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Authors: J. H. Marks

Girl 6 (12 page)

BOOK: Girl 6
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La joven de Queens, actriz en paro metida a operadora de línea erótica, empezó a darle vueltas a esta idea, como un mantra que acabase por ser cierto de tanto repetirlo. Aunque en el fondo Girl 6 sabía que aquello era hacerse trampa; que, fantasía y elucubraciones aparte, entre ella y Cindy había mucha diferencia. Ellas vivían en un mundo vertiginoso, en un mundo en el que Girl 6 sólo podía soñar. Si Girl 6 tejía fantasías, que ayudaban a hombres solitarios a tener la sensación de que alguien se preocupaba por ellos, entonces, aquellas diosas de la cadera, de la falda de piel, del brillante carmín, aquellas afroditas venían a demostrarle a Girl 6 que sus «fonofantasías» no eran tan... fantasiosas.

Si lograba que un número suficiente de clientes le pagasen para dar vida a sus deseos, Girl 6 podría llegar a cruzar el umbral de su gris y desangelado mundo, y acceder a la burbujeante existencia de Cindy, Elle y Linda, que vivían en una fiesta interminable.

—¿Te gusta la nieve?

La pregunta sacó de su ensoñación a Girl 6, que se vio de nuevo frente al quiosquero hindú de los dientes de oro, cuyo ego no estaba en absoluto menos inflado que el suyo.

—¿Te gusta esquiar? ¿Te gusta la nieve? —insistió el quiosquero.

Girl 6 estaba un poco desconcertada por el «choque cultural» entre su lugar de trabajo y el quiosco. No le gustaba esquiar. Pero el quiosquero persistió.

—¿Te gusta pescar?

—Depende.

De pequeña iba muy a menudo a pescar con su padre. Pero no estaba de humor para hablar de pesca. En lo que sí estaba vagamente interesada era en el cartel que prevenía contra el ladrón.

—¿Quién es? —preguntó Girl 6.

El quiosquero puso cara de pocos amigos.

—No te ofendas, pero siento decirte que es un negro mal nacido —repuso el quiosquero, que en seguida volvió al tema que le interesaba—. Te llevaré a pescar. Un amigo mío tiene una cabaña junto a un lago. Tú, yo y una barca de remos para los dos.

A Girl 6 le entraron ganas de reír pero más todavía de salir de allí.

—¿Cuánto es?

—Trabajas arriba, ¿verdad? —dijo el hindú, nada interesado en cobrar en aquellos momentos.

Girl 6 comprendió entonces las intenciones del quiosquero. Iba listo. ¿Por quién la había tomado aquel imbécil?

—¿Cuánto es? —insistió ella.

El quiosquero seguía empeñado en el tema.

—¿Qué número tienes? Quizá podamos hablar alguna vez. Te llamaré «Hot Mama» —le dijo el hindú, que alargó la mano derecha y le sujetó el brazo—. Anda, Hot Mama, vamos a echar un polvo. Cierro diez minutos y pasamos a la trastienda.

Girl 6 retiró el brazo y le mostró un billete al quiosquero como para indicarle que lo que quería era pagar. Quizá eso le recordase cuál era su sitio. Pero no funcionó.

—Soy un hombre rico —dijo el hindú—. No tendrás que trabajar. ¿Quieres ir de pesca?

Puede que ir de pesca fuese parte del ritual de apareamiento en la India, pero lo único que ella quería era marcharse de allí cuanto antes.

—No olvide las cerillas.

El quiosquero no quiso rendirse tan fácilmente y añadió:

—¡Qué afortunada eres por ser tan bonita! Podrías ser mi novia, mi esposa. Te propongo casarte conmigo.

—¡A hacer puñetas! —le espetó Girl 6, que ya estaba harta de oírlo.

El quiosquero vio desvanecerse sus románticos sueños. No era más que una puta. De modo que recurrió al lenguaje que las putas entendían mejor.

