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Authors: J. H. Marks

Girl 6 (20 page)

BOOK: Girl 6
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Era de madrugada y estaba en su cubículo, frente a la consola, con la cabeza gacha y adormecida. No merecía la pena volver a casa. Estaba demasiado cansada y demasiado preocupada para conseguir dormir lo suficiente antes del siguiente turno.

Empezaba a resultarle difícil separar su vida real de su fantaseada existencia telefónica.

Ni siquiera tenía claro si quien le dio el plantón en Coney Island fue el raterillo u otra persona. ¿Quién fue? Varios nombres acudieron a su mente de un modo atropellado. Tenía que haber sido Bob Regular, el único que realmente le importaba, el único que podía herirla. Pero, ¿por qué pensaba entonces en el ladrón? Quizá porque lo había visto hacía poco. ¿De verdad hacía poco? ¿O era sólo el recuerdo de algo ocurrido tiempo atrás? ¿Estuvo de verdad casada con el ladrón? ¿O con Bob Regular? ¿Habría sido Jimmy? ¿Acaso Cliente 30?

Sonó el teléfono y apareció la señal de llamada en el monitor. Era tal su agotamiento que ni siquiera oyó el timbre con normalidad —se le entretejió en una deshilacliada urdimbre de caóticas ensoñaciones y jirones de realidad.

En su cerebro acababa de sonar una alarma que, sin embargo, no sabía de qué la alertaba.

Lil había organizado una pequeña fiesta en el salón. Todas sus compañeras de aquel turno estaban allí.

Girl 29 se lo pasaba en grande con el matasuegras, del que ni siquiera Lil se libró. Normalmente, Lil se hubiese enfadado, pero una cosa era el trabajo y otra la diversión.

Lil y Comercial 1 lo habían preparado todo con especial dedicación. Multitud de globos casi cubrían el techo. Sobre una mesa señoreaba un pastel cubierto de dulces filigranas, junto a una jarra de ponche bien cargado.

La música estaba muy alta y varias chicas bailaban juntas. Ronnie (el vigilante de seguridad), que más de una vez se había sentido seducido por las eróticas charlas de Girl 15, probó fortuna y se la «robó» a Girl 4, con quien bailaba en aquellos momentos.

Las compañeras prorrumpieron en jubilosas exclamaciones al ver que Ronnie y Girl 15 se decidían a bailar de buena gana, aunque algo cohibidos.

Girl 18 acababa de incorporarse al equipo. En su primera noche en la línea erótica no se le dio mal. A la tercera llamada había conseguido hacer llegar al orgasmo al cliente.

La nueva artista del sexófono lucía orgullosa su guirnalda de «iniciación». Se notaba que estaba a gusto en la fiesta. El trabajo había resultado ser distinto de lo que ella imaginaba. No esperaba que entre las compañeras hubiese tanta cordialidad y camaradería. Aunque al entrar en el salón se sintió demasiado cohibida para preguntar nada, todas la acogieron del modo más amable.

Girl 18 se fijó en el último cartel que Lil había pegado. Girl 6 iba «en cabeza». Las había dejado a todas muy atrás: «Mayor número de minutos: Girl
6...
Mayor número de peticiones: Girl 6...»

Girl 18 supuso que la fiesta era para celebrar el éxito de Girl 6.

Pero, según le explicó una de las chicas, no era así. Se trataba de una fiesta de despedida de Girl 19, que acababa de prometerse.

Lil siempre se alegraba cuando alguna de sus chicas se casaba. Quizá se debiera a la educación tradicional que recibió. A pesar de su éxito profesional, Lil opinaba que donde mejor estaba la mujer era en casa.

—Felicidades —dijo Lil al abrazar maternalmente a Girl 19—. La echaremos de menos.

—¿Dónde está Girl 6? —preguntó Girl 4.

—¡Trabajando, trabajando y trabajando! —gritó Girl 42 con cierta sorna, sin parar de bailar.

