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Authors: Julián Ignacio Nantes

Tags: #Ciencia Ficción

Hikaru (2 page)

BOOK: Hikaru
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El Cyborg corre fuera de la sala. Ruth grita desde el piso mientras se incorpora:

—Disparen la protección de fundición de cerebro.

—No funciona, señor, rechaza todas las señales que enviamos —responden los operadores por el altavoz de la sala.

Ruth está furioso.

—Ese robot no debe dejar las instalaciones del laboratorio. Envíen a los centinelas. Hay que detenerlo como sea —ordena enojado.

El caso

Corría el año 2012, la contaminación no daba abasto, faltaba el agua e irónicamente el planeta se inundaba. Estados Unidos quería tomar protagonismo e imponerse por la fuerza. Guerra en todos lados. Entonces, se creó un grupo destinado a traer muerte y paz, los Kanes, humanos modificados cibernéticamente, especializados en el arte del combate. Liderados por Vulpécula, su misión era acabar con los líderes político-militares de las naciones pro-guerra. Completada su misión, no supieron sosegarse y se enfrentaron a sus propios líderes. Veían levantamientos de guerra por todos lados, perseguidos por una sed de sangre insaciable. Al poco tiempo todos fueron reunidos en un campo militar, engañados con el propósito de planificar un ataque definitivo contra aquellas naciones que amenazaban la paz. En la ceremonia, los Kanes formaban fila frente a un estrado donde hablaba un militar importante. Se les dijo que deberían deponer las armas, que ya no eran necesarios. La reacción fue una revuelta. Un oficial quiso salir a calmarlos y uno de los Kanes le saltó encima y lo degolló, luego echó a correr por el locutor. Allí murió el primer Kan. Volando en pedazos, sus restos caerían cerca de Vulpécula y sus compañeros.

—¡Son héroes de guerra! —gritaba el militar del estrado—, pero no se tolerarán insubordinaciones.

Se mostró a los Kanes una caja con detonadores, uno por cada Kan, identificado con su sello personal; eran detonadores de las bombas instaladas secretamente en su creación.

—Serán reinsertados en la sociedad y, debido a la dificultad para contener sus instintos asesinos, tomarán de por vida unas pastillas especialmente creadas para mantenerlos sedados —prosiguió el militar—. El que no quiera seguir esta regla o tenga problemas para acostumbrarse seguirá la suerte de su compañero.

Vulpécula se dirige en auto al laboratorio, recuerda momentos atrás en el cuartel de policía.

—¿Tú trabajando, Vulpécula? —ironiza el oficial sorprendido.

—¿Qué? Hasta yo puedo llegar a aburrirme demasiado aquí adentro, aparte este caso no debería traerme problemas.

—Me sorprende la calma con la que te tomas todo. ¿Quién hubiera pensado eso de ti 200 años atrás? Pareciera que los libros de historia han exagerado todo.

“Libros de historia…”, piensa Vulpécula y le sobrevienen flashes de una guerra sangrienta, él armado hasta los dientes y bañado en sangre de sus enemigos.

—Ya han pasado tres generaciones humanas desde nuestra guerra —comenta luego de volver a la realidad— para ellos es historia antigua… yo lo recuerdo como su hubiese sido ayer.

Instalaciones de los laboratorios ATHE.

—Ese robot no debe dejar las instalaciones del laboratorio, envíen a los centinelas, hay que detenerlo como sea —grita Ruth mientras se reincorpora.

Dos robots esféricos, de metro y medio de diámetro, se activan y salen rodando tras el Cyborg por el estacionamiento en frente del laboratorio.

Vulpécula se encuentra allí con el auto estacionado, ve al Cyborg y toma una foto, Observa pasar los otros robots.

—¿Qué es eso? ¿Podrían ser robots? —se pregunta Vulpécula—. Veo, así la policía nunca se enteraría… Pero este chico debería estar emitiendo algo —observa su computadora de a bordo—. No hay alarmas en este momento, qué raro…

Vulpécula mira la persecución hasta que la pierde de vista, agarra un frasquito de pastillas entre sus manos.

—¡Ah! ¡Qué tiempos aquellos! Si no fuera porque tengo que tomar esta medicina regularmente, me habría sumado a la persecución. Parecía divertida. Veamos qué sucede allí dentro —desciende del auto y entra al laboratorio. Se presenta en la recepción como policía y da su rango—. Busco a estos muchachos —dice al tiempo que entrega una lista con nombres al recepcionista.

—Lo siento, yo comencé mi turno apenas media hora atrás y desde entonces no ha entrado nadie extraño y, desafortunadamente, tampoco se lleva registro formal de ingresos en esos casos.

—También busco a este científico.

—Sí, aún se encuentra en la empresa, en seguida se lo ubico —el recepcionista realiza unos toques en su computadora y en breve sale a recibirlo Ruth.

—Oficial, ¿en qué le puedo servir?

—Busco al científico Feder. Hemos recibido una alerta de su IdIn media hora atrás, me preguntaba cómo se encontraría.

—Él se encuentra bien, sólo ha sido una descompensación, está descansando en nuestro centro médico en este momento.

