La habitación era un pozo de ascensor. Bajaron rápidamente, sin sensaciones, en la oscuridad. Cada pocos segundos una línea de luz roja indicaba el paso de determinada profundidad. Así siguieron varios minutos.
Olmy nunca había oído hablar de túneles habitados que se extendieran más de dos kilómetros dentro del asteroide. Debían de haber descendido por lo menos el doble de esa distancia.
—Cada vez más interesante, ¿eh? —dijo Mar Kellen—. Sepultado a gran profundidad, muy protegido. ¿Qué podrá ser?
—¿A qué distancia?
—Seis kilómetros en la pared del asteroide. Los niveles inferiores tienen su propio generador de energía. No figura en ningún plano.
—Es un banco de datos ilegal —aventuró Olmy. Había oído mencionar la existencia de cosas semejantes: bancos de alta seguridad usados por la policía y los políticos que en siglos pasados temían incurrir en la ira del Hexamon. Pero nunca había visto uno.
—Casi correcto, ser Olmy; no es ilegal, sino extralegal. Lo mandaron construir los legisladores. ¿Pueden los legisladores hacer algo ilegal, estrictamente hablando?
Olmy no respondió. Era sobradamente sabido, aun en el muy ético mundo político del Hexamon, que ningún sistema de gobierno podía sobrevivir a una aplicación rigurosa de sus propias leyes.
Un cuadrado blanco se elevó debajo de ellos hasta convertirse en el suelo. Se abrió una puerta, y Mar Kellen lo condujo por un corredor hacia una celda oscura y cúbica de apenas tres metros de lado.
—Esto es el terminal de acceso de memoria —dijo Mar Kellen, sentándose en un taburete de metal curvo ante un panel ancho de acero liso adosado a una pared—. Jugué un poco con él... y descubrí algo pavoroso.
Tocó el panel y aparecieron dos luces redondas y tenues.
—Acceso, código general. Soy Davina Taur Ingel.
Ese nombre debía de ser el de un antepasado, probablemente femenino, del ex ministro presidente del Hexamon Infinito, Ilyin Taur Ingel. Mar Kellen manejó el teclado como si tuviera cierta práctica.
—Ésta fue la parte más difícil. Los sistemas de seguridad se han desactivado, pero había laberintos de acceso más allá de ellos, incorporados a la estructura de memoria. Nuestros misteriosos personajes extralegales fueron muy cuidadosos. Si no hubiera habido laberintos, te podría haber dado esto gratuitamente, un viejo amigo pasándole algo útil a otro. Pero no estaba solo cuando realicé este descubrimiento. Beni estaba conmigo...
Olmy detectó mayor intensidad en las emociones de Mar Kellen. El viejo soldado experimentaba pena, furia y una especie de triunfo feroz. Mar Kellen era sincero, pero ¿estaba en sus cabales?
Indicó a Olmy que se acercara y apoyara la mano en un panel, debajo de una luz verde.
—No te preocupes, sólo ten preparadas tus barreras personales. Puedes manejarlo. Yo lo conseguí a duras penas, pero nos cogió por sorpresa. —Le dijo al panel—: Acceso a ocupante, invitado de Ingel.
La cabeza de Olmy saltó hacia atrás, sus músculos se tensaron. Recibía impulsos de algo que estaba dentro del panel, algo que no estaba acostumbrado a un cuerpo humano. Vio imágenes más que distorsionadas, casi incomprensibles. Y oyó una voz mucho más extraña que la de un frant o un mensajero talsit.
»Preocupación por tiempo, preocupación por deber. Tiempo de inactividad desconocido.«
Olmy apartó la mano con gran esfuerzo.
Mar Kellen tenía el rostro contraído en un rictus de entusiasmo. El viejo soldado era sincero, pero también un irresponsable. La experiencia que había tenido allí lo había conmovido, tal vez incluso lo hubiera desequilibrado emocionalmente, pero hasta ahora había logrado ocultar su estado a Olmy. Mar Kellen rió y aspiró aire para serenarse.
—Mató a Beni. Cuando hubimos descifrado el laberinto. Distorsionó sus sendas neuronales y estropeó sus implantaciones. No quedó nada para copiar en Memoria de Ciudad, pero su cuerpo permaneció intacto, vivo. Maté lo que quedaba de ella y yo mismo me deshice del cuerpo. Por eso tengo que cobrarte —dijo con el rostro pálido e inexpresivo—. Por su pérdida. Por su dolor. ¿Qué crees que almacenaban aquí?
—No lo sé —confesó Olmy.
