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Authors: Eric Griffin

Tags: #Fantástico

Fianna - Novelas de Tribu (15 page)

BOOK: Fianna - Novelas de Tribu
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Necesitaba despertarse cada mañana y ver la admiración reflejada en los ojos de sus guerreros mientras pasaba revista a sus filas. Necesitaba oír el rumor de la adoración en las voces de su gente cuando se paseaba entre ellos.

Vagamente, comenzó a darse cuenta de lo que debía suponer para Arkady aquel exilio, aquel cautiverio.

—¿Que qué dicen? —repitió Stuart. Hizo acopio de coraje y se lo soltó sin miramientos—. Dicen que el Wyrm os ha corrompido. Que dominasteis al Wyrm del Trueno y que éste se humilló ante usted. Dicen que sois el responsable de la muerte del acogido de los Fenris y de la cizaña sembrada entre la Camada y los Hijos de Gaia. Dicen que habéis conspirado para apoderaros de la Corona de Plata, que a tal fin os habéis convertido en compinche de los Danzantes de la Espiral Negra. Que Albrecht en persona os ordenó que no volvieseis a asomar el rostro por esa parte del mundo, y eso ya antes de la asamblea. Ahora dicen que sois un exiliado, un incomunicado, se os da por muerto. Fallecido en alguna batalla interior contra el Wyrm.

Arkady cerró los ojos e inhaló despacio. El gesto no obedecía a la vergüenza ni a la derrota, sino más bien a la degustación, impúdica, del eco de su nombre en labios de otros. Por un momento, fue como si no le importara que aquellas murmuraciones tuvieran todas el denominador común del desprecio y la condena. Claro que, se recordó Stuart, Arkady era un hombre famélico que languidecía en una celda de aislamiento.

Tras una larga pausa, Arkady habló de nuevo, sin abrir siquiera los ojos. Quizá estuviese preparándose para la respuesta a su queda pregunta.

—¿Qué piensas tú, Stuart Camina tras la Verdad?

Si Stuart se preocupara por su supervivencia siquiera la mitad que por desentrañar lo que se ocultaba a sus ojos, se habría tomado su tiempo y habría elegido sus palabras con mucho cuidado.

Si uno quiere hablar o actuar con sinceridad, sólo existen dos formas de conseguirlo. La primera consiste en evitar cometer errores con asiduidad. Stuart había conocido a hombres así de cautos, para los que bordear el error se había convertido en el santo grial. Actuaban rara vez, temerosos de dar un paso en falso, y hablaban aún menos. Mejor guardar silencio y que te tomaran por necio que abrir la boca y darles la razón. A efectos técnicos, aquellos sonrientes y silenciosos guardianes de la verdad tenían razón… aquel que nunca ha dicho nada jamás habrá levantado falso testimonio.

Stuart estaba cortado por otro patrón. Para él, lo justo era la búsqueda infatigable de la verdad, un ente activo y revoltoso. Mejor aspirar a encontrar la respuesta exacta y fallar que conformarse con la ignorancia. Intentar asir la verdad y quedarse corto no significaba incurrir en la falsedad y, sin duda, no resultaba tan deshonesto como ocultar la ignorancia tras puertas y labios cerrados.

—Le diré lo que les dije a los demás. Una casa dividida contra sí misma no puede sobrevivir. No se exorcizan demonios con la ayuda del diablo. Yo digo que habéis encontrado la forma de sojuzgar a los wyrm más temibles, ojalá hubiese otra docena de guerreros como usted. El señor sabe cuánto necesitamos tales habilidades.

Al escuchar aquello, Arkady esbozó una sonrisa. No la mueca burlona que exhibiera antes, sino una sonrisa genuina, desconsiderada y
depredadora
.

Stuart sintió que se quedaba sin saliva y comenzó a escabullirse hacia un lado, con insoportable lentitud. Para escapar del alcance de aquellos caninos capaces de triturar el hueso.