—Bien, quisiera verlo.

—Sí, por supuesto.

El Cyborg corre a toda velocidad por una calle poco transitada mirando eventualmente hacia atrás a sus perseguidores esféricos. El robot más adelantado, sin dejar de rodar, saca un par de cañones de cada lado.

—¿Por qué me está pasando esto? —se pregunta el Cyborg al tiempo que llega a un cruce de calles.

El semáforo está en rojo, el Cyborg distraído es embestido por un auto que cruza la calle y lo arroja contra la gran vidriera del negocio de la esquina. El robot dispara sus cañones siguiendo al Cyborg en el aire con su puntería, pero el auto que lo embiste le sirve de escudo y luego de varios disparos en la carrocería, que ocasionan enormes agujeros, explota.

—Parece que no me hice nada —comenta el Cyborg mientras se levanta de entre una pila de escombros—. ¡Qué suerte!

—Tlin tlin —suena de pronto una latita a los pies del Cyborg, que la observa con grandes ojos y comienza a correr.

La explosión de la granada lo termina por arrojar nuevamente a la calle. Cuando aún está en el aire, uno de los centinelas le dispara una red y lo atrapa.

—No piensan dejarme en paz, ¿no?

La red está unida por una soga al panel lateral del centinela, éste parece comunicarse con el otro y emprenden el regreso al laboratorio, arrastrando tras de sí al Cyborg atrapado.

Ruth acompaña a Vulpécula hasta la sala médica en el tercer y último piso del edificio. Vulpécula observa a Feder tendido en la cama dormido.

—¿No le parece que, por una simple descompensación, tiene demasiados equipos conectados vigilando sus signos vitales?

—Sí, quizás. Él es un gran científico, en esta empresa nos preocupamos mucho. Creemos que debió sufrir un pico de presión. Mañana se promociona un gran invento suyo y es natural que se encuentre estresado. De hecho todos lo estamos un poquito.

—¿Por qué no lo han trasladado a un hospital?

—Oficial, me ofende. Los equipos que encuentra en todos los hospitales de la ciudad han sido creados por nosotros y nadie los conoce mejor que nuestro personal. Créame que aquí se encuentra en mejores manos.

Vulpécula se va pensando “No, no te creo nada, pero ya no tengo más ganas de discutir. ¿Serán las drogas? Me pregunto qué pasaría si dejo de tomarlas, hace más de cien años que ya no me controlan…”

Los centinelas van uno delante del otro arrastrando al Cyborg por una calle amplia de doble mano, con un pequeño bulevar con árboles equidistantes en el medio.

El Cyborg hace un esfuerzo por sacar sus piernas entre los espacios de la red, logra levantarse y continúa la marcha corriendo forzado por la red que contiene el resto de su cuerpo.

—Nadie vendrá a rescatarme… tendré que salir solo de esta situación —se dice a sí mismo mientras a lo lejos, en la mano opuesta, observa un gran camión que se acerca—. Bien, esta es mi oportunidad.

El Cyborg mide con la vista la fila de árboles, corre hacia ellos lo más que le permite su atadura y, con los brazos fuera de la red, se agarra fuertemente a un árbol.

La soga produce un tirón en el centinela al que está atado y lo fuerza a rodar hacia la mano opuesta donde es embestido brutalmente por el camión y despedazado. Pedazos de metal caen por todos lados. El Cyborg se relaja por un momento y se sienta de espaldas al árbol. La esfera robótica que queda se frena varios metros más adelante y regresa hacia el Cyborg, sacando a relucir una sierra en todo su meridiano.

El Cyborg se alarma, toma un pedazo de metal con filo que cae cerca suyo y comienza a cortar desesperadamente la red. El centinela se acerca a toda velocidad, pero el Cyborg termina por zafarse de la red y saltar a un lado un instante antes de que el centinela parta al medio el árbol.

En el laboratorio Ruth entra a una sala de control que está más oscura de lo habitual. Dentro, hay un par de operadores frente a unos monitores.

—¿Y? ¿Hay noticias?

—No, señor. Los centinelas aún no logran capturarlo, uno de ellos ha sido destruido. Ruth se acomoda al lado del operador a observar los monitores. En uno de ellos se ve un mapa de la ciudad con una señal de ubicación y en otro el estado de los centinelas.

—Se acercan al puente del acceso oeste —dice el otro operador—. Señor, los centinelas no están preparados para el agua… —agrega nerviosamente.

El Cyborg corre hasta el puente en arco y trepa por uno de sus laterales. Cuando se encuentra en el cenit de la curva se gira para observar al centinela que se detuvo en la base.

—Je, je. Es imposible que pueda seguirme hasta aquí… —el Cyborg esboza una sonrisa que borra rápidamente cuando la esfera comienza a separarse por la mitad desde su base y a estirarse en forma de ciempiés.

El centinela, en su nueva forma, trepa por la viga ágilmente en dirección del Cyborg. Un cañón asoma por su lomo y comienza a disparar. Algunos proyectiles pasan cerca del Cyborg y otros dan en la viga del puente, lo sacuden y ponen su estructura en riesgo. El Cyborg no tiene chance de escapar y se aferra como puede para no caer.

