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Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Terror

Fantasmas (8 page)

BOOK: Fantasmas
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Nuestra rubia, que lo está escuchando, no se ríe. Ni siquiera sonríe.

Así que el tipo engominado le habla de otra periodista que él vio, una vez que se estaba transmitiendo en directo, con el incendio de un almacén rugiendo de fondo, y en pleno directo aquella enviada se toqueteó el pelo, mirando fijamente a la cámara activa, y dijo: «¿Puedes repetir la pregunta? Se me ha caído el IRA».

La periodista se refería al ARI. El Aparato de Respuesta Interna, dice el tipo engominado. Señala a la presentadora que aparece en el monitor y dice que todas las presentadoras llevan siempre el pelo peinado hacia un lado. Con el pelo cayéndoles a un lado para taparles una oreja. Es porque tienen un aparatito inalámbrico metido en la oreja para oír los apuntes y las instrucciones del director.

La rubia está de gira promocionando una especie de rueda de ejercicios sobre la que uno se revuelca para perder peso. Lleva unos leotardos de color rosa y unas mallas ajustadas.

Sí, es rubia y delgada, pero cuantos más salientes y cavidades tenga tu cara, le dice el tipo engominado, mejor sales por televisión.

—Es por eso que tengo que guardar mi foto de antes —dice. Se inclina en su silla, doblándose más y más hacia delante hasta que los pechos le tocan las rodillas, y hurga en una bolsa de deporte que hay en el suelo. Y dice—: Esta es la única prueba real de que no soy una rubia delgada del montón. —Saca un papel de la bolsa, sosteniendo el borde entre dos dedos. Es una fotografía, y la rubia le dice al tipo engominado—: A menos que la gente vea esto, pueden pensar que nací así. Nunca se imaginarían lo que he hecho con mi vida.

Si sales en televisión aunque sea un poquito regordeta, le dice él, ya no se te ve. Eres una máscara. Una luna llena. Un cero enorme sin rasgos que la gente pueda recordar.

—Perder toda esa grasa es la única cosa realmente heroica que he hecho en mi vida —dice—. Si la vuelvo a ganar, será como si nunca hubiera vivido.

Lo que pasa, le explica el tipo engominado, es que la televisión coge algo tridimensional —tú— y lo convierte en algo bidimensional. Es por eso que uno sale gordo en la televisión. Plano y gordo.

Mientras sostiene la foto entre dos uñas, mirando a la chica que era antes, nuestra rubia dice:

—No quiero ser una chica delgada del montón.

Sobre el hecho de que su pelo es demasiado «brillante», el tipo engominado le dice:

—Es por eso que nunca se ven a pelirrojas naturales en las pelis porno. Porque no se las puede iluminar bien, al lado de gente de verdad.

Eso es lo que este tipo quiere ser: la cámara tras la cámara tras la cámara que emite la verdad última y final.

Todos queremos ser el que está detrás de todo. El que tiene poder para decir qué está bien y qué está mal. Quién tiene razón y quién se equivoca.

Nuestra chica demasiado rubia, la que va a quemar los fusibles de las cámaras, escucha cómo el tipo engominado dice que estos programas de producción local están divididos en seis segmentos separados por anuncios. El Bloque A, el Bloque B, el Bloque C, y así sucesivamente. Estos programas como
Levántate y anda, Fargo
o
Amanece Sedona
son una especie en extinción. Producirlos resulta demasiado caro en comparación con limitarse a comprar un programa nacional de tertulias para rellenar la franja.

Las giras promocionales como esta son el nuevo vodevil. Ir de población en población, de hotel en hotel, haciendo bolos de una sola noche en televisiones y radios locales. Vendiendo tu nuevo rizador mejorado para el pelo o tu quitamanchas o tu rueda de ejercicios.

Lo que te dan son siete minutos para presentar tu producto. Eso si no te ponen en el Bloque F: el último bloque, donde en la mitad de las AID te quedas fuera del programa porque algún bloque anterior se ha extendido demasiado. Porque algún invitado es tan gracioso y encantador que lo retienen durante los anuncios. Le dan «bloque doble». O bien porque la cadena interrumpe con la noticia de un barco naufragado.

Por eso todo el mundo quiere el Bloque A. Empieza el programa, los presentadores hacen su segmento de «charla» y allá vas tú.

No, muy pronto todos estos conocimientos adquiridos con tanto esfuerzo que el tipo engominado ha ido reuniendo ya no servirán de nada a nadie.

Tal vez sea por eso que él la está instruyendo gratis. La verdad, dice, es que tendría que escribir un maldito libro. Ese es el Sueño Americano: convertir tu vida en algo que puedas vender.

Sin dejar de mirar la fotografía de cuando era gorda, la rubia dice:

—Es bastante siniestro, pero esta foto de gordita vale más para mí que nada en el mundo —dice—. Antes me ponía triste mirarla. Pero ahora es lo único que me anima.

