Read James Potter y La Maldición del Guardián Online
Authors: George Norman Lippert
James y Ralph se precipitaron contra Rose, y los tres se derrumbaron sobre el banco del vestíbulo, con los corazones palpitantes y sin aliento. Como uno, se volvieron a poner en pie y corrieron hacia la escalera de caracol, bajando al pasillo de abajo. Siguieron corriendo hasta que alcanzaron un amplio balcón donde finalmente hicieron una parada torpe, respirando con fuerza y mirándose frenéticamente unos a otros.
—Espero —Ralph respiraba con dificultad, inclinándose con las manos en las rodillas—, que uno de nosotros... se haya acordado... del pergamino esta vez.
Después de una noche de tormenta y truenos, la mañana del domingo amaneció como una flor lozana, salpicando de un rosa reluciente la hierba empapada y los árboles. Después del desayuno, James, Ralph, y Rose anduvieron con mucho cuidado a través del césped húmedo hasta la cabaña de Hagrid, donde golpearon ruidosamente a la puerta. Cuando el semi-gigante no respondió, los tres estudiantes siguieron el camino de piedra hasta la parte de atrás. Allí, encontraron a Hagrid y su bullmastiff, Trife, moviéndose entre las rizadas enredaderas y amplias hojas del campo de calabazas. Hagrid canturreaba alegremente, empapado hasta las rodillas mientras giraba y humedecía sus calabazas.
—¡Buenos días, pandilla! ¡Qué raro veros a los tres fuera tan temprano en fin de semana!
—Buenos días, Hagrid —dijo Rose, limpiando las gotas de agua de una de las enormes calabazas. Satisfecha cuando estuvo casi seca, se sentó sobre ella—. Venimos a charlar contigo sobre algo.
—Digo yo que —replicó Hagrid— con vosotros aquí, joven Rose, me siento realmente como en los viejos tiempos. Vamos, entremos. Acababa de decirle a Trife que teníamos que preparar un té matutino. Podemos charlar todo lo que queramos junto a la estufa.
Se abrieron paso hasta dentro y Hagrid colgó una enorme tetera de un gancho sobre el fuego. James, Rose, y Ralph treparon a las enormes sillas alrededor de la mesa.
—Hagrid —empezó Ralph, mirando fijamente a Rose—, vimos algo cuando entramos en la oficina del director ayer. Rose cree que tal vez debamos hablar a alguien de ello porque podría suponer problemas.
James pateó la pata de la mesa ociosamente y miró por la ventana.
—No todo el mundo está de acuerdo con Rose, ya que estamos.
—¿Cómo puedes decir que lo que vimos no es causa de alarma, James? —exigió Rose—. Incluso Ralph está de acuerdo...
—No estoy diciendo que no sea causa de alarma —interrumpió James, mirando a Rose—. Solo que no creo que el director sea como tú sigues queriendo creer.
—No quiero creerlo. Pero existen cosas tales como la evidencia. Se ha visto en el Espejo a un hombre que parece y se mueve sospechosamente como el director. ¡Tú mismo lo dijiste! Y estaba confraternizando con... con enemigos conocidos y gente categóricamente espeluznante. ¡Y al menos uno de ellos creo no creo que fuera ni siquiera humano! ¡Por no mencionar la estatua de Ya-Sabes-Quién!
—Basta, esperad un minuto los tres —dijo Hagrid, frunciendo el ceño y deslizándose en su viejo sillón—. No sé qué visteis, pero no saquemos a relucir a esa vieja bestezuela. Contadme qué ha pasado, ¿vale?
Rose empezó a explicar lo que había ocurrido el día anterior, empezando por su entrevista con el director. A medida que la historia progresaba, James y Ralph se le unieron, añadiendo sus propios puntos de vista y correcciones, así que para cuando estaban explicando cómo los retratos habían vuelto a la vida y la pintura de Snape les había advertido que huyeran, los tres estaban hablando a la vez. Finalmente, terminaron y se quedaron en silencio, girándose para ver la respuesta de Hagrid.
El semi-gigante se quedó sentado en su enorme y vieja silla junto al fuego, con una mirada distante y tensa en la cara. Miraba en dirección a los tres estudiantes pero no directamente a ninguno de ellos. James había confiado en que Hagrid simplemente desecharía la historia como una descabellada exageración. Que les diría que lo que habían visto en el Espejo habían sido solo tonterías sin importancia, tramadas por hombres que se negaban a aceptar el hecho de que habían perdido la guerra hacía mucho. James sabía por su padre que aunque puede que a Hagrid no le hubieran gustado siempre los dirigentes de Hogwarts, era leal hasta la médula. Él defendería a Merlín, y les aseguraría que no había absolutamente nada de qué preocuparse. Por eso parcialmente había sugerido que fueran a la cabaña para hablar con el hombre. Ahora, mientras Hagrid se sentaba en silencio con esa extraña y tensa mirada en la cara, James se preguntó si había sido tan buena idea después de todo.
