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Authors: Noelia Amarillo

Tags: #Erótico

Falsas apariencias (29 page)

BOOK: Falsas apariencias
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Ya está hecho, pensó Luka mientras apagaba el ordenador y se metía dolorida en la cama. Tal cual iban evolucionando los dolores imaginaba que al día siguiente, viernes, le bajaría la regla con todas sus fuerzas. Menos mal que tenía un bote entero de ibuprofeno y otro de buscapina para ir tirando... aunque tampoco es que le fuera a servir de mucho. De todas maneras qué más daba...

Viernes 14 de noviembre de 2008, 13.55h

Por fin, tres minutos y fuera. No se lo podía creer, se le había hecho la mañana eterna. Los dolores, tal y como estaba previsto, fueron subiendo durante la noche y a las siete de la mañana, totalmente desesperada, no le quedó otra que tomarse una buscapina. La pastilla había calmado, que no eliminado, parte del sufrimiento permitiéndole personarse en el trabajo, pero hacia las once los dolores habían vuelto a tomar las riendas de su cuerpo y, en vista de que aún le quedaban tres horitas para acabar su turno, se había tomado un ibuprofeno. Lo malo es que el efecto calmante le duró escasamente dos horas y, para colmo de males, ya no solo le dolían los ovarios y el pecho, sino que su estómago estaba bastante resentido. Había pasado la última hora acurrucada en la silla con las manos rodeándose la tripa y rezando para que nadie se diera cuenta de que NO estaba trabajando, ni poco ni mucho. Nada. Dani, por supuesto, lo notó a primera hora y ordenó que se fuera a casa, pero cómo no, justo después entraron Gabriel y su peluquín clamando al cielo.

—Me ha dicho Daniel que te vas, sí, claro, ¿y qué más? ¡Mujeres! Un pequeño dolorcito y ya estáis por los suelos. Si lo sabré yo. Cuentos nada más. Que si me duele esto, que si me duele lo otro, que si ahora me viene la regla y falto al trabajo, que si luego me quedo embarazada y cuatro meses de maternidad, que si estoy con depresiones y tengo baja médica. ¡Así va el país! Si os quedarais en casita cuidando de la familia en vez de andar ocupando puestos de trabajo habría muchísimo menos paro. Pero no. Queréis trabajar, pues entonces demostrad que valéis para el trabajo. Pues tenlo muy clarito, bonita, si te largas te descuento el día entero del sueldo. Que no está el horno para andar pagando a quien no trabaja.

—Tranquilo, Gabriel, que ya le he dicho a Dani que no me pasa nada, solo me duele un poco la tripa, pero vamos, en media hora se me pasa. —Bastante mal iba ese mes como para que encima le quitaran dinero por faltar tres puñeteras horas del trabajo, porque los viernes se cerraba a las dos y no era justo, NADA JUSTO, que le quitara el día entero. Maldito Gabriel.

—Eso espero, pero que no te vea remolonear, que aquí se viene a currar, no a pasar el rato. Vamos, como si no os conociera. Todas iguales, todas cortadas por el mismo patrón.

Gabriel salió de la oficina gruñendo, Dani se acercó a él enfadado y Luka vio desde la ventana que empezaban a discutir, como siempre. Por ella. Mierda. Cuando Dani volvió a entrar en la oficina Luka compuso su mejor cara y su sonrisa más radiante y le aseguró que no pasaba absolutamente nada. Bastante tenía Daniel con soportar a su hermano a diario como para encima tener que discutir por ella. Así que lo convenció como pudo de su buena salud y aguantó como una jabata toda la mañana.

Ahora le dolían no solo los ovarios sino también la mandíbula de tanto apretar los dientes, sentía débil todo el cuerpo y solo pensaba en llegar a su casa, tomarse otra pastillita con un yogur o algo para aliviar el dolor de estómago posterior y meterse en la cama.

Dos minutos. Apagó el ordenador, cogió su bolso, se refrescó la cara con una toallita húmeda, cuadró los hombros, esbozó una sonrisa y salió de la oficina.

