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Authors: J. H. Marks

Girl 6 (11 page)

BOOK: Girl 6
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—Bueno... No sé si voy a estar de humor para eso, cariño. ¿Tienes juguetitos?

¡Vaya que si tenía juguetitos Cliente 9! Y estaba muy impaciente por describírselos a su ama negra Tina.

En esos momentos Girl 6 estaba libre y mientras aguardaba la llamada de Bob, el de Tucson, que era un cliente habitual que la llamaba a noches alternas, siempre a la misma hora, aprovechaba para tomar una Pepsi-cola
light
y miraba el reloj de la pantalla, que iba desgranando los minutos.

Girl 19 terminó su sesión con Martin y Christine y se despidió de ellos.

—Volved a llamarme la semana que viene. ¿De acuerdo?
Ciao.

Girl 19 tomó unas notas en su agenda y se asomó al cubículo contiguo.

—Todas las semanas me cuentan las mismas bobadas. ¿Has estado casada alguna vez?

—Estuve casada dos años con una auténtica calamidad —contestó Girl 6, poco inclinada a hablar del asunto.

—¿Tienes hijos? —preguntó Girl 19.

Girl 6 no estaba de humor para darle conversación a su compañera. Esperaba la llamada de Bob. Pasaban quince minutos de la hora fijada. ¿Por qué no llamaba? ¿Habría tenido algún problema? ¿Le ocurriría algo? ¿Estaría molesto con ella por alguna razón?

A Girl 6 le habría dolido un poco que se hubiese cansado de ella. ¿Le habría dicho alguna inconveniencia? ¿Habría encontrado otra que le gustase más?

Girl 6 apenas se enteró de la pregunta de su compañera.

—No, no tengo hijos —contestó maquinalmente.

Girl 19 debía de haberse aburrido mucho con Martin y Christine, porque no había modo de que callase.

—¿Buen amante?

Ése era el único recuerdo aceptable que Girl 6 tenía de su matrimonio.

—No estaba mal.

La curiosidad de Girl 19 parecía insaciable.

—¿Lo echas de menos?

—En absoluto.

—¿Lo has vuelto a ver?

—Lo vi la semana pasada en la «tele», en... «Los hombres más buscados de América».

Las dos se echaron a reír y Girl 6 levantó un poco el ánimo. Sacó del archivo la ficha de Bob y se dijo que no tenía por qué preocuparse. Llamaría, aunque fuese más tarde.

Justo en aquel momento parpadeó el teléfono de Girl 6. Se ajustó los auriculares y contestó sin aguardar a oír su voz.

—¿Bob?

Pues sí, era Bob, que se alegró mucho de oírla.

—Lovely...

—Te he echado de menos —dijo Girl 6, que, sin ser del todo sincera, tampoco se puede decir que mintiese.

Desde la carretera interestatal 10, entre Tucson y Phoenix, Cliente 1 sujetaba el volante de su coche con una mano y el teléfono con la otra. El invierno había dejado el desierto tan desolado que no había paisaje que contemplar.

—Yo también te he echado de menos. ¿A que no imaginas desde dónde te llamo?

La verdad era que sí. Se había convertido en una experta en deducir dónde estaban los clientes, que la llamaban desde los lugares más insólitos. Notar que la comunicación procedía del «móvil» de un coche no era difícil.

—¿Desde el coche tal vez?

Cliente 1 no entendía cómo podía saberlo. Se había gastado una fortuna en el mejor teléfono móvil que pudo encontrar. Era evidente que Girl 6 era lista, y eso le gustaba.

—¿Puedo hablar de mi madre? —preguntó él.

Girl 6 leyó la ficha de Cliente 1 y vio la anotación de que su madre había estado bastante enferma.

—¿Sigue aún en el hospital?

A Cliente 1 le gustó que Girl 6 recordase la enfermedad de su madre. Eso significaba que se preocupaba por él, que no era como las demás operadoras del sexófono.

