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Authors: J. H. Marks

Girl 6 (10 page)

BOOK: Girl 6
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—Bueno. Me quedo aquí —se despidió.

Girl 6 la siguió con la mirada mientras cruzaba la calle hacia su apartamento. Aunque agradecía su preocupación, pensaba que Girl 39 estaba muy equivocada. Ya era mayorcita. Sabía cuidarse. Dominaba la situación.

Girl 6 siguió cuesta arriba hasta llegar a su barrio. A pocas manzanas del New Amsterdam Royal, vio el tenderete de fruta de un ruso. La fruta tenía un aspecto inmejorable y quiso ser buena vecina y comprarle. A los pocos pasos vio al ladrón de fruta y de nuevo lo sorprendió in fraganti. No pudo desviar la mirada. Y, aunque pasó de largo, volvió la cabeza a mitad de la cuesta para ver qué hacía. El ladronzuelo le sostuvo la mirada sonriente.

Girl 6 dio media vuelta y aceleró el paso hacia el hotel.

CAPÍTULO 10

Girl 6 calentó la cena para ella y para Jimmy en el hornillo. Cuando la bandejita de papel de aluminio empezó a humear, retiró el apetitoso estofado de carne con patatas y verdura.

Jimmy abrió una garrafa de un vino californiano, bastante decente y barato, y llenó dos vasos. Le rondaba una cosa por la cabeza.

—Ya hace un mes. O sea que sólo te quedan tres, ¿no? ¿Hasta cuándo vas a seguir con eso del teléfono?

Girl 6 vació la bandejita con cuidado en dos platos.

—Quién sabe. Me empieza a gustar. Cada vez tengo más aguante, y gusto mucho.

La noche anterior, Lil le comentó que no había conocido a ninguna operadora que se hiciese tan popular tan rápidamente. Girl 6 estaba a punto de batir el récord de la línea.

—Anoche atendí treinta y ocho llamadas, diecisiete de las cuales querían hablar concretamente conmigo. Es casi un cincuenta por ciento, ¿no?

A Jimmy no le gustó lo que acababa de oír. ¿Quién se había creído que era? ¿La Sally Field del sexófono? Gustaba a los clientes... Ya, ya. ¿Y qué coño significaba eso? No era un trabajo para una chica como ella.

Sin embargo, Jimmy optó por callar. Sabía que no podía decirle a Girl 6 lo que tenía que hacer. Así que debería darse cuenta ella sola.

Hacía ya un buen rato que habían terminado de cenar y estaban sentados en la cama de Girl 6. Ella revisa

ba unas fichas de clientes de la línea que tenía en un archivador de cartón. Sacó la de uno de ellos y le habló a Jimmy del cliente.

—Me necesitaba muchísimo. Yo era su ama April. Le gustaba el dolor. Quería que yo contase, uno a uno, los pelos del pubis que se arrancaba con unas pinzas.

A Jimmy le dio tal ataque de risa que por poco se cae de la cama.

—¡Me lo imagino! —exclamó—. ¡Ay..., uno! ¡Ay..., dos! ¡Tres! ¡Aaayy..., cuatro!

Girl 6 parecía complacida con el recuerdo del cliente.

—Se lo pasó en grande. Y acumulé muchos minutos a costa suya. Lo necesita muchísimo, porque me ha llamado tres veces más desde su ático de lujo.

Jimmy no creyó lo del ático de lujo y la miró con expresión de incredulidad.

—Pagan con tarjeta de crédito y sabemos sus direcciones —dijo Girl 6 para convencerlo de que no exageraba—. ¡Si hasta me ha llamado un piloto! ¡Quería imaginar que se tiraba a Brigitte, «mi» rubia pechugona, en la cabina, a ocho mil metros de altura!

Brigitte era la «cachonda» de Girl 6 —ya le había elegido nombre.

Jimmy puso la misma cara de incredulidad que antes.

—¿Que te ha llamado un piloto? Entonces no me extraña que se estrelle tanto avión a diestro y siniestro.

