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Authors: Greg Bear

Tags: #ciencia ficción

Eternidad (6 page)

BOOK: Eternidad
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La sombra se fue de la habitación, y el claro de luna se desvaneció. La habitación se llenó de oscuridad. Rhita cerró los ojos y no tardó en ser de día.

En esa nueva mañana, Patrikia comenzó a enseñarle dos idiomas que no existían en Gaia, inglés y español.

La sophé murió, asistida sólo por sus tres hijos supervivientes, en la habitación desnuda donde cinco años antes su nieta soñaba con caballos. Rhita, ahora una mujer joven que iniciaba sus estudios de tercer nivel en el Hypateion, no sabía qué sentir. Era delgada, de talla mediana; tenía un rostro atractivo, figura menuda, cabello rojizo, y unas cejas inquisitivas que se arqueaban sobre sus ojos verdes, los ojos del padre en el rostro de la madre. ¿En qué parte de ella estaba Patrikia? ¿Qué heredaba de la sophé?

Su padre era un hombre parsimonioso y tranquilo, pero su pesadumbre y su preocupación eran evidentes mientras encabezaba la comitiva fúnebre de un estadio de longitud por la tórrida carretera de piedra que conducía al Puerto de Mercaderes, trasladando el frágil cuerpo de la sophé al barco que lo llevaría mar adentro. Lo seguían sus dos hermanos, los tíos de Rhita, profesores de lenguas en el Hypateion, y todos los profesores de las cuatro escuelas, vestidos de gris y blanco. Rhita caminaba detrás de su padre, diciéndose: Hago lo que ella, quería que
hiciera.

Rhita estudió física y matemáticas. Eso era lo que heredaba de la sophé.

Su talento.

Un año después del funeral, cuando la primavera reverdecía en los huertos, viñedos y olivares, su padre la llevó a una caverna secreta que estaba a una docena de estadios de Lindos, a poca distancia de donde había nacido. Él se negaba a responder a sus preguntas. Ahora Rhita era toda una mujer, o eso creía. Ya tenía un amante, y no le gustaba que le dieran órdenes, que la llevaran misteriosamente a lugares que no conocía ni le interesaban. Pero su padre insistió, y Rhita no quería discutir con él.

Unas puertas de acero gruesas y angostas, herrumbrosas pero con los goznes bien aceitados, cerraban la caverna. Una escuadradilla de naves-gaviota de la Oikoumené surcaba el cielo, tal vez procedente de los aerodromoi de los desiertos de Kilikia o loudaia, dejando estelas blancas en el cielo azul celeste.

Su padre abrió las puertas valiéndose de una llave enorme y haciendo girar nueve veces una cerradura de combinación oculta en un hueco. Entraron en la fresca oscuridad y pasaron frente a barriles de vino y aceite de oliva y alimentos secos almacenados en bidones de acero herméticamente cerrados. Traspusieron una segunda puerta que los llevó a un túnel estrecho, y cuando la oscuridad se volvió impenetrable Rhamón apretó un botón para encender una luz.

Se encontraban en una caverna ancha y baja, impregnada con el aroma dulzón de la roca seca. Bajo el resplandor amarillo de la bombilla, su padre siguió a su propia sombra hasta un archivador tosco y macizo de madera y abrió un cajón hondo. El gruñido de la madera resonó tristemente en las paredes. En el cajón había varias cajas de madera. Su padre extrajo una del tamaño de un maletín y se arrodilló para abrir la tapa.

En el interior, rodeado por un cojín de terciopelo destinado a algo tres veces más grande, había un objeto cuya anchura era menor incluso que la de las dos palmas de Rhita juntas. Parecía el manillar de una de las bikykloi de la sophé, aunque era mucho más grueso y tenía una especie de sillín que apuntaba hacia el lado contrario de la unión.