Aunque era evidente que ella se ganaba la vida con sus orgasmos, Cliente 1 estaba convencido de que en su caso no todo se reducía a dinero. Podía hablar con ella, decirle lo que pensaba, y eso era algo que le resultaba difícil con otras mujeres. En realidad, Cliente 1 consideraba su relación con Girl 6 más satisfactoria que las que había tenido con otras mujeres en persona. Ella tenía presente sus problemas, recordaba las cosas que le gustaban, pese a que hablaba con muchos hombres.

Girl 6 le había demostrado a Bob que se preocupaba por él.

—Sí, todavía está ingresada —dijo Bob—. Continúa grave. Pero, para mí, no es lo mismo que si siempre nos hubiésemos llevado bien. Jamás ha tenido una palabra amable conmigo. La verdad es que no sé por qué me preocupo por ella.

Entonces Girl 6 dijo algo que hizo estremecer a Cliente 1.

—Las relaciones cambian. Fíjate en ti y en mí. Al principio era sólo sexo.

Cliente 1 no reparó en que aceleraba exageradamente y rebasaba con mucho el límite de velocidad permitido.

—Sí, y ahora hablamos de mi madre.

Girl 6 sabía qué quería oír él a continuación.

—Aunque... me sigues poniendo caliente, encanto.

Cliente 1 no podía concentrarse en la conducción. Estaba caliente y tenía que desahogarse.

—Y tú a mí. Un momento, que voy a aparcar.

Cliente 1 pisó el freno y detuvo el coche en la cuneta.

CAPÍTULO 12

Girl 6 había llegado a la mitad de su largo turno. Se quitó los auriculares y se dispuso a descansar durante quince minutos. Tomaría un poco el aire y compraría algo en el quiosco del hindú, que estaba en la esquina.

Antes de salir pasó por el saloncito, abrió el frigorífico y sacó la mitad de la empanada de carne que compró para almorzar. La calentaría luego en el microondas y se la comería para cenar.

A Girl 6 le gustaba hacer, por lo menos, una comida caliente al día. Cogió su taza de café, tiró el poso, la enjuagó y la colgó junto a las demás. Durante el resto del turno sólo tomaría Coca-cola.

Semanas atrás, Lil les dio a todas una jarrita con su número, artísticamente pintado con esmalte de uñas rosa. Mientras pasaba un trapo de cocina por el fregadero, el reloj de la máquina del café anunció que el depósito volvía a llenarse de la estimulante infusión.

Girl 6 fue hasta las taquillas —unos pequeños armaritos de color gris—, abrió el multicolor candado y sacó su chaqueta. Miró las taquillas unos instantes y estuvo a punto de echarse a reír, pero estaba demasiado cansada incluso para eso.

Del respiradero de cada taquilla colgaban distintas etiquetas con un número coloreado y garabateado, como si lo hubiese hecho un niño. Lil había querido que todas tuviesen su etiqueta personalizada porque creía que era bueno para la empresa que tuviesen algún modo de expresar su personalidad.

Mientras Girl 6 ordenaba sus cosas, entró Lil y pegó sendas notas en los armaritos. Cuando llegasen las compañeras del siguiente turno se verían sorprendidas y complacidas por su recompensa.

Girl 6 cerró su taquilla y echó una ojeada a cada una de las notas:

La que ha atendido mayor número de llamadas: Girl 5.

La que ha contabilizado más minutos: Girl 23.

La más solicitada: Girl 42.

La que ha aumentado más en llamadas atendidas: Girl 19.

La que ha aumentado más en minutos: Girl 42.

La que ha aumentado más en solicitudes. Girl 39.

¡50 dólares de prima a todas! ¡Felicidades!

Lil observó la reacción de Girl 6. La prima las motivaba y contribuía a elevar la moral de las chicas, les marcaba unos objetivos. Lil era consciente de que Girl 6 rendía bien —más que bien—, pero también sabía que se le podía sacar más partido. Era obvio que algo muy poderoso la impulsaba a hacer aquel trabajo, y Lil sabía cómo convertir aquel impulso en dinero. «¿Quieres ganar dinero? Pues no te preocupes, que lo ganarás.»

