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Authors: Greg Bear

Tags: #ciencia ficción

Eternidad (53 page)

BOOK: Eternidad
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—Eso era inglés —comentó secamente Korzenowski.

El mensaje se repitió en español, luego en una lengua parecida al griego, en una que parecía chino y en otros idiomas menos conocidos. Al concluir las traducciones, las burbujas formaron anillos concéntricos en torno de la nave.

Olmy sintió que el jart volvía a controlar sus movimientos. El jart envió otra señal a la barrera a través de los transmisores de la nave. Luego llevó a Olmy a la proa transparente y aguardó.

Uno de los arcos verdes centelleó de repente e iluminó la proa de la nave. Olmy quedó rodeado por una especie de fuego de San Telmo, tuvo un espasmo. Korzenowski se acercó a su amigo en el momento en que el espectáculo cesó. Olmy lo miró con una sonrisa lánguida.

—Inspección —dijo—. Aún no confían plenamente en nosotros.

—¿La has pasado con éxito? —preguntó Korzenowski.

—Hasta ahora sí.

—Está muy avanzado —dijo Ry Oyu. Korzenowski creyó detectar cierta ironía.

—Sacad la nave de la falla —dijo una señal de retorno en inglés. Olmy fue a la consola y ordenó a la nave que se desvinculara.

—Entrad en la burbuja más próxima a la puerta de vuestra nave.

Se pusieron equipos ambientales y se detuvieron junto a la escotilla. Cuando se abrió, una burbuja se expandió hasta alcanzar cuatro metros de diámetro y se adhirió a los bordes de la escotilla con un ruido de succión. El borrón negro se convirtió en una plataforma con barandilla.

—Nuestro faetón —dijo Korzenowski, siguiendo a Olmy.

Los rodeaba un suave siseo; un aire fresco de olor dulce y almizclado, como el de la cerveza joven, les soplaba en la cara. La burbuja se retiró, cerrándose, y los llevó por los arcos verdes hasta un punto fuera del centro de la barrera. En esta región la falla tenía un color naranja atípico, al llevar el peso adicional de la información jart; arrojaba un fulgor débil contra la negra superficie de la barrera.

Cuatro arcos verdes acunaron la fallonave y la guiaron hacia las paredes de la Vía. Olmy miró la nave descendente con un aguijonazo de lástima: su último contacto con el Hexamon. Cruzado de brazos, pero no resignado del todo, Korzenowski se enfrentó a la lisa superficie de la barrera hacia la cual viajaban. De sus ojos había desaparecido la huella de Patricia; ella parecía haberse hundido en su psique, esperando su momento.

Ry Oyu apoyó la mano en el hombro del Ingeniero.

—En nuestra juventud —le dijo—, habríamos llamado a esto una aventura.

—En mi juventud, siempre preferí la reflexión a la aventura —replicó Korzenowski.

La barrera absorbió la burbuja y estuvieron de nuevo en la oscuridad. Olmy habría estado más cómodo si el jart se hubiese comunicado con él, pero guardaba silencio; no habían dialogado desde la inspección. Todavía lo sentía en su interior, como un grano de arena en el interior de una ostra.

Cuando terminaron de pasar la barrera, todo lo humano quedó atrás. La burbuja revoloteó sobre un ancho suelo verde.

A unos cien metros, el suelo se encontraba con una pared verde más clara. No parecía haber techo alguno, sólo un vacío borroso y pálido.

—Os encontraréis con individuos de mando —dijo una voz incorpórea en la burbuja.

—Bien —dijo Korzenowski, los labios tensos—. Terminemos con esto.

La pared verde se entreabrió como una cortina y la burbuja la atravesó. Sólo ahora sintió Olmy la reacción del jart. Parecía cambiar de forma, reordenar sus puntos de contacto con su mentalidad, endurecerse.

—Gran día para mi compañero conquistador —dijo—. Hora de rendir cuentas.

Atravesaron un proscenio flanqueado por hileras de esculturas idénticas que parecían abstractos escorpiones de cromo. Sus abdómenes alargados se clavaban en el suelo verde y soportaban los cuerpos relucientes; levantaron sus patas y pinzas abstractas que se elevaron en un saludo formal.

Alrededor de aquellas formas flotaban esferas de luz naranja y verde del tamaño de un puño.

—¿Qué son? —le preguntó Korzenowski a Olmy, señalando las esculturas.

—No sé. Mi guía guarda silencio.

Korzenowski asintió con una mueca, como si eso fuera lo menos que cabía esperar.

—Hasta la arquitectura es amenazadora —dijo—. Nos lo merecemos por venir tan lejos.

Olmy no podía menos que estar de acuerdo. ¿Qué había pasado con aquellos lejanos días de disciplina e investigación en que el torbellino era puramente interior? Esos tiempos parecían apacibles y apetecibles. Lo que temía no era tanto la muerte como algo innombrable, que tal vez viniera desde las antípodas de la vida y la humanidad, la antítesis de todo aquello en lo que creía; temía descubrir que eso también era verdadero e irrebatible, perder toda referencia y esfumarse como una idea obsoleta.

