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Authors: J. H. Marks

Girl 6 (4 page)

BOOK: Girl 6
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Girl 6 miró a su alrededor y reparó en que no era ella la única que estaba en el mismo apuro. Aunque sí fue la única que se atrevió a decirlo.

—¿Puedo ir al lavabo, por favor?

El ayudante del director no era mala persona y, normalmente, no le hubiese molestado semejante petición. Pero el director le había echado una bronca después de la última toma, e incluso lo había amenazado con despedirlo. Y como el ayudante del director acababa de tener otro hijo y no se podía permitir perder el empleo, no estaba para andarse con bromas. Tenía que estar pendiente de un sinfín de detalles.

Mientras el ayudante del director, que aguardaba a que el imbécil asomase de su climatizado tráiler, trataba de ordenar sus ideas se vio interrumpido por la petición de Girl 6.

—¿Cómo ha dicho? —exclamó.

A Girl 6 no le pareció que fuese una pregunta tan difícil de comprender, sobre todo porque estaba justo al lado del ayudante del director.

—Tengo que ir... —le susurró Girl 6 en un tono tan elocuente como discreto.

El ayudante del director perdió entonces los estribos. Después de que el director le arrojó a la cara su calidad de subalterno, se sintió inclinado a ejercer su limitada autoridad con el primero, o la primera, que se le pusiese por delante.

En otras circunstancias le hubiese dado apuro reaccionar de mal talante y, sin duda, le reconcomería la conciencia en el futuro por su reacción de aquellos momentos.

El ayudante del director la emprendió con Girl 6 con tales voces que no sólo lo oyeron todos los extras, sino que hasta el último vagabundo del más remoto rincón de Central Park se enteró de quién mandaba allí.

—¡No! ¡Nada de ir al lavabo! Estamos a punto de empezar una toma, ¿se entera? A mí la AEC me importa un pito. Lo que diga la Asociación de Extras de Cine me resbala. ¡Aquí sólo se mea cuando lo digo yo!

El aterimiento de Girl 6 ya no era sólo de frío. Acababa de hundirse un poco más en la sima de su humillación, tanto que creyó haber tocado fondo.

Por la noche, después de una inmisericorde jornada de diez horas de rodaje, Girl volvió a casa en metro y, en cuanto llegó a su apartamento, se metió en la bañera y casi se escaldó al baño de María. Estaba demasiado exhausta, demasiado agotada por tanta toma, para disfrutar del reconfortante vapor y de las sales. Además, se le hacía tarde para ir a su trabajo de por las noches.

Girl 6 se vistió en seguida y volvió al centro de Manhattan. Aún llegó a tiempo de colgar los abrigos de los clientes más tempraneros del club.

El club Zero estuvo aquella noche tan concurrido como de costumbre. A cada nuevo cliente que entraba, irrumpía en el local el mismo frío polar de por la mañana. Era como si aquel frío se hubiese metido en las entretelas de las prendas y refrigerase sin piedad el guardarropa, pensaba Girl 6.

Tenía la garganta tan irritada que a duras penas pudo tomar el té que una compañera le trajo del bar, y le dolía tanto la cabeza que las sincopadas notas del grupo que amenizaba la velada se le hacían insoportables.

Se había quedado sin fuerzas, falta de energía, presa de un agotamiento distinto del puro cansancio. Se encontraba lo bastante mal como para irse a casa, pero necesitaba las propinas.

Al cabo de un rato, sin embargo, le pareció que el esfuerzo no merecía la pena. Se encontraba tan mal que se abstuvo de sus habituales bromas y coqueteos. Cogía los abrigos, los colgaba y les daba el ticket a los clientes sin sonreír, ni bromear, ni dirigirles insinuantes miradas. Y, claro está, las propinas bajaron en consonancia. O sea, un negro final para un negro día.

El gerente mandó a Girl 6 a casa antes de la hora habitual. La cara que tenía no era muy acorde con el ambiente del club, y éste comprendió que lo que tenía que hacer la chica del guardarropa era ir a meterse en cama.

Uno de los vigilantes de seguridad se ofreció para llevarla en taxi a casa, pero se vio retenido en la entrada por una discusión entre clientes.

Girl 6 no pudo resistir un minuto más en el club, agradeció la buena intención del empleado y fue a pie hasta la boca del metro más próxima.

Sorprendentemente, el frío le sentó bien. Fuera del viciado ambiente del atestado club por lo menos podía respirar. Aunque le rondó la idea de ir andando, se dijo que era una estupidez —aparte de que con lo débil que se sentía, a duras penas habría llegado.

Poca gente cogía el metro por la noche. Tanto mejor, pensó. Porque, sin parar de toser y de estornudar, su aspecto debía de inspirar lástima. Así la gente no se apartaría de ella como si estuviera apestada. Podría moquear sin testigos y no exhibir su generalizada congestión.

El traqueteo del vagón la mareaba y temió vomitar hasta la primera papilla y ponerlo todo perdido. Girl 6 sólo sentía cierto alivio cuando el tren se detenía en una estación, se abrían las puertas e irrumpían los flecos del aire siberiano. Pero, en cuanto el metro remprendía su veloz carrera, volvía a darle vueltas el estómago.

