Fianna - Novelas de Tribu (14 page)

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Authors: Eric Griffin

Tags: #Fantástico

BOOK: Fianna - Novelas de Tribu
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Aquella historia, empero, no la conocía. Ni siquiera estaba seguro de comprenderla en su totalidad. Reconocía algunos de los familiares giros de la compleja inscripción. Aquel poderoso trazo descendente era sin duda la marca de un antiguo héroe… y un Colmillo Plateado, si es que Stuart estaba interpretando correctamente las filigranas que lo rodeaban. Estaba casi seguro de que pretendían elaborar el linaje del héroe, pero carecía de la educación genealógica necesaria para ponerle nombre a la rúbrica inscrita.

Reconoció la curva delatora del Devorador de Almas en la historia, una de las tres encarnaciones más poderosas del Wyrm. Sin embargo, no conseguía identificar el diseño del engendro del Wyrm que surgía de él… el antagonista enfrentado al antiguo héroe de los Colmillos. Su marca se arqueaba bruscamente sobre sí misma, devorando su propia cola, eliminando toda huella de su paso.

Se había librado una gran batalla, al menos eso resultaba evidente, de la que el héroe Colmillo había salido victorioso, si bien había pagado un alto precio. La serigrafía triunfal discurría igual que la sangre derramada. Leía un enorme sacrificio en aquellos trazos, pero los pormenores del cataclismo y sus consecuencias le eran indescifrables.

Aquello no lo desanimó. Entre su gente había quien tendría éxito donde sus torpes esfuerzos no habían estado a la altura, familiares formados desde su nacimiento en la decodificación y la transmisión del Registro. Si se trataba de un relato perdido que había caído en manos del enemigo, los guardianes del saber lo sabrían.

Y también honrarían al que había conseguido recuperar ese tesoro… una historia escrita en el corazón de una montaña.

El silencio de las profundidades se veía roto tan sólo por el garabatear del trozo de lápiz. Cuando Stuart hubo terminado, revisó de nuevo todo el diseño para asegurarse de que lo había copiado con exactitud.

Con una sonrisa, cerró la libreta y volvió a guardársela en el bolsillo.

Los arañazos no se habían detenido.

Intranquilo, se esforzó por captar el leve sonido delator. Ahí estaba de nuevo. Se diría que procedía del otro lado de la pared. Escrutó los alrededores, pero no pudo ver ningún indicio de apertura ni otra vía para llegar al otro lado. Necesitaba una mejor perspectiva. Empleando la runa a modo de ancla, caminó de lado para entrar en el reino de los espíritus.

Ya no había barrera de niebla que le impidiera el paso. Se encontró en otra caverna, casi gemela de la anterior, pero no tuvo tiempo de enfrascarse en comparaciones. No estaba solo.

Los arañazos cesaron de repente en cuanto Stuart hubo caminado de lado. Allí había una figura, sentada en el suelo de la cueva con las piernas cruzadas, de espaldas a Stuart. El desconocido se giró a medias al escuchar la entrada de Stuart y lo miró por encima del hombro, con curiosidad.

Pese a la engañosa iluminación, Stuart pudo distinguir los rasgos del otro con claridad. El desconocido irradiaba su propia luz. Su pelaje poseía el blanco fulgor de la luz de luna reflejada en la nieve recién caída. Podría nombrar a media docena de nobles Colmillos Blancos que darían gustosos una docena de años de sus vidas a cambio de un abrigo como aquel… la corona de un linaje tan orgulloso como refinado. Stuart nunca había visto otro igual. Comenzaba a sospechar que su búsqueda no había sido en vano.

Aun cuando se encontrara encorvado, el porte del Colmillo era regio. El más leve de sus gestos exhibía una nobleza natural; la inclinación de su cabeza, curiosa pero indiferente hacia el recién llegado; el inconsciente enderezamiento de sus hombros cuando sofocó un suspiro de decepción.

Stuart abrió las manos para mostrar que iba desarmado, con las garras envainadas. El Colmillo Plateado le estudió por un momento, observándolo de un modo que habría resultado descortés en un entorno más formal. Stuart le sostuvo la mirada, pero se mantuvo en su sitio. No hizo ademán de avanzar, a fin de que no pudiera ser interpretado como una amenaza o un desafío. No había llegado hasta aquí para que sus preguntas se quedaran sin respuesta por culpa de un reto imprudente, propiciado por una inoportuna catarsis de sangre.

La mirada del Colmillo Plateado poseía cierta cualidad que mantuvo a Stuart clavado en el sitio. Aquellos ojos azules como el hielo ofrecían trazas de resignación, y de algo más… de una tristeza vasta e inexorable. Le pareció que reconocía en ellos el primer roce tentativo del Harano, el profundo y devastador río de la pesadumbre. Se trataba de un antiguo enemigo que ya se había cobrado las vidas de incontables y orgullosos guerreros de Gaia. Era un adversario contra el que todas las armas del Wyrm palidecían en comparación.

