Falsas apariencias (9 page)

Read Falsas apariencias Online

Authors: Noelia Amarillo

Tags: #Erótico

BOOK: Falsas apariencias
4.52Mb size Format: txt, pdf, ePub

—No hay manera, tía, no se abrocha, le falta como poco dos centímetros...

—Mmh... ya sé... con hilo del de punto de cruz, atamos un nudo entre el botón y el ojal y listo.

—Dios, eso es súper cutre.

—Sí, pero funciona —dijo atándole el hilo.

—Ya, pero si tengo que ir al servicio...

—No pasa nada, te meto unas tijeras y más hilo en el bolso, así solo tienes que cortarlo y volver a hacer el nudo y ya está.

—Ya, pero es que se ve... Y queda horrible... —dijo señalando el hilo y de paso la tripita que asomaba cohibida sobre la cinturilla de los pantalones.

—Mmh... te podemos poner una camisa por encima...

—No tengo camisa y ni de coña se te ocurra pensar que una tuya me vale, se me escaparían las tetas en cuanto respirara.

—Pues te pones una de Javi.

—¡De Javi! Si tiene dos metros de hombro a hombro...

—Claro... así das un estilo Gungree de esos, te remangas la camisa hasta los codos y te la atas por debajo de la cintura.

—Joder. Voy a pasar un frío de muerte y además estaré ridícula...

—Que no mujer... tú tranquila.

—En fin. De cobardes está lleno el mundo.

Y con un turbante en la cabeza, una camisa ocho tallas más grande y unos pantalones dos tallas más pequeños salió Luka a la calle, dispuesta a enfrentarse al mundo... Si Charles Chaplin lo había logrado, ella no iba a ser menos.

La vida es una obra de teatro que no permite ensayos...

Por eso canta, ríe, baila, llora y vive intensamente cada momento de tu vida...

...antes de que el telón baje y la obra termine sin aplausos.

Charles Chaplin

Capítulo 5

Viernes 7 de noviembre de 2008, 20.41h

Llegaba tarde. Pasaban casi veinte minutos de la hora en que Luka debería haber estado allí y no estaba. Llegaba tarde... O lo mismo es que ni siquiera se iba a molestar en llegar.

Drácula paseaba tranquilamente mientras observaba sin ver la fachada del Centro Cívico con aspecto indiferente (o eso creía el); miraba el reloj cada cierto tiempo (cada tres minutos exactamente), no por nada, solo para saber la hora, porque al fin y al cabo saber en qué hora vivía era algo importante. ¿O no?

Frunció un poco el ceño y paró su andar tranquilo (más bien inquieto), buscó un lugar que le permitiera observar todo su entorno sin tener que girar la cabeza, al fin y al cabo no era necesario que la gente se diese cuenta de que observaba cada entrada con ánimo depredador. Encontró el lugar idóneo cerca de una farola, tenía todo el horizonte diáfano para observar a su antojo. Se apoyó en ella y se dispuso a esperar diez minutos más. Como mucho. Sin dudarlo. Miró su reloj, eso significaba que a las nueve en punto, ni un segundo más, se marcharía.

No era cuestión de estar esperando a que "de los sauces caigan las hojas" como la famosa Penélope de Víctor Manuel.

Observó, miró, espió... estaba tremendamente aburrido.

A esas horas en ese lugar, con el Centro Cívico cerrado y el parque a oscuras no había nadie, ni niños, ni adultos, ni ancianos. Un par de personas esperando el autobús, un hombre aparcando su coche, una mujer sacando a pasear al marido, poco más. Como no tenía nada mejor que hacer se puso a pensar en por qué Luka llegaba tan tarde. Aparte de por el hecho de ser mujer y de que por tanto su genética le obligaba a llegar tarde, tenía que haber otro motivo y los otros motivos que se le ocurrían no le gustaban nada: el primero, que le había dado plantón; el segundo, que se había ido con otro que por cierto remitía al primero, es decir PLANTÓN, con letras mayúsculas. También podía haberle pasado algo, ese le gustaba menos que los otros dos... podía haberse olvidado... demasiados "podía"... Se estaba empezando a amargar y decidió cambiar el rumbo de sus pensamientos. Puestos a perder el tiempo observando bien podía rememorar lo ocurrido en estos cinco días pasados.

Aterrizó en el aeropuerto de Barcelona el domingo muy entrada la noche, cogió un taxi y fue a casa de sus padres. Era de madrugada cuando entró por la puerta. No deshizo la maleta ni se molestó en ducharse, estaba demasiado cansado. Fue a la "Habitación para todo", que era la que ocupaba cuando esporádicamente habitaba en casa de sus padres, se desvistió y se dejó caer sobre la cama, antes de que su cuerpo desnudo tocase las sábanas ya estaba dormido.