Un minuto. Atravesó la nave despidiéndose de todo el mundo, esquivó la cara enfadada de Gabriel cuando éste miró el reloj y vio que aún faltaban algunos segundos para las dos, rechazó el ofrecimiento de Dani de llevarla a casa y abrió la puerta a la libertad.

Las dos en punto. A la mierda. Salió de la nave, hundió los hombros, dejó caer la cabeza hacia delante y se abrazó el estómago. Demonios. Solo tenía que llegar al coche, ponerlo en marcha y en media horita estaría en casa. ¡Aleluya, hermanos!

Llevaba una media hora apoyado en su Carnival a la entrada de la nave con un cabreo monumental. El último mensaje de Luka no dejaba lugar a dudas: le estaba dando largas y encima con la excusa más tonta y manida posible. ¿Pensaba que era tan idiota de tragársela? Llevaba toda la semana respondiendo a sus
e-mails
con una de cal y otra de arena, jugando y mostrándose cortante dentro del mismo mensaje, bromeando para a la frase siguiente darle un corte de mangas. Pero con el último definitivamente había colmado su paciencia. ¿No quería verle? Pues bien, que cerrara los ojos porque le iba a escuchar quisiera o no. Entendía más o menos lo que pasaba por la mente de Luka, pero eso era una cosa y otra muy distinta era que él tuviera que comerse la mierda de su anterior relación. Para una vez que sabía lo que quería —más o menos—, no estaba dispuesto a quedarse de brazos cruzados esperando a que ella se decidiera. Ni tampoco a seguir mandando mensajes cursis para nada. Quería hablar cara a cara y lo haría.

Esos eran los pensamientos que cruzaban de un lado a otro y a la velocidad del rayo por la cabeza de Alex cuando la puerta de la nave se abrió y apareció Luka, erguida y con la sonrisa más forzada que había visto en su vida para al segundo siguiente desmadejarse y esbozar una mueca de dolor a la vez que ponía las manos sobre su estómago. No había mentido. Se la veía pálida y con ojeras, con el pelo lacio y sin vida cayendo a ambos lados de su cara haciéndola parecer una zombi, vamos, para echarse a correr y no parar.

Justo detrás de ella salió Dani preocupado, ambos hombres se miraron mientras Luka rebuscaba algo en su bolso totalmente distraída.

—¿La llevas tú a su casa? —preguntó Dani.

Luka alzó la vista sorprendida, no se había dado cuenta de que la había seguido.

—Sí —contestó Alex viendo la cara de su amigo. Que ese tarambana estuviera preocupado no auguraba nada bueno.

¡Demonios! Luka giró sobre sí misma y allí estaba el que no sabía interpretar diccionarios. En vez de desaparecer tras las revelaciones del día anterior se había presentado en el trabajo.

—No hace falta que nadie me lleve a casa, ¿pero de qué vais? ¿De súper machomen? —preguntó irritada. Le dolía todo el cuerpo y no tenía ganas de tonterías.

—Vamos, bonita, ¿cuántas pastillitas de las tuyas llevas? —dijo Dani pasándole un brazo por la espalda y cogiéndole el bolso.

—¿Y a ti qué narices te importa? Y dame el bolso. Ya —ordenó, pero sin hacer mucha intención de recuperarlo.

—Que nos conocemos, niña. Veamos... ¿Dos? ¿Tres? Y además no has comido nada en toda la mañana, no hija, no. Tú te vas a casa de copiloto —dijo Dani posando una mano en la espalda de Luka y guiándola hacia un perplejo Alex.

—Pero, bueno, ¡¿tú eres gilipollas o sólo lo aparentas?! —dijo revolviéndose—. No me toques, y devuélveme el bolso de una vez. ¡Ya!

—¡¡Por favor!! ¿Qué vocabulario es ese? Vamos, anda y no te quejes, más quisiera yo que me llevaran en ese supercochazo. —La agarró del codo hasta la puerta del coche.

—¿Pero tú eres idiota o sordo? Léeme los labios: que me dejes en paz.