El puente finalmente colapsa entre el Cyborg y el centinela. Cuando se encuentran a pocos metros, ambos caen al vacío pero el Cyborg alcanza a tomarse de un tensor que lo balancea hasta tierra a un costado del río. El centinela golpea con la estructura del puente y cae al agua donde produce rayos y humo.

En el laboratorio no tarda en desaparecer la señal del centinela de los monitores.

—Hemos perdido todo rastro, señor, ahora es imposible ubicar al Cyborg.

—Maldición.

El Cyborg camina por la ciudad hasta una pequeña placita. Allí trepa a esconderse entre las ramas más altas de un árbol.

PIPIPIPI, suena el reloj pulsera de Vulpécula que está sumido en sus pensamientos en el auto.

—Ya es hora —saca una pastilla del frasquito y está por ingerirla. Se detiene, se la queda mirando un buen rato en silencio. La pone a la luz de la luna con su mano izquierda y, haciendo salir una uña afilada de su mano derecha, rebana un milímetro de pastilla que va a parar al piso del auto. Luego, se traga la parte restante.

Fastball

El sol comienza a salir.

—¿Qué ha sido todo eso? ¿Esa tristeza tan profunda que sentí por el científico de la camilla? ¿El odio repentino al otro? —se cuestiona el Cyborg en lo alto del árbol—. No recuerdo absolutamente nada. Para empezar, ¿qué hacía allí atado en ese lugar? Sea lo que haya sido —piensa— debo continuar con mi vida. Hasta que pueda averiguar algo de mi pasado tendré que vivir lo que mejor que pueda dejándome guiar por mis emociones, es como si fuera lo único que me queda.

Comienza a caminar y se adentra en la ciudad. En su camino se cruza con grupos de jóvenes que visten las más variadas prendas, ve desde autos voladores hasta pequeños robots de limpieza y máquinas expendedoras ambulantes.

Pasa por un costado del campo de deportes universitario y ve a través del enrejado que separa la vereda a un grupo de chicos que visten una especie de armadura ligera. Están jugando con una pelota de mano y dando saltos que desafían la gravedad dentro de una cancha transparente cerrada. Guiado por sus emociones decide entrar, y rodea el campo de deportes en busca de la entrada.

Su apariencia de estudiante no le ocasiona ningún problema para pasar de largo el control de entrada. Aprovecha y se confunde dentro de un grupo mayor de estudiantes que entran en ese momento. Cruza el club hasta la cancha transparente, distraído solamente por los cuerpos de las estudiantes en atuendos acordes a cada deporte.

—Son hermosas, todas son hermosas. ¡Qué maravillosos cuerpos! ¿Cómo es que siento tanto deseo por esos cuerpos? ¿Qué clase de hombre era yo antes? —piensa mientras se acerca a la cancha.

Cuando llega ya están todos los chicos afuera con uno de ellos lesionado. El que parece ser el líder del grupo llama la atención del Cyborg.

—¡Hey, tú! Nuestro compañero no va a poder jugar por un buen tiempo y tenemos un entrenamiento pendiente. ¿Podrías ocupar su lugar por un rato?

—Seguro, ¿cómo son las reglas?

Todo el grupo estalla en carcajadas.

—Ten, vamos a jugar —dice el líder mientras le arroja la armadura liviana del lesionado al pecho del Cyborg que lo mira inexpresivo—. ¿Qué? ¿En serio no sabes las reglas? ¿Nunca has jugado Fastball? Todos adentro —el líder se dirige al equipo—, práctica de tiros de penal, uno a la vez —y entonces vuelve su atención al Cyborg—. Te daré unas nociones básicas. Primero, yo me llamo Muro. ¿Cuál es tu nombre?

—¿Mi nombre? eh… Hikaru.

—Ok, Hikaru. Mira, es bastante simple. Tenemos la cancha y dos equipos de cuatro jugadores cada uno. Ven te ayudo con el equipo —dice al tiempo que comienza a ponerle una especie de armadura que incluye pechera, muñequeras, perneras y pie—. La armadura te ayudará a moverte en el juego y a realizar cosas asombrosas, tu muñequera tiene un control para que puedas programar jugadas y dar dirección a la pelota cuando la tienes en tu poder. El objetivo del juego es meter la bola en el aro del equipo contrario. Una vez que el juego empiece no habrá pausa, la cancha es cerrada y la bola estará siempre en juego hasta que se anote un punto y sólo entonces se podrá pedir un descanso. Las reglas oficiales establecen que cada equipo puede pedir dos tiempos fuera de dos minutos por partido. Los partidos se juegan a quince puntos o a una hora, lo que ocurra primero. Finalmente, y lo más importante, las agresiones físicas son castigadas con un penal. En ese caso el equipo agredido tiene la oportunidad de un tiro desde mitad de cancha sin obstáculos más que la distancia. Es prácticamente equivalente a regalar el punto… —le explica Muro mientras pone una mano sobre el hombro de Hikaru—. Vamos adentro, aprenderás el resto sobre la marcha, es bastante intuitivo.

BOOK: Hikaru
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