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Authors: Jude Watson
El hangar en el que aterrizaron estaba impoluto. Aparte de los trabajadores que cargaban bultos en lo que parecían ser naves de exportación, no había mucha gente por allí.
—¿Van a venir a recibirnos? —preguntó Obi-Wan. Luego ahogó un bostezo mientras se reunía con Qui-Gon al salir del trasbordador. Qui-Gon se dio cuenta de que la investigación realizada por su padawan no había sido mucho más divertida que la suya.
Antes de que Qui-Gon pudiera responder afirmativamente, un joven vorzydiano apareció ante ellos, se quedó quieto un momento y luego realizó una leve inclinación. Sus modales eran comedidos, pero sus antenas temblaban nerviosas. Qui-Gon se dio cuenta de que era poco probable que hubiera visto antes a algún ser de fuera de su planeta.
—Bienvenidos. Síganme —dijo su guía sin expresividad alguna. Se giró y salió rápidamente del hangar. Los Jedi tuvieron que apretar el paso para seguirle.
Qui-Gon estaba ansioso por hablar con el joven vorzydiano. Pensó que le ayudaría a comprender mejor a la especie, pero, aparte del breve saludo de bienvenida, el vorzydiano no ofreció nada más. Se limitó a guiarles velozmente por las calles.
Cuando Qui-Gon intentó preguntar al guía una o dos cosas, se hizo patente su incomodidad por la mirada confundida y el temblor de sus antenas. Quizás el presidente Port le había pedido que no les dijera nada. Qui-Gon decidió dedicarse a observar el entorno. Ya tendría tiempo de familiarizarse con los vorzydianos.
Las calles de Vorzyd 4 estaban casi vacías. Aunque era mediodía, no había nadie. Y Qui-Gon tampoco vio vendedores de alimentos o establecimientos públicos.
Los edificios eran elevados y hexagonales, y no tenían portales ni terrazas. Tampoco había ventanales ni decoración alguna. No se desperdiciaba el material en cuestiones de estilo o estética. Todo parecía estar diseñado para la máxima eficacia, incluido el sistema hexagonal y el deslucido código de colores con los cuales se diseñaban las construcciones.
Qui-Gon contempló al vorzydiano que les guiaba y se dio cuenta de que la misma pauta podía aplicarse a la ropa en Vorzyd 4. Hasta el momento, todos los que había visto llevaban un mono de trabajo ceñido y de un solo color, que ni siquiera tenía cuello.
No llevaban mucho tiempo caminando cuando el vorzydiano se detuvo frente a un edificio bastante indescriptible y de color parduzco. La placa situada junto a la entrada rezaba: "MULTYCORP". El guía activó la puerta y les indicó que entraran. Esperaba encontrarse con alguna especie de galería o pasillo, pero a Qui-Gon le sorprendió descubrir que estaban en un turboascensor que subía a la planta 24. Una voz robótica iba indicando las plantas según pasaban. "Montaje siete, Montaje ocho. Fabricación nueve, Fabricación diez", y así hasta que llegaron a "Contabilidad veinticuatro".
La puerta se abrió, y un vorzydiano de elevada estatura entró rápidamente en el ascensor sin esperar a que los demás salieran. Estuvo a punto de chocar con Obi-Wan.
—Una entrada improductiva —murmuró el guía vorzydiano.
El vorzydiano alto miró al grupo, pero no dijo nada. Qui-Gon se preguntó quién podía ser.
—¿Le conoce? —preguntó al guía.
El guía negó con la cabeza e indicó a los Jedi que salieran del turboascensor para guiarles por un laberinto de cubículos de trabajo en tonos beige. Cientos de vorzydianos vestidos con monos estaban sentados unos junto a otros, hablando con sus auriculares e introduciendo información en terminales de datos.
