Read Eternidad Online

Authors: Greg Bear

Tags: #ciencia ficción

Eternidad (27 page)

BOOK: Eternidad
2.18Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Esta nave era mucho más grande que la mayoría, con capacidad para varios cientos de pasajeros. Había cuarenta y cinco a bordo, cuarenta y un hombres y mujeres de toda la Tierra. Sería un gran experimento: la unión forzosa de estos individuos en una sola familia para enseñarles que sus respectivos problemas no eran distintos sino que estaban íntimamente ligados, y que sus acompañantes no eran rivales sino colaboradores.

La introducción en Christchurch había ido bastante bien. Karen se había entendido con los demás, a pesar de su rango de coordinadora jefe de la Tierra, y la mayor parte del grupo la había aceptado como a una igual.

Varios delegados se le habían acercado en un intento de formar una protoclase dominante. Uno de ellos era una mujer china madura cuya comunidad, cercana a la provincia natal de Karen, Hunan, sólo conocía el contacto del Hexamon Terrestre desde hacía cinco años. Otro era un ucraniano orgulloso y cubierto de cicatrices, que representaba a un grupo de independientes que había mantenido a raya a los que aspiraban a recuperar sus villas y aldeas durante casi veinte años desde la Muerte. Pero un tercero era un norteamericano de Ciudad de México. Ciudad de México había sobrevivido a las bombas sólo para sucumbir a una radiación letal, y latinos de América Central y refugiados de las ciudades fronterizas la habían repoblado varias veces.

Karen agradecía que confiaran en ella, pero se las ingenió para desalentar la jerarquía que estaban estableciendo inconscientemente. No deseaba preeminencia ni poder, sólo éxito. Ésta era una oportunidad única. Había que manejar las circunstancias con cuidado.

Llevaban en el rostro la marca de los padecimientos de la Tierra, aunque algunos habían nacido después de la Muerte. Pocas de estas personas habían recibido terapia mental pseudotalsit, pues habían conservado su cordura y sus facultades en los tiempos peores; eran increíblemente resistentes y flexibles. Los habían escogido sociólogos del Hexamon que habían pasado meses analizando el censo de la Recuperación —concluido en los últimos cuatro años— en busca de esta gente. «Son personas con fuertes dotes naturales que han recibido escaso o ningún tratamiento», le había explicado Suli Ram Kikura, coordinadora del proyecto.

La mayoría eran líderes naturales y habían llegado al poder sin ayuda del Hexamon. Parecían sentirse cómodos con los demás, aunque pocos se habían tratado antes en calidad de dirigentes. Sus comunidades estaban tan alejadas que sus fronteras no se tocaban, y existía poco comercio entre ellas; pero al redondearse la estructura social del Hexamon durante los diez años siguientes, sus pueblos sin duda interactuarían, y la experiencia que obtuvieran a bordo de la Piedra los convertiría —eso esperaban— en una especie de semilla que se propagaría por la Tierra Recuperada.

Los prejuicios de ser Ram Kikura contra los tratamientos psicológicos del Hexamon seguían siendo manifiestos; eso la convertía en la coordinadora perfecta para aquel proyecto: el intento de lograr que la Tierra se las apañara por su cuenta.

Algunos ciudadanos del Hexamon Terrestre parecían creer que el Hexamon no permanecería estable durante mucho tiempo. La escasez de materiales necesarios para el mantenimiento de la sociedad de la Piedra, los cambios en actitudes muy arraigadas, el enfrentamiento con sus propios orígenes en la Tierra posterior a la Muerte, todo conspiraba contra la estabilidad del Hexamon.

Para que la Tierra sobreviviera a la crisis que acechaba a sus salvadores, era preciso destetarla.

