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Authors: J. H. Marks

Girl 6 (3 page)

BOOK: Girl 6
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Girl 6 vivía muy modestamente. Reducía sus gastos al mínimo y albergaba grandes esperanzas de conseguir un saneado futuro económico.

En consecuencia, Girl 6 trabajaba ahora por las noches en el guardarropa del club Zero, que estaba muy de moda. Trabajar desde las nueve de la noche a las tres de la madrugada, sin otra cosa que hacer que colgar y descolgar abrigos, tenía la ventaja de la despreocupación, aunque no fuese un empleo del todo exento de inconvenientes. Las propinas eran pequeñas y el horario le privaba de muchas ocasiones de encontrar otro representante.

En el local del club Zero el ambiente estaba siempre viciado a causa del humo del tabaco. Y, como es natural, los clientes iban a divertirse, bebían demasiado y eran muy ruidosos.

Girl 6 estaba harta de trabajar para los demás mientras se divertían. Aspiraba a ser una mujer deslumbrante, y a dejar de ser la insignificante chica que esperaba que le diesen un dólar cuando entregaba los abrigos.

No tenía más opción que perseverar si quería alcanzar su meta.

Durante el día, no perdía un momento. Aprovechaba incluso el tiempo que pasaba en el metro. Si podía ir sentada, Girl 6 llenaba sobres con su fotografía y su curriculum para enviarlos por correo a representantes potenciales.

Cuando no trataba de conseguir audiciones y no tenía que trabajar en el club Zero, Girl 6 asistía a sus clases de arte dramático en la academia Performing Place. Sus horas de clase con la profesora Diane Moresco y las que pasaba con las amistades que había trabado en la academia eran las más importantes de la semana.

Sus otras actividades no tenían por objeto más que la pura subsistencia; cosas que tenía que hacer para sobrevivir. Lo que de verdad le importaba era lo que aprendía en la academia. Los ejercicios de relajación y concentración ayudaban a Girl 6 a olvidarse de la vida cotidiana fuera del pequeño escenario de Performing Place. En el escenario de la academia no era la anónima chica del guardarropa. Allí, entre actores y actrices, dejaba de ser un «sobre» con una foto y un curriculum en el interior.

La academia era su verdadero mundo. Lo que aprendía de Diane y de los compañeros eran las técnicas y los conocimientos que le permitirían alcanzar su meta y que la convertirían en la persona que quería ser.

Las únicas amigas, más o menos íntimas, de Girl 6 eran todas compañeras de la academia. Las tenía de todas las edades, desde casi adolescentes a sesentonas.

Después de clase, solían ir a tomar café juntas a un restaurante griego de Broadway, situado casi al lado de Performing Place, a la vuelta de la esquina, para ser exactos.

Aunque Girl 6 ni siquiera sabía los apellidos de todas, compartían una misma ambición y se animaban entre sí a conseguirla. Trabajar en pos de un mismo objetivo fomentaba la camaradería. Con frecuencia se quedaban hasta altas horas de la noche en el restaurante, que nunca cerraba.

Pese a que Girl 6 tenía familia en la ciudad —sus padres y un hermano mayor vivían en Queens—, no tenía mucho contacto con ellos últimamente, pero no porque estuviesen distanciados, sino porque a que a ella no le gustaba que la viesen en apuros, además de insatisfecha con lo que era y con lo que había conseguido.

Sus padres trataban de animarla, pero ella sabía que no les gustaba el camino que había elegido. Por más que sólo desearan su felicidad la abrumaban con su preocupación. No dejaban de preguntarle cómo se encontraba, si comía bastante; de decirle que querían verla más a menudo y de lamentarse de lo difícil que era encontrarla en casa cuando la llamaban —al teléfono del rellano de la escalera, que compartía con un vecino.

Girl 6 sabía que sus padres —que habían trabajado mucho durante toda su vida— opinaban que dedicarse a lo que a uno le gustase era muy importante para el equilibrio personal. Pero que, si no se lograba el éxito, la razón del fracaso había que buscarla en el carácter de la persona. Creían que lo que su hija debía hacer era encontrar un «verdadero» trabajo y tener unos ingresos regulares. A partir de ahí, podía cultivar su vocación en su tiempo libre.

Ella fantaseaba con la idea de lo orgullosos que estarían sus padres el día que triunfase. Les compraría una casa en el campo, y hasta puede que en Long Island o en Vineyard.

Su madre era profesora de dibujo en una escuela primaria local, y siempre había soñado con dedicar los veranos a pintar paisajes. Su padre era capataz de una importante empresa inmobiliaria, dedicada a la construcción de grandes urbanizaciones en Nueva Jersey y en Westchester.

El padre de Girl 6 se había aficionado a la pesca desde niño, en su natal Carolina del Sur y, a la menor oportunidad, salía a pescar. De manera que Girl 6 le compraría una lancha rápida y el mejor equipo de pesca que encontrase. A lo mejor incluso le hacía grabar su nombre en la popa.

