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Authors: J. H. Marks

Girl 6 (15 page)

BOOK: Girl 6
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Lil estaba de muy buen humor aquella noche. Trataba de convencerse de que, en realidad, también ayudaba mucho a sus chicas. No se trataba sólo de dinero. Estaba claro que lo necesitaban para salir adelante, y para ver cumplidas las aspiraciones que tuviesen.

Sin embargo, había algo más: aquellas chicas estaban más expuestas que otras a agresiones por parte de hombres como algunos de sus clientes. Porque cuanto mayores fuesen las dificultades que tuviese que afrontar una mujer, más vulnerable era.

De manera que no sólo les facilitaba los medios para que pudiesen comer y pagar el alquiler, sino que además las protegía de los merodeadores que, por las noches, acechaban a las mujeres a la salida de los bares y en las esquinas.

Aunque... No. No podía permitirse pensar así. No podía aceptar que sus clientes fuesen enfermos. La gran mayoría no lo eran. La mayoría eran perfectamente normales o, por lo menos, bastante normales. Casi todos eran tipos que se sentían solos o que se aburrían.

En aquel trabajo no se hacía daño a nadie, ni nadie sufría daño alguno.

Pensar así la hizo sentirse mucho mejor. Se arrellanó en el sillón y volvió a escuchar el murmullo de las conversaciones de sus chicas, satisfecha de sí misma.

En la sala contigua, Comercial 3 quitaba el polvo a los teléfonos y a la maraña de cables. Comercial 2 llevaba el control de los minutos de cada llamada y aguardaba displicentemente a que se produjera la próxima.

—Ellas están que no dan abasto y nosotras aquí, tan tranquilas —dijo Comercial 2.

—Te aseguro que no me pesa —dijo Comercial 3, que tenía la cabeza en otra parte—. Esa niña... Angela, me parece que se llama. Va a morir, seguro.

A Comercial 2 no le caía muy bien Comercial 3. Su comentario no contribuyó a mejorar la opinión que tenía de ella.

—No seas ave de mal agüero.

Comercial 3 roció uno de los teléfonos con abrillantador y le pasó un paño.

—¡Vamos...! No sé a qué viene que la «6» y todas las demás estén tan afectadas. ¿Acaso es pariente suya esa niña? No creas que yo no lo siento. Sólo digo que cuando a una le llega la hora, le llegó.

Comercial 2 no se sintió obligada a mostrarse amable y educada con ella.

—Pues a mí me parece que creer eso es una estupidez —le dijo.

Comercial 3 desenchufó un teléfono, lo cogió y descolgó el auricular para desenredar el cordón.

—Creo en el destino, en la providencia. ¿Por qué no? Alguien debe de haber allá arriba que decidió que había llegado su hora. Y, sea justo a injusto, cayó por el hueco del ascensor. Es... lo que llaman «ley de vida».

Aunque, de pequeña, Comercial 2 iba siempre a la iglesia, dejó de ir al terminar el bachillerato. A partir de entonces, empezó a pensar que muy poco podían las plegarias frente a las desatadas fuerzas de la calle. Sin embargo, se negaba a aceptar el frío cinismo de Comercial 3.

—Tienes el corazón más duro que una piedra —espetó a su compañera.

—El mundo es muy duro.

Comercial 3 volvió a enchufar el teléfono, que sonó al instante.

—Buenas noches —contestó Comercial 3—. Esta información es gratuita. Puede darme su nombre si lo desea. Primero el apellido. Norfleet, George. Muy bien. ¿Su dirección? ¿A qué señas le enviamos la factura? A partir del momento en que me pida comunicación con nuestras chicas, se le cargarán los pasos. Muchas gracias.

Cliente 9 estaba desnudo frente al ventanal de su apartamento de Washington. El cristal estaba semivelado por la nieve. Se le había estropeado la calefacción y, mientras hablaba con Girl 39, se tocaba sus fláccidas carnes.

—Duele mucho, ama negra Tina.

