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Authors: Eric Griffin

Tags: #Fantástico

Fianna - Novelas de Tribu (9 page)

BOOK: Fianna - Novelas de Tribu
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La niebla se alejó de él. A medida que el círculo de luz se expandía, arrebatándole su dominio a la bruma, pudo recoger más madera, que fue a parar de inmediato a la hoguera. No tardó en disponer de una fuego rugiente, así como de vía libre hasta donde se debatía Víctor, prisionero de la mortífera niebla. Puede que el enemigo se hubiese aprestado a recibir el envite de las garras y el tirón de unas manos fuertes, pero seguro que no estaba preparado para lo que hizo Stuart a continuación. De un colosal empellón, giró la forma rígida de Víctor Svorenko en dirección a las llamas.

Las nieblas entrelazadas se retorcieron y se encogieron. Stuart giró otra vuelta a su amigo. Y otra.

La bruma se dispersó ante el asalto de su enemigo más antiguo. El torso de Víctor se hinchó, libre por fin de la presión constrictora, e inhaló bocanadas entrecortadas del aire de la montaña. Stuart le palmeó en la espalda hasta que se hubo desprendido de las últimas y tenaces hebras de muerte líquida que habían conseguido meterse en su garganta y en los pulmones.

—Gracias, amigo. No sé cómo podré… —consiguió balbucir Víctor, entre toses estentóreas.

—No malgastes aliento. Ya me darás las gracias más tarde. Si es que hay un más tarde. Ahora, lo principal es que ese fuego arda hasta que sea de día.

Cuando Víctor hubo recuperado el aliento, se dio cuenta enseguida del dilema al que se enfrentaban. El único combustible del que disponían para alimentar su fogata era la leña dispersa dentro del círculo de luz. Cuando la noche avanzara y se redujera la intensidad del fuego, la zona en la que podrían recoger más madera menguaría a pasos agigantados. Llevaban las de perder.

Parecía que la niebla se agolpara en las lindes de su círculo defensor, amontonándose. La muralla no tardó en alcanzar la altura de un lobo. No transcurriría mucho tiempo antes de que creciera tan alta como un hombre. Por inquietante que resultara observar el levantamiento de la empalizada de humo (que devoraba las rocas, los arbustos, el cartel indicador, los árboles), Stuart se vio asaltado de repente por un pensamiento aún más desolador. Si los acontecimientos seguían sucediéndose a aquel ritmo, no pasaría mucho tiempo (desde luego, no tanto como para que el día tuviese tiempo de despuntar) antes de que las paredes fuesen lo bastante altas como para que la niebla compusiera un techo sobre ellos y su pequeña fogata. Eclipsaría incluso a las estrellas, y los enterraría en una tumba sellada de vapores cambiantes.

—Si tienes alguna idea —dijo Stuart, un poco más alto de lo necesario—, éste sería un buen momento para proponerla.

—No sé tú, pero yo estoy por atravesarla corriendo. No se puede luchar contra lo que no puedes golpear, ni puedes estrangular lo que no se puede agarrar. Si este fuego vuelve a apagarse… mejor dicho, cuando este fuego vuelva a apagarse, estaremos muertos. Así de sencillo. Yo no estoy dispuesto a morir aún. Aquí no, ni de este modo. Me enseñaron a elegir mejor mis batallas.

—Hasta ahí, estoy de acuerdo contigo. ¿Qué se te ha ocurrido?

—Caminar de lado. Incluso la incertidumbre del reino de los espíritus tiene que ser mejor que lo que nos espera aquí. En el peor de los casos, podríamos limitarnos a quedarnos allí sentados hasta que sea mediodía y esta maldita niebla se haya disipado. O, si no te parece bien, podríamos intentar hacerle señas a un…

—Por lo general, diría que es un gran plan —interrumpió Stuart—. Salvo por un detalle. Aquí no hay ningún “más allá”. Nada de otro lado. No lo ha habido en toda la noche, desde que pusimos el pie en este banco de niebla.