—Ahora son tuyos, tú eres la responsable de ellos —dijo él, y alzó las manos como negándose a tocar la caja de nuevo—. Ella los guardaba para ti. A su entender, eras la única que podía continuar su trabajo. Su misión. Ninguno de sus hijos varones era apto para la tarea. Pensaba que teníamos capacidad para la administración, no para la aventura. Nunca discutí con ella... estas cosas me asustan.

Se puso de pie y retrocedió; su sombra oscilante cayó sobre la caja y el contenido. El objeto parecía esculpido y emitía un fulgor blanco y perlado.

—¿Qué es? —preguntó Rhita.

—Es uno de los Objetos —respondió él—. Ella lo llamaba «clavícula».

La sophé había realizado su maravilloso viaje hasta aquel mundo a través de la Vía trayendo tres Objetos. A Rhita nunca le habían explicado sus poderes; Patrikia sólo le había dicho lo que hacían algunos de ellos, no cómo. Su padre trajo las demás cajas, las apoyó en el suelo seco de la caverna y las abrió.

—Esto era su teukhos —dijo, señalando una almohadilla plana de vidrio y metal, más grande que la mano de Rhita. Él tocó con reverencia los cuatro cubos brillantes que rodeaban la almohadilla—. Esto era su biblioteca personal. Hay cientos de libros en estos cubos. Algunos se han convertido en parte de la doctrina sagrada del Hypateion. Algunos tienen que ver con la Tierra. En general están en idiomas que aquí no existen. Supongo que ella te enseñó algunos. —No lo decía con resentimiento, sino con resignación, hasta con alivio. Mejor su hija que él. Abrió la tercera caja—. Esto la mantuvo con vida mientras venía hacia aquí. Le dio aire para respirar. Todo esto es tuyo.

Inclinándose sobre la caja más grande, Rhita cogió el objeto en forma de montura. Aun antes de tocarlo, comprendió que era la llave que abría puertas desde el interior de la Vía. Era un objeto cálido y amigable, no ajeno; ella lo conocía, y el objeto la conocía a ella.

Rhita cerró los ojos y vio Gaia, todo ese mundo, en un globo increíblemente detallado. El globo giraba y se expandía, arrastrándola a las estepas de Rhus Nórdica, Mongoleia y Chin Ching, tierras que estaban más allá del poder de la Oikoumené de Alexandreia. Allí, en un marjal de escasa profundidad, sobre un arroyo lodoso, relucía una cruz roja tridimensional.

Rhita abrió los ojos, aterrada y pálida, y miró la clavícula. Su tamaño se había triplicado y cubría todo el cojín de terciopelo.

—¿Qué está pasando? —preguntó su padre. Ella sacudió la cabeza.

—No quiero estas cosas.

Corrió a la entrada de la caverna y salió al sol. Su padre la siguió, levemente encorvado, casi obsequioso.

—Son tuyas, hija mía. Nadie más puede usarlas.

Ella echó a correr y se ocultó en una hendidura entre dos rocas erosionadas, enjugándose las lágrimas. De pronto odiaba a su abuela.

—¿Cómo pudiste hacerme esto? —preguntó Rhita—. Estabas loca. —Apoyó el mentón en las rodillas, abrazándose los pies—. Vieja chiflada.

Recordó aquella sombra en la oscuridad, cuando era niña, y pateó la roca hasta magullarse el talón. Los meses que Rhita había pasado a solas con Patrikia, escuchando sus historias, pensando en ese mundo fabuloso... nunca se había imaginado que existía de veras, que era tan real como Rhodos o el mar. El mundo de Patrikia siempre había sido tan remoto como los sueños, e igualmente improbable.

Pero la abuela no había mentido en nada, ni había exagerado la verdad. Siempre había sido directa, tratándola como a una adulta, dándole explicaciones detalladas, respondiendo a sus preguntas sin las evasivas típicas de la gente mayor.

¿Por qué iba a mentir sobre la Vía?