De repente, la tetera comenzó a pitar, provocando que todo el mundo en la habitación saltara. Hagrid se sacudió a sí mismo, y después extendió el brazo para sacarla del gancho. La llevó a la mesa y lo colocó sobre un soporte de metal con un traqueteo.
—Hmm —dijo James, animándole—. ¿Tú qué piensas, Hagrid?
Hagrid le miró fijamente, limpiándose las manos en un enorme paño.
—Bueno, es un poco difícil, ¿no? ¿Quién soy yo para decirlo? Podría no ser nada, supongo. El director, tiene algunos aparatos terriblemente poderosos y todo eso. Probablemente el viejo profesor Snape tuviera razón al decir que os mantuvierais alejados.
—Pero Rose dice que cree que era Merlín el que apareció en la tumba de Voldemort —aclaró James, gesticulando hacia su prima—. ¡Dile que es una necia si cree eso! Quiero decir, ¡es el director Hagrid!
La porcelana traqueteó mientras Hagrid reunía los platillos y tazas, volviendo a la mesa con los brazos llenos.
—A eso vamos, James. Es el director y todo lo que puedo decir es que si apareció en ese Espejo, hablando con quienquiera que vierais, debe tener una muy buena razón.
—¡Pero podría no haber sido él! —insistió James, mirando a Ralph en busca de apoyo—. Quiero decir, la cosa de la túnica revoloteante obviamente era algún tipo de mal, y ese tipo que apareció primero tenía que ser un viejo mortífago. Vamos, ¡era la maldita tumba de Voldemort!
—Apreciaría que no pronunciaras ese nombre en mi mesa, James —dijo Hagrid gentilmente, colocando una taza y un plato delante de él. Las manos le temblaban ligeramente—. Sé que la batalla acabó hace mucho, pero los viejos hábitos tardan en morir, ya me entiendes.
Rose se removió en su asiento.
—¿Hagrid, crees que podría haber sido Merlín al que vimos?
Hagrid sirvió agua hirviendo en las tazas antes de responder. Finalmente, se sentó en una de las sillas, produciendo un tenso crujido. Miró con dureza a Rose, y después removió su té con sorprendente delicadeza.
—Dicen que el director es un buen jardinero —dijo Hagrid, como cambiando de tema—. No hace todo el trabajo él mismo, por supuesto, pero todo el mundo sabe que Merlín el Grande tiene buen ojo para la naturaleza, las plantas y esas cosas. Desde que era un muchachito he oído historias sobre como habla con los pájaros en los árboles. Así que cuando vino aquí como director este verano, pensé que íbamos a congeniar. Le invité a bajar a la cabaña para poder mostrarle mi propio pequeño jardín. Al día siguiente, efectivamente, aceptó la oferta. Vagó por todo el jardín, sin decir ni la más ligera cosa. Solo caminó arriba y abajo, dentro y fuera, golpeando con su gran báculo mis calabazas, calabacines y coles. Finalmente, levantó la mirada, dirigiéndola hacia el Bosque. Yo miré también, porque había algo alzándose de entre los árboles.
Hagrid todavía tenía la tetera en su enorme mano. Gentilmente, la colocó junto a su platillo. Miró a James, Ralph y Rose de uno en uno.
—Era un Djinn, como un cuervo, pero más grande; negro como la noche con brillantes ojos rojos que podía ver desde donde estaba. En realidad nunca antes había visto uno, pero los conocía. Son criaturas oscuras y misteriosas; portentos, según la leyenda. Muy elusivos. Siempre había creído que solo salían de noche, y que si los veías en tu camino, era una señal segura de que debes dar media vuelta y correr a casa, porque se supone que los Djinn advierten de horribles peligros para aquellos a los que amas. Bueno, cuando vi esa criatura negra alzándose de los árboles, estuve a punto de llamar al director. Pero sabía que él ya lo había visto, y no parecía demasiado preocupado al respecto. Así que simplemente observé. Ese pájaro negro voló directamente, girando una vez sobre el jardín y tomando tierra justo encima de una de mis calabazas, al lado del director. Y Merlín, solo observaba. Lo más extraño era la forma en que los dos se miraban el uno al otro. No producían ningún sonido, pero a mí me parecía claro como el día que estaban hablando el uno con el otro de algún modo. Después de un minuto, el Djinn me miró de esa forma curiosa que tienen los pájaros, con la cabeza inclinada a un lado de forma que uno ojo te apunta directamente. Ese brillante ojo rojo me miraba de arriba abajo, y tuve que contenerme para no tirarle una piedra como un crío asustado.
Hagrid miró suplicante a los tres estudiantes en su mesa.
—Adoro a las criaturas mágicas —declaró—. Desde los dragones a los escregutos. ¡Vosotros lo sabéis mejor que nadie! Enseño Cuidado de las Criaturas Mágicas, por amor de Dios. Pero así es como ese horrible pájaro me hizo sentir. Ese ojo rojo brillante me miraba, y todo lo que yo quería era sacárselo, hacer que nunca volviera a mirar a nadie así. Me dio escalofríos. Todavía lo hace.