Como si hubiese tomado una decisión, el Colmillo se encogió de hombros y volvió a darse la vuelta. El significado de aquel gesto resultaba evidente; no era sólo que Stuart no constituyera ninguna amenaza, sino que tampoco estaba a la altura. Retrocedió como si le hubieran golpeado. El Colmillo estaba dejando bien a las claras que consideraba que Stuart era indigno de su atención. Era menos que una mota de polvo para la consciencia de aquel desconocido.

Sonaron de nuevo los arañazos, desquiciadores.

Aquel sonido atacaba los nervios de Stuart. Pugnó por controlar su creciente rabia e indignación. Cuando estuvo seguro de que había conseguido dominarse, carraspeó y dio un paso al frente.

—Disculpe la intrusión, pero he recorrido un largo camino… no exento de riesgos… —quiso añadir “mi Lord Arkady”, pero se ahorró el título honorífico. Se dio cuenta de que, pese a haber sofocado su furia, no se había desembarazado del todo del resentimiento. No tenía intención de mostrar deferencia ante alguien que no había vacilado a la hora de insultarle. Se apresuró a remediar su lapsus—. Y, para serle sincero, no es que muera de ganas por emprender el camino de regreso ahora mismo. Así que, si no le importa, tenía la esperanza de que podría hablar con usted.

Se produjo un silencio incómodo. Stuart pensó que el Colmillo se limitaría a ignorarlo por completo y sintió cómo bullía en su interior una retahíla de palabras acaloradas. Sin embargo, cuando abrió la boca para darles rienda suelta, el sonido de los arañazos se apagó de nuevo. Sin levantar la cabeza, Arkady levantó la mano derecha donde pudiera verla Stuart. Asía en su puño un hueso largo y delgado, con la punta afilada y chamuscada. Con impaciencia, señaló con su macabro puntero a un lugar no lejos de su asiento sobre el suelo de la cueva.

Stuart no vaciló, aunque por dentro no estaba del todo seguro de querer colocarse al alcance del señor de los Colmillos Plateados caído en desgracia. Se mirase por donde se mirara, Arkady constituía un oponente formidable, un guerrero legendario. Stuart estaba más que familiarizado con las historias de las proezas de Arkady. Era consciente de que cada vez que los Galliard entonaban canciones acerca de la disciplina marcial del noble Colmillo, era sólo cuestión de tiempo antes de que se mencionara algún trágico arranque de genio que ponía toda la empresa en peligro. Cada vez que se hablaba de la sagacidad de Arkady, constituía el preludio inevitable de algún relato referente a sus desoladoras omisiones de juicio.

La prudencia no era el fuerte de Stuart. A sabiendas de que bien pudiera arrepentirse de ello, caminó directamente hasta Arkady y se acomodó a la derecha del señor agraviado, mucho más cerca de lo que le había indicado éste.

Si el noble Colmillo se percató de aquella discrepancia, prefirió no llamar la atención sobre ella.

Stuart exhaló una larga y silenciosa bocanada. Era consciente de que había superado la primera coyuntura crítica en lo que estaba demostrando ser una situación mucho más delicada de lo que había previsto. ¿Qué esperaba? ¿Que Arkady se alegrara de verlo? «Pues, sí», admitió. Stuart se había imaginado a Arkady prisionero de los Danzantes, y aún no había visto nada que lo apartara de esa primera convicción.

Pero, si Arkady era un preso, ¿dónde estaban los barrotes de hierro de su celda? ¿Dónde los grilletes de plata? Tras considerarlo un momento, tuvo que admitir que Arkady no actuaba como cabría esperar de un hombre condenado. No exhibía indicios de los estragos propios de un largo internamiento; la cabeza y los hombros gachos, como si cargara sobre sus espaldas el enorme peso de la piedra que lo cubría. El enjuto cosquilleo esquelético del hambre entre las costillas. El lento y vano arrastrar de pies, olvidado ya cómo caminar al no poder distinguir la sucesión de los días.

Arkady mantenía la cabeza erguida.

Stuart estudió a su compañero, pero la realidad se negaba a encajar con la forma en que había previsto que se desarrollaría aquel encuentro. Arkady seguía siendo igual de orgulloso, más distante que cualquier Garou que hubiese conocido. No mostraba indicios de haber sucumbido a los estragos de la tortura ni del largo confinamiento.

¿Distraído? Sí, sí que lo estaba. Arkady arañaba obsesivamente el suelo de la cueva con la astilla de hueso carbonizado. Su punta dejaba negros surcos en la superficie irregular.

¿Consumido por alguna duda que lo carcomiera? Casi con seguridad. Stuart podía ver el leve tic de los poderosos músculos de los brazos, los muslos y el mentón del Colmillo. Estaba enfrascado en una elaborada kata de ataque, parada y contraataque. No conseguía contener la batalla interior. Pequeños visos del conflicto continuaban superando su guardia, haciéndose evidentes.

¿Contemplando una acción desesperada?

Sin querer, Stuart se fijó en que aquel rincón de la cueva se correspondía exactamente con la localización del nido inmundo en la otra caverna que acababa de abandonar. Una idea nada reconfortante.

