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Authors: Eric Griffin

Tags: #Fantástico

Fianna - Novelas de Tribu (16 page)

BOOK: Fianna - Novelas de Tribu
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Liberándolos.

Miró a Arkady, pero su compañero ya era demasiado grande para abarcarlo de un solo vistazo. Una fuerza enterrada crecía en su interior, la fuerza de las montañas. Toda la fuerza de sus antecesores, todo su orgullo, toda su esperanza. Las toneladas de piedra que lo rodeaban, la prisión de granito, ya no podía retenerlo. Arkady ya había puesto un pie por encima de la valla de la cadena montañosa, saltando sin esfuerzo sobre aquella puerta conocida, encaminando sus pasos por el conocido sendero. Desde algún lugar muy abajo, la diminuta voz de Stuart llegó hasta él, impeliéndolo a regresar.

—Tal vez haya una forma. Sí, quizá exista un camino.

Capítulo diecisiete

Los dos Garou sentados e inclinados hacia delante sobre el frío suelo de la cueva eran tan distintos como la noche y el día. El primero era orgulloso, regio su porte. Se trataba de un guerrero legendario, un sagaz estratega, un hombre que, según las profecías, conduciría a la Nación Garou hacia la Batalla Final.

El otro era un don nadie de origen humilde. Un diletante que no conseguía conservar ni siquiera su trabajo de autónomo. Un gandul confeso e impenitente.

—Otra vez —dijo Stuart. Su voz recordaba a la de un profesor frustrado—. La Espiral. Tiene que haber algo que se nos escapa.

Obediente, Arkady borró del firme de la gruta los complejos diagramas y los elaborados bosquejos. Despacio, comenzó de nuevo por el primer paso. Con un solo movimiento, sin levantar de la superficie irregular la punta ennegrecida del estilo de hueso, dibujó una espiral perfecta y continua. La figura giró sobre sí misma en nueve ocasiones antes de desvanecerse en una última peculiaridad. Un tosco borrón renegrido.

—Tiene que haber una forma —repitió Arkady, como si intentara convencerse de ello—. Una forma de recorrer la Espiral sin ser corrompido. De adentrarse en el corazón del laberinto y emerger victorioso al otro lado. Está profetizado. Ha de ser posible. —Descargó un sonoro palmetazo contra el firme de la cueva.

—A menos, claro está, que los profetas incurrieran en alguna que otra esperanza vana. O que los eruditos que llegaran después no intentaran sino explicar por qué Lord Fulano de Tal había perdido los estribos un buen día y se había pasado al otro bando.

—No tiene gracia. He perdido a demasiados familiares por culpa de esa promesa como para empezar ahora a cuestionar su veracidad.

—A mí me parece el momento perfecto para empezar a cuestionarla. Además, ya no consigo entender nada de lo que escribes. Todo el suelo está embadurnado de negro y creo que me estoy quedando bizco. ¿Y si lo dejamos para otra noche?

—Dijiste que ibas a ayudarme. Que existía un camino.

—Que tal vez lo haya. Pero ya hemos revisado esto una docena de veces y que me aspen si le veo solución. Quizá las cosas cobren más sentido por la mañana. Bien entrada la mañana —se apresuró a añadir.

—Duerme, si quieres. Yo montaré guardia. —Arkady se incorporó y comenzó a pasear por el interior de la cueva. Sus pasos lo conducían, por instinto, en una espira cada vez más estrecha.

Stuart se tumbó en el suelo cuan largo era, con la barbilla apoyada en las palmas de las manos.

—No servirá de nada. Aunque te abras paso hasta la Espiral (premisa ya dudosa de por sí), no hay nada que puedas hacer cuando llegues allí, salvo repetir los mismos errores que cometieran los que se fueron antes que tú. Una vez se pone el pie en la Espiral Negra, estás perdido. Punto final. No se puede dar la vuelta, ni hacerse a un lado. No hay escapatoria. Te apresa y no te suelta hasta que sucumbes.

La ruta circular de Arkady lo llevó de vuelta adonde yacía Stuart. En esta ocasión, pasó frente a él y continuó caminando.

—Ese monólogo, ¿te ayuda a aclarar las ideas o se supone que iba dirigido a mí?