Ya se habían enfrentado a la extrañeza de Mirsky y Ry Oyu, pero aquellos avatares tenían apariencia humana. ¿En qué se convertiría Ry Oyu para convencer a los jarts?

El proscenio desembocó en un ancho círculo rodeado de tanques cilíndricos, traslúcidos y verdosos, cuya altura equivalía al doble de su anchura. En los tanques, unas membranas negras ondeaban rítmicamente, como estandartes brumosos.

Arriba no había tanques, sólo un escenario plano a un metro del suelo. Encima de este escenario flotaban tres formas obviamente orgánicas, lustrosas y largas y un poco mayores que elefantes; llevaban el torso envuelto en más estandartes brumosos que ora los ocultaban, ora los dejaban al descubierto.

Los individuos de mando jarts eran organismos encarnados, más parecidos a sus lejanos originales. El mundo que había generado a esos seres debía de haber sido un sitio ponzoñoso, mortífero y dantesco. Esas criaturas estaban bien equipadas para sobrevivir, con sus largas patas negras y afiladas y sus eficientes blindajes en torno a un tórax largo y ahusado. Por la parte delantera se partían en dos, y cada bifurcación se elevaba de la plataforma, exhibiendo profundos tajos en el vientre. De los tajos nacían apéndices rugosos coronados por pinzas negras y puntiagudas. No se veían ojos ni otros sensores.

Guardaban cierta semejanza con el cuerpo de la cámara oculta, pensó Olmy. Parecían mucho más eficientes, sin embargo, quizá más evolucionados. La forma muerta de la caja transparente tal vez fuera un precursor, como un chimpancé comparado con un humano.

¿Cuánto tiempo había pasado en la Vía? ¿Décadas, o millones de años?

¿Reconoces a estos individuos?, le preguntó Olmy al jart.

Tardó en responderle, pero al fin dijo: Estos no son individuos de mando tal como los conocía este ejecutor.

¿Es posible que no sean jarts?

Son de mi especie. Hay gloria en ellos. Han logrado muchas mejoras.

¿Te conocerán?

Ya reconocen a este ejecutor modificado. Humilde sumisión en su presencia. Intercambiaron algo más que no encajaba en el rudimentario idioma mental que Olmy compartía con el jart; algo ominoso, oscuro y exaltado al mismo tiempo, una especie de orgullo asesino que él no podía clasificar entre las emociones humanas.

—Pareces divertido —le dijo Korzenowski a Olmy.

—No hay duda. Son jarts.

—Ah —dijo secamente Korzenowski—. Nuestros anfitriones.

La burbuja se posó en el cuarto rincón de un cuadrado. Los individuos de mando ocupaban los otros tres. Los borrones negros que rodeaban sus cuerpos se evaporaron y los jarts levantaron sus bifurcaciones frontales y unieron delicadamente las pinzas de modo que parecieron suturas sobre tajos gemelos; aquello estremeció a Olmy e intimidó a Korzenowski.

—Son totalmente horribles —dijo este último.

Olmy estaba de acuerdo. No recordaba haber visto seres inteligentes de apariencia más amenazadora.

El imperturbable Ry Oyu se detuvo en un borde de la plataforma.

Sin duda estas inteligencias no son las más repulsivas del universo, pensó Korzenowski. La Mente Final abarcará cosas peores. Miró de soslayo a Ry Oyu, que sonrió como si escuchara y asintiera.

Los tres individuos de mando extendieron y ensancharon sus bifurcaciones.

—Nos encontramos —dijo la voz de la burbuja, dando a cada uno de ellos la impresión de que venía desde encima de su hombro derecho—. Este acontecimiento es inesperado. ¿Sois uno o muchos?

—Cada cual es un individuo —dijo Ry Oyu.

—¿Cuál representa al mando descendiente?

—Yo.

—¿Qué pruebas hay que lo confirmen?

—Quieren peces y panes —murmuró Ry Oyu—. Así sea.

Aparentemente no hizo nada, pero los tres individuos de mando tiritaron como si notaran una brisa helada. Los sectores superiores se cerraron casi hasta unirse.

—El testimonio es confirmación adecuada —dijo la voz—. ¿Cuál es tu plan para la conclusión?

Korzenowski frunció el entrecejo, intrigado.

—Diles lo que hemos hecho y lo que deseamos hacer —le indicó Ry Oyu—. Diles quién eres.

—Mi nombre es Konrad Korzenowski. Yo diseñé la Vía. Los individuos de mando no reaccionaron.

—Ya hemos iniciado la destrucción de la Vía.

—Los individuos de mando son conscientes de ello —aseguró la voz.

—Hemos venido a completar nuestra labor, a devolveros a uno de los vuestros y... —Tropezó con las palabras, tratando de expresarse con una claridad que los no humanos pudieran entender—. Llevo parte de la mentalidad de otro humano cuyos trabajos me ayudaron a diseñar la Vía. Deseamos devolver esta mentalidad a un mundo apropiado, en las pilas geométricas, detrás de donde estamos ahora. —Gesticuló torpemente, inseguro de la dirección.

