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Authors: Noelia Amarillo

Tags: #Erótico

Falsas apariencias (13 page)

BOOK: Falsas apariencias
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Las suaves yemas dejaron de atormentar los pezones para recorrer lentamente la distancia hasta su ombligo y detenerse allí, trazando círculos incandescentes, acariciando la suave depresión, haciéndola imaginar esos mismos movimientos en otra parte de su cuerpo que se sentiría bastante más agradecida. Inclinó la cabeza buscando unos labios cálidos y húmedos que la besasen, los encontró dispuestos a devorarla. Quizá fuera porque abrieron la boca a la vez sin pararse a medir distancias o porque ambos estaban demasiado descontrolados, la cuestión es que no se encontraron labio contra labio, sino dientes contra dientes, con ese sonido desagradable de dos huesos chocando. Se separaron avergonzados y al momento Alex comenzó a reír; Luka se mordió los labios, estaba guapísimo cuando reía, sus ojos se iluminaban y en las comisuras de su boca se formaban unas arruguitas deliciosas, dignas de ser probadas. Se acercó a él lentamente y comenzó a lamerle la comisura de la boca. Sí, realmente sabía tan bien como creía. Le mordisqueó delicadamente el labio inferior mientras él coqueteaba con su barriguita. Luka tenía el cuello totalmente torcido hacia atrás en una postura forzada, pero cuando él permitió la entrada de su lengua se olvidó de todo, le recorrió el cielo de la boca, sus dientes, aprendió su sabor cálido mientras él la admitía pacientemente o por lo menos hasta que la lengua de Alex despertó y comenzó entonces una lucha ávida por hacerse con el control, control que ella no pensaba entregar. El beso se torno feroz, los apéndices se cruzaban, chocaban, peleaban en un pulso erótico y salvaje que tuvo su eco en los estremecimientos que recorrían el cuerpo de la pareja.

Las caderas de Luka pasaron a la acción tomando sus propias decisiones contra aquellos dedos tontos que solo jugaban con su ombligo, se alzaron intentando colocarlos en el lugar adecuado es decir un poco más abajo, pero traicioneros como eran la ignoraron desplazándose a sus pechos. Gruñó descontenta contra los labios del hombre, los cuales formaron una sonrisa traviesa. Por supuesto que Alex lo estaba haciendo aposta, pero a este juego podían jugar dos. La erección que seguía frotándose contra sus costillas rítmicamente ahora mismo iba a probar su propia medicina. Luka separó la espalda, Alex jadeó al sentir que su polla quedaba libre y que, disgustada, comenzaba a pulsar dolorosamente contra la tela del bóxer. Joder, estaba en la gloria friccionándose contra ella, no era suficiente, pero era aguantable y ahora le habían negado ese placer. Apretó las manos contra la barriguita de la mujer intentando por todos los medios que todo volviera a ocupar el lugar que tenía antes, pero ella se mantuvo alejada, lo miró a los ojos desafiante mientras le cogía las manos y las enseñaba el camino correcto, es decir, descendiendo en picado por su tripa hasta la cintura de los pantalones. Alex sonrió, bajó la cabeza y lamió su cuello dejando que le guiase; estaba duro como una piedra, si la única manera de encontrar consuelo era esa, por él perfecto.

Siguió el camino hasta bordear los pantalones y la oyó jadear triunfal; qué equivocada estaba. Paseó los dedos por encima del tanga adentrándose en su entrepierna mojada. A través de la tela húmeda podía sentir su clítoris tenso, hinchado, apetecible, lo atrapó entre dos dedos pellizcando suavemente, aumentando la presión gradualmente a la vez que la sentía temblar agarrada a sus muñecas; su espalda se arqueaba vibrando. Estaba a punto de correrse.

—Por debajo del tanga —susurro Luka— tócame por debajo.

—No —contestó separándose de ella y levantándose bruscamente.

—Joder —maldijo al sentir que se alejaba—, joder —repitió. No le salían las palabras, estaba dolorida y quería más, ¿por qué la dejaba así?

