Fábulas morales (4 page)

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Authors: Félix María Samaniego

Tags: #Clásico, Cuento, Infantil y juvenil, Poesía

BOOK: Fábulas morales
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Por esta conveniencia

los hay el día de hoy en toda ciencia,

que ocupan, igualmente acreditados,

cátedras, academias y tablados.

Prueba de esta verdad será un famoso

doctor en elocuencia, tan copioso

en charlatanería,

que ofreció enseñaría

a hablar discreto con fecundo pico,

en diez años de término, a un borrico.

Sábelo el Rey; lo llama, y al momento

le manda dé lecciones a un jumento;

pero bien entendido

que sería, cumpliendo lo ofrecido,

ricamente premiado;

mas cuando no, que moriría ahorcado.

El doctor asegura nuevamente

sacar un orador asno elocuente.

Dícele callandito un cortesano:

«Escuche, buen hermano;

su frescura me espanta:

a cáñamo me huele su garganta.»

«No temáis, señor mío,

respondió el Charlatán, pues yo me río.

¿En diez años de plazo que tenemos,

el Rey, el asno o yo no moriremos?»

Nadie encuentra embarazo

en dar un largo plazo

a importantes negocios; mas no advierte

que ajusta mal su cuenta sin la muerte.

FÁBULA XIII

El Milano y las Palomas

A las tristes Palomas un Milano,

sin poderlas pillar, seguía en vano;

mas él a todas horas

servía de lacayo a estas señoras.

Un día, en fin, hambriento e ingenioso,

así las dice: «¿Amáis vuestro reposo,

vuestra seguridad y conveniencia?

Pues creedme en mi conciencia:

en lugar de ser yo vuestro enemigo,

desde ahora me obligo,

si la banda por rey me aclama luego,

a tenerla con sosiego,

sin que de garra o pico tema agravio;

pues tocante a la paz seré un Octavio.»

Las sencillas palomas consintieron;

aclamándole por rey, «
Viva
, dijeron,

nuestro rey el Milano

Sin esperar a más, este tirano

sobre un vasallo mísero se planta;

déjalo con el
viva
en la garganta;

y continuando así sus tiranías,

acabó con el reino en cuatro días.

Quien al poder se acoja de un malvado

será, en vez de feliz, un desdichado.

FÁBULA XIV

Las dos Ranas

Tenían dos Ranas

sus pastos vecinos,

una en un estanque,

otra en el camino.

Cierto día a ésta

aquélla la dijo:

«¡Es creíble, amiga,

de tu mucho juicio,

que vivas contenta

entre los peligros,

donde te amenazan,

al paso preciso,

los pies y las ruedas

riesgos infinitos!

Deja tal vivienda;

muda de destino;

sigue mi dictamen

y vente conmigo.»

En tono de mofa,

haciendo mil mimos,

respondió a su amiga:

«¡Excelente aviso!

¡A mí novedades!

Vaya, ¡qué delirio!

Eso sí que fuera

darme el diablo ruido.

¡Yo dejar la casa

que fue domicilio

de padres, abuelos

y todos los míos,

sin que haya memoria

de haber sucedido

la menor desgracia

desde luengos siglos!»

«Allá te compongas;

mas ten entendido

que tal vez sucede

lo que no se ha visto.»

Llegó una carreta

a este tiempo mismo,

y a la triste Rana

tortilla la hizo.

Por hombres de seso

muchos hay tenidos,

que a nuevas razones

cierran los oídos;

recibir consejos

es un desvarío.

La rancia costumbre

suele ser su libro.

FÁBULA XV

El parto de los Montes

Con varios ademanes horrorosos

los Montes de parir dieron señales;

consintieron los hombres temerosos

ver nacer los abortos más fatales.

Después que con bramidos espantosos

infundieron pavor a los mortales,

estos Montes, que al mundo estremecieron,

un ratoncillo fue lo que parieron.

Hay autores que en voces misteriosas

estilo fanfarrón y campanudo

nos anuncian ideas portentosas;

Pero suele a menudo

ser el gran parto de su pensamiento,

después de tanto ruido sólo viento.

