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Authors: J. H. Marks

Girl 6 (19 page)

BOOK: Girl 6
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Una idea más inquietante se superpuso a estas elucubraciones del ladrón. Si toda persona tendía a encontrar su verdadero lugar en la vida, si terminaba por dedicarse a aquello que sabía hacer mejor, ¿no sería Girl 6 una vocacional del sexo?

Al ladrón no le hizo ninguna gracia barajar esta posibilidad. Pero en seguida se tranquilizó. Girl 6 hacía aquel trabajo momentáneamente. Así podía pagar el alquiler y prepararse para dar el salto. Tenía fe en ella. Girl 6 no iba a caer en la trampa de ver porvenir en aquel trabajo.

Le hizo gracia notar que varias de las compañeras de Girl 6 le dirigían recelosas miradas al pasar. ¿Qué podía escandalizarlas? Todo lo que pudiera rondarle a él por la cabeza estaba a años luz de las procacidades que decían ellas a diario en su trabajo.

—Hola. Anda, vamos.

El ladrón se sobresaltó al oír la voz de Girl 6. La tenía detrás. No la había visto salir por la puerta de la oficina.

—¿De dónde sales? —le preguntó él, que pensó que el tuteo podía ser un buen síntoma.

—Por aquí. Vamos —insistió ella sin detenerse—. No quiero que me vean contigo.

—¡Puñeta! —masculló el ladrón completamente desconcertado.

La alcanzó a los pocos pasos y siguieron juntos a pie, hacia el centro de la ciudad. La miraba por el rabillo del ojo. Sin intenciones de robarle nada, que quede claro. La expresión del rostro de Girl 6 era un poco inquietante. No ladeaba la cabeza ni a tiros.

—Me he tomado el día libre —dijo ella de pronto—. Ya lo recuperaré.

Girl 6 y el ladrón entraron en un bar en el que servían comidas caseras. Las mesas eran de fórmica y las sillas de plástico.

Pidieron empanada de calabaza y café. Ella no acababa de entender por qué estaba allí, ni por qué hablaba con el ladrón y, menos aún, por qué cenaba con él. Pero, puesto que estaba allí, procuraría llevarlo lo mejor posible.

El ladrón no había dicho una palabra desde que les sirvieron la empanada, que empezó a devorar en seguida, como si temiera que alguien se la arrebatase. No se

decidió a hablar hasta que se comió casi todo el relleno.

—¿Tenías ganas de verme?

—No —contestó ella, nada interesada en prolongar la velada con el ladrón.

—Pues yo sí tenía ganas de verte. ¿Cómo te va?

—Bien. ¿Y a ti? —repuso escuetamente Girl 6, resuelta a no darle información sobre sí misma.

—Sigo con mis actividades delictivas habituales —dijo él, que sentía la imperiosa necesidad de hablar con ella—. O sea, sin utilizar jamás una pistola. Ni pienso hacerlo. Tampoco robo en las casas.

Girl 6 terminó el café. No le decía nada que no supiera. Aquel joven sería un ladrón, pero se le veía incapaz de hacerle daño a nadie.

A veces, al ladronzuelo le gustaba presentarse como si fuese el enemigo público número uno, capaz de liarse a tiros con toda la ciudad, como si estuviera a punto de convertirse en un gángster tan peligroso como Al Pacino en
Scarface.

Girl 6 suspiró. Todo el mundo soñaba. Aquel ladrón no era mala persona. Sólo tenían que guardarse de él los tenderos del barrio. En realidad, no era más que un raterillo y, probablemente, lo sería siempre.

El ladrón seguía dispuesto a hablarle de sí mismo.

—Robo a los que tienen más de lo que necesitan. Ése ha sido siempre mi lema.

Fantástico. Era apasionante compartir la empanada del Robin Hood de Harlem, pensó Girl 6, que lo miró con fijeza y lo dejó proseguir.

—Ya sabes: los supermercados, los grandes almacenes, las tiendas de los coreanos. Sólo robo lo que me es útil. Ropa, la fruta más imprescindible, verdura, ternera, pollo, cerdo, embutidos, arroz, cereales, leche...

