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Authors: Jude Watson

La amenaza interior (4 page)

BOOK: La amenaza interior
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Tras recitar las reglas, comenzó la reunión. Por lo que Obi-Wan pudo averiguar, el tema se centró en los informes ofrecidos por los jóvenes con respecto a los últimos actos de sabotaje. Hablaron por turnos, contándose unos a otros lo que habían hecho y cómo habían salido las cosas. Había gran animación en sus voces, pero también sabían esperar su turno con paciencia. La reunión estaba llena de energía, pero también de organización.

—Hemos cambiado las señales de tráfico, y los trabajadores llegaron una hora tarde a sus puestos —informó uno de ellos.

—Mi padre llegó furioso a casa por eso —intervino una chica—, pero creo que vi a mi madre sonreír cuando se lo contó.

—Bien —dijo Grath—. Queremos que piensen.

—Las falsas órdenes de trabajo que enviamos a la fábrica de electrónica confundieron a todo el mundo —dijo otra voz—. Y lo cierto es que estuvieron introduciendo coordenadas equivocadas en la máquina durante la mitad de la mañana.

—Me parece que las máquinas se pusieron a reproducir música en lugar de ruido de fondo —informó otra voz.

—¿Pero sabía alguien que aquello era música? —preguntó una chica.

Obi-Wan escuchaba atento, y se sintió dividido. No estaba seguro de que lo que estaban haciendo los chicos estuviera bien. Ya había podido comprobar por sí mismo que estaban causando confusión y angustia entre los adultos. Y las acusaciones contra Vorzyd 5 eran injustas. Pero tenía que admitir que si él fuera un chaval de Vorzyd 4, le encantaría gastar bromas como aquéllas. Sobre todo teniendo en cuenta el futuro triste y lleno de trabajo que le esperaría. Y los chicos estaban trabajando juntos, haciendo funcionar sus mentes de un modo creativo. Por no mencionar que era obvio que confiaban en los demás, que se llevaban bien y que se ayudaban unos a otros. Eso era mucho más que lo que podían decir los trabajadores.

Además, pensó Obi-Wan, lo cierto era que nadie estaba saliendo perjudicado. Las normas de los Libres dejaban claro que las travesuras tenían que ser inofensivas. Y aunque no podía estar seguro, sospechaba que tenían un buen motivo. Un motivo en el que Obi-Wan también creía.

De repente le vinieron imágenes de Melida/Daan a la cabeza. Muerte, destrucción...

Melida/Daan era un planeta arrasado por generaciones y generaciones de guerras civiles donde un grupo llamado los Jóvenes estaba intentando poner fin al conflicto armado. Obi-Wan simpatizó profundamente con su causa, e incluso abandonó la senda Jedi para unirse a ellos.

Aquella decisión fue un error. Aunque las ideas de los Jóvenes eran buenas y justas, la situación era complicada. Los líderes estaban enfrentados, y las mentiras databan de muchas generaciones atrás. Muchos de los Jóvenes fueron asesinados, y se produjo una masacre en el planeta. Obi-Wan se vio atrapado en la batalla. Cuando todo acabó se sintió tan devastado como el propio planeta. Se sentía muy agradecido por el hecho de que el Consejo Jedi le hubiera aceptado de nuevo. Sabía por experiencia que era peligroso creer demasiado rápido en las causas de los demás.

De repente. Obi-Wan se sintió agobiado bajo el escritorio. Necesitaba aire y espacio. Se enderezó y se sintió mejor. Además, así podía ver a los jóvenes en el despacho. Se dio cuenta de que algunos de ellos habían adornado su mono con jirones de tela de vivos colores. Otros llevaban en la cabeza pañuelos o sombreros hechos por ellos mismos. El grupo seguía charlando animadamente. Perdido en sus pensamientos. Obi-Wan no se fijó en la chica que se aproximaba hacia él.

—Oye, ¿qué haces tú aquí? —le preguntó.

