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Authors: Jack Campbell

Tags: #Ciencia-Ficción

Impávido (15 page)

BOOK: Impávido
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Lo que resultó todavía más frustrante fue que, tras una revisión de la montaña de comunicaciones que se había producido entre las naves de la flota de la Alianza antes de dejar Sutrah, resultó que ninguna de ellas indicaba que Falco y Numos hubieran intercambiado mensajes, pero eso no quería decir nada. Con todo el tráfico de transbordadores que habían volado entre las naves, se podían haber transferido fácilmente mensajes impresos. El hecho de que no se hubieran detectado mensajes de Falco a otros oficiales sobresalía como un faro de advertencia en la mente de Geary. Obviamente, Falco era una persona que llamaba la atención y que utilizaba sus dotes interpersonales para avanzar en su carrera y en lo que él creía que eran los mejores intereses de la Alianza. No podría resistirse a intentar convencer a otros oficiales de que le siguieran, lo cual significaba que los mensajes que con toda seguridad estaba distribuyendo Falco no habían sido detectados por Geary o por cualquiera de sus aliados entre los comandantes de navío.

¿Estaré paranoico? Pero tanto Duellos como Rione me previnieron contra Falco, y esos dos me han demostrado el valor de sus consejos. Es una lástima que no pueda hablar con Duellos, puesto que mientras estemos en el espacio de salto solo se pueden comunicar mensajes breves y sencillos, y es una lástima que Rione no quiera hablarme.

Geary contempló las sinuosas luces, se fue poniendo más y más irascible y se preguntó que sucedería en el sistema estelar Strabo.

Para ser una estrella, Strabo no tenía mucho que ofrecer. En cuanto a su tamaño, apenas era lo bastante grande como para desencadenar reacciones de fusión autónomas y convertirse en una estrella, en lugar de quedarse como un planeta muy grande. Los satélites de Strabo, una serie de rocas peladas con órbitas cercanas, eran más apropiados para un planeta de esas características, más que para una estrella. Geary había visto muchos sistemas estelares y no recordaba ninguno tan insustancial y tan penoso como Strabo. No era de extrañar que la pequeña estación de emergencias síndica que había existido allí en un momento dado hubiera sido abandonada hacía tiempo.

—Nada —apuntó la capitana Desjani.

Geary asintió.

—¿Habla de las amenazas síndicas en concreto o es solo un comentario sobre el sistema estelar?

—Ambos —sonrió Desjani.

—¿Los sensores de la flota están rastreando anomalías que puedan indicar la presencia de campos de minas en algún punto del sistema?

—Sí, señor. Los sensores están configurados para realizar barridos de forma automática, aunque son más efectivos cuando se establece un objetivo en una zona específica. De momento no se han detectado campos de minas.

—Bien.

Tampoco se veían naves en el sistema. Geary comprobó el visualizador. La flota de la Alianza se extendía en torno al
Intrépido,
cada nave mantenía su posición predeterminada. No había amenazas. Al parecer no había problemas con Falco ni con Numos. Al igual que en las situaciones en Sutrah, Geary se quedó con la sensación de que algo se le escapaba.

Strabo mantuvo su carácter mediocre en lo que se refería al número de puntos de salto de que disponía. Incluso Sutrah podía alardear de cuatro, pero Strabo solo contaba con tres. En relación al punto de salto que la flota había utilizado para entrar al sistema, el que daba acceso a Cydoni se encontraba en el otro extremo. Para poder acceder a ese punto de salto, la flota debía pasar junto a un tercero, que conducía directamente a otro sistema síndico desprovisto de hipernet y que a su vez daba entrada a un par de mundos síndicos que Geary creía que estarían defendidos por emboscadas o con minas, pues eran dos de los que podían haber alcanzado desde Sutrah. El hecho de pasar tan cerca de otro punto de salto le preocupaba, aunque en realidad no había ninguna razón de peso que los obligara a alejarse mucho de allí. Por muy cerca que estuviera, la flota seguiría estando a unos cuantos minutos luz de distancia. Si Geary estableciera una trayectoria que diera un rodeo para abrir el recorrido aún más, alimentaría los rumores de que era demasiado temeroso.

Geary revisó la maniobra y ordenó a la flota que pusiera rumbo al punto de salto hacia Cydoni. Dado que Strabo era un sistema estelar tan pequeño, llegarían al otro punto de salto en solo un día y medio.

Aprovechó el tiempo de tránsito para convocar a los oficiales al mando de la flota para otra sesión de entrenamiento con simulación de combate. Todo funcionó como un reloj y todas las naves hicieron exactamente lo que Geary mandó. Lo cual debería haberlo puesto muy contento, pero no fue así. El problema era que sus oficiales se estaban comportando con demasiada docilidad. No había oído nada por parte de Falco ni de Numos, ni de ninguna de las figuras menores que habían expuesto abiertamente su desconfianza hacia Geary desde que había asumido el mando. De cuando en cuando, había transbordadores que se desplazaban de una nave a otra en lo que identificaba como traslados rutinarios de piezas, material o personal. Geary sospechaba que también se realizaban traslados a petición de Falco, pero no se le ocurría que pudiera hacer nada al respecto.
Ya lo he comprobado con seguridad
y
no hay garantía de que puedan encontrar ningún vídeo con mensajes cortos, ni siquiera si desmontaran las piezas de un transbordador. Duellos no ha oído nada, pero, como se sabe que es mi aliado, nadie hablaría con él.