—A ver, preciosa. ¿Te has mirado al espejo esta mañana? Estás que das pena, pálida y con las manos temblorosas. Te has tomado mínimo un par de pastillas y sabes que a tu estómago le sientan fatal. ¿Para qué vas a conducir en ese estado si te podemos llevar a casa? —Se inclinó para susurrarle al oído—. Si no quieres que te lleve él, te llevo yo, pero sola no te vas, que la última vez ibas haciendo eses con el coche por mitad de la carretera... ¿Recuerdas? ¿No? Pues yo iba justo detrás y te juro que lo tengo grabado en mí retina. Así que vamos, no lo pongas difícil, ¿vale?

—Joder. —Luka miró a ambos hombres. Alex perplejo y Dani determinante. Lo cierto es que se encontraba fatal. Llevaba dos pastillas en siete horas, tres si contaba' la primera que se tomó a las dos de la madrugada, y su estómago estaba de todo menos tranquilo... Y mejor no hablar del cuerpo serrano que tenía en esos momentos, así que se tragó su arranque de furia—. Vale. Llévame a casa, le dijo a Dani—. Pero... ¿Cómo hago para recuperar mi coche y venir el lunes a trabajar?

—El lunes te traigo yo, trabajo doscientos metros más abajo, así que no hay problema —dijo Alex acercándose a ella y tomando el mando. La abrazó por la cintura, abrió la puerta del copiloto y dejó que se metiera ella sola resistiendo las ganas de ayudarla.

—Come algo y a la camita —le dijo Dani cerrando la puerta, y girándose hacia Alex bajó la voz—: Mira a ver cuántas pastillas se ha tomado, le destrozan el estómago. Que se coma un par yogures y se tome el omeoprazol o acabará vomitando por la noche. —Dudó un momento—: Dile que esta tarde la llamo y que si eso mañana me paso por su casa a ver qué tal va... soy su enfermera particular.

—Se lo comento, pero sabes que me voy a quedar con ella todo el fin de semana. —No era una pregunta, era una aseveración— Sabes que pasaré a ver cómo está. —Alex marcaba su territorio, perfecto. Pero él era amigo de Luka antes que nada.

—Pondré unas Grimbergen a enfriar para ti.

—Perfecto —contestó Dani sonriendo. Alex se había fijado que era la cerveza que bebió "donde ayer". Atento el vampirito. Sí, señor. Una buena pieza para la niña si ésta acababa por abrir los ojos de una vez.

Alex se metió en el coche y arrancó. Luka tenía la cabeza apoyada en el reposacabezas y los ojos cerrados. Las manos volvían a reposar sobre su estómago.

—¿A qué ha venido esa escenita? —preguntó ella con la boca seca y la voz apagada.

—¿Qué escena?

—Esa en que parecíais dos perros rabiando por ser el primero en mear en las esquinas y marcar su territorio.

—Esa... no ha venido a nada. Solo sentábamos las bases de nuestra amistad.

—Chorradas... los hombres solo hacéis chorradas.

El resto del viaje transcurrió en silencio con Luka acurrucada sobre el asiento, las piernas pegadas al pecho y las manos abrazadas a las rodillas. Alex no podía evitar mirarla una y otra vez preocupado, no recordaba que su madre y su hermana lo hubieran pasado jamás tan mal con la regla. Pero bueno, no todas las mujeres eran iguales, ¿no?

Al llegar a casa lo primero que hizo Luka según entró por la puerta fue ir corriendo al baño y vomitar sonoramente. Alex intentó entrar pero ella le cerró la puerta en las narices con un tremendo portazo.

Cuando salió lo encontró apoyado en el pasillo mirándola fijamente. Luka suspiró, se había lavado la cara y los dientes y aunque se encontraba fatal, compuso su mejor sonrisa (o eso pensaba) y de dispuso a despedirse del vampirín. Lo último que le apetecía era tener un miembro del sexo opuesto rondando por su casa feliz y dicharachero mientras ella se moría poco a poco.

—Bueno, ya estoy mejor, son las pastillas que no me sientan bien al estómago, voy a comer algo y me meto en la cama. Gracias por haberme traído hasta aquí. Uff... a veces soy un incordio.

—Nunca serás un incordio, Luka —contestó Alex acercándose a ella y pasando un brazo por su espalda a la vez que la besaba en la frente—. Vamos a ver qué tienes en la nevera.

