Read Hijos del clan rojo Online
Authors: Elia Barceló
Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico
—No temas. Conozco tu secreto, pero conmigo está a salvo. ¿Para qué iba a contarlo? ¿De qué me serviría? ¿Quién me iba a creer? —terminó con otra risotada—. Pero a ti te lo diré.
—¿Acambio de qué? —El Shane podía estar loco, pero nunca había dado algo por nada; salvo una vez, en un tiempo tan lejano que Imre pensaba a veces que lo había imaginado.
Sin apartarse de su lado, frotándose contra él como un gato contra el sólido tronco de un árbol, contestó bajando la voz hasta convertirla en un susurro apenas audible.
—Quiero cruzar esa puerta para no volver. Y quiero que, cuando tú tengas lo que deseas, los mates a todos, Imre. A todos.
—¿Quieres masacrar a
karah
?
—No son más que un puñado ya, Imre. Se merecen la muerte. Y el planeta se merece librarse de nosotros por fin. —Nadie se apartó del Presidente y se quedó contemplando las luces de la ciudad, musitando una canción tan vieja que Imre sintió que se le encogía el estómago de angustia. Era evidente que empezaba a alejarse de él.
—Shane. Nadie. Dime dónde está.
—Jura. —El
mahawk
rojo se dio la vuelta, tendiéndole un estilete como un carámbano de cristal que reflejaba mil luces de colores en la oscuridad.
Un largo silencio. Los ojos se encontraron y se quedaron prendidos de la mirada del otro, recordando, calculando, calibrando la ganancia y la pérdida. Al cabo de un tiempo que parecía estar fuera del tiempo que miden los relojes, Imre Keller flexionó la mano izquierda y, asiendo fuertemente la hoja con la derecha, la pasó por la palma hasta que brotó la sangre. El Shane hizo lo mismo y sus manos se estrecharon, ensangrentadas, goteando sobre el suelo de mármol negro.
—La tienen unos fanáticos. Ellos no saben lo que tienen, no saben qué es ni para qué sirve, pero están dispuestos a todo para proteger sus reliquias —susurró el Shane al oído de Imre, como si hubiera alguien más en el piso ochenta del edificio. Las dos manos latían como si compartieran un solo corazón—. ¿Has oído hablar de la Rosa de Luz o
Lux Aeterna
? Ellos la tienen.
Se agachó, recogió al vuelo su capa, se envolvió en ella con un floreo, se echó la capucha sobre la cabeza y ya en la puerta se volvió hacia Imre, que se había quedado plantado en mitad de la sala, rodeado por las luces de la ciudad, como suspendido entre la tierra y el cielo, goteando sangre.
—Adiós, hermano. En tus manos está.
—¡Honor a los clanes! ¡Honor a tu clan! —contestó el Presidente con voz enronquecida un segundo antes de que se cerrara la puerta.
Sólo le respondió la risa de Nadie desde el pasillo.
Lena estaba parada al borde de la carretera tratando de cruzar a la Chellah, cuya larga muralla de color ocre se alzaba ya frente a ella, pero el tráfico era tan endiablado que no había manera de atreverse a pasar sorteando los coches, como hacían los nativos, y los conductores no parecían tener ninguna intención de cederle el paso.
No eran más de diez o quince metros, pero llevaba allí parada unos cuantos minutos y empezaba a pensar que la Chellah era inalcanzable, al menos a esa hora del día.
Ya se le había pasado el ataque de llanto y la caminata le estaba sentando bien porque la ayudaba a despejarse la cabeza y a mover un poco los músculos, pero de todas formas se sentía sola y echaba de menos su casa, su familia, sus amigos, y a Dani.
En una cafetería por la que había pasado había visto un árbol de Navidad y eso le había hecho buscar un calendario y darse cuenta de que era Nochebuena, una Nochebuena que pasaría en un país norteafricano, sola, sin música, sin regalos, sin nada de lo que había representado siempre la Navidad. Y esta vez habría sido la primera con novio; se había hecho muchas ilusiones de lo que harían juntos, de todas las cosas que volverían a ser nuevas al hacerlas en pareja; también pensaba presentarle a Dani a su padre y quizá conocer a la familia de él, sentir que estaba empezando otra etapa de su vida. Y sin embargo, allí estaba, sola en un país extraño, sin poder comunicarse con nadie, cumpliendo las órdenes de una especie de psicópata que ni siquiera era humano, para aprender cosas que no entendía qué falta le podían hacer; aunque tenía que reconocer que, cuando conseguía dominar un paso más, la sensación de triunfo era maravillosa.
Estaba empezando a cansarse de estar allí como una idiota, viendo pasar los coches a toda velocidad, sin atreverse a intentar llegar al otro lado, así que de un momento a otro, casi sin decidirlo, se lanzó a la calzada para obligarlos a frenar, al menos lo justo hasta que consiguera llegar a donde quería.