—Cuarenta y tres dólares y cuarenta y ocho centavos —le dijo.

Girl 6 lo fulminó con la mirada cuando le pagó. Sabía lo que pensaba de ella. El muy estúpido parecía ignorar que entre lo que ella dijese por teléfono y lo que hiciese había un abismo. No quería perderla como dienta, pero no renunciaba a tirársela en un inmundo camastro entre cajas de refrescos. Además de imbécil era terco.

—Perdona. Me pones muy cachondo —insistió el quiosquero—. Me das tu número y te llamo. Primero nos lo montamos por teléfono.

Girl 6 lo miró como si estuviera loco. ¿Creía de verdad que podía montárselo con ella, o sólo quería insultarla? Ni lo sabía ni le importaba. ¡A hacer puñetas!

Cuando salió, Girl 6 se recostó en la pared contigua a la entrada del quiosco. Respiró aliviada. Estaba exhausta. En cuanto se recuperó volvió al trabajo decidida a doblar el turno.

Subió los dos tramos de escalera y fue directamente al despacho de Lil, que estaba sentada frente a su mesa con gafas de cristales bifocales. Estaba enfrascada con el trabajo administrativo. En seguida adivinó lo que iba a decirle Girl 6, que posó una mano en su hombro y la miró.

—Doblaré el turno.

Lil se alegró de su decisión y Girl 6 repitió unas palabras que Lil le había dicho antes, como para convencerse de que hacía lo debido.

—El único modo de dejarlo es... tomarlo.

—Así me gusta —dijo Lil, que ladeó el cuerpo y le acarició a Girl 6 la mejilla con talante maternal.

CAPÍTULO 13

Cuando casi todas las operadoras estaban a punto de terminar su turno de noche, Girl 6 se disponía a empalmar con otro turno de ocho horas.

Eran casi las siete de la mañana. La mayoría de sus compañeras ordenaban las consolas antes de salir.

Girl 4 le susurró «buenas noches» y Girl 39 le dirigió una sonrisa de solidaridad al marcharse.

A Girl 6 le hubiese encantado hacer lo mismo y no tener que hablar con nadie más. Trató de volver a concentrarse. Era consciente de que su voz no debía delatar cansancio. Debía hacer creer a los que llamasen que se lo pasaba en grande, tenía que conseguir que llegasen al orgasmo y que volviesen a llamar otro día.

Le pasaron la llamada de un nuevo cliente. Parecía ser una persona de posición. Había aprendido a deducir, por el tono de voz, si se trataba o no de una persona adinerada. Solía notar en seguida si era un cliente serio o un curioso que, por casualidad, había visto el número de la línea en los anuncios de los periódicos.

Girl 6 recurrió al manual y decidió empezar del modo más aséptico. Le habló de deportes, que era el primer tema que Lil aconsejaba abordar.

—¿Qué te ha parecido lo de los Knicks?

A Cliente 12 le encantaba poder hablar con una chica a la que le gustase el deporte. Él era muy aficionado. Además podría hablar con Lovely Brown, la «chica corriente».

Cliente 12 estaba sentado frente a su ostentosa mesa.

Contemplaba la vista que le ofrecía su lujoso ático de la calle Noventa y uno.

Amanecía tarde en aquella época del año y la mañana estaba más nubosa y oscura de lo normal.

Unos mortecinos rayos de sol porfiaban con las luces de Manhattan.

—Anoche estuve en el partido —dijo Cliente 12, que hizo rodar por la mesa una pelota de reglamento—. En el bufete tenemos una tribuna. Te invito a ir conmigo un día, Lovely.

Girl 6 se esforzó por bromear.

—Eso sería una flagrante... personal —le dijo.

A Cliente 12 le gustaban las chicas con sentido del humor, algo de lo que carecían muchas de las operadoras de sexófono con las que había hablado.

—¿Qué tal..., si tenemos algo personal? —le susurró él en tono insinuante.