Girl 6 imaginaba al piloto hablándoles a los nerviosos pasajeros después del orgasmo. Lo oía excusarse con su acento sureño por los bandazos del aparato, debidos a una «inesperada turbulencia», al son de las afectuosas atenciones de Brigitte la cachonda. Claro que a lo mejor era piloto, pero no de una línea aérea. ¿Cómo se iba a masturbar con el copiloto al lado? Aunque, quién sabe, puede que el copiloto eyaculase gratis. Dos viajes por el precio de uno..., en flagrante violación de las normas de la Cámara de Navegación Aérea.

Girl 6 le ofreció más vino. Jimmy lo rechazó, pero ella se lo sirvió y sacó otra ficha del archivador.

—Éste es Bobby, de Tucson, mi primer cliente regular. El «corredor» más rápido de todo el Oeste. Me cuenta cosas de su madre.

Jimmy ya había oído bastante. El tema no le parecía tan interesante como a Girl 6 y, además, no le gustaba que una chica como ella hiciese semejante trabajo. No creía que fuese por el buen camino.

—¿Cómo van tus audiciones últimamente? —le preguntó él para cambiar de conversación.

Girl 6 estaba tan enfrascada en contarle lo de la madre de Bobby que ni siquiera oyó la pregunta.

—Dice que está muy grave, a punto de morir, y que no quiere ir a visitarla porque se llevan fatal...

Jimmy terminó por cabrearse. Le importaban un pito el tal Bobby, los pilotos onanistas y todos los personajes de Girl 6.

—¿Y tu carrera de actriz qué?

—El trabajo que hago es el de una actriz —replicó ella sin vacilar.

La respuesta de Girl 6 puso a Jimmy aún más furioso.

—No de lo que yo entiendo por una actriz.

Girl 6 no sólo no se cortaba un pelo con los hombres, sino que además le encantaba darles caña. Y con Jimmy no tenía una actitud distinta.

—Mira, Jimmy, encanto... Tú fantasea todo lo que quieras con esas bobadas de las postales de béisbol. Pero yo tengo que comer y pagar el alquiler. El teléfono erótico es una manera de actuar. Si no te gusta... ¡puerta!

Jimmy le tomó la palabra, se levantó y se marchó.

En cuanto Jimmy cerró la puerta, Girl 6 suspiró aliviada. Tenía que pasar toda su jornada laboral diciéndoles a los hombres lo que éstos querían oír. Y con eso ya estaba bien. No quería tener que hacer lo mismo en casa en su tiempo libre. Si Jimmy quería darle lecciones a alguien que empezase por sí mismo. No estaba precisamente en situación para dar consejos a los demás.

Girl 6 no tenía ganas de hablar con nadie en aquellos momentos, ni aunque le pagasen. Lo que quería es que le hablasen a ella, para variar. De lo que fuese.

Encendió el televisor.

Dos atractivas presentadoras acababan de poner cara de circunstancias. La noticia que iban a dar era trágica y querían que los telespectadores lo captasen así.

—La tragedia se ha cebado esta noche en Harlem —dijo la presentadora Carol Young con voz triste y susurrante—. Un juego infantil ha resultado mortal. Tenemos a Nita Hicks en directo en el lugar de los hechos. ¿Nita?

La corresponsal Nita Hicks apareció frente a un inmueble de la avenida Lennox, relativamente cerca del apartamento de Girl 6. Nita tenía un buen reportaje. Sabía que centenares de miles de telespectadores la verían relatar lo sucedido. La identificarían con el horrible hecho. Tenía pensado sacarle el máximo partido a la historia, cancelar sus otros compromisos para que ella y el reportaje quedasen indisolublemente unidos en el recuerdo de los telespectadores. No se trataba de una de esas lacrimógenas historias de hermanos gemelos que habían sido separados al nacer y que volvían a reunirse a los sesenta y cinco años. Esta vez era una noticia verdaderamente patética. Incluso a Nita le costó trabajo dominar su emoción al relatarla.