—Tengo una buena teoría. Si estoy en lo cierto —de nuevo la sonrisa malévola— tienen que haberlo capturado hace tiempo. Deben de haber copiado su personalidad o el equivalente de ella, en secreto, en este banco de memoria clandestino. Luego lo abandonaron. Durmió todos estos siglos, esperando a que Beni y yo tropezáramos con él. Tú crees que volveremos a vérnoslas con los jarts, ¿verdad? ¿Cuánto valdría para el Hexamon la mentalidad de un jart capturado, si eso ocurre?
Olmy sacudió la cabeza, demasiado pasmado para responder.
—Ven a ver esto. No lo encontré hasta después de perder a Beni.
Avanzó hacia la pared que estaba frente a la puerta. Ésta se separó en cinco segmentos en forma de L y se retiró en silencio. Entraron en una cámara amplia y oscura, rodeados por remolinos de aire fresco.
—Muéstrate, bastardo.
Se encendieron luces en un círculo que había en lo alto. En el centro de una cámara octogonal había un bloque de cristal transparente ocupado por una criatura desconocida para Olmy. Tenía una cabeza enorme, vertical, gris azulada, con tres hendiduras horizontales. De la hendidura superior sobresalían tubos blancos y brillantes con puntas negras, tal vez ojos, y de las dos inferiores, largos mechones de pelo negro. Detrás de la cabezota —que tenía el tamaño y la forma de un torso humano— se extendía un largo tórax horizontal. Tentáculos rosados y bifurcados, del grosor de una muñeca y la longitud de un brazo, asomaban de una cresta a lo largo de la espalda. Detrás de los tentáculos había una maraña de rebordes rojos y cortos, o sensores. Una gruesa cola erguida terminaba en forma de corneta. Lo más extraño de todo eran los siete pares de «patas» o soportes inferiores que había en ambos flancos del cuerpo, sin ser extremidades en el sentido tradicional sino estacas o astas puntiagudas del color y el brillo de la obsidiana. Debajo de la cabeza, o quizás en la parte inferior de la cabeza, había dos juegos de brazos de articulaciones múltiples, uno con apéndices muy semejantes a manos, otro con palpos traslúcidos y rosados.
A pesar de sus años de experiencia con no humanos, Olmy tiritó. Se aproximó a despecho de su instinto y frunció el ceño al comprender una verdad más profunda acerca de la criatura: el cuerpo no estaba vivo, sólo preservado para que no se descompusiera. Había algo indigno y caótico en su torpeza que indicaba que debía estar muerta.
—Una belleza, ¿verdad?
Mar Kellen caminó alrededor del bloque transparente. Totalmente extendida, la criatura debía medir cuatro metros desde la cabeza hasta la cola.
—Nuestros defensores ancestrales, tal vez gente que conocimos, gente que nos entrenó, capturaron a un jart, y él, ella o ello está almacenado aquí. Pero ¿por qué no propagar la noticia? Esto habría sido sensacional, algo de un valor incalculable.
Olmy sabía a qué se refería. Con las armas que poseían ambos bandos, las batallas eran infrecuentes y cataclísmicas. Los jarts nunca habían respondido a las iniciativas diplomáticas, y al cabo de varias décadas de guerra los humanos habían renunciado a ellas. Ninguno de ambos bandos conocía bien el aspecto de sus enemigos. Ambos habían usado señuelos y engaños, y toda información era sospechosa. Capturar a un jart, incluso muerto o moribundo, y comprender algo de su pensamiento...
Eso habría sido realmente especial. ¿Por qué mantenerlo en secreto, incluso durante siglos? ¿Qué habían descubierto en ese trofeo que requería tanta cautela?
Mar Kellen se encogió de hombros, y su píctor proyectó un símbolo azul en el techo.
—A menos que no sea real. Tal vez sea una simulación fallida. —Tamborileó sobre la consola—. Pero sospecho que es real. Nuestras simulaciones no tenían mucho valor. Aunque nunca nos encontramos con los jarts cara a cara. Nadie que lo haya hecho, nos decían, vivió para contarlo. Pero esto se nos ocultó. Sea lo que fuere, debe valer algo, ser Olmy.
El viejo soldado señaló una placa blanca en un costado del bloque.
—Hay otros modos de examinarlo. Los probé después de morir Beni, mi compañera. Durante meses me negué a tocar la alimentación directa. Pero esto es menos peligroso. Exhibe un análogo de la actividad mental de esta cosa. Supongo que entonces los expertos podían leer las señales. Yo no puedo.