Lil se había empeñado en que hiciese dos turnos, y Girl 6 estaba abrumada. Y como en aquellos momentos no había nadie en el cubículo de Girl 6 para el siguiente turno, Lil aprovechó la oportunidad para insistir. Desde luego, Lil comprendía que Girl 6 estuviese cansada, pero... sobraba tiempo para descansar en la tumba.

Girl 6 estaba extenuada, con las pilas agotadas, por así decirlo. Hacía mucho tiempo que no tenía un día de descanso y no quería ni pensar en doblar el turno. Lo único que deseaba era marcharse a casa en cuanto terminase aquél.

—Estoy hecha polvo —se excusó Girl 6.

—Sí, pero el dinero cuenta —la presionó Lil en tono desenfadado—. Anda, sosténme esto.

Girl 6 le sostuvo el nuevo cartel mientras Lil lo pegaba en la pared con cinta adhesiva. Lil no pensaba andarse con sutilezas. Acababa de mostrarle a Girl 6 la realidad con la claridad de los números. Girl 6 trató de desviar la conversación.

—¿Le gusta Didi? ¿Mi pelirroja? Es nueva.

Lil no era fácil de esquivar.

—Está bien. Necesito que te quedes. Es un buen turno y te puede servir para ganar la prima —dijo Lil, dispuesta a apretarle las clavijas, algo nada difícil de hacer por otra parte. ¿Aún sigues con la idea de ir a Hollywood? —añadió, segura de que así era—. Quieres dejarlo, ¿no? Pues la única manera de dejarlo es... tomarlo, encanto.

Sin embargo, Girl 6 era una mujer de carácter y sabía lo que pretendía Lil. No iba a ceder fácilmente.

—Déjeme pensarlo. ¿De acuerdo?

Lil se encogió de hombros. Podía esperar. Ella también era una mujer de carácter.

Girl 6 volvió al saloncito. Girl 4 y Girl 39 charlaban frente al televisor. Veían un estúpido melodrama, pero sin sonido. Girl 4 no echaba de menos el diálogo. Ningún guionista de televisión de Hollywood hubiese podido competir con los picantes diálogos con los que, últimamente, estaba familiarizada Girl 4. Lo pasaba en grande poniendo en boca de los actores de la pantalla sus propias palabras.

Girl 39 estaba comiéndose un cucurucho de helado. Tenía la garganta irritada de tanto hablar y de tanto fumar en su cubículo. La propia Lil había salido a comprarle algo a la farmacia. Girl 39 agradeció el gesto de Lil. El frío del helado la aliviaba mucho y, al cabo de unos momentos, Girl 39 se sintió en condiciones de erotizar a la clientela. Incluso soltó una parrafada, como si quisiera asegurarse del buen funcionamiento de sus cuerdas vocales.

—Los jóvenes son los peores. Llegan al orgasmo demasiado pronto. Hola, soy... y... ¡se acabó! Te cuelgan.

—Pero, en cambio, llaman mucho —dijo Girl 4 con expresión risueña.

—Mal negocio —dijo Girl 39 riendo—. ¿Quieres ver la tele?

Girl 4 tenía que estar frente a su consola dentro de diez minutos.

Girl 39 le pasó unos auriculares, hizo
zapping
y dio con una antigua película en blanco y negro.

—Pues quédate diez minutos.

Girl 4 prefería ver la televisión sin sonido pero no quiso hacerle un feo a Girl 39. Se ajustó los auriculares y se dispusieron las dos a ver cómo Frederic March cortejaba a Greta Garbo. Aquellas dos mujeres no necesitaban un ídolo de filmoteca que las erotizase. Se erotizaban mutuamente.

—Me toca descanso —dijo Girl 6, que acababa de irrumpir en el saloncito—. ¿Queréis algo? ¿Tabaco?

Pero Girl 4 y Girl 39 estaban tan absortas con la película que no repararon en su compañera.