El ocaso suavizaba el perfil de las ramas de los árboles cuando Rhita salió de la hendidura y bajó por la cuesta hasta la caverna. Allí la esperaba su padre, sentado junto a la puerta, empuñando una larga vara verde. Ella ni siquiera pensó en la posibilidad de que él le pegara. Rhamón nunca la había castigado físicamente. La vara era sólo para matar el tiempo.

Mi tierno y bondadoso padre, pensó. La vida era complicada para él. La política de sucesión de la Akademeia se estaba volviendo conflictiva. Él ya tenía suficientes problemas.

Rhamón se puso de pie, arrojó la vara y se frotó las manos en los pantalones, mirando el suelo. Ella se le acercó y lo abrazó con fuerza. Regresaron a la caverna, recogieron los Objetos y los llevaron colina abajo, a la casa blanqueada donde había nacido Rhita.

4
Hexamon Terrestre, Axis Euclid

El viaje a Memoria de Ciudad de Axis Euclid fue breve. Olmy escogió un enlace, bajó una copia entera de sí mismo a la antesala de matriz y aguardó el ingreso en la guardería central. Su cuerpo pareció dormirse; en realidad, en sus tres implantaciones un parcial procesaba datos acerca de entrevistas grabadas con el embajador talsit, buscando rarezas conductuales que le dieran pistas sobre la auténtica psicología talsit. Sabía que no tenía tiempo para descansar; podía sentirlo además de pensarlo, un cosquilleo, una compulsión, una impaciencia desbordante.

Si se sentía emparentado personalmente con algún hombre aparte de Korzenowski, era con Tapi, su hijo. Había conocido a muchos niños en la guardería de Memoria de Ciudad, u veces como preceptor, a veces como juez; pocos tenían la calidad de Tapi, y Olmy estaba convencido de que su opinión era objetiva. En menos de cinco años de educación en Memoria de Ciudad, el joven había alcanzado un grado de refinamiento inusitado. Olmy dudaba que el muchacho tuviera dificultades para ganarse una encarnación, pero los exámenes no eran fáciles.

Le había molestado que Ram Kikura le sugiriese maternalmente que visitara a Tapi pero, si ella no lo hubiera hecho, tal vez él habría sacrificado ese lujo a su trabajo.

No era sencillo ser padre.

Habían presentado su solicitud para crear a Tapi siete años antes, dos años después del retiro oficial de Olmy. En esa época, los conflictos entre los cuerpos orbitales y los viejos nativos de la Tierra no parecían tan graves ni tan destructivos. Con la Recuperación en marcha, ambos pensaron que era el momento de crear y criar a un hijo. Planearon la mentalidad del niño en estrecha cooperación, decidiéndose contra las modas naderitas ortodoxas, que alentaban una creación menos estructurada y el parto físico. Ram Kikura, con una sensibilidad femenina que había impresionado a Olmy por su fuerza y convicción, afirmó: «Un padre y una madre no se hacen con unas horas de dolor ni permitiendo un mal diseño físico a sabiendas.»

Habían consultado los grandes tratados filosóficos sobre mentalidad y habían utilizado plantillas clásicas de diseño para los aspectos no parentales que Olmy (en realidad, el rastreador de Olmy) había encontrado sin catalogar en la biblioteca de la tercera cámara de Thistledown. Trabajando en Memoria de Ciudad durante ocho días (casi un año en tiempo acelerado), ellos y sus parciales habían combinado los misterios parentales, seleccionado grandes bloques de memoria parental para reserva en ciertas etapas de crecimiento, y superpuesto las plantillas con gran cuidado para crear la mentalidad que llamarían Tapi. El nombre venía de Tapi Salinger, un novelista del siglo XXII que ambos admiraban.

