Read Krabat y el molino del Diablo Online
Authors: Otfried Preussler
—¡Recuerda que yo soy el maestro!
El molinero le golpea ciegamente con la fusta, le clava las espuelas en la carne. La sangre le mana de los flancos a Krabat, la siente correr caliente hacia abajo por la parte inferior de los muslos.
—¡Ya te enseñaré yo a ti!
Galope izquierdo, galope derecho... y luego inmediatamente hacia el siguiente pueblo.
Un tirón de las riendas, se detienen en una herrería.
—¡Eh, herrero!... ¿Dónde está, por todos los diablos?
El herrero llega corriendo, se limpia las manos en su mandil de cuero, pregunta qué se le ofrece al señor. El maestro salta de la montura.
—Hiérrame —dice— este caballo con herraduras al rojo.
El herrero cree no haber oído bien.
—¿Con... herraduras al rojo, señor?
—¿Es que hay que decirle las cosas dos veces? ¿Quiere que le haga yo moverse?
—¡Barto! —grita el herrero llamando a su aprendiz—. ¡Coge las riendas y sujétale el caballo al señor!
El aprendiz de herrero, un pillastre pecoso, podría ser hermano de Lobosch.
—¡Coja las herraduras más pesadas que disponga! —exige el molinero— ¡Enséñeme el surtido que tiene!
El herrero le lleva al taller mientras el muchacho se queda sujetando al caballo negro y le dice en lusaciano:
—Tranquilo, caballito mío, tranquilo... ¡Pero si estás temblando!
Krabat restriega su cabeza en el hombro del muchacho.
«Si pudiera librarme del cabestro —piensa—, podría intentar salvarme.»
El muchacho se da cuenta de que el caballo negro está herido, la correa le ha desollado la piel de la oreja izquierda.
—Espera —dice—, voy a aflojarte un poco la hebilla, y asunto arreglado.
Le afloja la hebilla, luego le quita al caballo negro el cabestro.
Krabat en cuanto se ve libre del cabestro se transforma en cuervo. Graznando se eleva por los aires y pone rumbo a Schwarzkollm.
En el pueblo luce el sol. A sus pies ve a la cantora, no lejos de la fuente, con una bandeja de paja en la mano, dando de comer a las gallinas... Entonces le cubre una sombra, el grito de un azor le penetra en el oído.
—¡El maestro! —se estremece Krabat.
Rápido como una flecha, con las alas plegadas, cae en picado hasta la fuente y adopta la figura de un pez. ¿Está salvado? Se da cuenta demasiado tarde de que se ha quedado atrapado, de que no le queda escapatoria.
«¡Cantora!», piensa con todo el ardor del que es capaz. «¡Ayúdame, sácame de aquí!»
La muchacha sumerge su mano en la fuente, Krabat entonces se convierte en un estrecho anillo de oro en el dedo de ella, y así regresa a la tierra.
Al pie de la fuente está, como caído del cielo, un hombre vestido como un noble polaco, es tuerto, lleva una chaqueta de montar roja con cordones plateados, con galones negros.
—¿Puede decirme, doncella, de dónde ha sacado ese anillo tan fino? Permítame verlo...
Ya extiende la mano hacia el anillo, ya va a cogerlo.
Krabat se transforma en un grano de cebada. Se escurre entre los dedos de la cantora, cae a la bandeja de paja. Él va en el siguiente puñado que la muchacha les echa a las gallinas.
La chaqueta roja ha desaparecido de repente. Un gallo desconocido, negro como la pez, con un solo ojo, picotea los granos, pero Krabat es más rápido que él, aprovechándose de su ventaja se transforma en un zorro. Se lanza como un rayo sobre el gallo negro y le parte el cuello de una dentellada.
Cruje entre sus dientes como paja y bálago. Como paja cruje entre los dientes de Krabat, como bálago.
Cuando Krabat se despertó estaba bañado en sudor. Había estado mordiendo el jergón de paja, estaba jadeante, tardó un buen rato en tranquilizarse.
El que hubiera vencido al maestro en el sueño lo consideraba un buen presagio. A partir de ese momento estaba completamente seguro de lo suyo. Los días del maestro —creía saber ahora— estaban contados. Él, Krabat, pondría fin a las maquinaciones del molinero: él estaba predestinado a romper su poder.
Por la noche entró en el cuarto del maestro.
—¡Persisto en lo dicho! —exclamó—. Nombra sucesor tuyo a quien tú quieras. Yo, Krabat, me niego a aceptar tu oferta.
El maestro acogió sus palabras con serenidad.
—Ve a la leñera —dijo— y provéete de pico y pala. Hay que abrir una fosa en Koselbruch: ése será tu último trabajo.
Krabat no replico nada, se dio media vuelta y abandonó el cuarto. Cuando llegó a la leñera una figura salió de entre las sombras.
—Te estaba esperando, Krabat. ¿Tengo que avisar a la muchacha?
Krabat sacó del bolsillo de la pechera de su blusa el anillo de pelo.
—Dile —le rogó a Juro— que le envío el mensaje a través tuyo. Y que mañana, la última noche del año, se presente ante el molinero para pedirle que me deje en libertad, tal como lo hablamos.
Le describió la casa en donde vivía ella.