Girl 6 bajó al quiosco del hindú, que tenía el pomposo nombre de Pearl of Bombay Magazine Emporium. Era un pequeño quiosco atestado de revistas, periódicos, vídeos, golosinas, tabaco, preservativos y algún que otro medicamento sencillo, postales, las más insólitas baratijas y extraños artículos que el dueño debía de haber comprado muy baratos. Girl 6 no concebía que a nadie se le ocurriese comprar esas esculturas de latón, de personajes, o los trofeos de los Juegos Olímpicos de Moscú de 1980.

El quiosquero era un inmigrante. Tenía dos dientes de oro. Llevaba una camisa de un tejido que crujía como el papel, tan tenue que se transparentaba el vello del pecho, del que el hindú estaba muy orgulloso. Siempre llevaba desabrochados los tres botones superiores para que se le viese bien.

Girl 6 solía pasar por el quiosco a última hora de la noche y, en una ocasión, sorprendió al hindú peinándose el vello del pecho. Aunque tuvo la impresión de que el quiosquero lo hizo a propósito. La atendió como si tal cosa y ella no le dio importancia.

Girl 6 le pidió varios paquetes de cigarrillos de distintas marcas. Su compañeras tenían gustos diversos en materia de tabaco. Cuando fumaban varias a la vez olía de un modo extraño. La marca de cigarrillos que fumaban formaba parte de la identidad de cada una de sus compañeras. A falta de nombres, tenían número y... «marca». Algo era algo.

Girl 6 ignoraba las marcas de moda entre las
yuppies
y seguía fiel a sus Marlboro. Le hacía gracia su compañera Girl 19, que levantaba el dedo meñique del modo más cursi mientras fumaba sus Elegance. Bah... Los hacía el mismo fabricante. La única diferencia era el envoltorio o, por lo menos, eso era lo que Girl 6 oía decir. En cualquier caso, no pensaba probar todas las marcas para comprobarlo. Su opinión personal era que la única diferencia estribaba en las sugestivas imágenes de las campañas de publicidad. Como ella vivía de lo mismo rara vez le pasaba inadvertido cuando oía alguno. Con sus Marlboro se conformaba.

Cuando el quiosquero colocó sobre el mostrador los distintos paquetes, Girl 6 se fijó en uno de los estantes. Había un cartel clavado en la pared en el que se veía el retrato robot, de estilo policial, de un ladrón. También había algo escrito en coreano. Y aunque Girl 6 acababa de incorporar a su repertorio una «masajista» oriental, llamada Flor de Loto, todavía no había llegado a aprender coreano.

Girl 6 se fijó bien en el retrato y le recordó a alguien. Se fijó mejor y vio que, en letra más pequeña, habían traducido el texto coreano: «¡Cuidado con este ladrón!» Al parecer el ladronzuelo había ampliado su territorio.

Girl 6 le pidió entonces al quiosquero varias cajas de cerillas y, mientras él se las sacaba de un cajón, dejó vagar la mirada por el revistero:
Cosmopolitan, Mirabelle, Go, Elle.
Cindy Crawford asomaba, deslumbrante, de una de las portadas. Absolutamente perfecta. Sintió un poco de envidia. Se sabía bonita, pero también era consciente de que cualquiera de sus ex compañeros la habría plantado sin pensarlo dos veces por pasar una noche con la supermodelo.

Se consoló con la idea de que, sin maquillaje, sin iluminación y sin los trucos de sus asesores de imagen, Cindy Crawford no era, probablemente, más bonita que ella. Cindy Crawford tendría su maquillador pero ella tenía su voz. Lo único que separaba lo verdadero de lo falso era la fantasía.

Girl 6 se encariñó con la idea de que las bellezas que acaparaban las páginas de las revistas trabajaban en algo parecido a lo suyo. Lo que ella decía a través del «sexófono» lo encontraba en las páginas de cualquier revista. Si lo pensaba uno bien, Girl 6 no era muy distinta de Cindy, Elle o Linda. Simplemente, ella utilizaba un método distinto.

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