Hubo frenazos, gestos obscenos y algún que otro bocinazo, pero pronto se encontró a menos de dos pasos de la otra acera. Entonces, como surgido de la nada, vio con el rabillo del ojo un enorme todoterreno negro que se le echaba encima a velocidad suicida y supo que no podría esquivarlo, que un instante después el coche la embestiría y ella acabaría rota contra el asfalto y aplastada por el resto de vehículos que no podrían frenar a tiempo. Todo su cuerpo se tensó, preparándose estúpidamente para el golpe, y, de improviso, sin saber cómo, se encontró a salvo, en la acera en la que quería estar; temblando, pero a salvo.
Sacudió la cabeza, perpleja. ¿Había dado un salto sin darse cuenta para librarse del coche que la embestía? No recordaba haber saltado, pero tenía que ser así.
Bien, Lena
, oyó en su interior.
Bien, ¿qué
?
Los ejercicios del lago y la hoguera han resultado útiles
.
¿
Qué? No es posible
.
De momento sólo puedes hacerlo en circunstancias de tensión extrema, pero lo conseguirás
.
¿
He saltado? ¿He saltado como en los ejercicios? ¿Yo sola o me has empujado tú
?
Sombra te ha ayudado un poco, pero lo has hecho tú. La próxima vez serás capaz de hacerlo sola
.
No podía creerlo. Era demasiado bueno. Y además era imposible.
Tu especie no es capaz de hacer muchas cosas porque estáis convencidos de que no podéis hacerlas. Vuestras investigaciones científicas os han persuadido de que ciertas cosas son imposibles y de que vuestro mundo es como ellas postulan, pero, como acabas de comprobar, se puede aprender. De todas formas, no todos tenéis las condiciones necesarias. Tú las tienes
.
Lena, deseando ponerse a dar saltos de alegría, pagó el dirham que costaba entrar en la Chellah y bajó el caminito hacia las ruinas en medio de las acacias y unos árboles desconocidos con grandes flores de color de rosa, colgando de las ramas como bolas de Navidad. Sombra estaba sentado en una gruesa columna truncada, mirando el minarete donde aún se veía un nido de cigüeñas vacío. No había nadie más. El valle del Bouregreg se extendía, luminoso y ancho, abajo a su izquierda.
—Gracias, Sombra —le dijo en voz alta cuando llegó a su altura—. Por enseñarme, pero, sobre todo, por salvarme la vida. Ese todoterreno estaba a punto de matarme.
—Ese todoterreno era Sombra. No te habría matado. Pero ha servido para hacerte saltar.
Abrió la boca para gritarle y la volvió a cerrar. Se trataba, al parecer, de su método didáctico, y tenía que confesarse que había funcionado. Sin el estímulo de aquel mastodonte que estaba a punto de aplastarla, nunca habría conseguido saltar.
—Sombra… —Continuó mentalmente—:
Cuando has dicho que me habías ayudado un poco, ¿era eso lo que querías decir, que tú eras el coche, o que me has ayudado a saltar
?
Lo primero
.
Entonces, ¿lo he hecho yo sola
?
Sí
.
¿
Qué voy a aprender ahora
?
Algo que llevará mucho tiempo. Vas a aprender que tú eres todo
.
Lena se echó a reír sin poder evitarlo. Aquello sonaba tan absurdo, tan prepotente, que la única reacción posible era la risa.
¿
Cómo que yo soy todo
?
Sombra no te dará explicaciones teóricas. Lo comprenderás cuando lo sientas. Entonces ya no lo encontrarás risible. Ven. Pon tu mano en el muslo de Sombra
.
Se acercó a él y, con una leve vacilación, hizo lo que le pedía. Los músculos de su pierna, a través de la tela del pantalón, eran pura piedra.
¿
Percibes la solidez de la pierna
?
Sí
.
¿
Percibes dónde empieza el muslo de Sombra y dónde acaba la superficie de tu mano
?
Sí, claro
.
Mira a Sombra a los ojos y aprieta un poco la mano
.
Lena obedeció.
¿
Sigues percibiendo lo mismo
?
Sí
.
Mira hacia abajo
.
Estuvo a punto de desmayarse. Su mano se hundía en el muslo de Sombra, a través del tejido del pantalón, como si la hubiera metido en un estanque. La sacó de un tirón y empezó a frotársela contra el pecho con la misma sensación de asco que si la hubiera metido en el limo de un estanque lleno de cosas podridas. Sombra la miraba impertérrito, como siempre, hasta que a ella misma empezó a darle vergüenza lo exagerado de su reacción.
Todo está compuesto de los mismos elementos. Todo está en movimiento constante. Tú eres todo. Todo es tú
.
Me asusta, Sombra
.