—Si has venido a refocilarte —dijo Arkady, sin levantar la cabeza—, date prisa. He matado a la última media docena de vosotros que se presentó aquí, y ninguno de ellos fue tan necio como para venir solo.

Su tono era lacónico, casi desprovisto de emoción. No había asomo de malicia ni fanfarronería en su voz. En todo caso, sonaba muy cansado.

—Gracias por la advertencia, pero no he venido a regodearme. En serio. Me llamo Stuart. Me llaman Camina tras la Verdad. Sólo quiero hablar con usted.

Ante aquella declaración, Arkady curvó una de las comisuras de sus labios, a modo de sonrisa burlesca.

—Camina tras la Verdad —musitó, en voz alta—. ¿No Encuentra la Verdad? Qué pena. En ese caso, me parece que te aguarda un destino más bien triste. Una tragedia. Está bien, Stuart Camina tras la Verdad, si quieres hablar será mejor que lo hagas deprisa. Aunque me parece que refocilarse sería una forma más satisfactoria de vivir tus últimos momentos.

Stuart frunció el ceño.

—Mire, he recorrido un largo camino, y quiero escuchar su versión de la historia. En la asamblea, cuando nadie más tuvo una sola palabra que decir en su defensa…

—Ah, eso está mejor. Ahora empezamos a recrearnos.

—¿Cómo? Yo no me estoy recreando. Si escuchase siquiera durante un minuto, lo que intento decirle es que…

—Te dije que podías hablar, no que yo fuese a escucharte. Creo que fue un error permitir que se fueran los primeros. Cuchillo entre los Huesos y sus compañeros. Si los hubiera matado, los demás no os habríais envalentonado y yo disfrutaría de un poco de paz para pensar en lo que debo hacer. Tal vez por aquel entonces estuviese demasiado ansioso de oír lo que tenía que decir la gente acerca de mí. Quizá pecara de engreído. Ya me he arrepentido. No volveré a cometer el mismo error.

—¿Cuchillo entre los Huesos? —Stuart se aferró a aquel nombre. No era que intentara dárselas de valiente, ignorar la amenaza de Arkady, sino que su seguridad personal no le parecía tan importante como las piezas que comenzaban a encajar en su sitio. Ni siquiera tuvo oportunidad de pararse a reflexionar acerca de que aquella no era la primera vez que sus instintos de reportero le impelían a tirar del hilo de una historia sin pensar en el peligro.

Sí, le sonaba aquel nombre. Hacía poco que lo había escuchado, en la asamblea… ¡Pues claro! Vio al Guardián irrumpiendo en la Casa del Vuelo de Lanza con su siniestro estandarte, la ensangrentada piel de lobo blanco ondulando en una lanza forjada en hierro. Su compañero de manada (¿cómo se llamaba?) había dado parte a la Jarlsdottir, mencionando a una partida de Danzantes de la Espiral Negra que se habían presentado bajo aquella “bandera de tregua”. El líder de la banda, ese tal Cuchillo entre los Huesos, había afirmado que era un familiar de Lord Arkady.

—¿Le conoces? —preguntó Arkady, con aire de indiferencia—. Lo cierto es que no me sorprende. Tal vez tendría que perdonarte la vida, después de todo. Quizá si dejo a alguno de vosotros aferrado a una hebra de vida y te envío a rastras de vuelta a casa, los demás se convenzan de que no merece la pena entrometerse en mi intimidad.

Stuart levantó la cabeza, irritado, perdido el hilo de sus pensamientos.

—Mire, por última vez, no he venido aquí para regodearme. Empiezo a darme cuenta de por qué todo el mundo dice que es usted una especie de…

Por vez primera, Arkady levantó la cabeza y miró a Stuart a los ojos.

—¿Qué dicen de mí?

Stuart sintió el desafío de aquella mirada y procuró sostenerla mas, transcurrido tan sólo un momento, se vio obligado a apartar los ojos. Era la intensidad de la necesidad de aquellos irises azules como el hielo. Cualquiera diría que alguien con una reputación tan infame como la de Lord Arkady habría dejado de preocuparse por lo que pensaran los demás de él. O, al menos, que habría llegado a exhibir una indiferencia afectada, aunque fuese tan sólo a modo de escudo contra el hambre voraz que veía Stuart en aquellos ojos.

Arkady no quería sólo que Stuart concluyera su impulsivo insulto… el cual, de por sí, habría supuesto una afrenta suficiente para justificar el derramamiento de sangre hacia el que seguía apuntando el Colmillo. Tampoco era la suya una mera curiosidad por enterarse de las novedades… por descubrir quién podría seguir sobre su pista, incluso en esos momentos, para vengar crímenes reales o imaginarios. No, necesitaba saber, sinceramente, con desesperación, qué decían los demás acerca de él. Qué pensaban de él. Era un ansia, un deseo tan palpable como el que impele a alimentarse, a copular o a enzarzarse en la batalla.

«
Pero qué bastardo más infeliz
», pensó Stuart, meneando la cabeza en un gesto de simpatía tácita. A aquel Colmillo Plateado le preocupaba de veras lo que murmurasen los demás sobre él.

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