Tras una encadenada serie de estornudos —de los que zarandean el cuerpo de pies a cabeza— se le terminaron los pañuelos de papel.

Rezó por no volver a estornudar. Su nariz parecía un grifo y tenía que hacer algo. Sacó del bolso su ejemplar de
Backstage,
el periódico teatral de Nueva York, y se limpió la nariz con él. Miró a su alrededor y desafió con la mirada cualquier expresión de reproche. Sintió alivio al ver que nadie la observaba, que no iba a sufrir una nueva humillación.

El trayecto hasta la estación en la que debía apearse era largo, y estaba cansada. Tenía la cabeza tan embotada por la gripe galopante —aquello no podía ser un simple costipado— que necesitaba imperiosamente algo con lo que distraerse. Leer los anuncios era aburrido. Tampoco había nadie interesante en el vagón a quien poder observar.

Girl 6 tardó unos momentos en percatarse de que
Backstage,
además de servirle de pañuelo de socorro, podía mantenerla despierta hasta llegar a su estación.

Como ya había leído casi todos los reportajes, hojeó la publicación hasta llegar a la sección de ofertas de trabajo. Un anuncio a toda página llamó su atención: «¡Dinero! ¡Dinero! ¡Mucho dinero! Para voces bonitas y agradables sólo por hablar.»

Dinero por hablar... A Girl 6 le sonó a música celestial. Es más, sonaba demasiado bien para ser verdad. Arrancó el anuncio y dejó el resto del periódico en el asiento contiguo. Tras un nuevo acceso de tos, Girl 6 arrancó unas cuantas páginas más de
Backstage
y se las guardó como pañuelo de emergencia.

Aunque peor no se podía encontrar, aquel anuncio fue como un tenue rayo de esperanza. Quizá todo se arreglase.

Quizá.

CAPÍTULO 4

O quizá no.

Girl 6 pasó muy mala noche y, al despertar por la mañana, trató de recordar por qué se había sentido vagamente optimista al meterse en la cama. ¿A santo de qué iba a sentirse optimista? ¿A qué se debería el atisbo de esperanza?

En cuanto le sobrevino el primer estornudo y se alcanzó un pañuelito de papel recordó el anuncio de
Back-stage.
«Dinero... Sólo por hablar.»

Iba a llamar inmediatamente.

Le dieron unas señas y hora para una entrevista. Se puso de tiros largos para causar una impresión favorable y salió para allá.

Llegó a un anodino edificio destinado a oficinas y subió por dos tramos de escaleras hasta la oficina indicada en las señas. Llevaba una peluca de color castaño claro y uñas postizas. Intuía que no era necesario ir tan bien vestida, pero le daba igual. Así se sentía mejor.

Una entrevista para un empleo venía a ser lo mismo que una audición. Quería aquel trabajo, se tratase de lo que se tratase, pero, aunque no lo consiguiera la entrevista le serviría como experiencia para las audiciones.

En aquella oficina, iluminada con fluorescentes, sólo trabajaban mujeres, que atendían llamadas telefónicas para informar sobre los servicios que proporcionaba el l-900-970-¡Ahhhh!

Girl 6 miró a través de la pared de cristal de un despacho y oyó a Comercial 1 recitar su cantinela.

—Hola, sexy. Acabas de conectar con la línea más caliente, la más ardiente y económica. El coste de esta llamada es de un dólar noventa y cinco centavos por minuto, más cinco dólares por conexión.

Girl 6 no acabó de entender bien lo que decía la joven y llamó discretamente con los nudillos en el cristal. Ninguna de las «comerciales» la oyó. Tampoco la oyó la contable. Comercial 1 siguió con su discurso de promoción.

—Hablar con una muchacha... en concreto, tiene... una tarifa especial. Si no quieres jugar conmigo o tienes menos de dieciocho años, cuelga inmediatamente, por favor.

Girl 6 volvió a llamar con los nudillos, algo más fuerte esta vez. La contable alzó la vista, la vio y fue a abrir la puerta. Reconocía a las que iban en busca de trabajo con sólo mirarlas. Todas tendían a vestirse demasiado bien. Ahora Girl 6 oyó a Comercial 1 con mayor claridad.

—Pero si tienes más de dieciocho años y quieres jugar, permanece a la escucha y acaricia a la chica de tus sueños.

La contable miró a Girl 6 muy seria. Se llevó el índice a los labios para indicarle que guardase silencio.

Girl 6 le dirigió una sonrisa de complicidad y se llevó también el índice a los labios para indicarle que lo había entendido. La contable la condujo entonces a un despacho contiguo. Girl 6 escuchó atentamente al pasar junto a Comercial 1.

—No has podido elegir mejor. Varias jóvenes atractivas esperan hablar contigo.

Girl 6 miró intrigadísima a su alrededor antes de que la contable cerrase la puerta.

Después de hablar con la contable, e informarse sobre el servicio que proporcionaba el l-900-970-¡Ahhhh!, Girl 6 pasó al despacho de Jefa 1 para la entrevista de rigor.