Extiende la mano y dice:

—Como tanto aceite de pescado que se puede oler. —Agita la foto en dirección al tipo engominado y dice—: Huéleme la mano.

Su mano huele a mano, a piel, a jabón y a su esmalte de uñas de color claro.

Él le huele la mano y coge la foto. Aplanada sobre el papel, convertida en nada más que altura y anchura, la chica es una vaca vestida con un top cortado sobre unos vaqueros bajos. Su pelo de antes era normal, de un color marrón común.

Si miras lo que lleva puesto el tipo engominado, una camisa de color rosa pálido con una corbata de color azul pastel y una americana azul marino, es perfecto. El rosa le da a su piel un tono más cálido. El azul le resalta los ojos. Antes incluso de abrir la boca, le dice, tienes que estar presentable. Tienes que ser contenido de emisión acicalado y presentable. Si llevas la camisa arrugada o tienes una mancha en la corbata, serás el invitado que dejen fuera si van mal de tiempo.

Todas las emisoras de televisión quieren que seas contenido encantador, limpio y acicalado. Contenido que luzca en televisión. Una cara agradable, porque los quitamanchas o las ruedas de ejercicios no pueden hablar. Nada más que contenido feliz y lleno de energía.

En el monitor, la piel que le cuelga al viejo del cuello está llena de pliegues y amontonada allí donde se tiene que embutir por dentro del cuello azul abotonado de su camisa. Aun así, cuando traga saliva, allí sentado, todavía hay piel extra que se le derrama por encima del cuello de la camisa, igual que a la chica de la foto
de antes
le sobresale la grasa del vientre sobre la cintura de los vaqueros.

La chica de la foto ni siquiera parece la misma chica. Sobre todo porque en la foto está sonriendo.

Mirando el monitor de la sala de espera para invitados, el tipo engominado señala que la cámara activa nunca hace panorámicas del público y nunca muestra planos largos. Eso quiere decir que en el estudio no hay más que ancianas con la dentadura hecha polvo. El encargado de reclutar al público debe de haber hecho un trato. Traen a rastras a estas tontainas a las siete de la mañana y montan un público, y a cambio la emisora les saca imágenes de su Feria de Artesanía de la Tercera Edad. Así es como llenan estos programas locales de gente que aplauda. Para Halloween, es todo gente joven la que viene, a cambio de que la emisora saque imágenes de la casa encantada que han construido para recaudar fondos. En Navidad, en esas gradas no hay más que vejestorios que quieren publicidad para sus ventas benéficas. Aplausos falsos a cambio de publicidad falsa.

En el monitor de la emisión, el presentador nacional devuelve la pelota al presentador local, que da entrada a un anuncio ya montado sobre el programa de maquillaje del día siguiente, y luego la cortinilla: una bonita imagen de la lluvia que cae fuera, un poco de fanfarria y a publicidad.

El barco se ha hundido y ha habido cientos de muertos. Película a las once.

El tipo engominado está reescribiendo mentalmente su discurso para inversores para incluir en el mismo los Actos Divinos. Los desastres que no se pueden predecir. Y lo vitalmente importante que puede ser un plan de inversiones fiable para la gente que depende de uno. Él mismo es su producto. Y esconde lo que ha venido a decir.

Él es la cámara tras la cámara.

Debido a lo mucho que ha tardado el transatlántico en hundirse, parece que el pelo de la rubia oxigenada la va a dejar fuera del programa.

Antes de que vuelvan de la publicidad, sin embargo, usando como cortinilla un informe del tráfico, consistente en una voz en off e imágenes en directo de una cámara de la autopista, antes de todo eso el productor acompañará al quitamanchas de vuelta a la sala de espera. La productora de estudio le entregará el micrófono inalámbrico al vídeo de inversiones. Y le dirá a la rueda de ejercicios: «Gracias por venir pero lo sentimos. Hemos traído a demasiada gente y vamos con retraso».

Y hará que seguridad acompañe a nuestra rubia a la calle.

Para que así puedan cerrar el tenderete y recibir la señal de la cadena —los culebrones y los programas de entrevistas a famosos— a las diez en punto.

El vejestorio del monitor lleva la misma camisa y la misma corbata que el tipo engominado. Tiene los mismos ojos azules. Ha entendido bien la idea. Pero ha elegido el momento equivocado.

—Déjame que te haga un favor —le dice el tipo engominado a la rubia. Con la foto de antes de ella gorda todavía en las manos, le dice—: ¿Quieres que te dé un buen consejo?

Claro, dice ella, lo que sea. Y mientras escucha, coge de la mesa un vaso de café frío con una mancha de carmín en el borde de plástico que coincide con el carmín rosa que tiene en la boca.

Esta rubia con el pelo demasiado brillante, en este preciso momento, es el AID personal y privada del tipo engominado.