—Poca cosa, ya sabes... algún gusano que otro —bromeó.

—Siempre se pueden freír y comer con palillos como si fueran tallarines —respondió él.

Luka le miró estupefacta. ¿De dónde había sacado esa idea? ¡Qué asco!

En la nevera solo había un par de yogures, algo de fiambre y gusanos. Luka miró a Alex compungida.

—Bueno, no es mucho, pero lo cierto es que no tengo nada de hambre, me como los yogures, doy de comer a mis niñas y me meto en la cama. Gracias de nuevo por haberme traído.

—No te molestes en echarme, no me voy a ir.

—¿Eh? No te estoy echando, es solo que me parece estúpido que te quedes aquí para ver cómo duermo. Por si no lo has notado estoy de un humor de perros y no es que tenga muchas ganas de "hacer" nada, la verdad. —A ver si cogía la indirecta.

—Pues mira tú qué bien, porque "por si no lo has notado" no tengo ningún interés por acostarme contigo en estos momentos. Estas hecha una piltrafa. No es por nada —contestó enfadado y sin pensar.

—¿Por qué no te vas un ratito a la mierda? No soy ninguna piltrafa. Nunca lo he sido y nunca lo seré. —Joder, ni él ni nadie la iba a insultar en su cara ni en su casa, creía que había dejado eso claro la última vez.

—No lo interpretes mal. No te digo que seas una piltrafa. Te digo que estás hecha polvo. Mira, Luka, estoy aquí y me preocupo por ti, ¿vale?

—Vale. Me parece perfecto que te preocupes por mí, pero es que no me pasa nada distinto a lo que les pasa a millones de mujeres una vez al mes. Joder. ¿Qué os pasa a los hombres con la regla? Es oírla mencionar y os volvéis cromañones. Así que aire.

—¿Sabes lo que te digo? Que me importa un bledo si quieres o no que me quede, porque me voy a quedar, te vas a meter en la cama y cuando te levantes vamos a hablar como personas civilizadas. Ahora come mientras doy de comer a tus bichos.

—No son bichos.

—Vale.

Alex cogió el pienso de las tortugas y la verdura de la iguana y se largó al comedor. Estaba bastante enfadado pero iba a hablar con ella costara lo que costara. Punto.

Luka consiguió tragar un yogurt y luego sacó una buscapina y se la tragó junto al protector de estómago, al instante se fue al dormitorio ignorando totalmente a su huésped no deseado, se quitó la ropa, se puso su camiseta de la regla, una de colores vivos que se suponía tenía que animarla y se metió en la cama. En cuanto le hizo efecto la pastilla se quedó dormida.

—Pues sí que está atacada vuestra dueña —dijo Alex a los bichos.

—Shh... —Le sacó la lengua la iguana.

—No es nada racional... en vez de tanta pastilla, debería tomarse un Valium.

—Shh... —Le soltó Laura un latigazo con la cola.

—¡Ay! Pues qué bien. Hala, ahí os quedáis sólitas.

Jodida iguana, hembra tenía que ser, pensó yendo hacia la cocina. La nevera seguía igual de vacía que hacía media hora y él tenía hambre. Buscó en la encimera las llaves. No estaban. Abrió el bolso de Luka y lo único que vio fueron unas llaves normales y corrientes, no las que había usado en días anteriores de vivos colores. Frunció el ceño, las probó en la cerradura, que por cierto era nueva. ¡Demonios! La muy tarada había cambiado la cerradura... Joder, estaba ligeramente neurótica. Se metió las llaves en el bolsillo, bajó a la calle y se compró un bocadillo en el bar de la esquina. Cuando regresó comprobó que siguiera dormida, colocó las llaves en el bolso otra vez —si se enteraba de que se las había cogido de nuevo, lo mismo volvía a cambiar la cerradura—, se acomodó en el salón y comenzó a comer. La cuestión es que se aburría. Mucho. La tele era un devenir continuo de famosotes insoportables que contaban su vida mientras que a él, le gustase a Luka o no, quien le preocupaba era su chica y no el famoso de turno.

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