Authors: J. H. Marks
Aunque Jefa 1 ya había decidido contratar a Girl 6, prefirió darle un poco de emoción al asunto.
—No puedo prometerle nada, pero informaré favorablemente. Sea optimista.
A Girl 6 le hubiese encantado que la aceptasen de inmediato, pero como no fue así pensó que debía probar suerte en otros sitios.
Tenía una dirección de la Quinta Avenida. Le sorprendió ver que correspondía al edificio del Empire State. No asociaba tan prestigioso edificio con inquilinos que se dedicasen a una actividad socialmente tan reprobada.
El despacho de Jefe 2 era muy distinto del de Jefa 1. En realidad, era un regio salón con las paredes recubiertas de paneles de madera de cerezo, costosas alfombras y vista a todo el este de Manhattan. Incluso se veían algunas calles del barrio de Queens, en el que ella creció.
Jefe 2 encajaba perfectamente con su regio despacho. Llevaba un terno italiano de Barney's, iba hecho un figurín y estaba claro que era todo un
yuppy.
Sin embargo, había detalles nada sutiles que indicaban que aquello no era precisamente un bufete de abogados. En las paredes había numerosas fotografías de mujeres desnudas, todas ellas firmadas por las modelos.
Girl 6 no conocía a ninguna. Eran bonitas, pero no debían de tener mucho éxito. Sí reconoció, en cambio, los rostros que aparecían juntos en una foto al lado de la de una rubia de reluciente bronceado.
Girl 6 se preguntó por qué tendría Jefe 2 una fotografía de Nixon, Ford y Cárter en su despacho. Desde luego, nadie iba a ser tan ingenuo como para creer que se codeaba con semejantes personalidades.
La atribulada joven de Queens se echó a reír. Nixon parecía mirar por el rabillo del ojo a dos gemelas pelirrojas que se columpiaban desnudas en la fotografía contigua.
Bueno..., por algo le llamarían a Nixon Dick
el Travieso.
Jefe 2 se despedía en aquellos momentos de la persona que estaba al otro lado del teléfono. A Girl 6 le dio tiempo a oír los gemidos de las chicas que trabajaban en las líneas eróticas de la oficina contigua.
Jefe 2 fue en seguida al grano. Ni saludos, ni charla, ni asomo de gesto amable.
—Háblele al micrófono.
Le acercó un pequeño magnetófono y la miró expectante. No estaba muy segura de lo que quería oír. Quizá que se presentase. Pero él la sacó de dudas.
—Hable de alguna fantasía. Adelante. Que está grabando.
Girl 6 titubeó. Hablar de cosas así, en una oficina como aquélla, delante de un tipo como aquél, era algo muy distinto del amigable talante de su primera entrevista. Era para cohibir a cualquiera. Pero..., ¡qué puñeta! Girl 6 se dispuso a adoptar una edulcorada y sensual personalidad.
—Hoolaaa... Cuánto me alegro de que hayas llamado... ¿Cómo te llamas? ¿Mike? Pues hola, Mike...
Jefe 2 detuvo la grabación. La verdad era que esperaba algo más prometedor.
—Fantástico —le dijo no obstante—. La escucharemos y le diremos algo. ¿Está interesada en trabajar en
peep-show?
Girl 6 no estaba muy segura de lo que quería decir aquello. Había ido allí para trabajar en una línea de teléfono erótico y no sabía qué le estaba insinuando Jefe 2.
Jefe 2 comprendió que la joven no lo había entendido.
—Consiste en excitarlos sexualmente a través de un micrófono. Ellos pueden verla, ver sus movimientos, pero sin el menor contacto físico. Incluye el desnudo parcial, pero se paga mucho mejor que el teléfono erótico. Trabajo limpio y rentable.