Sorprendido. Obi-Wan alzó la mirada y se puso la capucha rápidamente para ocultar el hecho de que no tenía antenas. Por suerte, la oficina estaba bastante oscura.

—No me encuentro bien —dijo Obi-Wan, levantándose rápidamente—. He venido aquí a descansar, pero creo que me voy a ir a casa.

La chica le miró con curiosidad.

—¿Por qué llevas esa ropa tan rara? —le inquirió.

Obi-Wan se miró el hábito Jedi.

—Es mi albornoz nuevo. Tuve que escaparme en el último minuto y no me dio tiempo a cambiarme —miró la túnica sencilla de la chica y esperó que los vorzydianos tuvieran otro tipo de pijamas—. Qué pintas, ¿eh? —añadió tímidamente.

—Pues sí —respondió la chica. Obi-Wan vio que ella parecía dudar, pero sonrió antes de irse por el pasillo y salir por la puerta.

Mientras bajaba los escalones, suspiró de alivio. De momento, se había salvado.

Capítulo 7

Qui-Gon abrió los ojos y se enderezó con un movimiento fluido. La habitación estaba oscura, pero no necesitaba mirar el reloj para saber que era muy tarde. No necesitaba mirar la cama vacía para saber que la habitación seguía vacía, que Obi-Wan no había regresado.

¿Dónde está?
, pensó Qui-Gon, frustrado.
Tendría que haber hablado conmigo antes de marcharse.

Metió la mano en el bolsillo de la túnica, cogió el intercomunicador y lo encendió. Estaba a punto de contactar con su padawan cuando algo le dijo que no lo hiciera.

Dejemos que el chico investigue. Ya no es un niño que necesite instrucciones constantes. Quizás esté haciendo algo importante, y sus investigaciones podrían ser buenas para la misión.

Qui-Gon soltó el intercomunicador con un suspiro. De nuevo le vinieron a la cabeza multitud de imágenes de su padawan. Imágenes de un chico impaciente y con talento que estaba haciéndose un hombre. Habían pasado mucho juntos: venganza, engaños, guerras, muerte. Y las cosas no siempre habían ido bien entre ellos. Cada uno tenía un carácter fuerte, y esos caracteres chocaban de vez en cuando. Pero también habían aprendido a depender y a confiar el uno en el otro. Más que un equipo Jedi formidable, eran dos personas que se apreciaban y que tenían una verdadera amistad.

Mientras contemplaba la habitación vacía. Qui-Gon deseó que Obi-Wan nunca dejara de ser un niño. No quería que cambiara, que creciera.

Si lo hace, le perderé, pensó. Igual
que perdí a Tahl.

A Qui-Gon le horrorizó su propio deseo. ¿Cómo podía anhelar algo así? Obi-Wan tenía que vivir su vida, su destino. No correspondía a Qui-Gon interferir o desear que las cosas fueran distintas a cómo eran.

Volvió a tumbarse en la cama, pero la culpa y la tristeza le impedían dormirse. Intentó dejar que las emociones fluyeran hacia el exterior.

Tardaron mucho tiempo en salir.

***

Qui-Gon estaba descansando tranquilamente cuando Obi-Wan regresó. Cuando su padawan cerró la puerta, Qui-Gon pudo percibir su excitación. La energía manaba del chico como una corriente eléctrica. Qui-Gon se enderezó.

Obi-Wan encendió una lamparita y se sentó en su cama.

—Maestro —dijo con los ojos relucientes—. Tengo noticias. He averiguado muchas cosas que nos ayudarán en esta misión.

Qui-Gon sonrió. Hace apenas un año. Obi-Wan le habría soltado las noticias con los nervios propios de un niño. Ahora lo estaba presentando de forma lógica, pese a que estaba muy emocionado.

—Adelante —le ayudó Qui-Gon con suavidad.

—Son dos cosas —explicó Obi-Wan—. La primera es que los vorzydianos son capaces de compartir fuertes lazos emocionales. Vi a una chica con su abuela y, a juzgar por su interacción, era obvio que se querían mucho.