A tan corta distancia, Arkady podía oler el súbito miedo de Stuart. De su garganta escapó un sonido sofocado, estrangulado. Stuart sabía que no tenía tiempo de incorporarse. Cambió de inmediato a su más grácil forma cuadrúpeda, a fin de disfrutar de una pequeña oportunidad de escapar al primer salto mortífero del cazador.

Las cuerdas vocales de Arkady, herrumbrosas por el desuso, pugnaban por amoldarse al sonido que se fraguaba en su interior. Cambió el tono y el sonido rasgado se tornó en una serie de agudos ladridos hasta que, por fin, resonó prístino en toda su pureza.

Se estaba riendo.

Al ver cómo Stuart se cubría atropelladamente con la piel del lobo y trastabillaba de espaldas en actitud sometida, las carcajadas redoblaron su intensidad.

Stuart pudo incorporarse por fin, con el lomo erizado. Profirió un gruñido ronco desde la garganta y ajustó el peso sobre sus cuartos traseros. Preludio de un salto.

Arkady no pasó por alto aquel gesto, ni su importancia. Resultaba visible que estaba esforzándose por recuperar el control y, por el momento, consiguió asumir una expresión sobria antes de que su intento se desmoronase bajo un nuevo torrente de risotadas.

Levantó una mano, rogando para que le diera un momento y poder recuperar la compostura. Seguía aferrado a su improvisado estilo.

—Perdona —consiguió pronunciar al fin, con la respiración todavía entrecortada—. Por un momento, pensé que no iba a poder aguantarme y que iba a tirarte el hueso. Ya sé que es una idea indigna. Mis más sinceras…

Llegados a ese punto, también Stuart estaba riéndose, al tiempo que recuperaba su forma humana, más cómoda. Desechó las disculpas con un ademán.

—Qué va, no se disculpe. Si sólo me ha vapuleado el orgullo. Supongo que eso es lo que me merezco, por esa dosis de medicina que le he administrado. No me importa cederle el campo en absoluto. Sólo conque me contara lo que he venido a oír… su versión de la historia, por qué no se presentó en el tribunal, qué está haciendo aquí…

—Bien dicho —convino Arkady, que por fin había conseguido dominarse—. Estoy dispuesto a decirte todo lo que quieras saber.
Si
a cambio, tú me ayudas primero con un problemilla que tengo. He llegado a una especie de punto muerto. No puedo avanzar, ni retroceder. —Con un gesto, señaló abatido la maraña de rayones negros que surcaban el suelo de la cueva—. Tal vez tú puedas proporcionarme alguna pista sobre algo que se me haya pasado por alto.

—Puedo intentarlo —replicó Stuart. Sin darse cuenta, se acercó para ver mejor los extraños símbolos desplegados ante Arkady. Su mente ya había emprendido el vuelo en pos de este nuevo misterio.

Capítulo dieciséis

—Pero, ¿qué significa todo esto? —preguntó Stuart. Meneó la cabeza y se volvió a incorporar. Había permanecido tumbado sobre el estómago, estudiando de cerca la maraña de runas garabateadas sobre el suelo de la cueva. Tenía el brazo derecho dormido de haber apoyado el peso del cuerpo sobre él—. Parece una especie de mapa.

—No es un mapa, propiamente dicho —repuso Arkady—. Es un plan de batalla. Aunque he de admitir que, hasta el momento, de plan de batalla tiene poco. No dejo de caminar en círculos. No consigo ver ninguna forma de penetrar las defensas de la fortaleza sin ayuda. —Soltó un bufido y tiró su tosco punzón en un arrebato de frustración impropio de él. El útil traqueteó y rodó hasta el centro del diagrama—. Lo mismo podría plantarme ante la puerta principal y entregarme a sus amorosos cuidados.