FÁBULA XVI

Las Ranas pidiendo rey

Sin Rey vivía, libre, independiente,

el pueblo de las Ranas felizmente.

La amable libertad sola reinaba

en la inmensa laguna que habitaba;

Mas las Ranas al fin un Rey quisieron,

a Júpiter excelso lo pidieron;

Conoce el dios la súplica importuna,

y arroja un Rey de palo a la laguna:

Debió de ser sin duda buen pedazo,

pues dio su majestad tan gran porrazo,

que el ruido atemoriza al reino todo;

cada cual se zambulle en agua o lodo,

y quedan en silencio tan profundo

cual si no hubiese ranas en el mundo.

Una de ellas asoma la cabeza,

y viendo a la real pieza,

publica que el monarca es un zoquete.

Congrégase la turba, y por juguete

lo desprecian, lo ensucian con el cieno,

y piden otro Rey, que aquél no es bueno.

El padre de los dioses, irritado,

envía a un culebrón, que a diente airado

muerde, traga, castiga,

y a la mísera grey al punto obliga

a recurrir al dios humildemente.

«Padeced, les responde, eternamente;

que así castigo a aquel que no examina

si su solicitud será su ruina.»

FÁBULA XVII

El Asno y el Caballo

«¡Ah! ¡quién fuese Caballo!

Un Asno melancólico decía;

Entonces sí que nadie me vería

flaco, triste y fatal como me hallo.

tal vez un caballero

me mantendría ocioso y bien comido,

dándose su merced por muy servido

con corvetas y saltos de carnero.

Trátanme ahora como vil y bajo;

de risa sirve mi contraria suerte;

quien me apalea más, más se divierte,

y menos como cuando más trabajo.

No es posible encontrar sobre la tierra

infeliz como yo.» Tal se juzgaba,

cuando al caballo ve cómo pasaba,

con su jinete y armas, a la guerra.

Entonces conoció su desatino,

rióse de corvetas y regalos,

y dijo: «Que trabaje y lluevan palos,

no me saquen los dioses de Pollino.»

FÁBULA XVIII

El Cordero y el Lobo

Uno de los corderos mamantones,

que para los glotones

se crían, sin salir jamás al prado,

estando en la cabaña muy cerrado,

vio por una rendija de la puerta

que el caballero Lobo estaba alerta,

en silencio esperando astutamente

una calva ocasión de echarle el diente.

Mas él, que bien seguro se miraba,

así lo provocaba:

«Sepa usted, seor Lobo, que estoy preso,

porque sabe el pastor que soy travieso;

mas si él no fuese bobo,

no habría ya en el mundo ningún Lobo.

Pues yo corriendo libre por los cerros,

sin pastores ni perros,

con sólo mi pujanza y valentía

contigo y con tu raza acabaría.»

«Adiós, exclamó el Lobo, mi esperanza

de regalar a mi vacía panza.

Cuando este miserable me provoca

es señal de que se halla de mi boca

tan libre como el cielo de ladrones.»

Así son los cobardes fanfarrones,

que se hacen en los puestos ventajosos

más valentones cuanto más medrosos.

FÁBULA XIX

Las Cabras y los Chivos

Desde antaño en el mundo

reina el vano deseo

de parecer iguales

a los grandes señores los plebeyos.

Las Cabras alcanzaron

que Júpiter excelso

les diese barba larga

para su autoridad y su respeto.

Indignados los Chivos

De que su privilegio

se extendiese a las Cabras,

lampiñas con razón en aquel tiempo,

sucedió la discordia

y los amargos celos

a la paz octaviana

con que fue gobernado el barbón pueblo.

Júpiter dijo entonces,

acudiendo al remedio:

«¿Qué importa que las Cabras

disfruten un adorno propio vuestro

si es mayor ignominia

de su vano deseo,

siempre que no igualaren

en fuerzas y valor a vuestro cuerpo?»

El mérito aparente

es digno de desprecio;

la virtud solamente

es del hombre el ornato verdadero.

FÁBULA XX

El Caballo y el Ciervo

Perseguía un Caballo vengativo

a un Ciervo que le hizo leve ofensa;

mas hallaba segura la defensa

en veloz carrera el fugitivo.