El se colocó a horcajadas sobre ella, la cogió de las caderas y de un impulso la tumbó en los cojines sobre el suelo. Situó una mano a cada lado de su cabeza y la besó rabiosamente mordiéndole el labio, apresándola contra su cuerpo, frotando su polla contra su pubis.

—No vas a correrte con mis dedos. Te vas a correr con mi polla. Te voy a follar sobre los cojines del "Dani" basta que te oiga gritar —dijo en un arrebato. Dani le había regalado unos cojines de mierda y él la iba a follar sobre ellos hasta que ella los cambiara de nombre—, te voy a comer el coño hasta que grites mi nombre, lo succionaré, lo morderé y lo lameré hasta que te oiga chillar, entonces te hundiré la lengua hasta el fondo, hasta que supliques, y luego te follaré hasta que digas basta, una y otra vez, y otra, y cuando no puedas más, seguiré follándote con mi polla y con mi lengua. Sin tregua…le bajaba la cremallera de los vaqueros con manos temblorosas, dándose cuenta de que tenía un estúpido ataque de celos contra un tipo al que ni siquiera conocía, pero es que le escocía el nombre de los putos cojines, llevaba escociéndole toda la jodida noche.

Cuando por fin bajó la cremallera tiró de los pantalones hasta quitárselos y los lanzó sin mirar —si hubiera mirado habría visto que caían haciendo una elipse perfecta hasta la tortuguera—. Un tanga diminuto, rosa y sin adornos era lo único que impedía la visión de la vulva perfecta y el clítoris rosado que le habían visitado en sueños durante toda la semana. La miró a los ojos, ella le devoraba a su vez, desabrochándole los botones de la camisa, bajándola por sus hombros, apretándose contra su erección. Se habían convertido en bárbaros que solo buscaban una cosa: placer. La camisa le molestaba, estaba trabada en sus brazos impidiendo que la abrazara, la rompió de un tirón, necesitaba tocarla. Le sacó la sudadera sin saber cómo y hundió la cara en sus tetas, respirando profundamente, llevando su aroma cálido y sensual hasta las profundidades de su cerebro mientras sus manos las masajeaban desde debajo de las axilas, Luka peleaba con los puñeteros pantalones de Alex, el botón se le resbalaba, tenía esa polla enorme y necesitada al alcance de la mano y no podía llegar hasta ella. Tiró con fuerza hasta que saltó el botón para a continuación bajar desesperada la cremallera, pero en vez de encontrar el metal, se topó con otro jodido botón.

—Joder. Mierda de putos botones —gritó furiosa; quería esa polla y la quería ya.

Alex se apoyó sobre un codo, bajó una mano y con una facilidad pasmosa se desabrochó; la polla saltó como un resorte bajo sus calzoncillos y él puso su mano sobre ella y apretó, subiendo y bajando, una y otra vez, mientras la miraba a los ojos. Incitando, como diciendo, ¿qué te parece nena?, ¿la quieres? Y Luka la quería.

—¡Y una mierda! Tu dedícate a tu cumplir tus amenazas que esa polla es mía —dijo agarrándole la muñeca y retirándole la mano para a continuación sortear el incordio de su slip y agarrarla posesivamente—, ¿Vas a hacer que grite? ¡Ja! Veremos quién pide clemencia antes —exclamó dándole un empellón que le hizo perder el equilibrio y caer tumbado de espaldas en el suelo. Se subió sobre él y sin pensarlo dos veces se la metió en la boca.

Su pene era enorme, imponente, liso como la piel de un bebé y rosado en el glande del que asomaba una solitaria gota preseminal; era un hermoso capullo, hinchado y terso, que pedía a gritos un poco de atención, atención que su lengua se ocupó de dispensar. Chupó golosa como si de un caramelo se tratara a la vez que frotaba su vulva húmeda y anhelante contra las piernas del hombre.