Al despertarse pocas horas después se sintió desconcertado; la "Habitación para todo" solía tener ese efecto en la gente que dormía en ella. Este habitáculo —no se le podía llamar de otra manera— era como su nombre bien explicaba un "sitio que valía para cualquier cosa"; tan pronto se convertía en un estudio de pintura improvisado por su "talentoso" hermano Ciro, como en la habitación a la que su padre recurría para saltarse todas las prohibiciones que su médico le imponía por el supuesto bien de su salud, es decir, un sitio donde comer hamburguesas grasientas, inflarse de café cargado y fumar como un carretero. Otras veces era el salón de reunión del "club sin recato" de su madre y su grupo de amigas, lo que sucedía más o menos una vez cada tres meses, cuando su madre se sentía aburrida y hastiada de la vida —según sus propias palabras—, y se aglutinaban en la habitación un grupo de mujeres sesentonas y excitadas escuchando atentamente a Venus, la representante de la empresa "sexy y juguetona, se lo enseñamos a domicilio", explicando con voz ronca y nada sensual los productos de su catálogo de entrega a domicilio. En una ocasión había sorprendido al "club sin recato" ojeando unas bolas chinas mientras "Venus" les explicaba el uso que podían darles. Lo cierto es que su madre era compradora —casi compulsiva— de "aceites aromáticos y estimulantes para masajes" —no quería pensar qué clase de masajes— y demás bálsamos y "artilugios" que pudieran valer para "animar" a su padre —palabras literales de su madre tras salir de las reuniones... Dios.

Trasladando sus pensamientos a temas más inocuos, recordó también la temporada en que su hermana Lola había convertido el cuarto en una especie de gimnasio instalando un tatami, una bicicleta estática y algo que parecía un banco de torturas con barras y pesas.

Y allí estaba él, hundido en una cama de agua de dos metros de ancho, la misma que su madre compró en un intento de "animar" a su padre y en la que éste se sentía absorbido, perdido y diminuto, por lo que por supuesto se negaba a usarla. La cama acabó, cómo no, en la "Habitación para todo".

Tumbado boca arriba sobre la "monstruosidad acuática" tenía una vista impresionante del techo de la habitación que su hermano había realzado con la expresión de su arte, pintado de amarillo fuego —¿decorado?—, con serpientes azules con torso de mujer —el color de la piel femenina era rosa fosforito—, hombres verdes de un solo ojo con la tripa agujereada por un vacío naranja, aspas de molino color fucsia terminadas en cabezas de cerdo sangrantes y pozos de piedra violeta de los que emergían fantasmas escarlatas con los ojos saltones y labios abiertos en un grito eterno, lo cual no le extrañaba habida cuenta de lo que los rodeaba. A veces, sólo a veces, pensaba que Ciro no estaba en sus cabales.

Se incorporó hasta quedar sentado —hundido— en la cama y luego, con bastante trabajo, logró llegar gateando y casi chapoteando hasta el borde del colchón. Una vez allí descansó un poco y bajó los pies al suelo. El piso suave y casi elástico del tatami le acarició las plantas de los pies cuando se alzó sobre ellos; le costó un segundo acostumbrarse a rebotar sobre el suelo a cada paso, su hermana había puesto un tatami un poco especial al darse cuenta de que con el normal y corriente no conseguía los mismos saltos que Bruce Lee en las películas. Miró a su alrededor y comprobó que efectivamente lo que le había parecido ver encima del banco de torturas —no, de abdominales— era medio "Big King extra de queso y mostaza" mordisqueado, con una colilla encajada en el pan superior. Al lado de la hamburguesa estaba uno de los miles de catálogos de su madre, lo ojeó un poco. La verdad es que "Sexy y juguetona, se lo enseñamos a domicilio" tenía de todo, una de las páginas estaba marcada por un doblez y Drácula cometió el grandísimo error de abrir el folleto por ese punto... Sus ojos se salieron de las órbitas. Allí en la página, a todo color y tamaño real, estaba la foto de "Big Tomas, el vibrador adecuado para todos los gustos y situaciones, réplica exacta del pene de Tomas Grant fabricado en gelatina ultra suave. Disponible en varios colores". Y justo al lado alguien —por Dios, que no haya sido mi madre— había marcado una gran X con rotulador fosforescente y escrito a bolígrafo un apunte con una letra que conocía muy bien
"x3, Mari, Helena e Irene".
Demonios. Helena era su madre. Dibujó una sonrisa sesgada, no le gustaría estar en la piel de su padre cuando viera el nuevo juguete con el que pensaba "animarle" su ardiente y aburrida madre. Sacudiendo la cabeza para despejarse de tantos datos no deseados, sacó su ropa del armario rústico verde fosforito con abejas moradas estampadas, una nueva muestra del talento de Ciro, que estaba medio escondido en un extremo en sombras del cuarto, y se encaminó al baño a ducharse.

Cuando bajó al comedor ya era casi la hora de comer. Ciro estaba en Italia con su mujer, impregnándose de arte —Drácula esperaba, rogaba, que se impregnara tanto que olvidara sus instintos básicos con respecto a las mezclas de colores y formas—; Lola, por su parte, estaría en la empresa junto a sus progenitores haciendo su trabajo y comprobando los balances. Por extraño, difícil y milagroso que pareciera, estaba solo en casa. Apagó su móvil y se dedicó durante el resto del día a gestionar su mudanza a Madrid.

