Read James Potter y La Maldición del Guardián Online
Authors: George Norman Lippert
—Yo creo que deberíamos preguntarle directamente —dijo Ralph. alzando una piedra y estirando el brazo—. Como dijiste anoche, Rose, no hay ninguna razón para que diga que no.
—Eso es lo que creía entonces —replicó Rose—. Pero eso fue anoche.
James se giró a mirarla.
—Ha cambiado mucho desde entonces, ¿no?
—Anoche me quedé despierta hasta tarde leyendo —dijo Rose—. Quería leerme por adelantado alguno de los libros sugeridos en nuestro libro de texto de literatura, como os dije en la biblioteca.
—Está claro que no malgastas el tiempo —comentó Ralph.
—Ocurre que me gusta leer. Además, como era de esperar, nuestro director aparece ocasionalmente en algunos de esos libros y pensé que valdría la pena echar un vistazo a su historia antes de que habláramos con él.
Ralph bajó el brazo de lanzar y levantó la mirada al cielo, guiñando los ojos.
—Es tan raro. Estaba allí cuando ocurrió, pero sigo olvidando que nuestro director es el famoso Merlín de todas esas viejas leyendas y mitos. Es un poco duro acostumbrar tu mente a ello, ¿no?
—Te diré que mucha gente encuentra un poco inquietante que Merlinus Ambrosius sea director de Hogwarts —dijo Rose significativamente—. Y he averiguado por qué, un poco. Hay un montón de historias sobre él en los viejos libros de reyes. Es casi imposible comprobar qué es inventado y qué pudo ser real, pero incluso si la historia tuvo un diminuto rastro de verdad, es bastante preocupante.
—¿Como qué? —preguntó James, extrayendo una gran piedra de la orilla del lago.
—Como que los reyes solían alquilarle para maldecir ejércitos. No ejércitos malos, necesariamente; simplemente cualquier ejército que a cualquier rey con suficiente oro le disgustara. Más de una vez, cuando Merlín llegaba hasta el ejército al que le habían pagado para maldecir, ellos enviaban gente para pagarle más a cambio y que maldijera al rey que originalmente le había contratado. ¡Y lo hacía!
—A mí eso me suena bastante práctico —dijo Ralph, sopesando una piedra con ambas manos. Esta salpicó cerca, mojando los zapatos de James y Ralph.
—Esto no tiene gracia, Ralph —amonestó Rose—. Era un mercenario mágico. ¡Un hombre así no tendría ninguna lealtad en absoluto! Algunos de esos ejércitos a los que maldijo... fueron completamente masacrados, a veces incluso antes de acudir a la batalla. Había inundaciones, ciclones, incluso terremotos en los que la tierra se abría directamente bajo el campamento del ejército, tragándoselos a todos.
—Eso no puede ser cierto —comentó James—. Quiero decir, Merlín es poderoso, pero nadie puede hacer eso.
—Olvidas de dónde saca su magia Merlín —replicó Rose como si hubiera estado preparada para tal argumento—. Según las leyendas, Merlín puede conectar con el poder de la naturaleza. Lo vimos hacerlo la noche en la que nos llevó a recuperar sus cosas. La naturaleza es enorme, y era enormísima por aquel entonces, con menos civilización. ¿Quién sabe lo que un mago así podría ser capaz de hacer?
Ralph se limpió las manos en los pantalones.
—No creo que "enormísima" sea una palabra.
—No empieces a corregirme —dijo Rose, mirando de James a Ralph—. ¿Por qué ninguno de los dos os tomáis esto en serio?
—Porque como dije, estuvimos allí, Rose —replicó Ralph—. Vimos al hombre aparecer desde la Edad Oscura. Trabajamos con él los días siguientes. Nos ayudó a librarnos de ese reportero muggle, que estaba a punto de destapar todo el mundo mágico. Estuvo absolutamente genial con eso. Puede que fuera una bala perdida en el pasado, pero ahora es diferente, ¿no? Está intentando ser bueno, y parece estar yéndole bastante bien.