Karen hablaba chino, inglés, francés, ruso y español; había pulido su ruso con métodos del Hexamon, y aprendido español de la misma manera. Eso le permitía comunicarse directamente con la mayoría de los delegados. Aquellos pocos cuyo idioma ella no hablaba —incluidos tres dialectos surgidos después de la Muerte— podían comunicarse con otros miembros del grupo por medio de una segunda lengua común. Ningún intérprete humano o mecánico mediaba en esta primera etapa de su interacción; así les enseñaban a apoyarse unos en otros. Antes de que hubiera concluido esa semana, todos hablarían los idiomas de los demás —las adquirirían en Memoria de Ciudad de la tercera cámara— y muchos más.

Por primera vez en años, Karen se sentía a punto de lograr algo. Había sufrido tanto como Garry durante las últimas cuatro décadas, viajando por la Tierra asolada, viendo más muerte, destrucción y sufrimiento del que creía poder soportar. La pérdida de su hija. Todavía se estremecía al recordarlo. Pero había afrontado su pesadumbre de otra manera, no interiorizándola como si fuera culpa del mundo, sino rechazándola, poniendo aparte su personalidad y abordando su trabajo como una enfermera. No lo consiguió del todo —tenía sus propias cicatrices ocultas— pero no había caído en una depresión permanente.

Reprimió esos pensamientos, sorprendida de que hubieran aflorado. Hacía tiempo que Karen había aprendido cuándo y cómo bloquear la zona de su mente que se relacionaba con su esposo; habitualmente lograba no pensar en Garry cuando estaban separados, concentrándose en las delicadas tareas que la aguardaban. Pero su última reunión... Garry, nervioso, tal vez asustado, aunque haciendo lo posible para disimularlo, escoltando a un hombre que no podía estar en la Tierra...

Miró las estrellas por la ventana, ignorando un instante la conversación pausada y amable de tres delegados que iban sentados junto a ella. ¿Estaba Garry a bordo de la Piedra, con aquel ruso imposible? Karen se había empecinado en creer que no había misterio alguno, que alguien había engañado a su esposo, que Mirsky nunca se había ido por la Vía. Pero cuanto más pensaba en ello —y ahora no podía evitar pensar en ello, con tan poco que hacer— más comprendía cuan improbable era.

Sintió un arrebato de furia. Estaba a punto de suceder algo. Algo importante. El misterio del regreso de Mirsky la encolerizaba, pues temía que deprimiera más a Garry al hacerle afrontar imponderables cósmicos que estaban aún más lejos de su control que el dolor de la Tierra.

Frunció el ceño y dejó de mirar las estrellas. A diferencia de Lanier, Karen sentía poca angustia por los cambios que había presenciado. Aceptaba fácilmente el cambio; el vuelo espacial, la Piedra, las oportunidades que ofrecía el Hexamon. Pero su entendimiento encontraba el retorno de Mirsky tan escurridizo como un pez entre los dedos.

—Ser Lanier —dijo la delegada china, sonriendo y ladeando la cabeza mientras se sentaba junto a Karen. Tenía el rostro cubierto de arrugas debidas al sol; era menuda y redonda, una matrona, aunque quizá tuviera diez años menos que Karen—. Pareces pensativa. ¿Te preocupa esta conferencia?

—No —dijo Karen con sonriente tranquilidad—. Problemas personales.

—No es preciso inquietarse —dijo la delegada—. Todo saldrá bien. Ya somos todos amigos, incluso los que me inquietaban.

—Lo sé. No es nada, de hecho. No te preocupes. Me lo está haciendo de nuevo, pensó. No puedo librarme de él. Cerró los ojos y se obligó a dormir.

29
Thistledown

El parcial de Korzenowski localizó a Olmy en los bosques de isla Norte, en la cuarta cámara, fue dos días después de la llegada de Lanier. Copiado en una sonda cruciforme, el parcial exploró la cuarta cámara con sensores infrarrojos y localizó setecientos cincuenta humanos. La mayoría formaban grupos de tres o más, sólo setenta se encontraban a solas, y sólo dos, en medio día de actividad, procuraban eludir toda compañía. El parcial analizó el rastro térmico de ambas posibilidades y escogió al que tenía más probabilidades de ser un homorfo autónomo.