A Girl 6 no le gustó la idea en absoluto. Estaba dispuesta a decirle a un tío lo que quisiera oír, siempre y cuando él no la viese y estuviera al otro lado del teléfono a kilómetros de distancia. Pero, ¿meterse en una cabina de cristal, a un palmo de un memo que se excitaba viéndola? Ni hablar. Ni en broma.
—Pues..., no, gracias.
A él no le sorprendió que lo rechazase. No parecía la clase de chica que aceptaba tales trabajos. Pero nada se perdía por preguntárselo.
Le tocó entonces el turno a las preguntas de tipo más personal.
—¿Está casada?
¿Qué podía importar que estuviese casada o soltera? No tuvo inconveniente en decírselo.
—Lo estuve hace tiempo. Pero se acabó.
—Lo siento —dijo él.
—Yo no —le aseguró ella—. Era un cleptómano. Un excéntrico.
Jefe 2 no tenía el menor interés en ahondar más en el asunto.
—Bueno. Vayamos a lo nuestro. No tiene usted experiencia, ¿no es así? De acuerdo. Nosotros hacemos una sesión preparatoria en la que le enseñaremos la técnica. Entrevistamos a muchas chicas, ¿comprende?
Girl 6 no acertaba a imaginar en qué podía consistir la sesión preparatoria. Todo lo que rodeaba a Jefe 2, su sofisticado despacho, sus fotografías de ex presidentes, los desnudos expuestos a modo de trofeos, le olía a chamusquina.
No estaba dispuesta a convertirse en otro desnudo enmarcado para que todos los que trabajaban allí se despachasen a gusto.
—No es lo que yo busco —dijo ella.
Jefe 2 se encogió de hombros. Para él la cuestión se ceñía a lo puramente comercial. En cuanto Girl 6 saliese por la puerta, tendría a media docena de jóvenes, ávidas de sentarse donde ella estaba ahora. Y, a más de una, le entusiasmaría compartir pared con ex líderes de Occidente.
Después de almorzar
spaghetti
con salsa de tomate en lata, Girl 6 se cambió de ropa y volvió al centro de Manhattan. Tenía otra entrevista en la calle 51, entre la Segunda y la Tercera avenidas.
Hacía menos frío, había dejado de llover y Girl 6 estaba más optimista, más esperanzada respecto de su situación. Además, no era de esa clase de personas que se dejan impresionar demasiado por reveses o golpes de suerte. Lo que hacía era volcarse agresivamente en lo que, en un determinado momento, fuese su objetivo. Y el solo hecho de saberse dispuesta a tomar iniciativas la hacía sentirse mejor.
Tenía la entrevista en el Manhattan Follies, un bar
topless
de alto nivel. El
strip-tease
volvía a estar de moda y ya no era algo exclusivo de mujeres de carnes fláccidas y ojos tristes y cansados.
Girl 6 aceptó la copa de vino blanco que, por cortesía de la dirección, le ofreció el barman mientras ella aguardaba a Jefa 3.
Un jovencísimo pianista trataba de concentrarse en su interpretación. Sin embargo no acababa de conseguirlo, probablemente distraído por quienes actuaban en la pista. Girl 6 dedujo que debía de ser un novatillo.
La tenaz joven tenía pensado adoptar una nueva personalidad con Jefa 3. Se dijo que la vulnerabilidad debía de tener gancho con aquel tipo de gente y decidió presentarse a la entrevista —muerta de risa por dentro— hecha una monada, dulce y candorosa.
Jefa 3 vestía provocativamente y parecía muy estirada.
Mientras le daba de comer a su perrito, Jefa 3 fue en seguida al grano. A Girl 6 no le gustó su talante ni el ambiente que allí se respiraba. Jefa 3 no le cayó bien.
Detrás de ellas unas jóvenes asiáticas bailaban y se sobaban a petición de sus clientes.
—Puede elegir entre tres turnos. Cobra por cada cliente que atienda. Y tiene prima si el cliente la llama por su nombre... —dijo Jefa 3 mirando a su perro—. ¡Siéntate,
Trigger\
Así.