El vengador, perdida la esperanza

de alcanzarlo, y lograr así su intento,

al hombre le pidió su valimiento

para tomar del ofensor venganza.

Consiente el hombre, y el Caballo airado

sale con su jinete a la campaña;

corre con dirección, sigue con maña,

y queda al fin del ofensor vengado.

Muéstrase al bienhechor agradecido;

quiere marcharse libre de su peso;

mas desde entonces mismo quedó preso,

y eternamente al hombre sometido.

El Caballo que suelto y rozagante

en el frondoso bosque y prado ameno

su libertad gozaba tan de lleno,

padece sujeción desde ese instante.

Oprimido del yugo ara la tierra;

pasa tal vez la vida más amarga;

sufre la silla, freno, espuela, carga,

y aguanta los horrores de la guerra.

En fin perdió la libertad amable

por vengar una ofensa solamente.

Tales los frutos son que ciertamente

produce la venganza detestable.

Libro tercero

A Don Tomás de Iriarte

En mis versos, Iriarte,

ya no quiero más arte

que poner a los tuyos por modelo.

A competir anhelo

con tu numen, que el sabio mundo admira,

si me prestas tu lira,

aquélla en que tocaron dulcemente

Música y Poesía juntamente.

Esto no puede ser: ordena Apolo

que, digno sólo tú, la pulses solo.

¿Y, por qué sólo tú? Pues cuando menos,

¿No he de hacer versos fáciles, amenos,

sin ambicioso ornato?

¿Gastas otro poético aparato?

Si tú sobre el Parnaso te empinases,

y desde allí cantases:

Risco tramonto de épica altanera,

«Góngora
que te siga», te dijera;

pero si vas marchando por el llano,

cantándonos en verso castellano

cosas claras, sencillas, naturales,

y todas ellas tales,

que aun aquel que no entiende poesía

dice: «
Eso yo también me lo diría»
;

¿Por qué no he de imitarte, y aun acaso

antes que tú trepar por el Parnaso?

No imploras las sirenas ni las musas,

ni de númenes usas,

ni aun siquiera confias en Apolo.

a la naturaleza imploras solo,

y ella, sabia, te dicta sus verdades.

Yo te imito: no invoco a las deidades,

y por mejor consejo,

sea mi sacro numen cierto viejo,

Esopo digo. Díctame, machucho,

una de tus patrañas; que te escucho.

FÁBULA I

El Águila y el Cuervo

Una Águila rapante,

con vista perspicaz, rápido vuelo,

descendiendo veloz de junto al cielo,

arrebató un cordero en un instante.

Quiere un Cuervo imitarla: de un carnero

en el vellón sus uñas hacen presa;

queda enredado entre la lana espesa,

como pájaro en liga prisionero.

Hacen de él los pastores vil juguete,

para castigo de su intento necio.

Bien merece la burla y el desprecio

el Cuervo que a ser Águila se mete.

El viejo me ha dictado esta patraña,

y astutamente así me desengaña.

Esa facilidad, esa destreza,

con que arrebató el Águila su pieza,

fue la que engañó al Cuervo, pues creía

que otro tanto a lo menos él haría.

Mas ¿qué logró? Servirme de escarmiento.

¡Ojalá que sirviese a más de ciento,

poetas de mal gusto inficionados,

y dijesen, cual yo, desengañados:

«El Águila eres tú, divino Iriarte;

ya no pretendo más sino admirarte:

sea tuyo el laurel, tuya la gloria,

y no sea yo el cuervo de la historia!»

FÁBULA II

Los animales con peste

En los montes, los valles y collados,

de animales poblados,

se introdujo la peste de tal modo,

que en un momento lo inficiona todo.

Allí, donde su corte el León tenía,

mirando cada día

las cacerías, luchas y carreras

de mansos brutos y de bestias fieras,

se veían los campos ya cubiertos

de enfermos miserables y de muertos.

«Mis amados hermanos,

exclamó el triste Rey, mis cortesanos,

ya véis que el justo cielo nos obliga

a implorar su piedad, pues nos castiga

con tan horrenda plaga:

Tal vez se aplacará con que se le haga

sacrificio de aquel más delincuente,

y muera el pecador, no el inocente.

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