El ladrón se interrumpió al notar que, al fin, Girl 6 se dignaba mirarlo; que dejaba de ignorarlo. Algo era algo.

—Tienes un aspecto estupendo —dijo el ladrón—. ¿A que lo pasamos bien?

Girl 6 no contestó.

Justo en aquel momento pasó un camarero con una bandeja de empanadas. El ladrón pidió otra y volvió compulsivamente a su charla.

Girl 6 estaba dispuesta a prestarle un poco de atención si decía cosas con sentido, pero estaba visto que no sabía hablar más que de bobadas.

—Gracias —le dijo el ladrón al camarero tras servirle éste la empanada—. Procuro comer de manera equilibrada —añadió dirigiéndose a ella—. Soy de buena pasta pero tengo muchos defectos. Malas costumbres. Estoy siempre al borde de dar un mal paso.

A Girl 6 le parecía patético. Cuando hablaba con sentido común era un chico más bien agradable. Pero ya estaba otra vez con su vacua palabrería, como un aprendiz de gángster que tratase de impresionar a una chica fácil. No paraba.

—He de tener mucho cuidado y ver qué terreno piso, porque a la mínima me pierdo. Y puedo acabar en la cárcel. O cualquiera sabe.

Tan melodramáticas le sonaron al ladrón sus propias palabras que se echó a reír. Girl 6 se limitó a esbozar una sonrisa, harta de tanta bobada y decidida a cambiar de tema.

—¿Y tu familia? —le preguntó.

El ladrón no tuvo inconveniente en encauzar la conversación por ese camino.

—A mi madre no le gusta que viva en casa —contestó—. Le he hablado de ti y me ha dicho que con una divorciada mal asunto.

Girl 6 dejó que el camarero le volviese a llenar la taza de café y bebió un sorbo.

—¿Qué tal tus hermanos? —preguntó ella.

Aunque al ladrón no le entusiasmaba hablar de su familia, pensó que hacerlo era una manera de acercarse más a Girl 6.

—Bien. Aunque son unos tragones. El pasado día de Acción de Gracias robé un pavo de casi once kilos y se lo llevé a mi madre, que lo metió en el horno y lo trinchó sin preguntarme de dónde lo había sacado. Mis hermanos tienen que comer —le explicó él sin poder contener la risa.

—¿Tienes novia? —dijo ella, que por primera vez adoptó con él un tono amable.

El ladrón se agarró a la pregunta como a un clavo ardiendo.

—Hay una Doreen —repuso—. Pero tú has sido siempre mi único amor verdadero. Y lo sabes.

—Pienso marcharme de Nueva York en cuanto pueda. Me iré a California —contestó ella, que, lo supiera o no, no quería hablar del tema.

—Estupendo —dijo el ladrón, que prefirió seguirle la corriente pese a la desalentadora perspectiva—. No he estado nunca en California.

Hacía tiempo que Girl 6 quería desahogarse sobre algo que le preocupaba. Si no lo había hecho antes era porque no había sabido a quién decírselo. El raterillo le venía de perlas. Si en el fondo era como ella imaginaba, lo comprendería. Si no, él seguiría con su tema, no le daría importancia, y ella tampoco.

—¿No te has embarcado nunca en algo y, una vez empezado, olvidar por qué lo habías hecho pero no poder dejarlo?

¡Por fin le decía ella algo importante!

—A veces. Después de robar algo —contestó el ladrón con voz pausada—. Y cuando me ocurre esto, siempre me pillan.

Girl 6 decidió enfocarlo de otro modo.

—¿Has seguido las noticias sobre Angela King?

Aunque el ladrón sólo leía el periódico cuando lograba robarlo de un quiosco, no había neoyorquino que no estuviese al corriente del drama de Angela King.

—Sí. Muy triste.