Había pasado los últimos cuatro años en Barcelona, viviendo en un piso de alquiler. No era un gran piso: una habitación, un salón con cocina americana, un cuarto de baño y eso sí, una gran terraza arriba que ocupaba toda la extensión del piso. La había llenado en un principio de toda clase de plantas ubicadas en macetas que su hermano se encargó de decorar, las cuales murieron al poco tiempo, Ciro decía que de sed por no regarlas, él por su parte estaba seguro de que se habían suicidado por estar metidas en macetas multicolores —cuando decía multicolores lo hacía de forma literal: mil colores por maceta y ninguno que pegara con el otro—, y decoradas con insectos monstruosos que Ciro había tallado en madera y que luego había pintado en colores fosforitos. Hasta él dejó de subir a la terraza con tal de no ver el panorama. No le disgustaba su casa, de hecho si obviaba la terraza hasta le gustaba, pero el mes pasado cumplía su contrato de alquiler anual y había decidido no renovarlo. Llevaba ya unos meses gestionando la apertura de una nueva rama del negocio familiar en Madrid y en ese momento de su vida un piso en Barcelona no le servía para nada.

Estaba harto de vivir en la Ciudad Condal. Y la mejor manera de largarse con viento fresco era esa. Le costó un poco convencer a su familia, no de emprender un nuevo negocio en Madrid, sino de ser él quien llevara a cabo esa ampliación. Pero era indispensable. No aguantaba más allí.

Lo cierto es que no estaba harto de Barcelona, era una ciudad preciosa llena de gente amable y cariñosa, sus amigos eran buenas personas y se lo pasaba bien con ellos, cuando tenía tiempo. Estaba harto de sus padres. Que tampoco es que fueran malos padres, qué va, solo algo excéntricos. De hecho, y pensándolo bien, eran los mejores padres que uno podía tener —frase trillada donde las haya—, pero desde que sus hermanos habían formado sus propias familias la situación para Drácula había cambiado radicalmente.

Lola llevaba casada un año y Ciro tres; ambos eran totalmente felices con sus familias y su hermana le había proporcionado un sobrino gracioso y babeante con el que pasaba los mejores momentos de su vida. El problema, grandísimo problema, era que él seguía soltero y sin compromiso; era el más pequeño de los tres y cuando se quiso dar cuenta era demasiado tarde. Sus padres también se habían dado cuenta de que estaba sin pareja y habían aprovechado la situación.

Imaginaba que en cualquier familia normal y corriente —y esto no quiere decir que la suya no lo fuera—, los progenitores unirían fuerzas formando un batallón de acoso y derribo con las claras intenciones de ver a su retoño buscar pareja y formar familia. Pero no, su familia no, desde que sus hermanos se fueron del nido pasó de ser uno más de tres a ser el único disponible. Disponible para todo, se entiende.

Si había que viajar fuera del país para comprobar un nuevo material iba él porque no tenía familia que atender, si surgía una reunión con socios o clientes acudía él porque estaba soltero y tenía todo el tiempo libre del mundo, si algún cliente petardo recordaba que necesitaba un nuevo material y era cuestión de vida o muerte —y por supuesto lo recordaba cuando el reparto ya había salido y no era posible mandárselo—, entonces era él quien se desplazaba al culo del mundo a llevárselo aunque tuviera que viajar de Barcelona a Cádiz sin paradas, daba lo mismo, él no tenía novia, nadie le esperaba en casa.

Estaba harto. De hecho esto se había vuelto tan habitual que cuando algún cliente, proveedor, socio, etc., tenía algún problema, le llamaba a él directamente al móvil porque siempre, SIEMPRE, estaba disponible; ya se encargaba su padre de dejarlo claro: "habla con mi hijo que él tiene tiempo y yo no", y Drácula se había quedado sin tiempo. En definitiva, y hablando claro, como estaba "soltero y solo en la vida", era la persona idónea para hacer cualquier cosa a cualquier jodida hora del día o de la noche y si se le ocurría quejarse de su suerte delante de sus padres, estos le convencían de que estaba mejor así, que una pareja daba muchos problemas y que tenía más tranquilidad él solito. ¿Tranquilidad para quién? Para él no, más bien para sus papis que aprovechaban cada segundo libre para hacer cosas que "animaran" a la pareja sin importarles lo poco "animada" que estaba la vida de su hijo.

Su existencia se había convertido en una maratón de horas ocupadas en tareas que había llegado a aborrecer, por eso cuando meses atrás vio la posibilidad de trasladarse a Madrid no lo dudó un momento. Y ahora por fin, se iba. Adiós.
Ciao. Bye bye.

La semana pasó en un visto y no visto, ultimando todos los detalles. Conformando créditos y soluciones con los bancos, convenciendo a empleados fiables para trasladarse y concertando citas con arquitectos y contratas de reformas para empezar las obras de instalación de la nueva nave en el momento en que la compra fuera un hecho.

Other books

Pandaemonium by Christopher Brookmyre
Waking Storms by Sarah Porter
Curse of the Gypsy by Donna Lea Simpson
A Subtle Tenderness by K. C. King
To Make A Witch by Heather Hamilton-Senter
Acid Lullaby by Ed O'Connor
The Lucky One by Nicholas Sparks