Estaba enfrascada con su crucigrama del
New York Times
y Girl 6 dispuso de unos instantes para mirar a su alrededor. Aunque no había mucho que ver. El despacho no podía ser menos atractivo. Jefa 1 apenas tenía allí efectos personales, y lo único que indicaba que alguien trabajaba en aquel despacho, aparte de varios periódicos y de unos cuantos vasos de café, era un cartel escrito a mano en el que se leía: «El mayor problema de la comunicación es la falsa idea de que no hay tal.»

Salvo esta pizca de sabiduría no había nada en las paredes.

Girl 6 miró a través del cristal de la ventanita que daba a la oficina. Aunque no podía oír lo que decían, era obvio que las dos comerciales recitaban su información, en unas actitudes que le parecieron contradictorias. Parecían desinteresadas de la conversación —una hojeaba una revista y la otra se pintaba las uñas—, y, sin embargo, hablaban con un burbujeante entusiasmo y en un tono de voz que prometía una satisfacción sexual casi orgiástica.

Cuando Jefa 1 terminó de rellenar las casillas correspondientes a una difícil palabra del crucigrama, alzó la vista y miró a la joven que acababa de entrar.

Girl 6 le dirigió su mejor sonrisa.

—He venido por lo del anuncio que ofrece dinero sólo por hablar.

—Si tiene más de dieciocho años —dijo Jefa 1 mirándola de arriba abajo.

—Tengo veinticinco.

La mujer volvió a examinarla de pies a cabeza y sonrió satisfecha.

—Tiene una voz joven. Y eso es bueno. Aunque, usted no es de aquí.

—¿Cómo que no? —dijo Girl 6 con fingida indignación—. ¡Y nada menos que del barrio de Queens!

—Y, además, es actriz, ¿a que sí? —dijo Jefa 1, que dejó el crucigrama a un lado y le prestó un poco más de atención a la aspirante.

A Girl 6 le gustó la intuición de aquella mujer.

—Sí, y es un trabajo que me encanta..., cuando lo tengo.

A Jefa 1 también empezaba a caerle bien Girl 6.

—Bueno. Tiene una voz... que sonríe. Eso está bien.

Estaba por ver si aquella joven sabía lo bastante para ganar dinero. Habría que ver si aquella sonrisa pertenecía a una
girl-scout
o a una chica más sofisticada.

—Le llama uno que dice que quiere una fantasía sadomasoquista. ¿Sabe lo que quiere decir eso?

Girl 6 asintió sonriente.

—Usted es el ama y él es su esclavo —prosiguió Jefa 1—. ¿Cómo va vestida?

Girl 6 no titubeó. Hacer de «ama» no era más que interpretar un papel como otro cualquiera.

—Sostenes de cuero negro y minibraguitas rojas, por ejemplo. Botas de tacón alto. Ya sabe...

Por supuesto que Jefa 1 lo sabía. Volvió a mirar su crucigrama y decidió comprobar la rapidez de reflejos de Girl 6. En aquel empleo se requería una mente ágil. Trabajar por teléfono obligaba a pensar de prisa, acertar con las palabras justas y responder satisfactoriamente a las preguntas y peticiones de los clientes.

—Siete letras. Sensación al caer —dijo Jefa 1 mostrándole el crucigrama.

La pregunta pilló a Girl 6 por sorpresa. Aunque a ella no le gustasen, su madre era muy aficionada a los crucigramas. Cuando iba al instituto hacían juntas el crucigrama de los domingos por la mañana, mientras su padre y su hermano veían el rugby.

Girl 6 llevaba años sin hacer un crucigrama, pero su agilidad mental le echó una mano.

—Vértigo —contestó.

Jefa 1 no contaba con que contestase correctamente. Se hubiese conformado con una respuesta aproximada pero inteligente. La aspirante podía resultar mejor de lo que supuso en principio. Ahora tendría que hacerle preguntas más comprometidas.

—¿Le gustan los hombres?

—Claro. Pero tengo muy mala suerte con ellos. De manera que si no la tengo en mi vida privada, a lo mejor la tengo en el trabajo.

Jefa 1 asintió con la cabeza, cada vez más convencida de que aquella chica valía. Era lista, tenía confianza en sí misma y poseía sentido del humor.

—Bien. Vamos a ver: es usted un ama dominante. Descríbase.

Girl 6 estaba acostumbrada a describir rápidamente un personaje en los ejercicios de improvisación que hacían en la academia. No había problema.

—Rubia. Poca cintura, pechos bien moldeados y grandes pezones.

Jefa 1 sabía en seguida quién estaba capacitada para aquel trabajo y quién no. Girl 6 tenía dotes naturales.

—Bien. ¿Va a acudir a otras entrevistas?

Girl 6 esperaba que no. Era un trabajo bastante original. Se sentía cómoda con Jefa 1 y con las otras chicas que había visto hablar por teléfono. Ella también podía hacerlo.

—No. No voy a acudir a otras entrevistas. Ésta es la primera y espero que la última.

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