Qui-Gon se alegró al oír aquello. De alguna forma, le consolaba enterarse de que los nativos de aquel planeta tenían más sentimientos de los que mostraban.

—¿Cuál es el otro dato?

—Es algo todavía más importante —dijo Obi-Wan—. Vorzyd 5 no es responsable de ninguno de los sabotajes.

Qui-Gon alzó las cejas.

—Y supongo que vas a decirme quién es el auténtico responsable.

Obi-Wan aspiro hondo.

—Los Libres. Jóvenes vorzydianos.

Qui-Gon se quedó callado un momento para poder asimilar la información. Aquello trastocaba considerablemente la misión.

—Seguí a unos chavales a una reunión secreta y les estuve espiando desde la entrada —explicó Obi-Wan—. Si consiguiera hacerme pasar por vorzydiano podría fingir mi adhesión a la causa y obtener información sobre los chavales y lo que están intentando hacer. De esa manera podríamos...

—Ni hablar —interrumpió Qui-Gon—. La infiltración no forma parte de nuestra misión. Tenemos que contar al presidente Port lo que está pasando.

Obi-Wan abrió la boca para decir algo, pero la volvió a cerrar. Qui-Gon tuvo la impresión de que a su padawan le había costado toda su voluntad no explotar de frustración.

Obi-Wan se tomó un rato para recomponer sus pensamientos, poniéndose en pie y paseando por la habitación antes de girarse hacia su Maestro. Qui-Gon casi podía ver los mecanismos de la mente del chico en funcionamiento

—Es obvio que esta sociedad no funciona —dijo finalmente Obi-Wan con voz tranquila—. No trabaja para su pueblo. Las acciones de los jóvenes son un patente grito de ayuda. Si no tenemos cuidado con la forma de revelar su movimiento, nos arriesgamos a estropearlo todo. Lo mismo nos daría despedirnos de cualquier esperanza de cambio.

Obi-Wan dejó de hablar un momento, pero siguió mirando fijamente a su Maestro. Qui-Gon se dio cuenta de que no iba a ceder.

—Los habitantes de Vorzyd 4 se verían más beneficiados si preparásemos a ambas partes para el enfrentamiento que nos espera —terminó de decir Obi-Wan—. Seguiría siendo una mediación, sólo que no tendría lugar entre las partes que nosotros pensábamos.

Qui-Gon miró a su padawan. Estaba de pie junto a la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho. En sus ojos ardía la llama de la determinación, pero no había ira. Simplemente creía que aquél era el mejor procedimiento a seguir para la misión.

Qui-Gon no estaba de acuerdo. El Consejo no les había enviado para infiltrarse entre los vorzydianos. Sólo tenían que explicar que Vorzyd 5 no era culpable y dejar que Vorzyd 4 solucionara sus propios problemas. Los Jedi se dedicaban al mantenimiento de la paz, no a la política o al espionaje.

Pero lo cierto es que las misiones no solían salir según lo planeado. Y aquélla no iba a ser una excepción. Nada en Vorzyd 4 era como se lo habían esperado. La cena que habían compartido con los Port no había sido sólo culturalmente distinta, sino incómoda y artificial. Se había dado cuenta de que Bryn no era feliz, que quizá incluso estaba deprimida. Las relaciones intergeneracionales podrían describirse como poco sanas, pero ¿era ésa la mejor forma de arreglarlo?, y ¿tenían jurisdicción para ello?

Qui-Gon se puso en pie y fue de un lado a otro. ¿Acaso no estaba diciendo constantemente a Obi-Wan que se fiara de sus instintos? ¿Cómo podía ofrecer semejante orientación al chico si no le dejaba guiarse por ella?

Porque tienes miedo de dejarle volar, miedo del día en que ya no seas su Maestro.