Aunque muchos de ellos estaban hablando a la vez. El efecto general era como el de un zumbido grave. No se distinguía ninguna voz por encima de otra. No había nadie charlando. Y, aparte del símbolo numérico que había sobre cada estación de trabajo, no había forma de distinguir una de otra.
¿Será desde aquí desde donde el presidente Port gobierna su planeta?
Se preguntó Qui-Gon.
¿Desde una fábrica vorzydiana?
Qui-Gon miró a su padawan, y Obi-Wan alzó las cejas ligeramente. Era obvio que estaba tan sorprendido y perplejo como su Maestro.
—Esperen aquí —les ordenó el guía. Luego les señaló una salita ocupada por una enorme mesa rodeada por unos taburetes. El vorzydiano desapareció en el laberinto.
Un momento después, el presidente Port entró por la puerta. Si Qui-Gon no hubiera visto su foto en los archivos del Templo no habría podido adivinar que era un líder planetario. Llevaba el mismo mono de color claro que el resto de los habitantes del planeta, y sus maneras eran idénticamente seguras. Aunque su expresión no varió, las antenas le temblaron al hablar.
—Nos alegra que hayan venido —dijo. Atravesó la sala rápidamente y se sentó en uno de los taburetes que rodeaban la mesa—. Todos los vorzydianos conocidos procedentes de Vorzyd 5 han sido expulsados del planeta, pero sigue habiendo ataques. Quieren mermar nuestra productividad. Los ataques tienen que cesar.
Qui-Gon respiró hondo.
—Por lo que sé, de momento no hay que lamentar daños vitales.
—Eso es cierto —las antenas de Port comenzaron a estremecerse más rápidamente.
—¿Los saboteadores se han concentrado en lo que ralentiza la productividad? —dijo Obi-Wan, esperando que la pregunta ayudara al presidente a ser más explícito.
—Sí. La productividad está siendo mermada. No podemos trabajar —el presidente Port movió la cabeza arriba y abajo, a modo de asentimiento.
—¿Por qué se sospecha de Vorzyd 5? —preguntó Qui-Gon—. ¿Han reconocido la autoría de alguno de los ataques? ¿Han expresado sus condiciones o realizado alguna demanda?
Qui-Gon sabía que, tras haber pasado un periodo a merced de Vorzyd 4. Vorzyd 5 podía albergar algún resentimiento. Pero emprender acciones contra un planeta vecino era algo muy precipitado, sobre todo si Vorzyd 5 prosperaba por derecho propio.
—Debemos detener a Vorzyd 5 —dijo el presidente Port sin prestar atención a las preguntas de Qui-Gon—. ¿Se pondrán en contacto con ellos?
Qui-Gon estaba a punto de responder cuando el presidente se puso de pie. Era obvio que estaba ansioso por dar por terminada la reunión.
—¿Podemos volver al trabajo ya, entonces? —dijo.
Qui-Gon se quedó sentado. Tenía muchas más preguntas y la sensación de que las cosas no eran lo que parecían.
—Antes de contactar con Vorzyd 5 me gustaría inspeccionar los lugares saboteados. Las acusaciones no se pueden hacer precipitadamente.
El presidente Port pareció pensar en lo que estaba diciendo Qui-Gon, pero no dijo nada.
Qui-Gon prosiguió.
—También me gustaría pasar al menos una noche aquí, en Vorzyd 4, para hacerme una idea de cómo viven... cuando no están trabajando.
Las antenas del presidente Port se movieron furiosas, y pareció que iban a enredarse.
—¿Cuándo no estamos trabajando? —preguntó asombrado—. Comemos y dormimos. Nada más.
El presidente estaba claramente frustrado con la línea de pensamiento del Jedi. Él quería acción inmediata.
—Les llevaré a la zona residencial cuando la jornada de trabajo haya...
El presidente Port fue interrumpido por una trabajadora que entró en la sala.
—¡Vorzyd 5! —dijo—. ¡Un nuevo ataque! —su agudo tono de voz reveló su angustia—. Los monitores del estado de la productividad están registrando datos erróneos.