Hagrid se detuvo y finalmente tomó un sorbo de té. Se aclaró la garganta y siguió.
—Finalmente, la cosa alzó el vuelo otra vez, aleteando con sus grandes y grasientas alas negras. Voló de vuelta al Bosque y desapareció. El director lo observó marchar y después se volvió hacia mí, todavía golpeando con el báculo en el suelo. Cuando llegó junto a mí se giró de espaldas a las calabazas, mirando a la esquina oeste. "Tiene un hechizo mortal en esa esquina", me dijo. Bueno, eso es cierto, no voy a negarlo. En esa esquina no han crecido más que espinos y cardos desde hace cinco o seis años. "Así es", le dije yo. Me miró a los ojos y dijo. "Hay una zorra que murió con toda su camada en su madriguera bajo esa esquina de su jardín, señor Hagrid. El hechizo mortal se alza de sus huesos, clamando por un mañana que nunca llegará. Desentiérrelos, vuelva a enterrarlos en el Bosque, y espolvoree la tierra con Polvos de Agonía. La profesora Heretofore puede proporcionarle algunos, con mis bendiciones. Eso terminará con su problema.
La boca de Rose se había torcido en una mueca de disgusto.
—¿Lo hiciste, Hagrid?
Hagrid levantó la mirada hacia ella, alzando las cejas.
—¡Bueno, por supuesto que sí! ¡Encontré los huesos, sin duda! Justo como el director había dicho, y procedí con los Polvos de Agonía. Y podéis ver claro como el día que funcionó. Esa esquina tiene mi mejor cosecha de calabacines. Una fina variedad verde de Rayas Atigradas. Lo habréis visto, por supuesto. Pero la cuestión es...
Hagrid se detuvo de nuevo y manoseó nerviosamente su taza de té y su platillo. Tomó otro rápido sobro, como para silenciarse a sí mismo.
—¿Qué, Hagrid? —preguntó Ralph, exasperado—. ¿Cuál es la cuestión?
Hagrid le miró, como luchando contra la idea de hablar. Finalmente, se inclinó ligeramente sobre la mesa y dijo en voz baja:
—¡La cuestión es que me parece que está claro como el día que el Djinn habló al director de la zorra muerta y su camada! La cuestión es, que no solo todas las viejas historias sobre como Merlín el Grande hablaba con los árboles y los pájaros son ciertas, ¡incluso habla con criaturas sobrenaturales de la noche! ¡Si ese gran pájaro negro hubiera aparecido posando sus ojos rojos ante mí en cualquier otro momento, habría girado sobre mis talones y huido! ¡Pero Merlín observó a esa cosa llegar volando casi como si la hubiera llamado, casi como si lo conociera por su maldito nombre de pila!
James escuchaba con la boca apretada en una fina línea. Finalmente, se enderezó en su silla y dijo tan claramente como se atrevía.
—Eso no significa que sea malvado.
Hagrid parpadeó hacia él.
—¡Bueno, por supuesto que no! ¿Quién dice que sea malvado?
James estaba perplejo.
—Pero acabas de decir...
—Un momento, James, y el resto. Quiero ser claro —dijo Hagrid seriamente—. Todo lo que digo es que el director viene de una época muy diferente, una época que probablemente a la mayoría de nosotros nos pondría el pelo de punta. Vivió en esa época y trabajó en ella. Eso es lo que conoce. Las cosas que nosotros llamaríamos malvadas y malas en este momento y época... digamos que las cosas no eran tan blancas o negras en el tiempo de donde viene él. No es que diga que el director sea malo. Tengo muy buenas razones para confiar en él, ¡y confío en él! Solo que es un poco... bueno, salvaje. Si sabéis lo que quiero decir. Eso es todo.
—¡Pero Hagrid —exclamó Rose—, en el Espejo! ¡Le vimos con... esa horrible cosa de la revoloteante capa negra!
—Si era el director —replicó Hagrid testarudamente—, entonces tendría una muy buena razón para estar allí. Tú misma lo dijiste, Rose, ninguno pudo oír lo que dijo ese hombre. Tal vez se estaba enfrentando a ellos. Tal vez estaba... bueno, no sé, pero la cuestión es que vosotros tampoco.
—Eso es lo que he estado diciendo yo todo el rato —dijo James petulante, fulminando con la mirada a Rose, al otro lado de la mesa.
—Lo cierto es —siguió Hagrid—, que ninguno de nosotros sabe en lo más mínimo lo que visteis. Dijisteis que Merlín había dicho que el Espejo mostraba el pasado y el futuro al igual que lugares lejanos, ¿no? Quizás lo que visteis ni siquiera era el aquí y ahora. ¿No se os había ocurrido?