—Bueno —dijo Rose—, no es solo que fuera una bala perdida.
James se dejó caer en la hierba junto a ella.
—¿Qué? ¿Ponía ketchup a los huevos? ¿Dibujaba mostachos a los retratos?
Rose le miró, y después apartó la vista.
—Según algunas leyendas, se suponía que era el portador de la más horrible de las maldiciones. Su retorno sería el augurio del fin del mundo.
James sintió una punzada de preocupación ante eso, pero mantuvo la voz firme.
—Esta es la parte donde es difícil separar los hechos de la chiflada invención, ¿no?
—Ríete si quieres —dijo Rose—, pero la profecía aparece en un montón de lugares. Algunos de llaman el Mensajero de la Aniquilación. Otros solo le llaman su Embajador; ¿de qué?, nunca lo dicen. Es bastante espeluznante.
—Por ahora, solo ha sido el Embajador de diez puntos extra para Gryffindor y Slytherin por haberle ayudado a recuperar una caja mágica —dijo Ralph, encogiéndose de hombros—. Vamos, son casi las dos. Nos estará esperando.
—¿Vienes, James? —preguntó Rose, poniéndose en pie.
James levantó la mirada.
—¿Qué? Oh. Sí, claro.
Los tres anduvieron pesadamente a través de la nebulosa tarde, dirigiéndose hacia el patio. En la distancia, el trueno retumbó como una amenaza velada y el viento comenzó a rachear. James estaba pensando bastante nerviosamente en el esqueleto de la cueva, Farrigan, el largamente perdido colega de Merlín, y en la carta de la prima Lucy sobre el Guardián. A la luz de estas cosas, la historia de Rose sobre la legendaria maldición de Merlín sonaba incómodamente familiar. James no podía recordarlo exactamente, pero el esqueleto había dicho algo sobre una puerta, y sobre cosas que la habían atravesado, todo a causa del retorno de Merlín. Al menos los borleys habían pasado. Merlín lo había reconocido. Pero afirmaba haberlos capturado a todos excepto al último, el que había seguido a James desde esa noche en el Santuario. Merlín los tenía atrapados en su misteriosa Bolsa Oscura. Pero el esqueleto había advertido sobre algo más, algo peor. Como las leyendas, también él había llamado a Merlín el Embajador, pero Farrigan había identificado a la cosa a la que supuestamente Merlín precedía: el Vigilante, el Centinela de Mundos, el Guardián. La carta de Lucy había corroborado esas leyendas, y ahora las investigaciones de Rose las confirmaban también. James se estremeció mientras seguía a Rose y Ralph al interior del castillo.
Se dirigieron a través de los pasillos vacíos de fin de semana, pasando aulas y pasillos oscuros. Finalmente alcanzaron la gárgola que custodiaba la entrada a las escaleras en espiral.
—¿Recuerdas la contraseña, Rose? —preguntó Ralph—. Yo ni siquiera podría pronunciarla, y ya sabes como son sobre escribir cosas como esas.
Rose arrugó la frente, pensando. Finalmente, pronunció cuidadosamente.
—In ois oisou.
La gárgola se movió con el sonido de piedras rechinando. Se hizo a un lado, revelando el umbral.
—¿Qué significa eso? —preguntó James mientras saltaban a la escalera que subía.
Rose sacudió la cabeza.
—Más de ese galés antiguo, supongo. ¿Quién sabe lo que significará?
Llegaron al vestíbulo fuera de la oficina del director y James extendió la mano para hacer sonar el llamador.
—Espera —dijo Rose, agarrando el brazo de James—. ¿Recordáis esta mañana? Nos dijo que esperáramos fuera. Dijo que tenía otra cita antes que nosotros.
James lo recordó. Bajó cuidadosamente el llamador y los tres se colocaron en un banco largo situado de cara a la puerta del director.