«Aspiramos a continuar el viaje y a ayudar a la Mente Final. Con vosotros, o a solas.

Qué ingenuo y pueril pensar siquiera que podían ayudar a algo tan vasto como la Mente Final.

—Los individuos de mando han abordado y almacenado un mundo ocupado por humanos en la región que mencionas —dijo la voz. Calló varios minutos y continuó—: Mando es consciente. Mando no creó la Vía.

»¿Tienes conocimientos concernientes al individuo diseñador humano Patrikia Vaskayza o Patricia Luisa Vasquez, ejecutora humana?

Korzenowski cerró los ojos, se relamió los labios como saboreando un gusto interior.

—Sí, llevo parte de ese individuo. ¿La tenéis, la habéis encontrado?

El tono de la voz cambió radicalmente. Ahora parecía femenina.

—Habla supervisión de mando. Tenemos la progenie generada sexualmente, con dos generaciones de distancia, del individuo diseñador Patricia Luisa Vasquez.

—Supongo que quieren decir que tienen a la nieta de Patricia —dijo Ry Oyu. Olmy asintió.

—¿Dónde la encontraron? —preguntó Korzenowski. Se enfrentó a los individuos de mando con los ojos relucientes—. ¿Dónde hallasteis a esa mujer?

La voz femenina respondió:

—Hemos accedido al mundo adonde el individuo diseñador humano Patricia Luisa Vasquez viajó desde la Vía y lo hemos almacenado. Su progenie sexual hasta dos generaciones después también está almacenada.

—¿Pero no Patricia Vasquez?

—El individuo Patricia Luisa Vasquez ha muerto.

—¿Podemos hablar con su nieta? —preguntó Ry Oyu.

—Este individuo ha sido dañado por nuestras investigaciones.

Korzenowski sintió un espasmo de horror y desesperación. Procuró dominar su furia, y la furia aún más profunda del fantasma de una abuela que nunca había visto a su nieta, que ni siquiera había sabido de su existencia.

—Nos gustaría hablar con ella, dañada o no —dijo Ry Oyu—. ¿Es posible?

Los individuos de mando se envolvieron nuevamente en túnicas negras ondulantes.

Korzenowski apartó los ojos, asqueado por aquella rareza, aquella cosa incomprensible, aquella crueldad displicente. ¿Qué había sucedido con el mundo que encontró Patricia? ¿Qué clase de mundo era antes de que los jarts lo «almacenaran»? ¿En qué condiciones estaba ahora? Ry Oyu le tocó el hombro y Olmy se aproximó; solidarios, le ofrecían su apoyo.

—Este individuo dañado es sumamente valioso —dijo la voz femenina—. El daño no fue intencionado.

—Hablemos con ella —dijo Korzenowski con voz cascada.

Los tres individuos de mando retrocedieron, como por efecto de una lente distorsionante.

Apareció una escena frente a la burbuja: el interior de una casa de construcción humana, aunque no se trataba de una vivienda de las que Patricia podría haber encontrado en Los Ángeles a principios del siglo XXI.

Rhita salió de una turbulenta eternidad donde el tiempo no estaba ausente pero era aleatorio, no lineal; recuerdos auténticos bailando con simulaciones, pensamientos caóticos y primitivos —hambre descarnada, deseo sexual a la deriva— compitiendo con breves momentos de claridad cristalina, donde ella recordaba su situación, y la rechazaba, regresando a su eternidad turbulenta.

En un instante de claridad, se vio a sí misma como una heroína que se hacía inútil para sus enemigos eludiéndolos dentro de un santuario incomprensible. En otro comprendía que tal vez nunca se recobrara de ese desquicio, que sus enemigos podían mantenerla en ese estado para siempre, y no se le ocurría mejor definición del Hades.

Estaba en peor situación que una sombra sedienta de sangre y vino; lo que anhelaba era el dulce licor de la historia repetida, segundas oportunidades, puertas a un pasado no tan muerto como conservado en salmuera, a la espera de un inhumano festín de conocimiento.

Ya no tenía contacto con las presencias de Demetrios y Oresias.

De repente la tempestad de fuga caótica se calmó. Sus pensamientos aún eran confusos, pero lo que experimentaba y sentía era cristalino; estaba en la casa de su abuela en Rhodos. Typhón la acompañaba con apariencia humana.

Trató de escapar nuevamente hacia su caótica libertad, pero de repente reparó en las formas humanas que no parecían ser jarts. No las conocía.

Oyó conversación, la charla sin voz de los jarts en un sueño; descarnada, espantosa.

Pero de vez en cuando, en esta confusión que ella se había impuesto, logró escuchar sin rechazar lo que se decía.

Se hablaba de su abuela.

¿Era posible que fueran humanos? Gente de Gaia o... de nuevo la tormenta le enmarañó los pensamientos.

El Misterio de la abuela.

Un recuerdo agudo y exigente. La sophé explicando cómo había prestado una parte de su psique a un hombre. Magia y misterio en la Vía.

De repente no estaba en una simulación de la casa de la sophé, sino en las piedras del templo de Athéné Lindia; no en una simulación, sino en su recuerdo.

BOOK: Eternidad
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