—No puede ser —insistió Víctor, empecinado. Intentó cruzar la barrera que separaba al mundo de los espíritus, sin éxito. Nada. La confusión dio paso a la ira—. Tiene que haber un más allá. Todos los sitios tienen su puñetero reflejo. Si no, no sería…

—¿Ningún sitio? Eso es un pelín metafísico para mí, pero sé que no hay otro sitio al que caminar de lado desde aquí. Es como si ya estuviésemos allí.

—Maldita sea, no pienso morir aquí.

Se produjo un parpadeo de luz sobre sus cabezas. Stuart tardó un momento en darse cuenta del motivo; las estrellas, una a una, estaban siendo devoradas por el dosel de niebla.

—Vamos a intentarlo —dijo Víctor—. Cojamos un atizador del fuego. Nos abriremos paso hasta que encontremos más madera o hasta que se consuman las antorchas. Luego regresamos…

—No volveremos a encontrarlo. Echa un vistazo a ese muro de niebla. En cuanto hayamos salido del círculo de luz, los penachos se cernirán de nuevo sobre nosotros, aislándonos del resto del mundo. Podríamos estar a tres metros de la hoguera sin percatarnos de ella en ningún momento y, mientras tanto, los vapores estrecharían su cerco cada vez más, repelidos tan sólo por el grosor de la llama de una antorcha en lugar de la de una fogata.

—Bueno, algo tendremos que hacer.

Víctor se incorporó con trabajo y, tras sacar una tea encendida de la hoguera, arremetió contra la sección de pared más cercana. La hendió con brutales embestidas de su antorcha, rasgando y desgarrando hasta que se hubo quedado sin aliento. A su alrededor, sus víctimas se amontonaban más altas por momentos, emanando trémulas tiras serpentinas de niebla mutilada de la muralla bruñida e intacta. Chapoteaban y se retorcían bajo sus pies y se le enroscaban en los tobillos, reclamando su atención.

Stuart, testigo desde la hoguera, tuvo la inquietante impresión de que los retazos de niebla eran en realidad miasmas de serpientes, todas ellas tan negras como el ónice. Un momento después, Víctor asestaba furiosos golpes de antorcha contra el suelo, rompiendo el espejismo e incinerando los últimos vestigios de bruma adheridos a sus pies.

Mas, al final, todos sus esfuerzos fueron en vano. Pese a sus denuedos, la muralla se erguía tan pulida e inexpugnable como antes. Exhausto, se replegó hacia su puesto junto al fuego.

—No sirve de nada —jadeó—. No consigo abrir ninguna brecha.

—Lo único que tenemos que hacer es resistir aquí un poco más. Hasta que el sol alcance su cénit. Quizá el amanecer no baste para disipar esta niebla por completo, pero seguro que una fortificación de este tipo no soporta la luz del nuevo día.

—Espero que tengas razón —convino Víctor—. ¿Cuánto falta para que amanezca?

—No lo sé. —Las estrellas habían quedado ocultas por entero, no servían de guía. Pese a su talante previsor, Stuart nunca había conseguido adquirir la costumbre de llevar reloj—. Pero ya no puede faltar mucho.

Así que se sentaron, charlaron y esperaron, hasta que el círculo de luz se hubo reducido a poco más que al grosor de sus propios cuerpos, y sus voces, a murmullos susurrados.

—Siento haberte metido en esto, Stuart Camina tras la Verdad. Por si fuera poco enfrentarme a la muerte sin un enemigo al que clavar mis garras y arrastrar conmigo, me temo que he volcado la desgracia también sobre ti. Te consideraba un amigo.

—No es culpa tuya. Venir fue elección mía, para encontrar respuestas. —Sofocó una risita—. ¡Lo peor es esta maldita espera! Me temo que se me da mejor buscar que esconderme. Oye, probemos una cosa. ¿Qué me dices si le doy un palo a esa pared, tú te quedas ahí sentado y me cuentas lo que veas? ¿Vale? De acuerdo.

Stuart se acuclilló, retiró una antorcha improvisada de la hoguera y se abalanzó sobre el banco de niebla más próximo. Hilachos desmadejados de bruma cayeron a su alrededor cuando blandió el atizador con ambas manos, como si de un hacha se tratara.