En la pared más cercana a la puerta, entre un arreglo de viejas pinturas y retratos, había una cara que James reconoció.
—Mira —James codeó a Ralph, señalando—. Le recuerdo. El viejo Cara de Piedra le utilizó en Tecnomancia el año pasado para enseñarnos sobre retratos mágicos.
El retrato de Cornelius Yarrow, anterior secretario de finanzas de Hogwarts, estudió a James sobre sus gafas.
—Yo también te recuerdo, jovencito. Hiciste un número bastante impropio de preguntas referentes al tema. Espero que quedaras satisfecho.
—Sí —respondió James—. Me gustó especialmente la parte sobre cómo sólo el artista original puede destruir un retrato mágico. Fue realmente malvado cuando Cara de Piedra derritió su pintura de ese horrible payaso.
—Tu profesor Jackson se dejó un pequeño detalle —resopló Yarrow, irritado ante el recuerdo—. Hay otra persona que puede destruir un retrato, aunque nunca se ha sabido que ocurriera.
—Parece un detalle demasiado importante para que uno se lo olvide —James frunció el ceño dudosamente—. Francamente, con el debido respeto, en este tema confío bastante más en él que...
Dos cosas ocurrieron simultáneamente, interrumpiendo a James. La puerta de la oficina del director se desatrancó y abrió y una puñalada de dolor se disparó a través de la frente de James. Se llevó una mano a la cabeza y cerró los ojos con fuerza, siseando por la sorpresa.
—¿James? —preguntó Rose, preocupada.
Casi tan rápidamente como había venido, el dolor se desvaneció. James mantuvo la mano en la frente pero se arriesgó a abrir los ojos. Lo primero que vio fue el panorama a través de la puerta abierta del director. Merlín estaba de pie tras su escritorio, con la cara seria y los ojos penetrantes. Estaba mirando muy duramente a James a través del umbral, pero su cara no parecía preocupada o alarmada. Si acaso, parecía intensamente vigilante, quizás incluso cauto.
—¿Estás bien, James? —preguntó otra voz. James bajó la mano y miró alrededor. Petra Morganstern estaba de pie en el vestíbulo, justo habiendo salido de la oficina del director. Parecía ruborizada, y sus ojos estaban rojos como si hubiera estado llorando.
—Estoy bien —respondió James—. De... debería ponerme las gafas. —Miró fijamente a Rose y Ralph, advirtiéndoles que no dijeran nada.
—Oh —dijo Petra, apartando la mirada—. Bueno, te veo luego. Tengo... cosas que hacer.
James la observó alejarse, preguntándose una vez más por qué Petra parecía tan melancólica de repente. ¿Y qué demonios le había dicho Merlín para contrariarla aún más? James se levantó, volviendo a mirar una vez más a la oficina de Merlín. Merlín ya no le dirigía esa mirada dura y vigilante. Estaba girado de lado, estudiando un complicado dispositivo de latón que tenía en las manos.
—Adelante, amigos míos —llamó Merlín sin mirarles.
Cuando los tres estudiantes entraron en la oficina, James no pudo evitar mirar alrededor con asombro. Salvo por los retratos de los antiguos directores y el escritorio, la habitación era virtualmente irreconocible comparada con el mismo espacio que McGonagall había ocupado el curso anterior. Un enorme cocodrilo disecado colgaba del techo, en lo que parecía la exhibición de un museo. Había estantes atestados del suelo al techo, llenos de enormes volúmenes de gruesas cubiertas de piel. Junto a estos había herramientas arcanas y utensilios, no más pequeños que un gabinete, y todos asombrosos. Junto a la pared detrás del escritorio de Merlín había una campana de cristal que alojaba un grueso saco oscuro, colgando de ganchos de plata. James lo reconoció como la misteriosa Bolsa Oscura. La pieza central de la habitación, sin embargo, era un enorme y largo espejo con un marco dorado rectangular. La superficie plateada del espejo solo reflejaba a medias la habitación. Más allá del reflejo, una arremolinada y plomiza niebla giraba y se movía. Era a la vez hermoso y vagamente repugnante. El espejo descansaba sobre un largo soporte de latón en el centro de la habitación, de cara al escritorio del director.