Pero, hasta que triunfase, no iba a preocuparlos con sus reveses. Cuando iba por la calle y veía a alguien que se parecía a su madre o a su padre, sentía casi el mismo cosquilleo de emoción que cuando, de niña, iba de excursión y pasaba algunos días sin verlos.

En tales ocasiones, Girl 6 miraba para otro lado, doblaba innecesariamente una esquina y volvía a bajar la escalera de la boca del metro para no toparse con ellos.

Girl 6 pensó en su última audición. Lo había hecho muy bien en su monólogo. Si aquel imbécil a quien llamaban director le hubiese prestado atención, habría tenido la oportunidad de conseguir un buen papel, y no sólo de exhibir sus encantos.

Cuando iba a ponerse el chaquetón para marcharse,

Diane le pidió que se quedara unos minutos más. Girl 6 les dijo a sus compañeras que se reuniría con ellas en el restaurante griego. No había comido en todo el día y estaba impaciente por atacar uno de los superabundantes menús que ofrecía el restaurante a la hora de la cena —aunque una de sus compañeras, la obesa y solitaria Andreas, siempre pedía raciones más abundantes aún.

Lo único que Girl 6 tenía en aquellos momentos en la cabeza era pollo asado con judías verdes. Eran casi las diez. Si cenaba bien, a lo mejor aguantaba sin comer hasta la noche siguiente. Así ahorraba. De manera que, a lo mejor, pedía también una plato de
baklava
y se atizaba un banquete.

Cuando sus compañeras ya habían salido, Diane hizo que Girl 6 se sentara y le rodeó los hombros con el brazo.

Girl 6 intuyó de inmediato que algo malo pasaba. Diane era una profesora bastante dura y poco dada a las efusiones, salvo que algo malo ocurriese.

—No puedo seguir dándote clase. Vas demasiado atrasada en el pago.

Girl 6 llevaba varios meses sin pagar el recibo. Tenía la intención de pagarle a Diane —con intereses si hacía falta— en cuanto tuviese dinero. Puede que incluso le regalase algo, algo necesario que Diane no hubiera podido comprar aún. Porque así era como funcionaban las cosas en el mundillo de los actores. Todos se hacían cargo de lo que era pasar una mala época y había flexibilidad.

Aunque ella y otras compañeras pasaban malas temporadas, durante las que no podían pagar las clases, siempre terminaban por salir del apuro. Girl 6 era miembro de la gran familia de Performing Place, y nadie se desentendía de los «parientes» por una nimiedad como el dinero.

Allí eran todos como hermanos; actores y actrices que perfeccionaban su oficio.

Sin duda, Girl 6 podría haberles pedido dinero prestado a sus padres, pero ya lo había hecho para pagar las fotografías del
book
y no se atrevía a hacerlo de nuevo. Entre otras cosas porque sus padres no eran ni mucho menos ricos, iban tirando, nada más.

Girl 6 guardó silencio.

Diane charló con ella un rato. No se mostró comprensiva ni tampoco le hizo reproches. La academia era su pasión, pero también era un negocio. Y había que pagar las facturas. Por más que detestase que lo económico condicionase su trabajo creativo, Girl 6 iba a tener que afrontar la realidad. Lo que en absoluto significaba mala voluntad hacia ella.

A Girl 6 se le vino el mundo encima. La continuidad de sus clases en la academia era lo que le daba fuerzas para perseverar. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Cómo iba a seguir el camino que se había trazado?

Se tragó las lágrimas y salió de la academia con rostro impasible. Cruzó la calle de manera que sus amigas no pudiesen verla a través de la cristalera del restaurante que tanto le gustaba a Andreas. No deseaba hablar con ellas en aquellos momentos. No quería hablar con nadie.

Había empezado a llover y sólo se permitió mirar por el rabillo del ojo a sus amigas, que bromeaban mientras comían. Era consciente de que, en adelante, tendría que ser más frugal que nunca.

Dar la espantada en una audición y quedarse sin representante eran cosas que podía encajar. Pero verse privada de sus clases, de sus amigas y de su profesora era demasiado. Tenía la sensación de haber tocado fondo, de que un cambio importante se avecinaba. Por lo pronto, aquella noche no iba a cenar nada caliente; quizá un poco de embutido.

Girl 6 estaba hambrienta, aunque no sólo de comida. Además, aunque se muriese de hambre, Andreas no hubiese podido ayudarla.

Pensó en coger un taxi porque arreciaba la lluvia, pero en seguida desistió. No estaba el patio para gastar dinero. Ni siquiera en el metro. Como, de todas maneras, sabía que no iba a pegar ojo en toda la noche, darse un largo paseo por Central Park y seguir por la Quinta Avenida hasta llegar a Harlem le serviría para tranquilizarse.

Y así lo hizo. Volvió a casa a pie, por unas calles que la lluvia había dejado casi desiertas.

Durante los días siguientes, Girl 6 se pateó todas las agencias habidas y por haber en busca de algún contacto que la ayudara a encontrar trabajo. Pero nada. Y, uno de aquellos días, al salir de una agencia en la que conocía a varias empleadas, vio en el vestíbulo un anuncio en el que solicitaban extras.