—Sí, Carol. Todo empezó como un juego entre dos niñitas a la salida del colegio. En este alto inmueble que se ve detrás de mí, en la avenida Lennox, esquina a la calle Ciento veinticinco, el juego de las dos pequeñas se ha convertido en la más espantosa pesadilla que haya vivido la familia.

El reportaje podía significar para Nita publicar en periódicos y revistas de todo el país. Recordaba lo del niño que cayó a un pozo y quedó incrustado en un estrechamiento. Ocurrió en el Sur, haría unos diez años. Los telespectadores no se despegaban del televisor. Siguieron los acontecimientos al minuto. Eran insaciables. El reportero local, un desaliñado patán tejano, entró en la CNN debido a aquel reportaje, si no recordaba mal. Y el que tenía ahora Nita podía catapultarla de manera similar.

La pantalla mostró entonces imágenes del interior del vestíbulo del desvencijado edificio. La cámara enfocaba la puerta de un ascensor, clausurada con la cinta adhesiva de color amarillo de la policía.

—En este vestíbulo, en esta puerta —dijo Nita con voz contristada—, el juego de las niñas ha acabado en tragedia.

La pantalla mostró entonces una foto escolar de una niña de mirada despierta. Llevaba el uniforme de un colegio católico.

—Testigos presenciales aseguran que la niña de ocho años Angela King corría por el pasillo del sexto piso y se recostó en la puerta del ascensor.

La imagen mostró entonces el sórdido pasillo y la clausurada puerta del ascensor.

—El ascensor no estaba en el sexto piso, sino en el decimoctavo, y la puerta del ascensor debería haber estado bien cerrada. Pero no lo estaba, cedió y...

Los telespectadores pudieron ver entonces fotogramas de un vídeo casero, en los que aparecía una adorable Angela King sonriendo a la cámara.

—... la niña de ocho años Angela King cayó por el hueco del ascensor, desde el sexto piso al sótano.

El reportaje se centró entonces en el apartamento de los padres de Angela. Nita estaba junto a una llorosa mujer de mediana edad, tía de Angela. Nita le rodeaba los hombros con el brazo para consolarla y le hablaba a la cámara.

—La condujeron de inmediato al hospital de Harlem y, según acabo de saber, la han trasladado al hospital Mount Sinai, donde permanece en cuidados intensivos. Sufre múltiples fracturas en el cráneo y su estado es crítico.

Girl 6 seguía el reportaje con expresión serena y relajada.

—Soy la tía de Angela —dijo la acongojada mujer—. No sé... Su madre está en el hospital con ella. No sé... Su padre está en el trabajo. ¿Qué va a decir cuando vuelva?

Girl 6 siguió impasible.

Por la noche tuvo una pesadilla. Iba por los abandonados pasillos del inmueble en el que vivía Angela. Se le abrió la puerta del ascensor. Entró, pero el ascensor no estaba. Girl 6 vio el fondo del hueco del ascensor que parecía un abismo insondable.

Girl 6 se precipitó al vacío.

CAPÍTULO 11

Girl 6 estaba frente a su consola. Como de costumbre, miraba con fijeza a un determinado punto de la pared de su cubículo. Se concentraba para sumergirse en la fantasía del cliente. Miraba un artículo de periódico sobre la caída de Angela, pero no lo veía. Estaba pegado en la pared con cinta adhesiva, junto a uno de los lemas de Lil para arengar a sus empleadas: «¡Puedes hacerlo!»

Cliente 7 le daba datos personales a Girl 6.

—Soy el mejor agente de Bolsa del mundo. Gano dinero por un tubo. Tengo cinco Ferraris, uno para cada día laborable, de lunes a domingo. Soy tu hombre. ¿Quieres un Rolex? Tú haz que me corra y yo te compraré uno. Me cuesta mucho llegar al orgasmo. Así que bien merece la pena un Rolex.

Girl 6 se había distraído un poco. ¡Madre mía! Si le diesen un Rolex por cada orgasmo que proporcionaba, podría poner una relojería.

