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Authors: José Mallorquí

Tags: #Aventuras

Huracán sobre Monterrey / El valle de la Muerte (13 page)

BOOK: Huracán sobre Monterrey / El valle de la Muerte
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—Una excusa muy pobre —murmuró el californiano.

—En efecto. Había tal cúmulo de pruebas que se le reconoció culpable del asesinato y se le ahorcó tras un breve proceso. Este suceso convirtió en enemigos a los dos padres, y ambos juraron matarse. Por dos veces Peter Blythe ha sido atacado por un tirador oculto, y las dos veces se ha salvado de milagro. Manoel Beach también ha sufrido un ataque, de resultas del cual lleva casi un mes en la cama, y jura que en cuanto recobre las fuerzas que le quitó la herida irá a matar a Blythe.

—¿Qué opina usted de esas agresiones?

—Creo que todo obedece a un maquiavélico plan destinado a eliminar a ambos rancheros a fin de que sus tierras, que no pueden ser heredadas por nadie, queden libres y puedan ser adquiridas por cualquiera de nosotros.

—¿Por usted también?

—También. Quizá usted me juzgue mal por ello; pero si se trata de una lucha a muerte, la ganará el que sea más poderoso, y yo no quiero ser el menos fuerte.

—Mi cuñado me habló de que usted había hecho su fortuna en los campos auríferos de California.

—Sí. Trabajando sin descanso logré reunir bastante oro y, sobre todo, supe conservarlo; luego, en el cincuenta y uno, me instalé aquí y quise construir una hacienda que fuera más sólida que el oro. En uno de mis viajes a Washington conocí al señor Greene y le expuse la situación del Valle de la Grana, pidiéndole que enviara a alguien para investigar lo que aquí sucede. Él, después de estudiar el asunto, me dijo que enviaría a su cuñado para que le informase de lo que sucede, prometiendo que si el informe que usted le daba era claro, haría enviar fuerzas del Ejército.

—Pero al verme usted se ha sentido defraudado, pues esperaba a un hombre más fuerte, más sagaz y más activo, ¿no?

—No he dicho eso, señor Echagüe.

—No digo que lo haya dicho, sino que lo ha pensado. En realidad yo no he venido a intervenir en esa lucha. Quiero comprar algunas tierras y visitar el Valle de la Muerte. De paso veré lo que ocurre en este lugar y lo comunicaré a mi cuñado.

El veloz batir de unos cascos de caballo, interrumpió a César. Casi antes de que Bauer y él pudieran moverse vieron aparecer frente a la casa un grupo formado por unos seis jinetes, la mayoría de ellos mejicanos, a cuya cabeza iba un norteamericano.

—¿Qué le ocurre, Banning? —preguntó Bauer dirigiéndose al que parecía el jefe de los recién llegados—. ¿Va a algún sitio?

—¡Sí! —contestó, violentamente, Banning—. Voy a muchos sitios. ¡Quietos los dos si no quieren tener un disgusto!

Estas palabras las pronunció Banning empuñando su revólver y cubriendo con él a Bauer y a Echagüe.

—¿Qué significa esto? —preguntó el dueño de la casa, que parecía muy turbado.

—Significa que si no me han engañado encontraré aquí algo que es mío y que ha desaparecido de mi casa. Y si lo encuentro, señor Bauer, prepárase para danzar al extremo de una cuerda.

—Oiga Banning, está cometiendo un atropello y podría costarle muy caro pero que muy caro.

—¿De veras? —replicó, despectivo, Banning—. ¿Quién me hará pagar caro mi atrevimiento? ¿Usted? ¿O ese mejicano que le acompaña?

—Le aseguro, señor, que yo no tengo que ver con todo esto —declaró Echagüe, sonriendo humildemente—. Si estoy aquí es sólo como visita.

—Ya lo sé —replicó Banning—. Le vi llegar con su mujer, y sé que no ha ayudado a Bauer; pero no puedo dejarle marchar en tanto no haya averiguado la verdad. Usted servirá de testigo.

