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Authors: Max Brooks

Tags: #Terror, #Zombis

Guerra Mundial Z (10 page)

BOOK: Guerra Mundial Z
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¿
Veía las noticias
?

Sí, unos cinco minutos al día: titulares locales, deportes, cotilleos de famosos. ¿Por qué iba a querer deprimirme viendo la tele? Eso podía hacerlo subiéndome a la báscula todas las mañanas.

¿
Y otras fuentes? ¿La radio
?

¿Por la mañana, en el camino al trabajo? Era mi hora zen: después de dejar a los crios, escuchaba a [nombre eliminado por razones legales]. Sus chistes me ayudaban a pasar el día.

¿
Qué me dice de Internet
?

¿Qué le digo? A mí me servía para comprar; a Jenna para hacer los
debes
; a Tim… para ver cosas que me juraba que no iba a volver a ver. Las únicas noticias que veía eran las que aparecían en mi página de inicio de AOL.

En el trabajo tuvo que haber conversaciones…

Oh, sí, al principio. Daba miedo, era raro, «he oído que no es rabia», cosas así. Pero después, aquel primer invierno, el tema se frenó, ¿recuerda?, y, de todos modos, era mucho más divertido hablar sobre el último capítulo del programa aquel del campamento para famosos gordos, o poner verde a cualquiera que no estuviese en la habitación en ese momento.

Una vez, en marzo o abril, llegué del trabajo y me encontré a la señora Ruiz limpiando su mesa. Creía que había reducción de plantilla o que subcontrataban su puesto, ya sabe, una amenaza que me parecía real. Ella me explicó que eran «ellos», así los llamaba siempre, «ellos» o «todo lo que está pasando». Me dijo que su familia ya había vendido la casa y se iban a comprar una cabaña cerca de Fort Yukon, en Alaska. A mí me pareció la estupidez más grande del mundo, sobre todo para alguien como Inez, que no era una de las ignorantes, sino una mexicana «limpia». Siento usar el término, pero así es como pensaba entonces, ése es el tipo de persona que era.

¿
Su marido se sintió preocupado en algún momento
?

No, pero los crios sí, aunque no verbalmente, ni conscientemente, creo. Jenna empezó a meterse en peleas. Aiden no se iba a dormir si no le dejábamos la luz encendida. Cositas así. No creo que tuvieran más información que Tim o que yo; quizá las distracciones de los adultos no los afectaban.

¿
Cómo reaccionaron
su
marido y usted
?

Zoloft y Ritalin SR para Aiden, y Adderall XR para Jenna. Funcionó durante un tiempo. Lo único que me cabreaba era que nuestro seguro no lo cubriera, porque los chicos ya estaban tomando Phalanx.

¿
Cuánto tiempo llevaban tomándolo
?

Desde que salió a la venta. Todos lo tomábamos: «Phalanx significa tranquilidad». Era nuestra forma de prepararnos…, y Tim compró una pistola. Me prometía que me iba a llevar al campo de tiro para enseñarme a disparar. «El domingo —me decía siempre—, vamos este domingo.» Yo sabía que era mentira, porque los domingos se los reservaba a su amante, aquella puta lancha bimotor de cinco metros y medio en la que parecía volcar todo su amor. A mí no me importaba, porque teníamos nuestras pildoras y, al menos, él sabía cómo usar la Glock. Era parte de la vida, como las alarmas contra incendios o los airbags. Quizá pensáramos en ello de vez en cuando, pero era sólo… sólo por si acaso. Y, además, teníamos ya muchas preocupaciones, parecía que todos los meses surgía algo nuevo. ¿Cómo íbamos a controlarlo todo? ¿Cómo saber qué era lo verdaderamente real?

¿
Cómo lo supo
?

Acababa de anochecer, había un partido. Tim estaba en el sillón reclinable con una Corona, Aiden jugaba en el suelo con sus soldados de juguete, y Jenna estaba en su cuarto haciendo deberes. Yo estaba descargando la lavadora, así que no oí ladrar a Finley. Bueno, quizá lo oyera, pero no le presté atención. Nuestra casa estaba en la última fila de la comunidad, justo al pie de las colinas. Vivíamos en una zona tranquila y recién urbanizada de North County, cerca de San Diego. Siempre había conejos, a veces ciervos, corriendo por el patio, así que los puñeteros ataques de nervios de Finley eran una constante. Creo que miré al pósit en el que había escrito que tenía que comprarle al perro uno de esos collares con citronela para que no ladrase. No estoy segura de cuándo empezaron a ladrar los demás perros, ni de cuándo oí la alarma del coche al principio de la calle.

Cuando oí algo que sonaba como un disparo, me metí en el estudio, pero Tim no había oído nada, porque tenía el volumen demasiado alto. Yo no dejaba de decirle que se mirase el oído, porque no se puede uno pasar la juventud en una banda de
speed metal
sin… [suspira], Aiden sí había oído algo y me preguntó qué era. Yo estaba a punto de decirle que no lo sabía, cuando vi que el niño abría los ojos como platos. Estaba mirando algo que había detrás de mí, en la puerta corredera de cristal que daba al patio. Me volví justo a tiempo de ver cómo se hacía pedazos.