Porque contradice todo lo que has aprendido. Imagina que metes la mano en el agua, en una corriente de aire, como los secadores de manos, en la llama de una vela por unos segundos, ¿te asusta eso
?
No
.
Sombra bajó de la columna, dejándole libre el sitio.
Mete la mano ahí
.
¿
Dónde
?
La mirada de Sombra no dejaba lugar a dudas. Le estaba pidiendo que intentara meter la mano en la columna de mármol, como si fuera agua.
Si te ayuda, puedes imaginar cera líquida o chocolate blanco fundido
.
Lena extendió el dedo índice, titubeante, como si fuera a probar una salsa, y tocó la dureza del mármol, caliente de sol.
Mételo
.
No pue
…
En un instante, su dedo se había hundido en la piedra, lo que le arrancó un grito de sorpresa. No sentía nada en el dedo, ni frío ni calor, ni presión ni textura; era simplemente como si el mármol no existiera.
Imagina que tu dedo está hecho de finísimos granos de arena y lo estás metiendo en un vaso lleno de piedras de río. Cabe perfectamente ¿no lo notas? Tus granos de arena ocupan los vacíos entre las piedras
.
Sombra
.
Sintió que la escuchaba, aunque no se hubiera molestado en contestarle; también tuvo la sensación de que sabía muy bien qué era lo que iba a preguntar.
Si sigo aprendiendo, al final dejaré de ser humana, ¿verdad
?
Sí. Ésa es la meta
.
Yo no quiero dejar de ser humana
.
Puedes intentar conservar también tu humanidad, pero ésa no es la tarea de Sombra
.
¿
Qué puedo hacer
?
Sombra no sabe ni puede ayudarte en eso
.
Lena se sintió arrastrada por un miedo terrible, por una pena tan intensa que le cortaba la respiración. Si seguía por el camino que había emprendido, acabaría siendo el ser más solitario de la tierra, separada de todos, capaz de hacer milagros, pero sola, distinta, monstruosa.
Por favor, Sombra, dime qué puedo hacer
.
Puedes pensar qué es lo que te hace humana, qué es lo que deseas conservar de tu naturaleza anterior y practicar para no perderlo. Sólo se alcanza la perfección practicando, con esfuerzo, con entrega. Eso es algo que empiezas a saber
.
Sí
.
La tristeza la estaba invadiendo como una niebla, lentamente, casi sin notarlo. Pensó que le gustaría dormirse durante cien años y que al despertar Sombra hubiera desaparecido y todo hubiera vuelto a la normalidad.
¿
Y si me niego a aprender
?
Nunca sabrás para qué has nacido. Tu madre seguirá muerta; su sacrificio habrá sido inútil
.
¿
Qué? ¿Qué has dicho de mi madre? ¿Qué tiene que ver mi madre con esto
?
Ella grabó la marca en tu cráneo. Ella sabía lo que tenía que suceder
.
Si yo continúo, ¿ayudará eso a mi madre de alguna forma
?
Sombra no contestará más preguntas ahora. Elige. ¿Deseas aprender?
Sí
.
A ella misma le sorprendió su rapidez de respuesta.
En ese caso sigue practicando. Entra en la roca. Sé la roca. Haz que la roca sea tú
.
Cerró sus sentimientos, olvidó que era Nochebuena y que estaba sola, y que pronto dejaría de ser humana, y se concentró en lo que Sombra le enseñaba. Si su madre lo había previsto así, tendría que confiar en que no se hubiera equivocado.
Habían pasado ya las vacaciones de Navidad cuando Daniel, cansado de esperar, decidió ponerse de nuevo en contacto con el padre de Lena.
Había llamado varias veces al número de Marruecos, había averiguado que era un hotel, había visto las fotos en Internet e incluso había conseguido entenderse más o menos con el recepcionista, pero al final había tenido que aceptar que no había ningún cliente alojado que respondiera al nombre de Aliena Wassermann; ni siquiera tenían ningún cliente austríaco, le había dicho una muchacha muy simpática que hacía el turno de mañana.
Una explicación posible era que Lena hubiera conseguido escapar unos minutos y se hubiera metido a telefonear en el primer hotel que le había salido al paso. Ni siquiera era seguro ya que siguiera en Marruecos, pero él no había podido moverse de Austria porque, estando en el ejército, no tenía permitido cruzar la frontera de su país. Le faltaban algo menos de cuatro meses para licenciarse y eso era una eternidad. No podía estar seguro de que ella fuera a quedarse allí durante tanto tiempo, pero era la única pista que tenía.
En cuanto terminara la mili y tuviera los papeles en regla, cogería todos sus ahorros y se iría a buscar a Lena, pero por el momento no le quedaba más remedio que aguantar y quizá tratar de intercambiar información con el señor Wassermann; ahora por lo menos tenía algo que ofrecer: él sabía dónde estaba Lena, o al menos dónde había estado unos días atrás, y él probablemente no.