En especial, le dice, no dejes que ninguno de esos donjuanes de programa matinal de entrevistas se te lleve a la cama. Y no se refiere a los presentadores. Con quien hay que tener cuidado es con los vendedores, los mismos tipos a los que te encuentras vendiendo sus fregonas para el polvo y sus planes para hacerse rico en una ciudad tras otra. Con los que te van a sentar en salas de espera de AID de todo el país. Tú y ellos sintiéndoos solos de tanto tiempo que lleváis de gira. Sin nada más que una habitación de motel al final de la jornada.

Hablando por experiencia personal, esos romances de sala de espera para invitados no van a ninguna parte.

Y la chica rubia asiente con la cabeza.

—Le pasó a mi madre —dice el tipo engominado.

Sus padres se conocieron mientras estaban los dos en giras comerciales, a base de encontrarse una y otra vez en salas de espera como esta. La verdad es que su padre nunca se casó con su madre. La dejó tirada en cuanto se enteró. Y como ella estaba embarazada, perdió el contrato de vendedora de medias. Y el tipo engominado creció viendo programas como
Sal de la cama, Boulder
o
Despierta, Tampa
, intentando adivinar cuál de aquellos hombres sonrientes que hablaban tan deprisa era su viejo.

—Es por eso que me dedico a esto —le dice a nuestra rubia.

Y es por eso que su primera norma es: nada de relaciones personales.

La rubia le dice:

—Tu madre es muy, muy guapa.

Su madre… Y él dice: Aquellas Medias Irrompibles debían de llevar amianto. Pilló un cáncer hace un par de meses.

—Daba asco de lo fea que era —dice él— cuando murió.

En cualquier momento se abrirá la puerta de la sala de espera para invitados y entrará la productora de estudio diciendo que lo siente pero que quizá tengan que dejar fuera a otra invitada. La productora mirará el pelo rubio resplandeciente de la chica. Y luego mirará la americana azul marino del tipo engominado.

El Bloque F se ha ido a hacer puñetas en el momento en que la cadena ha interrumpido con lo del transatlántico. Luego el Bloque E —una asesora de colores, según su casilla en la programación— ha saltado al hacerse evidente que el programa llevaba retraso. Luego se ha ido volando un libro infantil que ocupaba el Bloque D.

La triste verdad es que aunque tengas el pelo del tono correcto de rubio y te hagas la graciosa y finjas que estás llena de energía y que eres contenido de calidad, aun así un terrorista armado con un cúter se puede llevar tu segmento de siete minutos. Claro, siempre te pueden grabar y pasarte enlatado al día siguiente, pero es muy poco probable que eso pase. Tienen contenido programado para toda la semana, y pasarte a ti enlatado mañana quiere decir dejar fuera a otro…

En su último minuto a solas, sin nadie más que ellos en la sala de espera, el tipo engominado le pregunta a nuestra rubia si puede hacer algo más por ella.

—¿Quieres cederme tu bloque? —dice ella. Y sonríe, igual que en la foto. Y no tiene la dentadura nada mal.

—No —dice él—. Pero cuando alguien esté siendo encantador contigo… cuando te cuenten un chiste… —dice el tipo engominado, y le rompe por la mitad su fea foto de antes. Luego junta las dos mitades y las rompe en cuartos. Luego en octavos. Luego en lo que sea. En trocitos muy pequeños. En confeti. Y le dice—: Si quieres triunfar en la televisión, por lo menos necesitas fingir bien una sonrisa.

Por lo menos haz ver que te cae bien la gente.

Allí en la sala de espera, la boca pintada de carmín rosa de la rubia se abre más y más y más hasta estar completamente abierta. Sus labios se abren y se cierran dos, tres veces, de esa forma en que boquean los peces fuera del agua, y dice:

—Hijo de…

Y es entonces cuando la productora de estudio entra con el vejestorio.

La productora dice:

—Muy bien, creo que vamos a hacer entrar el vídeo para inversores en el último segmento…

El vejestorio se queda mirando al tipo engominado, igual que se mira a un comprador de unos grandes almacenes que acaba de pedir medio millón de unidades, y dice:

—Thomas…

La rubia permanece allí sentada, con su vaso de café solo y frío en la mano.

La productora de estudio le está desenganchando al hombre el micrófono inalámbrico de la parte de atrás del cinturón. Y se lo da al tipo engominado.

Y este le dice al vejestorio:

—Buenos días, papá.

El vejestorio le coge la mano al tipo engominado y se la estrecha y le dice:

—¿Cómo está tu madre?

La Chica de Medias Irrompibles. La chica a la que dejaste tirada.

Nuestra Señorita Rubia se levanta. Se pone de pie, para rendirse, para irse a casa, para fracasar.

Y cogiendo el micrófono inalámbrico, comprobando el interruptor, para asegurarse de que no está recalentado, el tipo engominado dice:

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