En cualquier otra circunstancia, esta clase de búsqueda habría sido impensable, una grosera invasión de la intimidad. Pero Korzenowski sabía que era importante que Olmy hablara con Mirsky. Y necesitaba a Olmy para el inminente debate del Nexo sobre la reapertura de la Vía. El Ingeniero ya no podía oponerse del todo al proyecto; los argumentos de Mirsky eran demasiado persuasivos, aunque exóticos. ¿Cómo podía negarse a los requerimientos de los dioses, aunque éstos sólo existieran al final del tiempo?

No era deber de la personalidad parcial analizar estos problemas. Sobrevoló el valle hasta detenerse cerca del campamento de Olmy y proyectó una imagen pictográfica de Korzenowski, revelando su condición de fantasma asignado.

Desde el punto de vista de Olmy, era como si un risueño Korzenowski saliera caminando del bosque con sus ojos gatunos y penetrantes.

—Buenos días, ser Olmy —dijo el fantasma. Olmy se sustrajo al flujo de información jart y disimuló su humana irritación por ser descubierto.

—Te has tomado muchas molestias —pictografió.

—Ha sucedido algo realmente extraordinario —le informó el fantasma—. Se requiere tu presencia en la tercera cámara.

Olmy se quedó junto a la tienda, sin saber cómo se sentía, sin hablar ni pictografiar.

—Se requiere una decisión en lo concerniente a la Vía. Mi original solicita tu presencia.

—¿Es una convocatoria del Nexo?

—No formalmente. ¿Recuerdas a Pavel Mirsky?

—No lo conocí personalmente, pero sé quién era.

—Ha regresado —dijo el fantasma, pictografiando los detalles más destacados.

Olmy contorsionó el rostro de dolor. Se estremeció, relajó los hombros, superó la tensión. Puso aparte la información jart, volviendo a concentrarse en su humanidad y en su relación con Korzenowski, otrora su mentor, el hombre que había modelado gran parte de su vida, o de sus vidas. Entonces la reaparición de Mirsky cobró su matiz apropiado: profundamente extraño, enigmático, cautivador. No puso en duda el mensaje del fantasma. Aunque lo hubiera llamado alguien que no fuera Korzenowski, aquella noticia habría bastado para sacarlo del bosque y arrancarlo de sus meditaciones.

Los acontecimientos se sucedían más deprisa de lo que él imaginaba.

—¿Tengo tiempo para ir caminando? —preguntó sonriendo.

La broma fue como azúcar en su mente, y comprendió hasta qué punto estaba hambriento de compañía humana. El fantasma también sonrió.

—Pronto llegará transporte más rápido —dijo.

—El hijo pródigo —dijo Korzenowski, abrazando a Olmy con firmeza en la antecámara del Nexo—. Me disculpo por enviar un parcial en tu busca. Supongo que no deseabas que te encontraran.

Olmy sintió vergüenza ante su mentor. No deseaba hablar de lo que estaba haciendo. Aún le costaba mantener el equilibrio mental al observar las implantaciones que había cedido al jart.

—¿Dónde está Mirsky? —preguntó, para evitar las preguntas.

—Con Garry Lanier. El Nexo se reunirá dentro de dos horas. Mirsky declarará ante toda la cámara. Primero él quiere hablar contigo.

—¿Es real?

—Tan real como yo —dijo Korzenowski.

—Eso me preocupa —dijo Olmy con una sonrisa forzada.

—Su historia es asombrosa. —Korzenowski, en ese momento reacio a las bromas, miró hacia una pared de hierro natural del asteroide; su reflejo era lechoso y distante en la pulida superficie metálica—. Hemos causado muchos problemas.

—¿Dónde?

—En el final del tiempo. Recuerdo haber pensado en esa posibilidad hace siglos, cuando estaba diseñando la Vía. Entonces parecía una fantasía vana pensar que un proyecto mío pudiera tener tales repercusiones. Pero la idea me ha obsesionado. Me temía que alguien regresara de los distritos, como un fantasma.