Succionó como si le fuera la vida en ello, deleitándose con su sabor salado y cremoso, acariciando la cabeza del pene con lametones lánguidos, aprendiendo su forma, su sabor, su olor. Su lengua juguetona encontró la pequeña abertura de la que manaría el semen y se introdujo tentándola. Cuando lo sintió jadear, lo mordió suavemente, notando cómo los muslos se tensaban bajo ella una y otra vez, hasta que unas manos masculinas, poderosas y delicadas agarraron su cabello y las caderas del hombre empezaron a convulsionar, queriendo introducirse más en ella, acariciar su paladar, sentir el fondo de su garganta. Luka le complació. Lentamente lo enterró en su boca, con la lengua moviéndose en toda su largura, los dientes arañándole delicadamente, la cálida saliva mojándole, apretando los labios contra él, arriba y abajo una y otra vez, soltándole cuando le sentía hincharse, a punto. El abrió las piernas, mostrando sin palabras el camino hacia sus testículos. Ella permitió que se apaciguara entre jadeos para bajar por todo su tallo con la lengua en una caricia tan suave que parecía la de una pluma, llegando hasta la base y acabando por lamerle lentamente el escroto mientras ponía la palma de la mano sobre el glande y apretaba, como indicándole que esperara, que se tranquilizara, pero si algo estaba lejos de la intención de Alex era precisamente eso, quería ese calor sobre él, joder, le dolían los huevos y ella quería que se relajara, ¡y una mierda! Movió las caderas y le sujetó la cabeza indicando que no quería, no podía esperar. Ella entonces absorbió un testículo, sosteniéndolo, atormentándolo mientras su mano le recorría, le masturbaba, hasta que se hinchó tanto que pensó que explotaría y en ese momento sus labios abandonaron el escroto y volvieron a subir lentamente, sigilosamente por toda la longitud del miembro, torturándolo de nuevo mientras la palma de la mano volvía a posarse sobre el glande. El cuerpo de Alex temblaba incontrolable, los jadeos apagaban el ruido del televisor y ella volvía a empezar el tormento. Iba a matarle. ¡Ni de coña! La cogió por las mejillas haciendo que lo soltara, eso dolió, joder si dolió. Perder su calor, su humedad, fue difícil pero lo consiguió. La agarró por debajo de las axilas y la tumbó sobre la espalda. Iba a darla su merecido. Ahora.

Le abrió las piernas y hundió en ellas la cabeza para lamer el clítoris por encima del tanga empapado, su sabor era increíble, su aroma embriagador. El clítoris creaba un bulto visible bajo la tela rosa y el atacó allí, cogiéndolo entre sus dientes y apretando gradualmente, absorbiendo cuando ella gemía. Uno de los dedos esquivó el elástico y se coló en su interior. Resbaló. Otro dedo le acompañó. Los curvó y apretó contra su vagina a la vez que trabajaba el sensible capullo. Su meñique se acomodó en la hendidura de sus nalgas, provocando la rugosa abertura que le tentaba... Dios, cómo le tentaba. El clítoris se hinchó aún más en respuesta a su atrevimiento, las caderas temblaron, los jugos le humedecieron la mano. Él siguió lamiendo, chupando, metiendo y sacando los dedos en una cadencia enloquecedora, parando cuando sentía temblar la vagina y continuando cuando se relajaba. Hasta que oyó palabras y no jadeos.

—Drácula, Alex —Dios, no sabía ni cómo nombrarle para llamar su atención—, digo tu nombre, cumple tu promesa —retaba entre gemidos.

—¿Qué promesa?

—Fóllame hasta que diga basta.

—Joder —le apartó el tanga, no había tiempo para quitárselo. Se dispuso a penetrarla cuando entre las brumas de su mente vio que estaban tumbados en el suelo y que los cojines de Dani habían quedado olvidados a un lado. Y una mierda. Iba a manchar esos jodidos cojines con su orgasmo. La levantó desesperado y la colocó sobre ellos en un último vestigio de voluntad; entonces, y sólo entonces, volvió a apartar la molesta tela y la penetró de un empellón.