Girl 6 era miembro de la Asociación de Extras de Cine y, a temporadas, había ganado bastante dinero sin mucho esfuerzo. Por lo general, el trabajo de extra era terriblemente aburrido. Pasaban días enteros aguardando el rodaje de la parte en la que intervenían y atiborrándose de insípidos menús preparados.

Había desempeñado el papel de adolescente en alguna película de escaso éxito y de camarera de hotel en
Solo en casa 2: perdido en Nueva York.

La verdad era que había maneras peores de pagar el alquiler. Lo importante era no alejarse nunca de lo que una aspiraba, ni perder comba con respecto a quienes pretendían lo mismo.

Girl 6 había reparado en que la distancia que la separaba de las grandes estrellas «con» quienes había trabajado en aquellas películas era mayor cuanto más se «codeaba» con ellas. Pasar junto a Al Pacino, y estar en el mismo vestíbulo que Culkin y Pesci la hacía sentirse más lejos que nunca de su objetivo. Todos se mostraban bastante amables, pues bien poco costaba la amabilidad, pero actores y extras vivían en mundos distintos. Si una estrella se costipaba tenía a su disposición la mejor atención médica. No se reparaba en gastos para que su estado y su aspecto mejorasen. En cambio, si a un extra lo atrepellaba un coche, el ayudante del director llamaba a la Asociación de Extras de Cine, lo sustituían, y listo.

La ingenuidad de Girl 6 no le impedía comprender por qué eran así las cosas. Lo que ocurría era que a nadie le gustaba considerarse un simple relleno, y menos aún a una ambiciosa y joven actriz como ella.

Como su situación económica era más que precaria, casi desesperada, Girl 6 volvió a la agencia donde vio el anuncio en el que solicitaban extras y pechó con aquel trabajo.

Pocos lugares hay en el mundo más fríos que el centro de Manhattan a primera hora de la mañana. Los vientos de los ríos y del océano Atlántico se alian de tal manera en el cogote de los rascacielos que hacen que el centro de la ciudad parezca el Ártico.

Por si fuera poco, la película en la que Girl 6 tenía que trabajar como extra contaba una historia que transcurría en verano.

Y... pocos lugares hay en el mundo donde haga más calor, y más bochorno, que Manhattan en agosto. La temperatura y la pegajosa humedad de los ríos y del océano Atlántico quedan atrapadas de tal modo entre las moles urbanas que hacen que el centro de la ciudad parezca una sopera.

Pues bien, vaya uno a saber por qué, el director decidió que la escena que había que rodar transcurría en plena canícula.

Girl 6 tuvo que sentarse en un banco del polar Battery Park y no parar de frotarse para no salir morada. No llevaba puesto más que una camiseta, pantalón corto y sandalias.

Más que un hacinado grupo, el centenar de extras parecía una
mélée.
Quienes tenían más confianza se frotaban mutuamente para entrar en calor. Aunque, si arreciaban las ráfagas siberianas, quienes acababan de conocerse quemaban... etapas para intimar y calentarse.

Por desgracia, como sucede a menudo, la belleza de Girl 6 intimidaba a quienes estaban a su alrededor y tuvo que tiritar sola.

Pese a que Girl 6 había ido a esquiar con sus padres a New Hampshire en febrero, y a patinar sobre hielo a Long Island en los más crudos inviernos, no había pasado tanto frío en su vida. La temperatura era tan brutal que se le congelaban las lágrimas en las mejillas.

El ayudante del director sabía que el director era un imbécil. El ufano realizador iba sentado en la cabina del tráiler, mantenida a una primaveral temperatura de veintiún grados, y no asomaba la cabeza más que para decir «acción» y «corten».

Sin embargo, aquel imbécil, pagado a precio de oro, era su jefe y el ayudante debía tenerlo contento. El ayudante del director daba gracias a Dios por no ser un extra y, aunque también tiritaba, lo hacía dentro del anorak de tejido aislante que compró en una tienda de Freeport, Maine. Le habían asegurado que era eficaz hasta temperaturas de treinta grados bajo cero, y tenía mala conciencia al ver a todos aquellos extras vestidos para una época del año tan distinta.

El ayudante del director tuvo que forzar el botón de su altavoz porque se le había congelado.

—¡Ánimo a todos! Pensad que estamos a treinta grados sobre cero y, por favor, no pongáis cara de frío. El director no está satisfecho con las tomas anteriores y, por lo tanto, yo tampoco. Si veo tiritar a alguien lo mando a casa
ipso facto
y sin cheque.

Para combatir el frío, Girl 6 había tomado mucho café caliente, del que servían gratis. La había reconfortado durante unos minutos pero en seguida había vuelto a temblar. Y ahora tenía que ir al lavabo con urgencia. El camión-lavabo estaba al otro lado del parque, en una calle adyacente, así que entre ir y volver tardaría varios minutos. Pero ya no podía aguantar más, y no iba a tener más remedio que hacer algo. O iba al lavabo o se lo hacía encima.

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