Stuart exhaló un suspiro y se incorporó de un salto.

—Olvídalo. Como si no hubiese abierto la boca. —Observó la figura de Arkady que se alejaba, vio las huellas ennegrecidas del arrastrar de pies que dejaba a su paso, igual que un hilo suelto. Con gesto ausente, siguió el camino marcado por las huellas en dirección contraria, fijándose en los juegos gemelos de pisadas donde ambas rutas discurrían paralelas.

Si aquellas huellas eran la senda de la Espiral Negra, ¿qué era aquel estrecho tramo donde se encontraba ahora Stuart? Con creciente excitación, sacó su bloc de notas de bolsillo. Tras pasar las hojas rápidamente hasta encontrar una en blanco, dibujó una copia de la infame espiral de nueve espiras. Entornó los ojos hasta que el diagrama se hubo difuminado y todo se hubo vuelto borroso en los bordes, antes de recuperar la nitidez de golpe.

—¡Ahí!

Arkady se detuvo en seco y se giró, con expresión preocupada.

—¿Dónde? —Avanzó un paso hacia Stuart.

—¡No! Tienes que quedarte en la senda. Ven hasta mí, pero por el camino. Quédate en la Espiral Negra.

Arkady exhaló un suspiro, pero le siguió la corriente a su exaltado compañero. No tardó en volver a colocarse junto a Stuart.

—Ahora, vuelve a caminar siguiendo el dibujo. Igual que antes. Sólo que esta vez, yo caminaré contigo.

—¿Ése es tu plan? —preguntó Arkady, con incredulidad—. ¿Vas a adentrarte conmigo en la guarida del Wyrm?

—No, quita. Mi madre no tiene ningún hijo tonto, y ni todos los demonios conseguirían tirar de mí para arrastrarme a Malfeas contigo. Esto es sólo una demostración. Camina.

Arkady se encogió de hombros, fingiendo desinterés, y comenzó a andar de nuevo sobre las huellas negras. Stuart se mantuvo a la par, hombro con hombro. Dieron una vuelta completa a la estancia.

—La verdad, no sé qué tiene que ver esto con… —comenzó Arkady. Stuart le chistó para que se callara y le urgió para que completara una segunda circunvalación. Y una tercera—. ¿Este pequeño ejercicio demuestra que…? —inquirió, perdiendo por fin la paciencia.

—Demuestra —replico Stuart, con una sonrisa triunfal—, que sigo a tu lado después de tres vueltas completas al dibujo, y todavía no he puesto un pie en la Espiral Negra.

Arkady se detuvo en seco.

—¿Cómo puede ser eso? —protestó, con voz queda.

—Mira aquí. —Stuart golpeteó con su lápiz la página de la libreta abierta—. Me he dado cuenta de que las espirales poseen una peculiaridad. Todas las espirales. Ésta es la Espiral Negra que he dibujado, pero aquí tenemos otra, alojada en su interior. En este caso, se trata de una Espiral Blanca, blanca por el papel que se entrevé. Es una espiral negativa, inserta entre las líneas de la negra. Si se recorriera esa espiral, como acabo de hacer yo, debería ser posible (en teoría, al menos) llegar al centro sin tener que pisar siquiera la Espiral Negra. Sin exponerse a su toque corruptor.

Arkady se quedó mirándolo, mudo, hasta que una sonrisa afloró a su rostro. Echó la cabeza hacia atrás y se rió, palmeando a Stuart en la espalda, de buena gana.

—Eres un genio, Stuart Camina tras la Verdad. Ojalá te arrepintieras y accedieras a acompañarme. ¿Seguro que no te tienta en absoluto poner a prueba tu excelente teoría?

—Por mí no te preocupes. Si consigues sacar esto adelante, me enteraré. Demonios, supongo que nos enteraremos todos. Pero yo tengo que recorrer una senda distinta. Un camino que hace ya demasiado tiempo que eludo.

Fue en ese preciso instante cuando Stuart se dio cuenta de adónde debía de conducir la Espiral Blanca… si es que aquella suposición tan improbable existía siquiera. Era una senda que, invariablemente, desembocaba en el hogar.

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