—¿Los amorosos cuidados de quién? —inquirió Stuart, al tiempo que recogía el trozo de hueso chamuscado—. ¿Qué sitio es éste? —Con el extremo del macabro puntero, trazó el perfil de los serpentinos símbolos rúnicos de Arkady. Si entornaba los ojos, casi podía imaginarse que aquel anillo undulante era un círculo de impresionantes almenas. Que las manchas gemelas de hollín a uno de los lados podrían ser un par de garitas fortificadas, y que los impetuosos rayones amontonados detrás podían tomarse por una muralla de inexpugnables cumbres montañosas. Zangoloteó la cabeza. La imagen se disolvió de nuevo en un garabato ininteligible.

—Se trata de Malfeas —dijo Arkady, lacónico—. Hay quien lo llama las Puertas del Infierno; otros, Sheol, el Pozo sin Fondo; otros, el Lago de Fuego. Tiene muchos nombres. Es la Prisión del Wyrm.

—¿Ésa es la Prisión del Wyrm? —exclamó Stuart, incrédulo—. No sé por qué siempre me lo había imaginado, no sé, más grande. Más cósmico.

—No está a escala —repuso Arkady. Stuart levantó la cabeza, pero no descubrió ningún atisbo de diversión en los ojos del Colmillo—. En realidad —prosiguió, recuperado el tono formal—, esto no es más que el camino al reino de Malfeas. O, por lo menos, uno de los caminos. El que he conseguido dilucidar. Eso es lo relevante para la cuestión que nos ocupa. Tengo motivos para creer que mis esfuerzos para atravesar este portal podrían encontrar… resistencia.

—¡¿Por qué demonios ibas a querer entrar en Malfeas!? ¿Te has vuelto loco? A ver, rápida puesta al día de la realidad: la gente no se va de merienda al inframundo. Y, mucho menos, regresan de él. ¿De verdad crees que…?

—Ya te he dicho que anticipaba cierta resistencia.

—Qué va, pero si todavía no he empezado a resistirme. Este debe de ser el peor plan… no, rectifico. Éste es
sin duda
el peor plan que he escuchado en mi vida. Vas a ir a Malfeas. Vas a ir a Malfeas
voluntariamente
. Voluntariamente, vas a lanzar
un asalto directo
contra la puerta de entrada de Malfeas. ¿Se me escapa alguna sutileza de este plan?

—No sabemos si se trata de la puerta principal. Es una de ellas. Con saber eso nos basta para nuestros propósitos.

—¡Qué más da la puerta que sea! Estamos hablando de un suicidio… —Pugnó por conservar el control—. Mira, ¿por qué no intentamos otra táctica? Además, ¿para qué quieres acercarte a Malfeas? —Para sus oídos, la pregunta sonaba de lo más razonable.

Arkady le dedicó a Stuart la mirada que reservaba para los idiotas y los cachorros.

—Voy a recorrer la Espiral Negra. —Como si eso lo explicara todo.

Lo único que se oyó en la caverna fue el estridente chasquido del hueso renegrido al partirse por la mitad contra el suelo. Stuart seguía agarrado a la otra mitad del puntero astillado. Con los ojos clavados en Arkady.

—¡Es una locura! —siseó, persignándose contra el mal.

Arkady se irguió y se enderezó, con porte regio. Se sacudió el polvo y la mugre adherida a él.

—Locura o no, eso es lo que debo hacer. Lo único que me queda por hacer. La única forma de redimir a mi pueblo.

—Ya sabes qué le ocurre a los que intentan recorrer la Espiral —acusó Stuart. Se incorporó deprisa, como si se temiera que Arkady pudiera marcharse sin despedirse. Que se fuese y lo dejara allí, sin más—. Ya has visto en qué se han convertido. La Espiral Negra los deforma, los rompe, los corrompe. Los convierte en algo menos que humano, menos que bestia. Los convierte en…

Los ojos de Arkady restallaron como dos llamaradas y se tornó hacia Stuart.

—¿Vas a darme un sermón? ¿Vas a recitarme la historia de mi propio pueblo? —Blandió un puño. Stuart vio con aprensión cómo de él emergían unas ganas relucientes.

