Authors: Félix María Samaniego
Tags: #Clásico, Cuento, Infantil y juvenil, Poesía
entre mil ratonescas golosinas,
salchichones, perniles y cecinas.
Saltaban de placer, ¡oh, qué embeleso!
de pernil en pernil, de queso en queso.
En esta situación tan lisonjera
llega la despensera.
Oyen el ruido, corren, se agazapan,
pierden el tino, mas al fin se escapan
atropelladamente
por cierto pasadizo abierto a diente.
«¡Esto tenemos! dijo el campesino;
reniego yo del queso, del tocino
y de quien busca gustos
entre los sobresaltos y los sustos»
Volvióse a su campaña en el instante
y estimó mucho más de allí adelante,
sin zozobra, temor ni pesadumbres,
su casita de tierra y sus legumbres.
FÁBULA IX
Un Herrero tenía
un Perro que no hacía
sino comer, dormir y estarse echado.
De la casa jamás tuvo cuidado;
levantábase sólo a mesa puesta;
entonces con gran fiesta
al dueño se acercaba,
con perrunas caricias lo halagaba,
mostrando de cariño mil excesos
por pillar las piltrafas y los huesos.
«He llegado a notar, le dijo el amo,
que aunque nunca te llamo
a la mesa, te llegas prontamente;
en la fragua jamás te vi presente,
y yo me maravillo
de que, no dispertándote el martillo,
te desveles al ruido de mis dientes.
Anda, anda, poltrón; no es bien que cuentes
que el amo, hecho un gañán y sin reposo,
te mantiene a lo conde muy ocioso.»
El Perro le responde:
¿Qué más tiene que yo cualquiera conde?
para no trabajar debo al destino
haber nacido perro, no pollino.»
«Pues, señor conde, fuera de mi casa;
verás en las demás lo que te pasa.»
En efecto salió a probar fortuna,
y las casas anduvo de una en una.
Allí le hacen servir de centinela
y que pase la noche toda en vela,
acá de lazarillo y de danzante,
allá dentro de un torno, a cada instante,
asa la carne que comer no espera.
Al cabo conoció de esta manera
que el destino, y no es cuento,
a todos nos cargó como al jumento.
FÁBULA X
Una Zorra se empeña
en dar una comida a una Cigüeña;
la convidó con tales expresiones,
que anunciaban sin duda provisiones
de lo más excelente y exquisito.
Acepta alegre, va con apetito;
pero encontró en la mesa solamente
jigote claro sobre chata fuente.
En vano a la comida picoteaba,
pues era para el guiso que miraba
inútil tenedor su largo pico.
La Zorra con la lengua y el hocico
limpió tan bien su fuente, que pudiera
servir de fregatriz si a Holanda fuera.
Mas de allí a poco tiempo, convidada
de la Cigüeña, halla preparada
una redoma de jigote llena;
allí fue su aflicción, allí su pena;
el hocico goloso al punto asoma
al cuello de la hidrópica redoma,
mas en vano, pues era tan estrecho,
cual si por la Cigueña fuese hecho.
Envidiosa de ver que a conveniencia
chupaba la del pico a su presencia,
vuelve, tienta, discurre,
huele, se desatina, en fin se aburre;
Marchó rabo entre piernas, tan corrida,
que ni aun tuvo siquiera la salida
de decir:
Están verdes
, como antaño.
También hay para pícaros engaño.
FÁBULA XI
A un panal de rica miel
dos mil moscas acudieron,
que por golosas murieron,
presas de patas en él.
Otra dentro de un pastel
enterró su golosina.
Así, si bien se examina
Los humanos corazones
Perecen en las prisiones
Del vicio que los domina.
FÁBULA XII
No a pares, a docenas encontraba
las Monas en Tetuán, cuando cazaba,
un Leopardo; apenas lo veían,
a los árboles todas se subían,
quedando del contrario tan seguras,
que pudiera decir: No están maduras.
El cazador, astuto, se hace el muerto
tan vivamente, que parece cierto.