—Tiene que dolerte. Así que háztelo inmediatamente, esclavo —le ordenó sin piedad Girl 39 mientras hojeaba las páginas de
Rolling Stones.

—Tus deseos son órdenes, ama negra Tina —dijo en tono sumiso Cliente 9.

A Girl 39 le llamó la atención un artículo sobre los Wild Colonials. Le había gustado mucho su primer compacto. Esperaba con impaciencia el paso del grupo por Nueva York, en su gira por varios estados. Su sonido
fusión
era, exactamente, el que quería para la banda que esperaba tener algún día, en la que actuaría como solista.

Girl 39 titubeó. Había terminado por hacerse un lío entre las fantasías de Cliente 9 y las suyas; entre los deseos de verse dominado del masoquista, y los sueños que ella albergaba de aparecer en clubes de Manhattan como The Cooler y el Mercury Lounge.

La confusa operadora logró, sin embargo, sobreponerse. No era cuestión de que Cliente 9 terminara por enfadarse. Con lo que se gastaba con ella Girl 39 podía pagar buena parte de sus gastos.

—Quiero oírte contar hasta diez, esclavo: diez pellizcos en tu pezón derecho con la pinza, a la vez que te insultas y me alabas. ¿Entendido?

Cliente 9 se dispuso a cumplir sus órdenes, encantado de hacerse polvo la tetilla y de ponerse verde para ponerse morado.

Girl 39 se acordó entonces que aquel fin de semana retransmitían un concierto de Gods and Monsters. Su novio, que tocaba el contrabajo, le había pedido que no olvidase recordarle que lo grabara.

—Uno: soy un cabrón. Dos: ¡Oh, ama Tina, quiero ser tu esclavo! Tres: soy un mamón. Cuatro: sólo haré lo que tú me ordenes...

¡Mierda!, exclamó para sí Girl 39. Una de sus sobrinas iba a quedarse con ella en casa el fin de semana. Había olvidado comprar sábanas nuevas para el sofácama del salón.

Girl 39 tomó nota mentalmente para no volver a olvidarlo.

A veces, si el trabajo la desbordaba o, simplemente, sentía nostalgia de los tiempos en que empezó con el negocio y tenía que hacerlo ella todo, Lil atendía llamadas.

Las que llevaban menos tiempo allí y no la conocían en aquella faceta se quedaban de una pieza. Pese a que su imagen no encajaba con la de una operadora de sexófono, era extraordinaria. La escuchaban con verdadera atención, convencidas de que tenían mucho que aprender de ella.

Cliente 25 llamaba desde West Hollywood muy deprimido. Por suerte, le tocó hablar con Lil. Otra menos experta, menos considerada, no hubiese sabido cómo levantarle el ánimo y lo que hiciese falta.

Lil exhaló el humo de su cigarrillo por la nariz.

—Tengo un hermoso vibrador de veinte centímetros.

Desde la Costa Oeste, Cliente 25 vio disiparse los negros nubarrones que se cernían sobre sus horas bajas.

—¿Y me lo vas a meter?

Lil comprendió que el cliente no estaba para que ella se andase con rodeos.

—Sí —se limitó a decir en tono sibilante.

—Lo probé una vez... Aunque, no sé... —dijo Cliente 25—. A veces, habla uno de oídas...

¡Toma, claro!, pensó Lil, que sin embargo comprendió que lo que él quería era que a ella sus deseos le pareciesen de lo más natural.

—Ya sabes lo que dicen: no lo hago con cualquiera pero voy de una a otra acera... —le dijo Lil, que puso los ojos en blanco y aspiró con fruición el humo del cigarrillo.

Lil quería tratar a Cliente 25 con tanto mimo como trataría un delicado guiso, o un coche en rodaje. ¿Qué más podía hacer para que el cliente se sintiese «normal»? No se le ocurrió otra cosa que ofrecerle un confuso numerito, entre confusos pero desacomplejados semitransexuales. ¿Qué más quería? Se le revolvía el estómago al pensar en lo que su santa madre diría si estuviera al corriente del carrerón que llevaba su hijita.