Medía más de un metro setenta, hombros estrechos y encorvados, y una barriga hinchada que se le agitaba al andar. No llevaba camisa, así que vimos que su carne gris moteada estaba desgarrada y llena de agujeros. Olía como la playa, como algas podridas y agua de mar. Aiden se levantó de un salto y corrió a esconderse detrás de mí. Tim se levantó del sillón y se puso de pie entre nosotros y aquella cosa. Fue como si todas las mentiras se desvaneciesen en menos de un segundo. Tim miró a su alrededor como un loco, buscando un arma, mientras la cosa lo cogía por la camisa. Cayeron sobre la alfombra, forcejeando, y mi marido nos gritó que nos metiésemos en el dormitorio, que fuese a coger la pistola. Estábamos en el pasillo cuando oí gritar a Jenna, así que corrí a su habitación y abrí la puerta de golpe. Allí había otro, grande, de casi dos metros, con hombros gigantescos y brazos abultados. La ventana estaba rota, y la cosa tenía a Jenna cogida del pelo; la niña gritaba: «¡Mamimamimami!».

¿
Qué hizo usted
?

No… no estoy segura del todo. Cuando intento recordarlo, todo va demasiado deprisa. Lo cogí por el cuello, mientras él se llevaba a Jenna a la boca abierta. Apreté fuerte… tiré… Los niños dicen que le arranqué la cabeza al monstruo, que me quedé con ella en la mano, mientras toda la carne, los músculos y lo demás colgaban hecho pedazos. No creo que eso sea posible, aunque quizá, con toda la adrenalina… Creo que los niños han ido cambiando sus recuerdos a lo largo de los años, haciéndome parecer la novia de Hulk o algo parecido. Sé que liberé a Jenna, lo recuerdo, y, un segundo después, Tim entró en la habitación con la camisa llena de una sustancia negra y viscosa. Me tiró las llaves del coche y me dijo que metiese a los chicos en el Suburban. Él salió corriendo al patio, mientras nosotros nos dirigíamos al garaje. Oí cómo se disparaba su arma cuando arrancaba el motor.

El Gran Pánico
Base de la Guardia Nacional Aérea en Parnell (Memphis, Tennessee, EE.UU.)

[Gavin Blaire pilota uno de los dirigibles de combate D-17 que constituyen el corazón de la Patrulla Aérea Civil Estadounidense. Es una tarea que le va muy bien, ya que, en su vida civil, pilotaba un dirigible de Fujifilm.]

Se perdía en el horizonte: turismos, camiones, autobuses, caravanas, cualquier cosa que se pudiera conducir, incluso tractores y una hormigonera. De verdad, incluso vi una camioneta que sólo tenía encima un cartel gigante, una valla publicitaria que anunciaba un «club de caballeros». La gente estaba sentada encima; se subía encima de todo, en los tejados, entre las bacas de los coches. Me recordaba a las viejas fotografías de los trenes de la India, con los pasajeros colgados de ellos como si fuesen monos.

Había todo tipo de mierda en la carretera: maletas, cajas e incluso muebles caros. Vi un piano de cola, fuera de coñas, allí aplastado como si lo hubiesen tirado desde lo alto de un camión. También había muchos coches abandonados. Algunos los habían empujado, otros los habían vaciado y otros habían ardido. Vi a muchas personas a pie, caminando por las llanuras o siguiendo la carretera. Algunos llamaban a las ventanas, ofreciendo todo tipo de cosas. Unas cuantas mujeres se desnudaban, probablemente intentando conseguir gasolina a cambio; no creo que pidiesen que las llevaran, porque iban más deprisa que los coches. No tendría sentido, pero… [se encoge de hombros].

Más adelante, a unos cincuenta kilómetros, el tráfico avanzaba un poco mejor. Aunque lo lógico habría sido que los ánimos estuviesen más calmados, no era así; la gente encendía los faros, se chocaba con el coche que tuviera delante, salían y se echaban al suelo. Vi a unos cuantos tirados junto a la carretera, sin moverse apenas o nada. La gente pasaba corriendo entre ellos, cargando niños, cosas o simplemente corriendo, todos en la misma dirección del tráfico. Unos cuantos kilómetros más adelante, vi por qué.

Un enjambre de criaturas avanzaba entre los coches. Los conductores de los carriles exteriores intentaban salirse de la carretera y se metían en el lodo, lo que dejaba atrapados a los de los carriles interiores. La gente no podía abrir las puertas, porque los coches estaban muy pegados. Vi cómo aquellas cosas metían las manos por las ventanas abiertas y sacaban a los pasajeros, o entraban ellos mismos. Muchos conductores estaban atrapados dentro, con las puertas cerradas y, supongo, bloqueadas. Tenían las ventanas subidas, de cristal de seguridad, así que los muertos no podían entrar, pero los vivos tampoco podían salir. Vi que a algunos les entraba el pánico e intentaban huir por los parabrisas, destrozando la única protección que tenían. Estúpidos. Si se hubieran quedado dentro podrían haber tenido algunas horas más de vida, quizá incluso una oportunidad de escapar. Puede que no hubiese escapatoria, sino un final más rápido. Había un remolque en el centro del carril, sacudiéndose a un lado y a otro, con los caballos todavía dentro.