Lil soltó de entre sus brazos a Girl 19 y miró su alianza.

—Es preciosa —le dijo.

Girl 19 estaba orgullosísima de su anillo, y encantada de impresionar a Lil.

—Mi prometido ha echado el resto. Ha tenido que costarle un ojo de la cara.

El prometido de Girl 19 quiso asistir a la fiesta. Estaba tan entusiasmado con ella que quería suscribirse a todas y cada una de las revistas que promocionaban las chicas de la empresa. Le daba igual de qué revistas se tratase:
Ladies Home Journal, Newsweek, Go, Guns and Ammo o Popular Mechanics.
Sólo pretendía contribuir al buen ambiente de la fiesta.

Girl 19 le explicó que estaba totalmente prohibida la entrada a toda persona ajena a la empresa, porque «así se lo imponía la póliza de seguros que tenían suscrita».

Detestaba mentirle a su prometido de un modo tan burdo, pero se dijo que era una mentira piadosa que evitaría herir sus sentimientos, y complacería a Lil.

Girl 19 dudaba que volviese a tener nunca un empleo en el que el buen rendimiento se midiese por la habilidad para mentir. Pero no le quiso dar muchas vueltas. Entre otras cosas porque, por poco que pudiera, no pensaba volver a trabajar fuera de casa.

Girl 29 acercó el matasuegras a la oreja de Girl 19 y sopló. Luego se abrazaron y Girl 19 le dio un cariñoso empujoncito para evitar que repitiese la operación. Girl 29, que había bebido más ponche de lo aconsejable, cruzó el salón corriendo y abrió la puerta de la nave del sexófono. Asomó la cabeza y sopló el matasuegras tan ruidosamente como pudo.

Girl 6 no la oyó. Había despertado de su duermevela y, en aquellos momentos, era la única que trabajaba. Estaba concentrada en una llamada. El cliente le comentó que había tenido una fantasía muy especial y le preguntó si podía contársela.

—Sí, cuéntamela —contestó Girl 6.

Cliente 33 pasó un largo rato contándosela. La fiesta se prolongó durante horas. Girl 6 fue al lavabo para estar sola unos momentos y despejarse.

No podía quitarse de la cabeza la conversación con Cliente 33, pese a que lo intentaba de verdad, para que no interfiriese en sus conversaciones con los que llamasen a continuación.

Cliente 33 quiso hablar de una fantasía con una colegiala.

—Tú eres muy ardiente y yo soy el director. —Sí.

—Todos se quejan de que eres demasiado ardiente y los pones a cien.

Girl 6 se pintó los labios mientras recordaba su respuesta.

—Me encanta prepararlos —había dicho ella—. ¿Estás... en condiciones tú ahora, Tommy?

—Claro. Pero como soy el director tengo que castigarte.

—Sí, director —contestó ella, que sabía de sobra lo que quería el cliente.

En el salón, la fiesta de despedida de Girl 19 no decaía. Girl 39 les contaba anécdotas picantes a sus compañeras —nada proclives a escandalizarse—, y las hacía reír con ganas. A algunas incluso se les saltaban las lágrimas. Les acababa de contar los procaces detalles de la fantasía de un cliente —aunque exageró un poco—. Sus compañeras no sólo reían por lo ridículo que imaginaban al cliente, sino por la gracia con que la contaba ella.

—Tenía el aparato telefónico en una mano y el otro aparato en la otra. Lo que no sé es con qué sujetaba el volante del coche. Tuvo un orgasmo de aúpa. Cómo sería que, al día siguiente, los periódicos locales hablaron de sobrecogedores aullidos en la autopista 1 de Los Ángeles, que es donde vivía yo entonces.

Girl 6 no le hubiese reído la gracia a Girl 39. Ya no se la encontraba a cosas así. En lugar de participar en la fiesta de Girl 19 prefirió trabajar. Incluso se había maquillado de un modo que le diese a su rostro aspecto de colegiala.