Girl 6 estaba decidida a poner de su parte para que Cliente 12 lo pasase bien.

—He visto la repetición de las jugadas más interesantes. ¡Estuvieron formidables!

A Cliente 12 le hubiese encantado que Girl 6 hubiese asistido al partido con él. Recordó la jugada decisiva y lanzó la pelota al aro que tenía fijado en la pared.

—¡Menudo triple, a falta de un segundo! ¡Inapelable!

Girl 6 había visto el reportaje en el televisor del saloncito y se permitió una precisión.

—¡A falta de décimas de segundo! —exclamó.

Cliente 12 pensó que aquella operadora era una verdadera joya. Y siguió con su tema predilecto.

—Parece una reedición de la temporada 69-70.

La verdad era que Girl 6 desconocía lo de la temporada 69-70. Recordaba que los Miracle Mets llegaron a la final. Aventuró que acaso los Knicks lo hubiesen logrado también.

—Eso mismo he pensado yo —dijo con desenvoltura—. ¿Crees que pueden? —añadió de un modo deliberadamente ambiguo.

Bien. Estaba orgullosa de sí misma. Su contestación

había resultado tan eficaz como poco comprometedora. No le gustaba dárselas de entender de algo de lo que no tenía ni idea. Se cogía antes a un mentiroso que a un cojo, y eso era un mal asunto con un cliente. Su éxito se basaba en la credibilidad.

Cliente 12 se dejó de baloncesto y pensó en otra clase de ejercicio.

—¿Llegar al final? ¿Crees que lo conseguiremos? Tengo una hermosa tranca para ti, Lovely. Te mueres de ganas, ¿verdad, zorrita?

Girl 6 suspiró aliviada. Se sentía más segura en aquel terreno, que era al que, en definitiva, quería llevarlo.

Justo en aquel momento, Girl 42 enfilaba hacia la puerta. Se asomó al cubículo de Girl 6, le dio un sobre y la saludó con voz susurrante.

Girl 6 saludó con la mano a Girl 42, con cierta envidia por no poder marcharse también, y en seguida volvió a concentrar su atención en Cliente 12.

—Sí. Me muero de ganas. Sí. No te iba a dejar ni una gota, mientras tú veías el partido.

Él se imaginó en el Madison Square Garden. Woody y otras celebridades podían sentarse en sus palcos a pie de pista, pero para él, con una amante como Lovely Brown, aquellas localidades eran demasiado indiscretas.

—En la boca..., Lovely, en la boca, mientras te acaricio los pezones.

Se imaginaba entre el vociferante público mientras Lovely Brown le hacía la definitiva asistencia.

—Así, Lovely, en suspensión...

Cliente 12 empezó a jadear y, al cabo de unos momentos, la llamada había cumplido su objetivo.

Girl 6 tuvo mucho trabajo después de sus encestes con Cliente 12 y olvidó abrir el sobre de Girl 42. Es más: hasta primera hora de la tarde no recordó que se lo había dado.

Girl 6 hablaba con Cliente 13 acerca de los primeros colonizadores.

Había sacado del archivador la ficha de Cliente 13

para anotar aquel nuevo tema de interés para él, para tenerlo en cuenta en adelante. Se le volcó el archivador y el sobre de Girl 42 quedó allí, sin abrir, mientras erotizaba al cliente que, por lo visto, era un tipo linajudo.

—Los antepasados de mi madre llegaron en el
May-flower.

—¡Qué apasionante! —exclamó ella.

Girl 6 aprovechó la previsible historia para abrir el sobre. Dentro encontró un artículo sobre Angela King, la niña que cayó por el hueco del ascensor.

—Aquellos primeros colonos eran sexualmente muy activos —prosiguió el cliente con su lección de historia—. Aunque se llamasen «peregrinos», lo de la religión no era más que una tapadera...

Girl 6 estaba muerta de cansancio. Le costaba un tremendo esfuerzo estar a tono con lo que el cliente esperaba de ella.