—¿Testigo de qué? —preguntó el californiano.

—De que hemos encontrado en este rancho ganado perteneciente al mío.

—¿Me acusas de cuatrero, Banning? —preguntó, furiosamente, Bauer.

—Creo que sí. He recibido un aviso y creo que no ha sido un aviso falso. Llevo perdido mucho ganado y alguien debe de haberlo encontrado.

—¿Y crees que he sido yo quien lo ha encontrado?

—No creo nada; pero en cambio, sé que tú has vendido mucho ganado y, a pesar de ello, te queda suficiente para ser uno de los ganaderos más importantes del Valle de la Grana.

Mientras hablaban, varios de los hombres que habían acompañado a Banning empezaron a registrar los corrales y, de pronto, uno de ellos gritó:

—¡Ya lo tenernos, patrón!

Banning vaciló un momento, luego, encargando a dos de sus hombres que vigilaran bien a Bauer, se hizo acompañar por Echagüe hasta el corral donde había tenido lugar el hallazgo.

—Vea, patrón —dijo el mejicano que había descubierto la prueba que buscaban.

Al decir esto señalaba un magnífico buey en uno de cuyos costados se veía esta marca:

—Vea, señor —señaló Banning.

—¿Qué he de ver? —preguntó Echagüe.

—Esa marca. Es la de mi ganado. La Dos Barras T.B.

—Eso no quiere decir que el señor Bauer le haya robado el animal. Quizá llegó aquí perdido.

—Hemos encontrado otro —anunció el vaquero que estaba más cerca del grupo formado por Banning, Echagüe y el peón, a la vez que señalaba otra res en la cual se veía la marca de Banning.

—¡Y las que habrán sido ya reformadas! —exclamó Banning.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Echagüe.

—Que si hay algo fácil en el mundo es convertir la marca Dos Barras T.B. en el Cuadrado J.B. de Jacob Bauer. Fíjese.

En primer lugar Tobías Banning marcó en el polvo su propia marca y, al lado, trazó la de Jacob Bauer.

—Nada más fácil que agregar dos rayas verticales a las paralelas de mi marca y convertirlas así en un cuadrado, y, agregando un gancho al final de la T, se tiene una Jota perfecta. Vea.

Echagüe reconoció que, en efecto, la cosa parecía muy sencilla.

—Lo es —replicó Banning—. Y por serlo se me ha estado haciendo víctima de una serie de robos que me han dejado casi en la miseria. Tengo tierras, agua, pastos, corrales y huertos; pero no tengo ganado porque ese canalla de Bauer me lo roba descaradamente.

—¿Cuántos animales suyos ha encontrado aquí? —preguntó, indiferente, Echagüe.

—Por ahora, dos, pero hallaremos más. Mis hombres los están buscando.

—Bien, pues mientras ellos buscan nosotros podemos hablar. He escuchado con mucho interés sus palabras relativas a las marcas del ganado. Por lo visto los ganaderos tienen afición a marcar sus reses con las iniciales de sus nombres, ¿no?

—Suele hacerse.

—Creo que en este valle existen seis ganaderos importantes. ¿No es cierto?

—Sí. ¿Qué quiere decir con ello?

—De momento nada; pero me gustaría que usted dibujara las marcas de sus compañeros.

—¿Para qué?

—Para ver si se aclaran ciertas sospechas mías. Empecemos por Irah Bolders. ¿Cómo es su marca?

—Es la Óvalo LB. —contestó Banning.

Dibújela.

Banning trazó en el polvo esta marca:

—¿Puede dibujar ahora la de Peter Blythe?

—Sí, es la Óvalo P.B. —respondió Banning, trazando la marca.

—Ahora dibuje la de Daniel Baker. —Es la D.B. Cruzada en Cuatro Paralelas. Es una marca muy difícil.

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