Al oír lo desmelenada que estaba Girl 42 en el cubículo contiguo, Lil tapó con la mano el micrófono del auricular.

—Así..., así, cariño, clávamela, así, empuja fuerte con tu verga. Así, mulo, así... —decía Girl 42.

Lil chasqueó los dedos para acallarla. Le pareció que Girl 42 se excedía. Nada de alusiones a animales. Ya estaba bien de perros y de mulos. Aquello no era un circo. Le iba a leer la cartilla durante el descanso.

Girl 42 obedeció y echó el freno.

Cliente 25 no había llegado a oír a la desmelenada operadora del sexófono.

—¿Podrías enviarme una foto tuya? —le preguntó a Lil su ambiguo cliente.

Lil accedió a enviarle una foto. Aunque..., no suya.

La gélida llovizna que caía sobre Manhattan invitaba a quedarse en casa.

Una densa niebla envolvía los destartalados embarcaderos de los muelles de la West Side. Cliente 30 acababa de salir de una pensión de mala muerte. Estaba junto a un teléfono público de la avenida Once.

Cuando salió de la pensión aún se veían las luces de Nueva Jersey al otro lado del Hudson. Pero en el tiempo que tardó en llegar a la avenida, se extinguió todo rastro de luz en la otra orilla del río.

Aquél era un barrio desolado. Cliente 30 se dispuso a hacer su llamada nocturna, aunque esta vez iba a llamar a otra persona.

Pasada la medianoche, el flujo de llamadas remitió. Lil ya se había marchado a su casa de Brooklyn y había dejado una nota para que le enviasen una foto de Girl 4 a Cliente 25.

Latas de refrescos, bolsas de patatas fritas, colillas, ceniza y paquetes vacíos de cigarrillos cubrían el suelo de la nave del sexófono.

Cuanto mejor se daba la noche más se ensuciaba todo. El vigilante nocturno, a quien todavía quedaban tres horas de sueño antes de que le sonase el despertador, tendría mucho trabajo. En cuanto asomase por la puerta de la oficina iba a desear haberse quedado en la cama.

Girl 6 iba a tomarse un descanso cuando llamó Cliente 30.

Se lo pasaron a ella. Si hubiese dejado la consola unos segundos antes se habría librado. Reconocía a un tipo difícil en cuanto abría la boca. Y el tono de voz de Cliente 30 era inequívoco: un mal tipo.

Girl 6 sintió deseos de colgar pero no lo hizo. Se dijo que nada tenía que temer. El cliente no sabía dónde trabajaba. Ni tenía idea de dónde vivía. Tampoco sabía cuál era su verdadero nombre. De modo que no corría peligro. Estaba allí para ganar dinero y no era cuestión de desfallecer.

Pese a que sintió una fuerte aprensión ante la llamada de Cliente 30, se dispuso a aligerarle el bolsillo.

El tipo no estaba para andarse con rodeos.

—Dime que eres un putón.

Pues, nada, hombre, nada: lo que tú quieras... Era su trabajo.

—Soy un putón.

—Y a los putones hay que meterlos en un cubo de la basura —dijo Cliente 30, en un tono sibilante, como si estuviese cerca del orgasmo.

Girl 6 no había hablado nunca con un tipo como aquél. Intuyó por dónde iba y trató de llevarlo a otro terreno.

—Charlemos un poco, ¿no? —le dijo.

Pero Cliente 30 iba a lo suyo y no quiso cambiar de tema.

—No. No podemos hablar porque te tengo amordazada. Te he amordazado, zorra. Tienes las manos atadas a la espalda y te la voy a clavar, así, con la cabeza bien rebozada en la basura. Ahí te voy a dejar, zorra.

Girl 6 se asustó.

Quizá sólo fuera una broma de mal gusto de alguien conocido.