—Apasionante. Apasionante de verdad —dijo Girl 6 mientras miraba la fotografía del artículo, en la que se veía a Angela sentada en las rodillas de Papá Noel.

Cliente 13 no parecía notar la falta de interés de Girl 6. A él le sobraba entusiasmo para los dos.

—No lo dudes. Imagina que yo soy el capitán inglés y tú Pocahontas. Y que me deseas ardientemente.

Cliente 13 empezó a desarrollar su fantasía del colonizador. No parecía importarle la escasa colaboración de Girl 6, por su parte encantada de que se contentara con que lo escuchase, mientras él y la princesa india reeditaban la leyenda de la exótica doncella.

Todo lo que hacía Girl 6 era gemir de vez en cuando, en los momentos que le parecían más adecuados.

El artículo que le dejó Girl 42 le había interesado y lo leyó. Por lo visto, Angela seguía muy grave. No había recuperado el conocimiento y no parecía probable que lo recobrase en las próximas horas. Su actividad cerebral era escasa y estaba con respiración asistida.

Sus padres y otros familiares la velaban día y noche. El alcalde Giulani, el cardenal O'Oconnor, el senador Rangel, Patrick Ewing, Lawrence Taylor, el reverendo

Sharpton, Salt'n Peppah y otras celebridades habían ido a visitarla.

Nita Hicks, la primera corresponsal que dio la noticia por televisión, estaba ahora rodeada de periodistas de todos los medios informativos de la ciudad.

Girl 6 no necesitaba el artículo para enterarse de la tragedia. Ella ya lo sabía. Pero al ver de nuevo la imagen de Angela la invadió una inesperada y profunda tristeza. No sabía por qué le afectaba tanto. En su barrio morían niños y niñas con asombrosa regularidad. Había algo especial en aquella niña.

Se sentía como si hubiese perdido algo propio. Y, al recordar la pesadilla de su caída por el hueco del ascensor, sintió un premonitorio vacío.

CAPÍTULO 14

A primera hora de la tarde, Girl 6 aún no había terminado el turno. Girl 39 ocupaba el cubículo contiguo y, en aquellos momentos, las dos hacían un «trío» con Cliente 14.

—¿Y si nos pillan in fraganti? —dijo Girl 6 con bien fingido temor.

Girl 39 hacía el papel de la más madura y confiada de las dos.

—Nadie nos va a ver —dijo Girl 39.

—Estoy muy nerviosa, Cindy —dijo Girl 6 con voz de colegiala asustada.

Girl 6 parecía tan concentrada como displicente Girl 39, que hojeaba un catálogo de Avon, en el que acababa de descubrir un lápiz de labios de un tono que le sentaba bien.

—¿No ves que todas están en clase y nosotras en el lavabo, Melissa? Te voy a meter la mano por debajo de la falda.

—Ahhhh —gimió Girl 6, audiblemente entregada al placer.

Cliente 14 se apresuró a pasarles un sucinto informe sobre su estado.

—¡Uf, cómo se me ha puesto!

Mientras ellas transportaban a Cliente 14 por la senda de su fantasía, Comercial 2 se acercó a sus cubículos. Les mostró una nota escrita a mano que decía: «¡Líneas saturadas!»

Estupendo. Eso significaba que hacían bien su trabajo. Girl 39 sonrió y Girl 6 alzó los pulgares con expresión jubilosa. La noticia alimentó la inspiración de Girl 39.

—Desabróchate la blusa, Melissa. No he hecho más que pensar en tus tetas todo el día. Durante la clase de matemáticas..., y en la de historia. Enséñame las tetas.

Cliente 14 estaba realmente en situación y apenas le salió la voz para expresar su entusiasmo.

—Sí, anda, enséñamelas... —dijo.

Girl 39 dejó a un lado el catálogo de Avon y se asomó al cubículo de Girl 6. Puso los ojos en blanco, se levantó la punta de la nariz con la mano izquierda e hinchó los carrillos.

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