El perrillo obedeció y recibió una compensación en especie. Girl 6 pensó que estaba muy bien que al perro también le diesen prima si lo llamaban por su nombre.
—¡Qué monada! —exclamó Girl 6 con su mejor sonrisa.
A Jefa 3 le tenía sin cuidado lo que Girl 6 opinase de su perro e hizo caso omiso del comentario.
—Los clientes nos llaman y nos dicen qué desean —prosiguió Jefa 3—. A veces sólo quieren una felación o hacer el amor. Pero en otras ocasiones piden cosas más complicadas. Una chica muy dominante, por ejemplo. ¿Me sigue?
Girl 6 lo entendió perfectamente, aunque lo de «seguirla» no le cabía en la cabeza. Había algo en Jefa 3 y en su indumentaria que repelía.
No sé por qué me parece que esta proposición es «ligeramente» más atrevida que la de las anteriores entrevistas, pensó Girl 6, que, sin embargo, dejó que Jefa 3 continuase con su explicación.
—Cadenas, lluvia dorada, enemas, dominación... ¿Comprende? —dijo Jefa 3 sin el menor rodeo.
Girl 6 le dirigió su ensayadísima sonrisa de «quiero el empleo».
—Puedo hacerlo —contestó.
Tenía que cubrirse las espaldas. Si no encontraba otro empleo más apetecible, quizá no tuviese más remedio que trabajar para alguien como Jefa 3. Aunque no le seducía la perspectiva, sabía por experiencia que no siempre consigue uno lo que quiere.
Jefa 3 parecía resuelta a darle cumplida información sobre el trabajo.
—La defecación está muy de moda. Llaman muchos clientes que quieren que defequen encima de ellos. Uno de cada cuatro o cinco clientes lo piden. Pagan con tarjeta. Nos llaman, nosotros la llamamos a usted, usted los llama a ellos y habla hasta que llegan al orgasmo. A veces me enfado un poco, porque con las chicas que reciben las llamadas en casa no hay problemas, pero con las oficinistas...
Había una cosa que Girl 6 no acababa de entender.
—¿Yo he de llamarlos a ellos desde mi casa?
—Sí. Exacto. ¿Qué problema hay?
La verdad era que si hubiera tenido intención de aceptar el empleo, aquello habría sido un problema.
—Es que no tengo teléfono. Comparto el del rellano con un vecino. Me parece que no voy a poder. Aparte de que me parece un poco fuerte.
Jefa 3 no se inmutó y le tendió a Girl 6 su tarjeta. Detectaba a una primeriza en cuanto la veía. Quizá se sintiera intimidada por aquella versión de porno duro desde el teléfono de casa. Pero la necesidad empujaba y al igual que las demás acabaría acostumbrándose a todo al cabo de cierto tiempo. Puede que Girl 6 volviese más adelante.
—Llámeme cuando tenga teléfono y se sienta preparada para hacerlo. De verdad, cariño, tiene una voz muy
sexy.
Girl 6 se terminó la copa de vino y agradeció el cumplido con una sonrisa.
Como Alicia, había irrumpido en un extraño espejo, en un mundo que compartía espacio con la ciudad y con los barrios que conocía desde siempre.
Aquélla era, sin duda, una nueva experiencia con una clase de persona con la que jamás se había topado. Aquel mundo era, desde luego, totalmente ajeno al de la clase media de Queens en el que se había criado. Ni siquiera en la Universidad de Nueva York, pese a sus aires mundanos y cosmopolitas, había oído jamás nada parecido.
La repulsión que sintió Girl 6 al salir del local ahogó cualquier atisbo de fascinación que pudiera sentir por lo desconocido.
Girl 6 había recuperado la innata confianza que tenía en sí misma. Pese a que aún no había conseguido ninguna oferta de trabajo en firme, estaba segura de que pronto encontraría algún empleo.