El enjambre siguió avanzando entre los coches, abriéndose camino a mordiscos por los carriles atascados, mientras aquellos pobres cabrones intentaban escapar. Y eso es lo que más me atormenta, que no iban a ninguna parte.

Estábamos en la I-80, un trozo de autopista entre Lincoln y North Platte. Los dos lugares estaban infestados, así como todos los pueblecitos entre uno y otro. ¿Qué creían que hacían? ¿Quién organizó aquel éxodo? ¿Lo hizo alguien? ¿Es que vieron una fila de coches y decidieron unirse sin preguntar? Intento imaginarme cómo debió ser, parachoques contra parachoques, con los niños llorando, los perros ladrando, sabiendo lo que se acercaba y esperando, rezando para que alguien más adelante supiera adonde iba.

¿Alguna vez ha oído hablar del experimento que un periodista estadounidense hizo en Moscú en los setenta? Se puso en la puerta de un edificio, de un edificio sin nada especial, una puerta al azar. Y, efectivamente, alguien se puso en cola detrás de él, después dos personas más, y, antes de darse cuenta, la cola le daba la vuelta al bloque. Nadie preguntó para qué era la cola, simplemente supusieron que merecía la pena. No sé si la historia será cierta, quizá no es más que una leyenda urbana o un mito de la guerra fría. ¿Quién sabe?

Alang (India)

[Estoy en la orilla con Ajay Shah, contemplando los restos oxidados de lo que un día fueran barcos orgullosos. Como el gobierno no posee los fondos suficientes para retirarlos, y como tanto el tiempo como los elementos han dejado prácticamente inútil su acero, siguen siendo monumentos silenciosos en recuerdo de la matanza de la que la playa fue testigo.]

Me dicen que lo que pasó aquí no fue un hecho aislado, que en todas las costas del mundo la gente intentaba desesperadamente embarcar en cualquier cosa que flotase para tener una oportunidad de sobrevivir.

Yo no sabía lo que era Alang, aunque había pasado toda la vida en Bhavnagar, que está cerca. Era director de una oficina, un enérgico profesional desde el día en que salí de la universidad. La única vez que había trabajado con mis manos fue para utilizar un teclado, y eso no había vuelto a suceder desde que nuestro
software
pasó a funcionar mediante reconocimiento de voz. Sabía que Alang era un astillero, por eso intenté venir aquí en primer lugar, esperando encontrar una fábrica produciendo un barco detrás de otro para ponernos a salvo. No tenía ni idea de que fuese todo lo contrario: Alang no construía barcos, sino que los mataba. Antes de la guerra, era el desguace de barcos más grande del mundo; las compañías chatarreras indias compraban navios de todos los países, para después traerlos a esta playa, desmontarlos, cortarlos y hacerlos pedazos hasta que no quedaba ni un perno. Las docenas de barcos que veía ni estaban cargados ni funcionaban, no eran más que cascarones vacíos esperando la muerte.

No había diques secos ni varaderos. Alang era más una extensión de arena que un desguace en sí. El procedimiento estándar consistía en empujar los barcos hasta la playa y dejarlos varados como si fuesen ballenas. Creí que mi única esperanza era la media docena de recién llegados que todavía estaban anclados junto a la orilla, los que tenían algo de tripulación y, esperaba, un poco de gasolina en los depósitos. Uno de aquellos barcos, el Veronique Delmas, intentaba sacar a la mar a uno de sus hermanos varados. Habían atado precariamente cuerdas y cadenas a la popa del APL Tulip, un buque portacontenedores de Singapur que ya había sido parcialmente destripado. Llegué justo cuando el Delmas encendía los motores, y pude ver el agua blanca que se agitó cuando el tirón del barco tensó las cuerdas; también oí cómo las cuerdas más débiles se rompían, sonando como tiros.

Pero las cadenas más fuertes… resistieron más que el casco. El Tulip tuvo que fracturarse la quilla al varar porque, cuando el Delmas empezó a tirar, oí un gruñido terrible, un chirrido del metal. El Tulip se partió, literalmente, por la mitad, y la proa se quedó en tierra, mientras la popa salía al mar.

Nadie pudo hacer nada, el Delmas ya iba a máxima velocidad, de modo que arrastró la popa del Tulip hasta aguas profundas, donde se volcó y hundió en cuestión de segundos. Puede que hubiera unas mil personas a bordo, cada camarote, pasarela y centímetro cuadrado de cubierta estaba abarrotado. Sus gritos quedaron ahogados por el trueno del aire al escapar.

¿
Por qué no esperaron los refugiados en los barcos varados, subieron las escaleras y los hicieron inaccesibles
?

Usted habla en retrospectiva, con racionalidad; no estuvo allí aquella noche. El astillero estaba lleno hasta el agua, una línea demencial de humanidad, iluminada por los incendios del interior. Cientos intentaban llegar nadando a los barcos y la espuma estaba llena de los que no lo conseguían.

BOOK: Guerra Mundial Z
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