—Si le enseñas el anillo —siguió diciendo—, ella verá que vas de mi parte. Y no te olvides de decirle que es libre de emprender o no el camino hacia Koselbruch. Si viene, está bien... y si no viene, también está bien: entonces me daría ya igual lo que me ocurriera.
Le dio a Juro el anillo y le abrazó.
—¿Me prometes que lo vas a hacer bien? ¿Y que no convencerás a la cantora para que haga algo que ella preferiría no hacer?
—Te lo prometo —dijo Juro.
Un cuervo, con un anillo de pelo en el pico, emprendió el vuelo hacia Schwarzkollm. Krabat entró en la leñera. ¿Había allí un ataúd en el rincón? Se cargó al hombro pico y pala, luego caminó pesadamente sobre la nieve hacia Koselbruch, hasta que llegó a la Planicie Yerma.
Encontró un lugar que se destacaba, como un cuadrado oscuro, del entorno blanco.
¿Estaba destinado para él? ¿O lo que marcaba era la tumba del maestro?
«Mañana a estas horas —pensó Krabat poniéndose a trabajar con la pala—, estará todo decidido.»
Al día siguiente después del desayuno Juro cogió aparte a su amigo y le devolvió el anillo. Le dijo que había hablado con la muchacha, que todo estaba ya convenido.
Por la tarde, cuando ya estaba empezando a oscurecer, la cantora se presentó en el molino, con su traje de comulgar con la cinta blanca en la frente. Hanzo la recibió y le preguntó que qué deseaba; ella pidió hablar con el molinero.
—El molinero soy yo.
Apartando a los mozos, el maestro se plantó ante ella, con abrigo negro y sombrero de tres picos, la cara pálida, como pintada con cal.
—¿Qué quieres?
La cantora le miró sin temor.
—¡Entrégame a mi mozo! —pidió.
—¿A tu mozo?
El molinero se rió. Su risa parecía un malvado berrido, una carcajada de macho cabrío.
—No le conozco.
—Es Krabat —dijo la cantora— a quien yo amo.
—¿Krabat? —dijo el maestro intentando intimidarla—. ¿Le conoces siquiera? ¿Eres capaz de distinguirle entre todos los mozos?
—Le conozco —dijo la cantora.
—¡Eso lo puede decir cualquiera!
El maestro se volvió hacia los oficiales.
—¡Entrad en la cámara negra y poneos en fila, uno al lado de otro y no os mováis!
Krabat esperaba que ahora tendrían que transformarse en cuervos. Él estaba entre Andrusch y Staschko.
—¡Quedaos donde estáis; ¡Y que nadie me haga ni una mueca! ¡Tú tampoco, Krabat! ¡Al primer sonido que te oiga ella morirá!
El maestro sacó del bolsillo del abrigo el pañuelo negro, le tapó los ojos con él a la cantora, luego la hizo entrar.
—Si eres capaz de señalarme a tu mozo, te lo podrás llevar.
Krabat se asustó, con eso no había contado él. ¿Cómo iba a ayudar ahora a la muchacha? ¡Ahora ya ni siquiera el anillo le servía de nada!
La cantora fue recorriendo la fila de los mozos, una vez, dos veces. A Krabat apenas le sostenían las piernas. Su vida estaba perdida, lo sentía. ¡Y también la vida de la cantora!
Se vio vencido por el miedo..., miedo como nunca había sentido.
«Yo tengo la culpa de que ella tenga que morir», se le cruzaba una y otra vez por la cabeza. «Yo tengo la culpa.»
Y entonces sucedió.
La cantora, ya había recorrido tres veces la fila de los mozos, extendió la mano y señaló a Krabat.
—Es éste —dijo.
—¿Estás segura?
—Sí.
Todo estaba decidido.
Se desató el pañuelo de los ojos, luego se acercó a Krabat.
—Estás libre.
El maestro retrocedió tambaleándose hasta que chocó contra la pared. Los mozos se habían quedado en su sitio, completamente helados.
—¡Recoged vuestras cosas del desván... y marchaos a Schwarzkollm! —dijo Juro—. Podéis dormir en el henil de la alcaldía.
Los mozos del molino entonces salieron sin hacer ruido de la cámara.
El maestro, todos lo sabían, no viviría el día de año nuevo. A medianoche moriría, luego, el molino, ardería en llamas.
Merten, con su cuello torcido, le estrechó la mano a Krabat.
—Ahora Michal y Tonda están vengados... y los otros también.
Krabat fue incapaz de decir ni una sola palabra, estaba como petrificado. La cantora entonces le pasó el brazo por los hombros y le envolvió con su capa de lana. Era cálida, suave y cálida, como una envoltura protectora.
—Vámonos, Krabat.
Se dejó llevar por ella fuera del molino, ella le condujo hacia Schwarzkollm a través de Koselbruch.
—¿Cómo —preguntó él cuando vieron titilar las luces del pueblo entre los troncos de los árboles, una aquí, la otra allá— me has distinguido entre mis camaradas?
—He notado que tenías miedo —dijo ella—. Miedo por mí, por eso te he conocido.
Mientras se encaminaban hacia las casas empezó a nevar, suavemente y en finos copos, como harina que cayera tras pasar por un gran cedazo.