—Vas muy bien —animó Víctor, aunque a Stuart no se lo parecía—. Pero, ¿qué es eso de ahí? ¡Espera! Junto a tu pie. —Se incorporó y corrió junto a su compañero. Cuando miró abajo, Stuart volvió a tener la impresión de que veía a una serpiente negra encabritada, dispuesta a atacar. En ese momento, Víctor se adelantó con sus garras y la partió por la mitad.

Sin aliento, Stuart retrocedió hasta la hoguera.

—¿Qué has visto? —quiso saber, sin molestarse en darle las gracias a Víctor.

El Colmillo pasó por alto la omisión.

—No lo sé. Al principio parecía un trozo de cuerda, más oscuro que la niebla que lo rodeaba. Negro como el carbón. Luego se irguió y pensé que se trataba de algún bichejo del Wyrm que se te acercaba al amparo de la bruma. El que nosotros no veamos ni torta en medio de esta condenada humareda no quiere decir que haya otros seres que no sufran el mismo impedimento.

Stuart esbozó una sonrisa y palmeó a Víctor en el hombro.

—Espléndido. Ahora otra vez. Voy a examinar la muralla de nuevo pero, en esta ocasión, si ves a tu bicho del Wyrm, no te lo cargues, cógelo, ¿de acuerdo?

El pasmo resultaba visible en el rostro de Víctor, pero asintió. Haría lo que hiciese falta.

Stuart cogió otra antorcha del fuego y la blandió contra la pared, a dos manos. Pareció que la niebla retrocediera un paso ante la intensidad de su acometida. Avanzó, vadeando el cenagal de cuerpos retorcidos de sus víctimas. Un paso más. Un tercero. A través de las capas desmenuzadas de niebla, vio una silueta que se cernía sobre él… el tronco del árbol contra el que se quedara dormido Víctor con anterioridad.

—¡Allí! —gritó Víctor, antes de abalanzarse. Su mano salió disparada hacia un mero penacho de niebla derribado al paso de Stuart; de algún modo, parecía más oscuro, más sólido que el resto. Se lanzó a por él y profirió un aullido triunfal cuando sintió que aquello se retorcía entre sus manos. Por fin, algo sólido.

—¡Ahora, no lo sueltes, hagas lo que hagas! ¿Lo tienes bien sujeto? ¡Con las dos manos, y luego, tira!

Víctor tensó los hombros y los expandió. Era un esfuerzo titánico, capaz de arrancar un árbol joven de raíz. Se encontró con una resistencia inesperada, se aprestó de nuevo, y volvió a tirar.

Incluso Stuart podía verlo ahora. El ser que había aferrado Víctor poseía el aspecto de un resistente cordón negro, no más largo que su brazo, pero se retorcía igual que si estuviera vivo entre sus manos, y Víctor estaba pasando apuros para mantenerlo sujeto.

Tras arrojar ambas antorchas a sus pies, Stuart cogió un cabo de la cuerda.

—A la de tres. Uno… dos…

Al llegar a tres, el banco de niebla se enroscó al otro extremo de la cuerda de ébano viviente y se sumó al tira y afloja. Al cabo de diez minutos, ambos Garou estaban empapados de sudor. Como recompensa por sus esfuerzos, habían conseguido tres metros largos del correoso “cordón” cambiante, y se habían abierto paso de regreso a la fogata.

—¡Esto no es ningún engendro del Wyrm! —boqueó Víctor, casi sin aliento—. ¿Qué es esta cosa?

—No lo sé —repuso Stuart, no sin esfuerzo—, pero, sea lo que sea, se diría que empieza a deshilacharse. Creo que hemos estamos tirando de un cabo suelto.

—Sí, pero, ¿qué encontraremos al otro extremo? Éste no está tan mal, siempre y cuando consigas que no se te enrede en los pies y tropieces, pero el otro…

—En ese caso, lo mejor será desatarlo. —Stuart miró alrededor—. Podríamos intentar llegar hasta aquel árbol, a ver si consigues hacerle un nudo.