Girl 6 desistió de reconducir la conversación hacia lo único que le interesaba. El ladrón siguió hablando de sí mismo a lo largo de otra empanada. Luego le pareció que había llegado el momento de averiguar qué quería hacer Girl 6 exactamente con su vida. Lo enfocó como si no supiera en qué trabajaba.

—Te dedicas a hacer trabajos de mecanografía por horas sólo temporalmente, ¿verdad?

Girl 6 no creyó ni por un momento que el raterillo ignorase en qué trabajaba. Pero, aunque fuese cierto que lo ignoraba, pensaba contestarle sin rodeos. No tenía nada que ocultar.

—¡Qué va! Trabajo en una línea de teléfono erótico.

El ladrón intentó hacerle creer que no tenía ni la menor idea.

—¿En serio? ¿Tú?

Girl 6 tenía al ladrón lo bastante calado para saber que, a su manera, trataba de mostrarse respetuoso fingiendo sorprenderse.

—¿Por qué no yo? ¿No has llamado nunca?

El ladrón no había llamado nunca a las líneas eróticas, o por lo menos eso le aseguró.

—Ni hablar. A mí me gusta en vivo y en directo.

Girl 6 aprovechó para bromear. Simuló coger un teléfono.

—Anda, llámame. ¡Ring! ¡Ring! Vamos...

El ladrón se sintió violento, temeroso de que alguien los mirase. Pero como vio que nadie estaba pendiente de ellos, simuló a su vez coger un teléfono.

—¡Ring! ¡Ring! —dijo algo nervioso.

Girl 6 le sonrió con expresión burlona. Ahora no le daba la gana de contestar. Pero el ladrón no colgó.

—¡Ring! ¡Ring! ¡Ring, puñeta!

Girl 6 simuló ponerse al teléfono y contestó con su tono de voz más sensual.

—Hola. Me llamo Lovely. ¿Cómo te llamas tú?

—Joe Schbotnick —contestó el ladrón tras pensarlo un momento.

—¡Oh, Joe! ¡Qué voz más sexy tienes! —exclamó Girl 6, loca de alegría al saber de Joe Schbotnick—. ¿Desde dónde me llamas?

Al ladrón no le iba aquel jueguecito... ni en broma. Era propio de gente frustrada. Aprovecharía para decírselo indirectamente.

—Te llamo desde la celda de los condenados a muerte.

—En la celda de los condenados a muerte, ¿eh?

—dijo Girl 6, que no se cortaba un pelo—. Entonces es que debes de ser un hombre peligroso.

—Exacto. Soy... o, mejor dicho, tengo un tipo de cuidado.

Girl 6 ya había notado que el ladrón tendía a pasarse de listo.

—¿Quieres que te diga cómo soy? —le preguntó ella.

—Bueno, sí. A ver: ¿cómo eres? —dijo él mirándola expectante.

—Soy morena. Tengo los ojos grandes, negros y sensuales. Mido uno sesenta y siete y tengo unos pechos enormes. ¡Ciento uno!

Girl 6 logró captar plenamente su atención. En cuestión de segundos, se vio arrastrado a la fantasía, sumido en el mayor desconcierto.

—¿Ciento uno? ¡Estupendo! —exclamó el ladrón.

Varios platos de empanada vacíos, amontonados en la mesa, ejercían de mudo testimonio del voraz apetito del ladrón, que estaba absorto, hipnotizado, pendiente de la representación de Girl 6.

También Girl 6 había perdido el mundo de vista. Estaba «en situación», volcada en el personaje. En aquella singular representación había un factor añadido que la motivaba aún más. Normalmente trabajaba para un público invisible y anónimo, cuyas reacciones se diluían en el ciberespacio, por así decirlo. Allí en aquel bar, en cambio, tenía el público a unos pocos centímetros. La viva reacción del ladrón la estimulaba.

Girl 6 se sintió transportada, arrebatada, exaltada por el erotismo y la intimidad que emanaba la proximidad física. Ya no era Girl 6, una joven que cenaba en un bar con un tipo cachondo que se hartaba de empanada. Era Dorothy Dandridge.