Hasta las viejas Monas,
alegres en el caso y juguetonas,
empiezan a saltar; la más osada
baja, arrímase al muerto de callada,
mira, huele y aun tienta,
y grita muy contenta:
«Llegad, que muerto está de todo punto,
tanto, que empieza a oler el tal difunto.»
Bajan todas con bulla y algazara:
Ya le tocan la cara,
ya le saltan encima,
aquélla se le arrima,
y haciendo mimos, a su lado queda;
Otra se finge muerta y lo remeda.
Mas luego que las siente fatigadas
de correr, de saltar y hacer monadas,
levántase ligero,
y más que nunca fiero,
pilla, mata, devora, de manera
que parecía la sangrienta fiera,
cubriendo con los muertos la campaña,
al Cid matando moros en España.
Es el peor enemigo el que aparenta
no poder causar daño; porque intenta
inspirando confianza,
asegurar su golpe de venganza.
FÁBULA XIII
Un Ciervo se miraba
en una hermosa cristalina Fuente;
placentero admiraba
los enramados cuernos de su frente,
pero al ver sus delgadas, largas piernas,
al alto cielo daba quejas tiernas.
«¡Oh dioses! ¿A qué intento,
a esta fábrica hermosa de cabeza
construir su cimiento
sin guardar proporción en la belleza?
¡Oh, qué pesar! ¡Oh, qué dolor profundo!
¡No haber gloria cumplida en este mundo!»
Hablando de esta suerte
el Ciervo, vio venir a un lebrel fiero.
Por evitar su muerte,
parte al espeso bosque muy ligero;
pero el cuerno retarda su salida,
con una y otra rama entretejida.
Mas libre del apuro
a duras penas, dijo con espanto:
«Si me veo seguro,
pese a mis cuernos, fue por correr tanto;
lleve el diablo lo hermoso de mis cuernos,
haga mis feos pies el cielo eternos:»
Así frecuentemente
el hombre se deslumbra con lo hermoso;
elige lo aparente,
abrazando tal vez lo más dañoso;
pero escarmiente ahora en tal cabeza.
el útil bien es la mejor belleza.
FÁBULA XIV
Un León en otro tiempo poderoso,
ya viejo y achacoso,
en vano perseguía, hambriento y fiero,
al mamón Becerrillo y al Cordero,
que trepando por la áspera montaña,
huían libremente de su saña.
Afligido de la hambre a par de muerte,
discurrió su remedio de esta suerte:
Hace correr la voz de que se hallaba
enfermo en su palacio, y deseaba
ser de los animales visitado.
Acudieron algunos de contado;
mas como el grave mal que lo postraba
era un hambre voraz, tan sólo usaba
la receta exquisita
de engullirse al
monsieur
de la visita.
Acércase la Zorra de callada,
y a la puerta asomada,
atisba muy despacio
la entrada de aquel cóncavo palacio.
El León la divisó, y en el momento
la dice: «Ven acá; pues que me siento
en el último instante de mi vida,
visítame como otros, mi querida.»
«¡Como otros! ¡Ah, señor! he conocido
que entraron, sí, pero no han salido.
mirad, mirad la huella,
bien claro lo dice ella;
y no es bien el entrar do no se sale.»
La prudente cautela mucho vale.
FÁBULA XV
A una Cierva decía
su tierno Cervatillo: «Madre mía,
¡es posible que un perro solamente
al bosque te haga huir cobardemente,
siendo él mucho menor, menos pujante!
¿por qué no has de ser tú más arrogante?»
«Todo es cierto, hijo mío;
y cuando así lo pienso, desafío
a mis solas a veinte perros juntos.
Figúrome luchando, y que difuntos
dejo a los unos; que otros, falleciendo,
pisándose las tripas, van huyendo
en vano de la muerte,
y a todos venzo de gallarda suerte.
Mas si embebida en este pensamiento,
a un perro ladrar siento,
escapo más ligera que un venablo,
y mi victoria se la lleva el diablo.»
A quien no sea de ánimo esforzado
no armarlo de soldado,
pues por más que, al mirarse la armadura,
piense, en tiempo de paz, que su bravura
herirá, matará cuanto acometa,
en oyendo en campaña la trompeta,
hará lo que la Corza de la historia,
mas que el diablo se lleve la victoria.