En esta ocasión, tardaron la mitad de tiempo en recorrer la distancia.

—Vamos progresando —comentó Stuart, mientras Víctor daba tres vueltas al tronco del árbol con el sinuoso extremo antes de soltarlo.

—El nudo aguantará —afirmó, ufano, examinando su trabajo—. Si la cuerda no se rompe…

—Si esta cosa está viva, no va a tirar tan fuerte como para partirse en pedazos. Yo espero aquí un minuto, mientras tú vas y recoges palos de la hoguera, a ver si conseguimos despejar un poco de espacio por aquí. Quiero probar una cosa.

Víctor vaciló sólo un momento, antes de percatarse de las intenciones de Stuart. Asintió, aprobatorio, y se dispuso a recoger el fuego.

Stuart sostuvo la cuerda a un brazo de distancia frente a él, con ambas manos. Despacio, con meticulosidad, caminó alrededor del árbol. El cordón comenzó a girar, con el tronco como eje.

—Creo que la niebla comienza a escampar un poco —dijo Víctor, a su regreso—. Podía ver tu silueta desde la hoguera. Ya falta poco para que amanezca. —Comenzó a distribuir pequeños puntos de fuego alrededor del árbol, donde no interfiriesen con el circuito de su compañero.

Stuart levantó la cabeza y volvió a ver el tenue parpadeo de las estrellas. Estuvo a punto de soltar un grito.

—¡No es el amanecer, mira! Sigue siendo de noche, pero la niebla ralea.

Víctor se colocó junto a Stuart y el proceso ganó velocidad.

—Es como si la bruma misma se estuviera desembrollando —dijo, al cabo de un momento—. Ya se puede ver el suelo, y el camino que asciende por la ladera.

Stuart miró en la dirección que señalara el Colmillo con la cabeza, y distinguió el revelador sendero del sinuoso hilo negro que zigzagueaba hacia la cúspide. Tan diáfano como un camino bien alumbrado.

—Desátalo otra vez, yo lo sujeto —dijo Stuart, con una nota de triunfo en la voz—. Me parece que aún podremos avanzar esta noche.

Capítulo once

—Ya no puede estar lejos —dijo Stuart. El sol era un tosco esbozo colorado sobre el horizonte, el borrón dibujado con los dedos por un niño. La niebla esclarecería por sí sola en breves momentos, se retiraría para esperar a que desapareciera el calor del día. Stuart ya se sentía mejor. Inhaló una honda bocanada del límpido aire de la montaña, antes de desistir de su empeño, torcido el gesto—. Hueles a oveja mojada.

Víctor se olisqueó a sí mismo y gruñó.

—Sí —convino, asintiendo con la cabeza—. Igual que tú, me temo. A lana mojada. También esto se irá, conforme ascienda el sol.

—Cualquiera diría que a estas alturas tendrían que vernos. Desde la cima, me refiero. ¿No tendrían que haber apostado centinelas, cerca del manantial? Si es verdad que se trata de un lugar de poder, Pisa la Mañana no lo habrá dejado desamparado.

—Eso también me preocupa —admitió Víctor, a regañadientes—. Di la voz de aviso cuando comenzamos el ascenso, y otra vez cuando vimos el primer rayo de sol. No he escuchado ninguna respuesta, ni he visto señales en el exterior esta mañana, pero tienes razón. Ya debemos de andar cerca, intentémoslo de nuevo. —Dicho lo cual, levó el rostro y lanzó un aullido. Pareció que la niebla rala esponjara el sonido casi antes de que éste escapara de su garganta, del mismo modo que exprimía el calor de sus cuerpos—. No oigo nada —concluyó, tras un paciente intervalo. Resignado, reanudó el ascenso. Stuart siguió sus pasos.

—A lo mejor tienen un buen motivo para guardar silencio. Si no esperan visitantes del clan del Alba, querrán cuidarse de conducir a otros desconocidos al sitio. Si hay Danzantes en esta región…

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