—Y ahora me vas a meter tu hermoso falo en mi dulce boquita. Ooohh. Tengo la garganta profunda, Joe, muy profunda...

El ladrón llevaba varios minutos sin pestañear. Le sudaba la frente.

—Qué bárbara... —acertó a farfullar tan sólo.

El ladrón engulló el resto de su cuarta ración de empanada y puso el plato vacío encima de los demás.

Girl 6 dejó a un lado a Dorothy Dandridge y encarnó a la heroica militante.

—¡Me encanta tu verga, cariño! ¿Te gusta así, Joe Schbotnick?

Pues sí: le gustaba al muy ladrón.

—Dentro... de lo que cabe —contestó él en un momento de inspiración.

Mientras el ladrón se comía su quinto plato de empanada, Girl 6 encarnó a su travestí, Esmeralda. Pero el ladrón era insaciable y quiso oír más.

Aun pidió el ladrón otras dos raciones y, cuando las hubo terminado, miró los platos apilados en la mesa, asombrado de haber comido tanto. Se recostó en el respaldo del asiento, con la boca abierta y la lengua fuera. Al bajar la mano con la que sostenía el imaginario teléfono y reposarla en el regazo, se tropezó con lo que solía tropezarse cuando no lo hacía con nada mejor.

El ladrón masticó lentamente el trozo de empanada que tenía en la boca sin dejar de mirar a Esmeralda, que le susurraba insinuante.

—Anda, cariño, en la boca. Toda dentro, Joe Schbotnick. Y por los pechos, Joe, así...

Cuando salieron del local, el ladrón era ya un adicto. Se dijo que se había equivocado al creer que conocía muy bien a Girl 6.

—¡Madre mía! —exclamó—. ¡Menuda eres!

A Girl 6 le encantó ver la cara de estupefacción que puso el ladrón.

—Desde luego. Menudita no he sido nunca. No te lo imaginabas, ¿eh?

El ladrón miró hacia un callejón que estaba a dos pasos y cogió a Girl 6 del brazo.

—Quiero enseñarte algo —dijo él.

—¿Cómo? —exclamó Girl 6, nada interesada en lo que él pudiera querer mostrarle.

El ladrón llevó la mano de Girl 6 a su entrepierna.

¡Vamos, hombre! Ni hablar. Ella sólo había pretendido hacerle una demostración, no incitarlo a una relación sexual. Pero, por lo visto, el ladrón se tomaba las cosas demasiado en serio.

—¡Eh! ¿Estás loco? ¡A mí no me vuelvas a acercar la mano ahí!

El ladrón, tan enamorado como excitado, hizo caso omiso.

—Tenía muchas ganas de verte... —le dijo él.

Girl 6 se enfureció. Sólo faltaba que aquel chiflado creyese que estaba en deuda con él.

—¡Déjame tranquila! ¡Y vete a hacer puñetas! ¡Ya hice bien en pasar de ti el primer día!

El ladrón se quedó pasmado. No podía creer que Girl 6 sólo hubiese hecho comedia. Aunque el diálogo con Girl 6 hubiese empezado como un juego, había derivado hacia algo más. Había cobrado vida propia.

—Oye..., ¿qué esperabas habiéndome de la manera que lo has hecho?

Girl 6 lo veía de otro modo. El ladrón se había extralimitado. Estaba furiosa.

—No era más que un juego —dijo ella con acritud.

—Yo no le llamo a eso un juego —replicó él visiblemente crispado.

Girl 6 se hartó. Estaba hasta el gorro de él.

—Eres un cabrón. ¡Vete con tu madre y déjame tranquila! —le espetó ella, que lo fulminó con la mirada, dio media vuelta y salió del callejón.

El ladrón comprendió que lo había estropeado todo. Lo sentía, pero no había podido evitarlo. La culpa no era suya. Era ella quien había montado todo aquel número.

CAPÍTULO 22

Día tras día, noche tras noche, Girl 6 seguía con su trabajo en la oficina de la línea de teléfono erótico.

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