De camino a casa se detuvo en la tienda de ultramarinos que tenían unos coreanos para comprar papel higiénico.
Siempre había tensión alrededor de las tiendas coreanas de barriadas afroamericanas. Los coreanos recelaban de sus clientes negros tanto como éstos de los coreanos. Y, como suele ocurrir en todo feudo dentro de otro feudo, en las actitudes de ambos bandos alentaba el racismo, la ignorancia y... la pura verdad.
Sin embargo, Girl 6 se llevaba bien con el tendero coreano. Lo trataba con respeto y era dienta habitual. Él, a su vez, le mostraba una educada deferencia y siempre le vendía la mejor fruta que tuviese.
El tendero pensaba que era una lástima que una joven americana «con estudios» quisiera ser actriz. Si se hubiese tratado de su hija, la habría obligado a que buscase un empleo o pusiese un negocio.
A Girl 6, por su parte, no le gustaba la manera que el tendero tenía de tratar a la mayoría de sus clientes negros. De ella se fiaba, pero en cuanto otra persona «de color» entraba en la tienda, el tendero, su esposa, su madre o su yerno no le quitaban ojo de encima y vigilaban todos sus movimientos.
Girl 6 estaba al corriente de los destrozos causados en las tiendas de los coreanos en los disturbios ocurridos en Los Ángeles, así como de la tragedia protagonizada por otro tendero coreano, que mató de un disparo a un niño negro no hacía mucho. Y aunque sabía cómo se originaron las tensiones no las comprendía.
No hacía falta ser un genio para saber que había coreanos imbéciles y coreanos que no lo eran. Del mismo modo que unos afroamericanos era imbéciles y otros no. Le sublevaba que siempre se sacase a colación lo peor de cada parte. Le irritaba que hubiese tanto débil mental que juzgase a toda una raza por el comportamiento de unos pocos.
Girl 6 era lo bastante íntegra para soliviantarse por el racismo, y lo bastante realista para saber que siempre existiría.
Por lo pronto, Girl 6 ya se las veía y se las deseaba para coexistir con ambos bandos en la actual guerra fría de los tenderos.
Al ir a coger un paquete de rollos de papel higiénico con la «pértiga» de pinza que el tendero tenía a tal efecto, reparó en que el coreano no le quitaba ojo a un joven negro que miraba la fruta.
Era un apuesto joven cuyas preciosas manos acababan de posarse delicadamente en unos melones franceses. El tendero no perdía de vista aquellas manos, que ahora acariciaban una hermosa sandía, unas peras de agua, unas peras limoneras, unas peritas de San Juan, y rozaron ligeramente una naranja navel que, como por arte de magia, pasó del cajón del estante al bolsillo del apuesto joven. El ladronzuelo hizo la misma operación con varias manzanas, mientras el tendero observaba atentamente tratando de aprender la técnica del muchacho.
Girl 6 intentó restarle importancia al asunto con una maniobra de distracción. Pensó que si conseguía que el joven se riese de su audacia por lo que acababa de hacer, a lo mejor volvía a dejar la fruta donde estaba. Y acaso entonces el tendero coreano dejase que se marchase en paz.
—¿Conque robando, eh?
El joven se sintió atrapado, sin opción a seguirle la corriente a Girl 6. Tenía al tendero justo detrás. Ambos se fulminaron con la mirada.
Por la calle, la gente iba a lo suyo. Sólo algunos viandantes se detuvieron al ver que el ladronzuelo salía de estampida de la tienda y que se le caían manzanas de los bolsillos. Al instante salió el coreano, que gritaba como un poseso en ininteligible coreano.
—¡Ladrón! ¡Ladrón! ¡Negro ladrón!
Girl 6 lo observó desde el interior de la tienda y le pagó a la esposa del tendero lo que había comprado. «Que se vayan a hacer puñetas los dos», pensó. Ni siquiera se dignó sonreír al coger el cambio. Ni tampoco le sonrió la coreana.