—¿Maestro? —la voz de Obi-Wan se abrió paso entre sus pensamientos. No era su intención guardar silencio durante tanto tiempo. Obi-Wan le miraba fijamente, esperando paciente tina respuesta.

Qui-Gon dio un profundo suspiro.

—Puedes reunir información durante tres días —dijo—, pero tienes que mantenerme informado de todo lo que ocurra. Y si después de ese tiempo no has convencido a los Libres de que tienen que darse a conocer y hablar de sus problemas con los adultos, tendré que informar de su relación con los contratiempos al presidente Port.

Obi-Wan dejó caer las manos y sonrió. En sus ojos azules había gratitud.

—Gracias —dijo.

Qui-Gon asintió. No estaba seguro en absoluto de haber tomado la decisión correcta.

Capítulo 8

Obi-Wan comenzó inmediatamente a formular sus planes. Estaba un tanto sorprendido de que Qui-Gon hubiera dejado la misión en sus manos, pero también se sentía encantado. Era la primera vez que Qui-Gon le concedía tanta responsabilidad.

Quizás esté empezando a considerarme un compañero, y no sólo un alumno
, pensó Obi-Wan. El joven Jedi llevaba mucho tiempo esperando una oportunidad como aquélla y estaba decidido a aprovecharla.

Tumbado en su cama. Obi-Wan recopiló lo que había podido oír en la reunión de los Libres. Cuanto más recordara, más oportunidades tendría de infiltrarse con éxito. A él le pareció que acababa de quedarse dormido, cuando su Maestro le despertó con delicadeza.

—Es hora de levantarse —dijo Qui-Gon—. Los Port estarán esperando.

Obi-Wan se levantó y se vistió rápidamente. Pero cuando llegaron a la morada de los Port, la familia ya había salido rumbo a su jornada diaria. En la mesa había kibi frío y patot panak, y los Jedi se sentaron a desayunar pese a que la comida no parecía especialmente apetitosa.

Un mensaje del panel de datos pedía a los Jedi que acudieran en cuanto pudieran al despacho del presidente Port, en la zona laboral. Quería contactar de inmediato con Vorzyd 5.

—Tendré que ingeniármelas para detenerle —dijo Qui-Gon en voz alta mientras mordía un panak.

Obi-Wan asintió.

—Me gustaría visitar la escuela vorzydiana hoy, Maestro —dijo—. No tiene sentido esperar a que se celebre otra reunión secreta. Sería perder un tiempo valioso.

—Sí, puede que tengas razón, pero ten cuidado, padawan —se detuvo y añadió—: Y supongo que no me hace falta decirte que mantengas ojos y oídos abiertos en todo momento, porque gracias a eso hemos llegado adonde estamos ahora.

Obi-Wan pensó por un momento que su Maestro le estaba reprendiendo, pero Qui-Gon le miraba divertido desde el otro lado de la mesa.

—No, no hace falta —asintió Obi-Wan.

Cuando Qui-Gon se marchó de la zona residencial. Obi-Wan fue al contenedor de ropa de Grath y cogió prestado un mono sencillo. Luego, para ocultar el hecho de que carecía de antenas, se fabricó un improvisado turbante utilizando la capucha de su hábito.

—No es exactamente moderno —se dijo, mirando su ridículo reflejo. Algunos de los chicos que había visto la noche anterior llevaban prendas creadas por ellos y sombreros caseros, en un intento por destacar y parecer distintos. Con suerte, su sombrero podría pasar por un signo de identidad y nadie sospecharía de su función de encubrimiento.

Se miró por última vez en el reflector y abandonó la residencia en dirección a la plataforma del trasbordador. Era media mañana, y casi todos los trabajadores estaban ya en el trabajo. El vagón estaba casi vacío.

La ciudad estaba cuidadosamente organizada, así que no le resultó difícil encontrar la zona educativa. Obi-Wan supuso que los edificios educativos serían como los demás, y acertó. Tres estructuras idénticas, en fila y de aspecto anodino albergaban estudiantes de diferentes edades.

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