—¿Cómo te llamas, encanto? —le preguntó ella—. ¿Por qué no me dices quién eres?

Al notar el temor en la voz de Girl 6, Cliente 30 pensó que había encontrado la chica de sus sueños.

—Soy el amor de tu vida, zorra...

Girl 6 le colgó. Se acabó. A hacer puñetas. Cliente 30 no tenía de ella más dato que el número de la línea erótica. Era un obseso de los que hay que guardarse, sobre todo de noche.

La joven de Queens, la actriz en paro metida a operadora de sexófono, se levantó y miró a su alrededor. Respiró aliviada al ver los familiares rostros de las compañeras que atendían llamadas.

No salió del trabajo hasta por la tarde. Varias compañeras acababan de dejar el edificio y se dirigían a sus casas.

Desde la otra acera, apostado en un portal, las observaba el ladrón de fruta.

Girl 6 fue la última de aquel turno en salir y enfiló a pie hacia Harlem. El ladrón corrió esquivando el tráfico y la alcanzó. No supo qué decirle al verse frente a ella —luego se pondría furioso consigo mismo por su torpe manera de romper el hielo.

—¿Del trabajo?

A Girl 6 le sorprendió encontrárselo. Bueno..., pensó él, por lo menos no lo mandaba a hacer puñetas. Algo era algo.

—Es que la vi entrar y... —dijo el ladrón, tratando de enfocarlo de otro modo—. Y he pensado... que tendría que salir —añadió pasmado por su sentido de la lógica.

La verdad era que Girl 6 no tenía ni idea de cuántas horas seguidas había trabajado. Demasiadas. Cuando el ladrón le dijo que había pasado toda la noche en la calle, esperándola, Girl 6 no pudo evitar echarse a reír.

—Ni que estuviera loco... —se limitó a decir ella con expresión de incredulidad.

Girl 6 no tenía ganas de hablar con el ladrón. De hecho, no le apetecía hablar con nadie. Lo único que quería era que la dejasen tranquila.

Girl 6 se detuvo con el fin de comprobar si el ladrón se decidía a seguir su camino. Pero éste no tenía otra cosa que hacer que seguirla, para eso la había esperado. Ése era su plan para el día. Eso era lo que se proponía hacer.

Se detuvieron los dos algo cohibidos al llegar a una esquina. No había manera de romper el silencio. Pero el ladrón se sentía cada vez más violento y tenía que decir algo.

—¿Sales con otro?

No era una pregunta muy adecuada para hacérsela a una desconocida, pero fue lo primero que se le ocurrió.

Girl 6 no estaba para esa clase de conversación. Ni aunque hubiese estado del mejor humor habría querido entrar en una conversación así. Y mucho menos después de aquel turno que se le había hecho interminable.

¿Cuántas horas había estado al teléfono? ¿Doce? ¿Catorce? ¿Dieciséis? Y encima ahora tenía que estar en mitad de la calle con el frío que hacía. Más inoportuno no podía ser. ¿Qué puñeta se habría creído? ¿No se lo había dicho ya bien claro? Pues bueno, se lo dejaría más claro aún. Iba a cortar por lo sano.

—Sí. Se llama Bob Regular. Pero es extraordinario.

El ladrón se quedó desconcertado. ¿Bob Regular? ¿Cómo iba a llamarse nadie así? ¿Qué narices le pasaba a Girl 6? ¿Por qué era tan dura con él?

Girl 6 vio con satisfacción el desconcierto en la cara del ladrón. No sabía de qué le hablaba. Aunque la verdad era que ella tampoco estaba demasiado segura de saberlo.

No había dicho lo de Bob Regular al azar. No le había dicho el nombre de Cliente 7, ni el de Cliente 14. Tenía el nombre de Bob Regular en la cabeza continuamente. Pensaba en él. El hecho de que le hubiese salido aquel nombre, así, a la primera, venía a ser como una confesión de que estaba un poco colada por Bob.

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