—Y aquí está. Korzenowski asintió.

—No nos ha señalado con dedo acusador. Parece feliz de estar de vuelta, como un niño. Aun así, me asusta. Ahora tenemos una responsabilidad tremenda.. —Korzenowski clavó sus ojos penetrantes en Olmy—. ¿Te molestaría que te pidiera ayuda?

Olmy negó con la cabeza. Nunca podría saldar su inmensa deuda con el Ingeniero, ni siquiera después de haberle devuelto la vida. Korzenowski había moldeado la vida de Olmy, le había abierto perspectivas que de otra manera se hubiese perdido. Sin embargo, no sabía si su plan (ya fijo e irrevocable) se avendría con el de Korzenowski.

—Estoy siempre a tu servicio, ser.

—Durante los próximos meses, tal vez hoy si el momento es oportuno, si Mirsky expone su teoría tan claramente ante el Nexo como ante nosotros, recomendaré la apertura de la Vía —dijo Korzenowski.

Olmy sonrió irónicamente.

—Sí, entiendo —murmuró Korzenowski—. Hemos disentido en esto.

Al parecer nadie entendía su posición, ni siquiera su mentor. No parecía el momento oportuno para corregir el error, pero no pudo contener un reproche, que, aunque mesurado, al menos aseguraría que el Ingeniero tuviera en cuenta otras posibilidades.

—Espero no parecer presuntuoso si digo que no estás del todo descontento con este giro.

—Hay entusiasmo y desafío —dijo Korzenowski—, y hay sabiduría. Yo me he aferrado desesperadamente a la sabiduría. ¿Cuál de nosotros está más ansioso por recobrar este monstruo?

—¿Cuál de nosotros desea afrontar las consecuencias? —preguntó Olmy.

Lanier y Mirsky salieron del ascensor y se acercaron. Mirsky precedía a Lanier, sonriendo expectante, y le tendió la mano a Olmy.

—No nos conocemos —dijo.

Olmy le estrechó la mano con firmeza. Cálida y humana.

—Tú eres el ejecutor de nuestra misión —dijo Mirsky. Olmy no pudo ocultar su asombro al oír la palabra que había escogido. Mirsky hizo una pausa, estudiándolo.
¿A quién está mirando?
, se preguntó Olmy—. Entiendes los problemas, ¿verdad? Olmy titubeó.

—Algunos —dijo al fin.

—¿Te has estado preparando? Ahora no podía no entenderle.

—Sí.

Mirsky cabeceó.

—No esperaba menos de ti. Estoy ansioso por declarar. Ansioso de poner las cosas en marcha.

Se alejó con una brusquedad que asombró a todos.

Olmy se volvió a Lanier mientras el ruso se acercaba a la puerta de la cámara del Nexo.

—¿Cómo estás? —le preguntó—. ¿Y tu esposa?

—Está bien, supongo, trabajando en un proyecto...

—Acaba de llegar a Thistledown —dijo Korzenowski—. Está trabajando con ser Ram Kikura.

—¿El Nexo me escuchará? —preguntó Mirsky, regresando—. ¡Estoy nervioso! ¿Podéis creerlo?

—No —murmuró Korzenowski por lo bajo. Mirsky se encaró repentinamente a Olmy.

—Crees que los jarts se nos opondrán. Y sospechas que no serán los únicos. Sabes que los talsit fueron aliados de los jarts, y crees que pueden volver a serlo. Has estado trabajando en ello, ¿verdad? Es lo que esperaba de ti —repitió, mirando fijamente a Olmy.

BOOK: Eternidad
2.18Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Glorious Ones by Francine Prose
My Friend the Enemy by Dan Smith
The Bride Who Wouldn't by Carol Marinelli
The Infinite Moment by John Wyndham
Leaving Blythe River: A Novel by Catherine Ryan Hyde
Render Unto Rome by Jason Berry
Stone's Fall by Iain Pears
Breaking Free by Abby Sher