FÁBULA XVI
Un Labrador miraba
con duelo su sembrado,
porque gansos y grullas
de su trigo solían hacer pasto.
Armó sin más tardanza
diestramente sus lazos,
y cayeron en ellos
la Cigüeña, las grullas y los gansos.
«Señor rústico, dijo,
la Cigüeña temblando,
quíteme las prisiones,
pues no merezco pena de culpados;
la diosa Ceres sabe
que, lejos de hacer daño,
limpio de sabandijas,
de culebras y víboras los campos.»
«Nada me satisface,
respondió el hombre airado:
Te hallé con delincuentes,
con ellos morirás entre mis manos.»
La inocente Cigüeña
tuvo el fin desgraciado,
que pueden prometerse
los buenos que se juntan con los malos.
FÁBULA XVII
En casa de un cerrajero
entró la Serpiente un día,
y la insensata mordía
en una Lima de acero.
Díjole la Lima: «El mal,
necia, será para ti;
¿Cómo has de hacer mella en mí,
que hago polvos el metal?»
Quien pretende sin razón
al más fuerte derribar
no consigue sino dar
coces contra el aguijón.
FÁBULA XVIII
Picaba impertinente
en la espaciosa calva de un Anciano
una Mosca insolente.
Quiso matarla, levantó la mano,
tiró un cachete, pero fuese salva,
hiriendo el golpe la redonda calva.
Con risa desmedida
la Mosca prorrumpió: «Calvo maldito,
si quitarme la vida
intentaste por un leve delito,
¿A qué pena condenas a tu brazo,
bárbaro ejecutor de tal porrazo?»
«Al que obra con malicia,
le respondió el varón prudentemente,
rigorosa justicia
debe dar el castigo conveniente,
y es bien ejercitarse la clemencia
en el que peca por inadvertencia.
Sabe, Mosca villana,
que coteja el agravio recibido
la condición humana,
según la mano de donde ha venido»;
Que el grado de la ofensa tanto asciende
cuanto sea más vil aquel que ofende.
FÁBULA XIX
A dos Amigos se aparece un Oso:
el uno, muy medroso,
en las ramas de un árbol se asegura;
el otro, abandonado a la ventura,
se finge muerto repentinamente.
El Oso se le acerca lentamente;
mas como este animal, según se cuenta,
de cadáveres nunca se alimenta,
sin ofenderlo lo registra y toca,
huélele las narices y la boca;
no le siente el aliento,
ni el menor movimiento;
y así, se fue diciendo sin recelo:
«Este tan muerto está como mi abuelo.»
Entonces el cobarde,
de su grande amistad haciendo alarde,
del árbol se desprende muy ligero,
corre, llega y abraza al compañero,
pondera la fortuna
de haberle hallado sin lesión alguna,
y al fin le dice: «Sepas que he notado
que el Oso te decía algún recado.
¿Qué pudo ser?» «Diréte lo que ha sido;
Estas dos palabritas al oído:
Aparta tu amistad de la persona
que si te ve en el riesgo, te abandona.»
FÁBULA XX
Una Águila anidó sobre una encina.
al pie criaba cierta Jabalina,
y era un hueco del tronco corpulento
de una Gata y sus crías aposento.
Esta gran marrullera
sube al nido del Águila altanera,
y con fingidas lágrimas la dice:
«¡Ay, mísera de mí! ¡ay, infelice!
este sí que es trabajo:
La vecina que habita el cuarto bajo,
como tú misma ves, el día pasa
hozando los cimientos de la casa.
La amainará, y en viendo la traidora
por tierra a nuestros hijos, los devora.»
Después que dejó al Águila asustada,
a la cueva se baja de callada,
y dice a la cerdosa: «Buena amiga,
has de saber que la Águila enemiga,
cuando saques tus crías hacia el monte,
las ha de devorar; así disponte.»
La Gata, aparentando que temía,
se retiró a su cuarto, y no salía