En el cubículo adyacente, Girl 19 hablaba con Cliente 8. En realidad, eran dos clientes: él y su esposa.

Girl 19 ejercía con ellos de pornopsicóloga, bajo el nombre de guerra de Sheila.

—Mira, Christine, quizá deberías ponerte tú y hablaríamos las dos de Martin. Ya sabes, de mujer a mujer...

Christine titubeó. Le había costado horrores decidirse. Martin no era tan indeciso.

—Oye, Sheila, ¿por qué no te limitas a decirle a mi frígida esposa lo que puede hacer para complacerme?

Como Christine protestó y aseguró que no era frígida, Girl 19 se asomó al cubículo contiguo con cara de hastío. Girl 6 le dirigió una comprensiva sonrisa y volvió a concentrarse en seguida en Cliente 7.

Mientras tanto, un hombre estaba sentado en el salón de su apartamento en uno de los rascacielos de Washington. A través de un amplio ventanal veía los monumentos a Jefferson, Lincoln y Washington, el Capitolio y la Casa Blanca.

Cliente 9 estaba sentado en su sillón, en el piso 25. Cliente 9 le dijo a Girl 39 que se llamaba Ingmar, pero no era verdad. Podía ser cualquiera de los poderosos hombres que vivían en la ciudad: diplomático, periodista, millonario o político.

Girl 39 creyó notarle un ligero acento sureño, pero no estaba segura.

—¿Tienes tabús? ¿Algo que no te guste, Ingmar?

Ingmar no tenía tabús.

—Pues entonces dile a tu ama Tina lo que más te gusta.

Cliente 9 se pasó la mano por el pelo, ondulado y pajizo, se acarició la tripita y posó la mano en la mesa, sobre la que tenía una amplia gama de «juguetes».

—Me gusta que me dominen, ama Tina —dijo.

El cliente se pellizcaba los pezones con una pinza.

Girl 39 le contestó pausadamente, con frialdad, como si su petición no tuviese nada de anormal, y así era en el fondo.

—Lo sé, Ingmar.

Cliente 9 se estremeció al tocar unos
pandes
y un pene de látex.

—Quiero que me domine una mujer negra, ama Tina.

A centenares de kilómetros, en Manhattan, Girl 39 tomó un bocado de su «burrito» y un sorbo de té. Luego añadió una nota en la ficha del cliente: le gustan las mujeres negras.

Girl 39 casi se atragantó con una alubia. Tuvo que beber medio vaso de té para hacerla pasar.

A Cliente 9 debió de excitarle la pausa. Se acrecentó su impaciencia. Girl 39 buscó en su fichero al «ama dominante negra» y se dispuso a pasar a la acción.

—Por eso te han enviado a mí —le dijo al cliente—. ¿Qué quieres?

A Cliente 9 le gustaba el culto al culo, por así decirlo. Y se entusiasmó cuando Girl 39 le dijo que lo tenía muy grande. Empezó a jadear y tragó saliva, algo violento por la pregunta subida de tono que iba a hacer a continuación.

Se estremeció al pensar que sus inclinaciones pudieran trascender. Durante una fracción de segundo imaginó la vergüenza, el oprobio, ante la Comisión de Ética del Congreso. Pero la vergüenza se tornó en placer, y se dijo que bien merecía la pena con lo que costaba el sexófono.

—¿Tienes el culo bien lleno, ama Tina?

Girl 39 se sacudió unos guacamoles de la manga de la blusa. Puso cara de contrariedad porque estaba recién lavada.

—Sí, lo tengo llenito y rellenito, ¡esclavo de mierda! —lo escarneció ella.

Cliente 9 se inclinó hacia adelante en el sillón, con la vista fija en el monumento a Washington y una mano en su obelisco.

—Me gustaría que me vaciases tu culo encima, ama negra Tina.

Girl 39 recogió la bandejita del menú y la servilleta de papel, las tiró a la papelera y limpió las migas de la consola.

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