Evocaba en su interior la voz de Cliente 33. Participaba del placer que proporcionaba a quienes la llamaban. Pero más que placer sexual, era una sorprendente satisfacción por saciar los deseos de los hombres; una satisfacción por su éxito con ellos, por saberse tan deseada; una sensación sólo comparable a la que imaginaba que podía sentir una actriz consagrada.

Muchos hombres de toda América pagaban para masturbarse con la interpretación que ella hacía de sus personajes. Encendía su pasión.

También Cliente 33 la deseaba.

—Bájame la cremallera y hazme una felación.

—Sí. Tú me coges la cabeza y la mueves arriba y abajo.

Cliente 33 se entusiasmó con su sentido de la colaboración.

—Así. Te voy a inundar. Así. Ya empiezas a aprender.

Cliente 33 la había llamado desde su despacho de Wall Street. Era un cuarentón que, sin duda, había logrado triunfar en su profesión. Tenía relaciones muy influyentes y se había formado en Deerfield. Su padre, sus tíos y sus dos abuelos estudiaron en Princeton.

Después de terminar sus estudios en la universidad, entró a trabajar en una sociedad de inversiones, la misma en la que su padre era uno de los socios desde hacía treinta años.

Cliente 33 era un buen chico, aunque no precisamente un genio. Le dieron el empleo por deferencia hacia su padre. Tenía un bonito despacho, poco poder y bastante seguridad.

Tras varios años en la empresa, se casó con una chica de una conocida familia de Filadelfia. El dominical del
New York Times
publicó la noticia de la boda.

Su esposa dejó de trabajar. Vivían en el alto East Side y tenían una casa de veraneo en Hamptons. Jerry Della Famina salía personalmente a darles la bienvenida a su restaurante.

El nombre de Cliente 33 figuraba en el membrete de varias asociaciones dedicadas a obras de beneficencia. Cuando salía de noche, casi siempre era para asistir a fiestas en las que se recaudaban fondos, celebradas en los clásicos marcos de la Biblioteca Pública, el Museo de Historia Natural y el Lincoln Center —los lugares de esparcimiento preferidos por la alta sociedad neoyorquina.

El único problema que tenía Cliente 33 era la falta de imaginación sexual de su esposa, que procedía de una antigua, acaudalada y conservadora familia.

Su esposa era conservadora con el dinero; conservadora en materia de moralidad; conservadora en sus gustos estéticos, y conservadora en política. Y, sobre todo —eso era lo peor para Cliente 33—, era conservadora en materia de sexo. Porque si bien era afectuosa y casi siempre se mostraba bien dispuesta a hacer el amor, era, lamentablemente para Cliente 33, muy pasiva, tanto que podía calificársela no ya de estática, sino de inerte.

La esposa de Cliente 33 era una partidaria de la ley del mínimo esfuerzo. Estaba dispuesta a cumplir, siempre y cuando no tuviese que esforzarse demasiado.

A menudo, cuando estaba en la cama con él, pensaba en lo que tenía que hacer al día siguiente: la compra, enviar invitaciones o ayudar a los niños a hacer los deberes. Mientras tanto, él se solazaba, dentro... de lo que cabía, aunque acabase con la lengua fuera. Ella estaba encantada de que fuese tan eficaz con sus atenciones, pues casi siempre llegaba al orgasmo antes de quedarse dormida.

Cliente 33 tenía mucha imaginación y se sentía terriblemente frustrado por su esposa. Sabía que era inútil decirle nada porque no iba a cambiar, aparte de que se sentiría herida. Las revistas pornográficas tampoco le

servían de mucho, pues eran tan inertes como su esposa.

Cuando Cliente 33 vio una noche, por televisión, un reportaje sobre sexo telefónico, masculló unas cuantas frases desaprobatorias, junto a unos amigos con los que tomaban unas copas en casa.