—Como prometí —dijo el director—, el contenido de mi almacén. No todo, por supuesto, pero lo suficiente para hacer mi trabajo más fácil.
Solo había una silla ante el escritorio del director. James, Ralph y Rose se apiñaron alrededor, aunque ninguno escogió sentarse en ella. Continuaron estudiando la habitación con asombro.
—Se ha fijado en mi espejo, señor Potter —dijo Merlín casualmente, todavía sin levantar la mirada del extraño artefacto que estaba sujetando—. Muy curioso, ¿verdad? Veo que desea preguntarme por él. Por favor, siéntase libre de hacerlo.
—¿Qué hace? —replicó James a secas.
—La auténtica pregunta, señor Potter, es qué no hace —dijo Merlín, dejando finalmente el artefacto sobre su escritorio y levantando la mirada—. Es el legendario Amsera Certh, la quintaesencia del Espejo Mágico desde tiempo inmemorial. Con la ayuda de su Libro de Concentración, puede mostrarte el pasado y el futuro. Puede mostrarte lugares en los que has estado y reproducir antiguos recuerdos. Puede decirte, si lo deseas, quién está en la tierra más lejana. No veo el propósito práctico de semejante información, pero el diseñador del Espejo era un poco excéntrico.
Merlín se puso en pie y rodeó lentamente su escritorio, aproximándose al espejo.
—Solo se han hecho dos de estos espejos. El hermano de este pertenecía a un colega mío, que, como todos mis colegas, murió hace mucho. Ese espejo, por tanto, también se perdió entre las nieblas del tiempo.
Rose miró fijamente a la arremolinada neblina plateada en el Espejo.
—¿Por qué solo se hicieron dos?
Merlín extendió la mano hacia el Espejo y tiró de un cordón. Una gruesa cortina negra cayó sobre la cara del Espejo.
—Tales piezas son difíciles de crear, señorita Weasley. Y lo que es más importante, el mundo solo puede contener un cierto número de artefactos mágicos poderosos. Su peso desequilibra el cosmos. Demasiados a la vez pueden causar... arrugas. Antes de mi retorno, yo vivía en un tiempo mucho más oscuro donde tales arrugas eran bastante comunes. Afortunadamente, la época que ahora ocupamos está mucho mejor ajustada. Aún así, quedan unas pocas reliquias de esa era de extraordinarios artilugios mágicos. —Merlín miró alrededor con algo de orgullo—. La mayoría de ellos están en esta misma habitación.
Ralph tragó saliva y dijo:
—¿Es, ya sabe, seguro?
—Por supuesto que no lo es, señor Deedle —replicó Merlín sencillamente, volviendo a su escritorio—. Poco más que una varita mágica es seguro. Pero es controlable, y eso es lo más importante.
—¿Mostró algo a Petra en ese espejo? —preguntó James de repente, mirando a la cara del director.
Merlín no se sobresaltó.
—Yo diría que no es de su incumbencia, señor Potter, pero he vivido lo suficiente en esta era para saber que eso solo aumentaría su curiosidad. Sí, lo hice.
—¿Y por eso estaba tan disgustada cuando se marchó? ¿Por lo que le mostró?
—Le mostré lo que me pidió ver —respondió Merlín llanamente, sentándose él mismo—. Nada más y nada menos. Si desea saber más, tendrá que consultar con la señorita Morganstern directamente, aunque ella podría encontrar tal interrogatorio algo menos que bienvenido. Ahora, ¿qué puedo hacer por ustedes tres? —Mientras hablaba, extendió la mano sobre su escritorio y cerró cuidadosamente un gran libro cerca del borde; el Libro de Concentración del Espejo, asumió James.