Se sintió colmada cuando entró en ella y empezó a bombear una y otra vez, fue rápido, fue salvaje, su vagina hizo erupción temblando violentamente a la vez que el éxtasis la devastaba. Cuando ella se estremeció apretando caóticamente su miembro atormentándolo, estrujándolo, queriendo exprimir hasta la última gota de un orgasmo demoledor él apenas tuvo tiempo de apartarse y apretar su pene sobre la tripa de Luka. El semen escapó fulminante de su cuerpo regándole el abdomen. Alex situó los dedos sobre la barriguita acogedora de la mujer y extendió el esperma impregnándose la mano para luego con movimientos certeros limpiarse el pringoso líquido contra los cojines hasta verlos irremisiblemente marcados. Cumplida su venganza secreta, sonrió y se derrumbó sobre ella. Misión cumplida.

Capítulo 9

—Pesas.

—¿Eh?

—Pesas.

—Perdona.

Alex se echó a un lado enredándose con los pantalones que aún llevaba por las rodillas y acabó cayendo desmadejadamente al suelo.

—Puñeteros cojines, ni siquiera son lo suficientemente grandes para acogerme —se quejó entre dientes moviendo las piernas para quitarse los pantalones hasta que se encontró con la barrera de las deportivas y se dio por vencido.

—¿Qué?

—Nada.

—Vale —contestó Luka somnolienta, estaba a un tris de quedarse dormida.

Totalmente despierto gracias al frío helador que le recorría el cuerpo —el suelo estaba muy, pero que muy frío—, Alex se incorporó sobre un codo con los tobillos aún trabados y contempló a la mujer que estaba tumbada a su lado, recorrió con la mirada su cuerpo jugoso, su tripita subiendo y bajando con la respiración, sus mullidos muslos relajados después del ejercicio, sus formidables pechos enrojecidos por sus besos, su boca brillante, los pómulos marcados, la nariz respingona, los ojos cerrados, quizá soñando con él... extendió una mano y le acarició las mejillas, era preciosa, tan dulce e indómita a la vez. Recorrió sus facciones lentamente disfrutándolas hasta llegar a la ridícula gorra que seguía firmemente encasquetada en su frente, quería hundirse en ese suave y precioso cabello castaño, así que lentamente retiró la gorra observando complacido su precioso pelo naranja. ¿Naranja? ¡¡Naranja!!

—¡¿Qué has hecho?! —exclamó sentándose de un salto.

—¿Qué? —Luka despertó aturdida por su grito.

—Sí, mírate... ¿Qué ha pasado?

—Joder —Luka se incorporó de golpe—. Mierda.

Estaba desnuda. ¡En bolas! Y con las luces del salón encendidas iluminando cada michelín, cada pelito de sus piernas que hubiera escapado a la dolorosa cera, sin nada que disimulase su culo, con las tetas apuntando hacia el ombligo, qué narices apuntando, ¡caídas hasta el ombligo!, Dios mío. ¿Y la ropa? La sudadera al lado de la puerta, los pantalones en el acuario, ¡las tortugas los estaban mordiendo! Se miró detenidamente en un instante de pánico, el tanga rosa estaba dado de sí... ay, Dios, echado a un lado, se veían perfectamente todos y cada uno de los rizos frondosos de su coño, ni ingles brasileñas ni narices... selva amazónica como poco. Y solo tenía ¡dos manos! Se tapó el pecho, se lo pensó mejor y se tapó las ingles, se lo volvió a pensar y se acurrucó como un feto sobre los cojines, agarrándose las rodillas, escondiéndose. Sí, así no se le veía nada, excepto sus enormes caderas, ¡demonios!, cruzó los tobillos e intentó colocar los pies de tal manera que las disimularan un poco, misión imposible, sus muslos se desparramaban gloriosos sin que pudiera hacer nada por evitarlo... Qué pintas tenía que tener... y a plena luz. ¿Por qué demonios había puesto halógenos? Con lo baratas que son las velas y lo poco que iluminan. ¿Y ahora qué? ¿Cómo se las iba a apañar para que Alex se largara con viento fresco y poder recuperar una pizca de dignidad?

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