Pero algo iba mal. Vio que tres de las garras de Arkady estaban rotas. Los restos estaban chamuscados, renegridos como el carbón. Al fijarse, descubrió que toda la mano izquierda de Arkady había sufrido graves quemaduras.

—Estás herido —musitó Stuart, aproximándose pese a la obvia amenaza—. A ver, déjame. Además, no estaba hablando de tu pueblo, sino de los Aulladores Blancos. La Tribu de los Caídos. Los que se convirtieron en los Danzantes de la Espiral Negra.

Arkady soltó un bufido de desdén. No permitió que Stuart tocara su mano lesionada, mucho menos que la vendara, como resultaba obvio que era su intención. Señaló el camino por el que había venido Stuart, con un violento ademán.

—¿Intentas decirme que no has visto las historias grabadas bajo la montaña? ¿Las condenas inscritas en el mismísimo corazón de la roca viva, escritas con una cegadora llama verde?

—No. Lo único que vi fue la runa histórica, y no la entendí. Me… —Enmudeció, al caer en la cuenta. Recordó que había tres runas, pero dos de ellas habían sido destruidas. Desfiguradas por marcas de zarpazos—. Las otras dos historias —dijo, con creciente certidumbre—. Historias acerca de tus familiares, de los Colmillos Plateados. Tú las destruiste.

—¡Sí! Mi familia. —Arkady retrajo las garras y le volvió la espalda—. Los Aulladores Blancos no son los únicos que han sucumbido a la Espiral a lo largo de los siglos. Algunas de las víctimas se cuentan entre los miembros de mi tribu. Algunos de mis antepasados directos, que en paz descansen, ahora que al fin ha sido destruido el último testimonio de sus fracasos. Sí, tenemos un nombre para ellos. Los llamamos Espirales Plateadas, los nobles Colmillos Plateados que han caído víctimas de la Espiral Negra. Los que han sido sometidos por el poder del enemigo.

—¿Piensas perpetuar la tradición? —preguntó Stuart, con voz queda.

Vio cómo Arkady encorvaba los hombros, ultrajado, pero el Colmillo no se volvió hacia él.

—No. Yo tendré éxito donde ellos fracasaron. Recorreré la Espiral y la dominaré. Sólo entonces se verán redimidos mis antecesores. Descansarán sabiendo que, aunque ellos se quedaron cortos en su intento, su simiente propició que la Espiral pudiera ser
sojuzgada
y destruida.

—¿De qué demonios estás hablando? ¿Qué te hace pensar que la Espiral no va a devorarte también a ti? A juzgar por las historias, las ramas de tu árbol genealógico se doblan por el peso de tantos y tan legendarios guerreros Garou. ¿Intentas decirme que te consideras mejor que todos ellos? ¿Mejor que tu padre, que tu abuelo?

—Mi sangre es la más pura de las últimas veinte generaciones —se limitó a responder Arkady, mirando a Stuart a los ojos—. No habrá otras veinte. Eso lo sabes tan bien como yo. Mira dentro de tu corazón, Stuart Camina tras la Verdad, y dime si miento. Dudo que haya siquiera otras dos. No, esto ha de hacerse ahora o nunca. Y ahora, por fin, estoy preparado.

—Seguro que sí. He visto tu plan, no lo estás.

Arkady hizo oídos sordos.

—He llegado a un punto en el que nada me impulsa a retroceder. Tú mismo lo has dicho. Todas las puertas me están cerradas. Para los míos, he muerto. Incluso mi nombre ha sido… —Enmudeció. Bajó la mirada. Se enfrascó en el estudio del dorso de su puño.

Stuart podía ver la línea de garras rotas, asomando apenas de su prisión de carne. Sabía, con toda seguridad, lo que pasaba por la mente de Arkady. El noble Colmillo, la última y la mejor esperanza para su pueblo, el orgullo de su generación y el último (de esto ya no le cabía ninguna duda) de su sin par línea de sangre. Arkady veía ahora a aquellos que habían desaparecido antes que él en las entrañas del infierno. Los antepasados cuyos nombres había tachado con sus propias manos.

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