Algunos niños concebidos en Memoria de Ciudad tenían hasta seis padres. Tapi era biparental, con una predisposición hacia la masculinidad. Había nacido alcanzando la condición de activo, seis años antes, con la asistencia de ambos padres; era uno de los escasos treinta niños despertados en Memoria de Ciudad ese año. Su imagen corporal en aquel momento era la de un chico de seis años de apariencia polinesia —en la juventud de Ram Kikura los polinesios y los negros etíopes se consideraban las razas humanas más bellas— y de conducta muy díscola. Ram Kikura había empezado a llamar a su hijo «duendecillo» en vez de Tapi; luego maduró y se calmó (aunque nunca perdió su chispa de trasgo) y se impuso Tapi. Durante el primer año de la vida de su hijo, Ram Kikura y Olmy lo asistieron personal y constantemente, saliendo de Memoria de Ciudad sólo cuando había deberes apremiantes, que eran escasos. Habían establecido varios espacios vitales de fantasía, permitiendo que Tapi creciera en varias eras simuladas casi simultáneamente.

Lo maravilloso de Memoria de Ciudad era la flexibilidad de la realidad mental. Con la mayoría de los recursos de las bibliotecas del Hexamon como parte de la matriz de memoria, la construcción de entornos simulados sólo requería unos momentos de esfuerzo. Tapi tenía acceso a la sabiduría histórica tal como estaba documentada por los mayores eruditos y artistas del Hexamon, y había medrado en ella.

Luego habían surgido dificultades, no con Tapi sino con el Hexamon. Los vientos políticos habían cambiado y algunos llegaron a hablar de reabrir la Vía. El partido neogeshel había cobrado fuerza, a despecho de los pronósticos de los asesores políticos naderitas. Olmy sintió que la fría ráfaga de la historia lo obligaba a prepararse.

En el transcurso de los años que siguieron pasó cada vez menos tiempo en persona con Tapi, encomendando los deberes de la paternidad a parciales permanentes. Ram Kikura también tenía menos tiempo, pero aún mantenía un contacto estrecho con Tapi. Tapi nunca había demostrado resentimiento, y su crecimiento no se había detenido, pero a menudo Olmy sentía punzadas de remordimiento.

El enlace recibió acceso y el original de Olmy fue copiado en la guardería de Memoria de Ciudad. Tapi lo esperaba, y ahora su autoimagen era la de un hombre joven, una buena aproximación de lo que habría sido un hijo natural de sus padres: el porte de Olmy, con sus ojos y sus labios, la nariz y los altos pómulos de Ram Kikura; un chico apuesto con los pocos y elegantes defectos que eran la marca de un diseño corporal inteligente. Se abrazaron, una concatenación eléctrica de fusiones físicas y mentales que en tiempos anteriores se habría considerado embarazosamente íntima para padre e hijo, pero que era normal en Memoria de Ciudad. Olmy calibró los progresos de su hijo en ese abrazo, y Tapi recibió una saludable dosis de aprobación paterna.

Las pictografías y el habla eran innecesarios en Memoria de Ciudad, pero aun así se utilizaban; la comunicación directa mente a mente era laboriosa y llevaba tiempo, y sólo se usaba cuando se requería una comunicación precisa.

—Aprecio tu visita, padre —dijo Tapi—. Tus parciales se estaban cansando de mí.

—Lo dudo —dijo Olmy.

—Yo insistía en probarlos para ver si coincidían contigo.

—¿Coincidían?

—Sí, pero yo los irritaba.

—Siempre debes ser cortés con un parcial. Se chivan, ¿sabes?

—¿No has tenido acceso a sus memorias?

—Todavía no. Primero quería verte.

Tapi proyectó una bruma de planes corporales, sometiéndolos a la aprobación de Olmy. El cuerpo del joven sería autónomo, pero no utilizaría componentes talsit y otros artículos de mantenimiento que escaseaban. Su diseño no podría existir mucho tiempo sin mantenimiento y nutrición, pero en aquellos momentos era un diseño mejor que el de Olmy. Desde luego, era más práctico.

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