Podría ordenar el arresto preventivo de Falco, pero eso probablemente desataría motines en algunas de mis naves, sobre todo porque no tengo motivos para ello. Podría ordenar que regresara al
Intrépido
, pero si se retrasara o simplemente se negara a hacerlo, estaría atrapado en el dilema de si dejar que se saliera con la suya o arrestarlo.

Ahora mismo no puedo actuar sin estar seguro de causar los mismos problemas que me temo que el propio Falco podría ocasionar.

Geary estableció contacto con el capitán Falco suponiendo que enfrentarse a él sería mejor que preocuparse de lo que el otro pudiera estar haciendo a sus espaldas. Le contestó un capitán Kerestes con pinta de estar muy nervioso.

—Capitán Geary, lamento tener que informarle de que los médicos de la flota le han prescrito descanso al capitán Falco en la
Guerrera.

—¿El capitán Falco no se encuentra bien? —Quería que aquello quedara bien claro, en caso de que alguien más estuviera escuchando.

—Es solo una… indisposición temporal —informó Kerestes con aspecto de sentirse de lo más culpable.

—Entiendo. —Cualquier otro intento de contactar con Falco solo conseguiría poner en evidencia la incapacidad de Geary para hacer hablar a Falco—. Por favor, comuníquele al capitán Falco mi deseo de que se recupere pronto para poder seguir trabajando por el bien de los intereses de la Alianza y de esta flota.

—Sí, señor. Por supuesto, señor.

A Geary no le costó mucho imaginar el suspiro de alivio que debía de estar exhalando Kerestes una vez que hubo cortado la comunicación.

Sin embargo, aparte de confirmar que a Kerestes le preocupaba que sus superiores advirtieran su existencia, no había ganado nada con aquella llamada.

—Señora copresidenta. —Al final su orgullo se había visto superado por su preocupación.

En el circuito su voz sonaba fría y distante. Rione había bloqueado la pantalla visual, con lo que había dejado a Geary con las ganas de ver su expresión.

—¿Qué desea, capitán Geary?

—Tengo que saber si sus fuentes en la flota han advertido algún problema.

Tardó un momento en contestar.

—¿Problemas?

—Algo concerniente al capitán Falco o al capitán Numos.

Otra pausa antes de su respuesta.

—Hay algunas habladurías, nada más.

—¿Habladurías? Parece menos grave que antes.

—Lo es —aceptó Rione—. Pero no he oído nada más.

—Le agradecería que me informase cuanto antes si se entera de algo.

—¿Qué teme, capitán Geary? ¿A sus propios comandantes? —Esta vez su voz dejaba entrever signos de enfado contra él—. Es el destino de los héroes.

—No soy… —En lugar de seguir, Geary contó hasta cinco—. Me preocupa que pueda suceder algo que ponga en peligro las vidas de miles de tripulantes de esta flota. Espero que pueda dejar de lado sus sentimientos hacia mí y que me ayude a evitar que alguien haga algo…

—¿Estúpido?

—Sí.

—¿En contraposición a heroico? —inquirió de nuevo fría como el nitrógeno líquido.

—Maldita sea, señora copresidenta…

—Volveré a consultar mis fuentes. Por el bienestar de los tripulantes de esta flota. Alguien tiene que poner por delante sus intereses.

La comunicación se cortó dejando a Geary conteniéndose para no soltar un puñetazo contra la pared que había junto al altavoz.

—Capitán Geary. —La capitana Desjani había puesto su voz de batalla, contenida y precisa—. Algo pasa.

La flota se encontraba a una hora del punto de salto. Geary no perdió tiempo acercándose al puente de mando y desplegó el visualizador de navegación por encima de la mesa de su camarote.

Ese «algo» al que Desjani hacía referencia era de lo más evidente. En la formación de la flota de la Alianza se estaban creando huecos y agujeros a medida que un montón de naves abandonaban las posiciones que se les habían asignado. Según las estimaciones del sistema de maniobra sobre los rumbos marcados, todas las naves habían emprendido la misma dirección. Geary hizo el recuento de inmediato:
Guerrera, Orión, Majestuosa, Triunfante, Invencible, Polaris y Vanguardia.
Cuatro acorazados y tres cruceros de batalla. Seis cruceros pesados, otros cuatro ligeros, más de veinte destructores. Casi cuarenta naves.

Geary abrió las proyecciones de rumbo y vio que se dirigían hacia el otro punto de salto.
Que nuestros antepasados los ayuden, van a intentar cruzar directamente hacia el espacio de la Alianza, apelando sin duda a su «espíritu de lucha» para superar todos los obstáculos a los que saben que se van a enfrentar.
Encendió el circuito de comunicaciones tratando de pensar en las órdenes que debía emitir.