Durante varios meses se resistió a llamar. Pero mortificado por el deseo —casi obsesivo— que le inspiraba una empleada de la oficina, que parecía tener una experiencia insólita para sus pocos años, se decidió a llamar a la empresa de Lil.

Ahora hacía ya una larga temporada que Cliente 33 hablaba con Girl 6. Había encontrado el desahogo que buscaba.

Aquella noche se había quedado solo en la oficina, para terminar un rutinario informe. Antes de salir creyó haberse ganado el derecho a disfrutar un poco y llamó a Girl 6.

La escuchaba recostado en el respaldo de su sillón.

—Reconozco que soy una putita. Por favor, señor director, métame la puntita.

—Ven, métete debajo de la mesa —le ordenó Cliente 33.

Girl 6 siempre accedía —y no como las empleadas de Cliente 33, que casi siempre le decían que no—. Ella estaba dispuesta en todo momento a probar nuevas cosas.

Cliente 33 había llegado a tomarle bastante aprecio a Girl 6 y así quiso demostrárselo.

—Te voy a joder bien jodida.

—Estupendo —dijo ella—. Estoy mojadísima.

Semejante lenguaje era impensable en la calle Sesenta y tres. Cliente 33 estaba encantado.

—Dime que te mueres de ganas, anda, dímelo —la apremió él.

Ella no tuvo inconveniente en asegurarle que así era.

—Me muero de ganas, señor director.

No estaba mal. Pero Cliente 33 quería oírle algo más desesperado. No bastaba con que «se muriese de ganas». Tenía que ser para ella no ya un polvo agónico, sino un polvo que la dejase destrozada.

—Bueno —dijo Cliente 33—. Suplícamelo.

Girl 6 notó que él estaba a punto de llegar al orgasmo sólo con «ejercer» su autoridad sobre ella. De manera que en cuanto le dijese un par de veces «señor», asunto-liquidado.

—Métamela, señor.

Girl 6 no se equivocó. A Cliente 33 le encantaba oír la palabra «señor». Mantenía las cosas en un nivel civilizado, educado. Aunque estaba a punto de correrse, le faltaba la absolución que lo aliviase del mortificante sentimiento de culpabilidad que tenía.

—Eres un demonio —dijo él—. Te tiras a todo lo que lleve pantalones.

Girl 6 sabía que eso era justamente lo que él quería. Necesitaba saber que lo que ocurría entre ellos era debido a que ella lo provocaba. Era ella quien lo seducía.

—Sí, me los tiro a todos, porque soy muy mala.

El recuerdo de la conversación terminó y Girl 6 se miró al espejo del lavabo abstraída, ensimismada, sumida en una callada ensoñación.

Aunque en el salón la fiesta tocaba ya a su fin, Girl 39 seguía con sus anécdotas.

—Uy... Y lo que os acabo de contar no es nada comparado con lo de la antigua puerta —dijo Girl 39—. Está acribillada a balazos. Uno de los esclavos de la ama Tawny se presentó para que ella lo atendiese en persona. Y como Ronnie no lo dejó entrar, acribilló la puerta.

Girl 12 estaba boquiabierta, pero Girl 39 estaba segura de que creía a pies juntillas todo lo que ella contaba.

—Y entonces, el esclavo se desmoronó. Se echó a llorar como un niño. Lil me regaló la puerta. La tengo en casa. Los balazos forman el dibujo de un corazón. Es una pieza de coleccionista.

Girl 19 decidió intervenir en la conversación para decirles lo contenta que estaba.

—Mañana es mi último día —dijo.

Girl 39 se alegraba por ella. No sentía la menor envidia, pese a que sabía que eso era lo que Girl 19 hubiese querido. Girl 39 no aspiraba, ni en broma, a liarse con ningún hombre, por bueno que fuese, que tratara de organizarle la vida.

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