—Se ordena a todas las naves que se reincorporen a la formación. —Aquello era completamente inútil. Si ya habían decidido ignorar sus órdenes, no lo escucharían—. Se dirigen a un sistema estelar síndico fuertemente defendido. No lograrán atravesarlo.

No hubo reacción. Las naves rebeldes siguieron adelante, desgajándose de la flota.
No puedo convencerlos. Ahora no. Han depositado toda su fe en Falco y en lo que creen que es su propia fuerza moral superior. Contra eso, de nada servirá llamarlos a la razón. Pero necesito asegurarme de que nadie más se une a ellos. ¿Qué les digo?

—Su deber para con la Alianza exige que permanezcan con esta flota y que no abandonen a sus camaradas. —Eso debería causar remordimientos, ya que estaban huyendo del resto de la flota—. Regresen a sus posiciones ahora, por el bien de sus naves y de sus tripulaciones, y no se tomarán medidas disciplinarias.

Geary sabía que no haría falta, ya que una acción abortiva convencería a la mayoría de los que se habían inclinado por seguir a Falco y a Numos de que no se podía confiar en ellos.

Por fin llegó una respuesta.

—Aquí el capitán Falco, comandante al mando de las naves dispuestas a defender el honor y la gloria de la flota de la Alianza. Hago un llamamiento…

Un símbolo apareció en el visualizador de comunicaciones de Geary y la voz de Falco se cortó.

—Aquí la capitana Desjani —dijo dirigiéndose a Geary por el circuito interno del
Intrépido—.
He desactivado la comunicación de la flota. Cualquier señal procedente de otra nave de los circuitos de la flota quedará bloqueada. Oiremos cualquier cosa que se envíe directamente.

—Gracias. —Ojalá tuviera una flota repleta de oficiales como Tanya Desjani. Geary había tardado demasiado en darse cuenta de que no podía permitir que Falco utilizara un foro público para llamar a la deserción a las otras naves. Volvió a dirigirse a la escuadra con voz firme y sosegada.

—Aviso a todas las naves, abandonar a sus camaradas no constituye ningún acto de honor, tampoco desobedecer órdenes lícitas. Luchamos por la victoria, por la seguridad de nuestros hogares, no por la gloria. A todas las unidades, regresen a sus puestos en la formación. Se les necesitará cuando volvamos a atacar a los síndicos.

Quizá la idea de entrar en combate lograra convencer a alguno de ellos.

Pero las treinta y nueve naves que configuraban el cuerpo de Falco estaban estableciendo rápidamente su pequeña formación mientras se dirigían directamente al otro punto de salto, y ya no les faltaba mucho. En su interior Geary iba desarrollando un impulso irracional de abrir fuego contra las naves rebeldes nacido de su odio por Falco, pero rechazó la idea casi tan pronto como surgió.
Imposible. No daré esa orden. E incluso si lo hiciera, ¿quién la obedecería? Eso es lo que harían los síndicos. Pero, entonces, ¿qué hago? No puedo pararlos. Están a solo quince minutos de ese punto de salto.

—Aviso a todas las unidades que han abandonado la formación, reconsideren su acción por el bien de la flota de la Alianza y de sus camaradas y tripulaciones. No sobrevivirán a un intento de llegar al espacio de la Alianza por las rutas disponibles a través de ese punto de salto.

Las naves disgregadas se encontraban ya a unos minutos luz de distancia. Incluso teniendo en cuenta esa demora en el tiempo, estaba claro que el último llamamiento de Geary había fracasado. En realidad no había tiempo para más llamadas, solamente para recibir una transmisión corta antes de que las demás naves entraran en el punto de salto. Respiró hondo con la mirada clavada en el visualizador estelar y recorriendo mentalmente rutas de salto que conectaran con las siguientes estrellas.

—A todas las unidades que han abandonado la formación: Ilión. Repito: Ilión.

Unos veinte minutos más tarde, Geary vio cómo las naves huidas iban desapareciendo a medida que saltaban fuera del sistema.

Se pasó un rato reorganizando su flota para cubrir los huecos que habían dejado las naves que se habían dado a la fuga; luego se sentó en silencio hasta que alcanzaron el punto de salto de Cydoni.

—A todas las naves, salten ahora.

Había estado temiéndose algo así desde que se le encomendó el mando de la flota. Temiéndose una escisión. Le parecía evidente que dividir sus fuerzas mientras estaban atrapados en medio del territorio enemigo era una locura, pero desde el principio estaba claro que no todos los comandantes de navío veían las cosas desde una perspectiva racional. Ahora se había establecido un precedente. Casi cuarenta naves se habían lanzado en pos de un destino incierto bajo el mando de unos oficiales veteranos de los que Geary recelaba y desconfiaba, y, en el caso de Numos, despreciaba considerablemente. Ojalá hubiera algún modo de que esos comandantes encontraran el destino fatal que merecían sin que sus naves corrieran las misma suerte.

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