Port salió a toda prisa de la estancia y observó la pantalla más cercana.
—Seis días de retraso en la distribución de bienes duraderos —murmuró—. Esto no puede ser.
Los trabajadores se ponían en pie en sus puestos de trabajo y miraban de un lado a otro con expresión incrédula. Qui-Gon se dio cuenta de que cuando reparaban en los Jedi, con sus hábitos pardos y anchos, sus ya de por sí vibrantes antenas temblaban aún más. En aquel entorno, incluso el discreto atuendo Jedi les hacía destacar como un faro en la oscuridad.
Qui-Gon y Obi-Wan siguieron al presidente Port al turboascensor. Mientras se abrían paso por el laberinto, Qui-Gon se dio cuenta de que algunos de los trabajadores se mecían de atrás adelante. Otros parecían estar físicamente enfermos y se agarraban el estómago mientras se apoyaban en las mesas.
Cuando las puertas del turboascensor se cerraron. Qui-Gon emitió un profundo suspiro. Era obvio que los nativos de aquel planeta eran incapaces de enfrentarse a nada que se alejara de su rutina laboral. El presidente era el único que parecía mantener una calma relativa, aunque tampoco parecía estar muy bien.
Aquella misión iba a ser muy interesante.
Obi-Wan se sentó frente al ordenador principal. Llevaba allí casi una hora. El técnico vorzydiano asignado a esa estación iba de un lado a otro detrás de él, parándose de vez en cuando para mirar por encima del hombro de Obi-Wan. De vez en cuando, las antenas del técnico rozaban la cabeza y la nuca de Obi-Wan, que le oía murmurando algo sobre Vorzyd 5.
El Maestro de Obi-Wan se había ido con el presidente Port para intentar tranquilizar a los trabajadores. La amenaza a la salud física y mental de los vorzydianos equivalía a sus dificultades técnicas. Si el presidente no conseguía calmar a los trabajadores, tendría que enfrentarse a una crisis sanitaria. A juzgar por los niveles de estrés que Obi-Wan podía sentir en aquel edificio, el padawan pensó que su Maestro no estaba teniendo mucho éxito.
Obi-Wan tampoco. El problema con el sistema informático no tenía fácil solución. Obi-Wan se dio cuenta de que no iba a poder resolverlo rápidamente, pero esperaba poder averiguar algo en el proceso sobre qué lo había iniciado.
Y entonces, tan pronto como vino, la anomalía desapareció. Todos los ordenadores del edificio volvieron a conectarse y a funcionar como si el virus nunca hubiera existido. Y no quedó ni rastro de lo sucedido en ninguna de las máquinas.
Obi-Wan se acercó al nervioso técnico, que asintió y habló con un intercomunicador en la pared.
—Volvemos a estar en línea. Que los trabajadores vuelvan a sus puestos de inmediato.
Algunos de los técnicos que había por allí miraron a Obi-Wan, agradecidos, mientras volvían a sus estaciones de trabajo. Creían que era él el que había solucionado el problema.
El resto de los vorzydianos se puso manos a la obra, aliviados por el regreso al normal funcionamiento de las cosas. Incluso los vorzydianos enfermos se esforzaron por proseguir con el trabajo.
Obi-Wan se quedó donde estaba. Quería continuar investigando en el sistema para ver si podía averiguar lo que había provocado el misterioso problema, y quizá llegar a entender a los vorzydianos, pero el técnico que estaba junto a él deseaba claramente que Obi-Wan saliera de su sitio.
—¿Volvemos al trabajo, entonces? —preguntó el técnico, nervioso.
Obi-Wan suspiró. Su curiosidad no era razón suficiente para molestar a aquel vorzydiano.
De regreso a la planta 24, Obi-Wan pensó en lo que sabía. Por desgracia, no era mucho. El saboteador era alguien que conocía el sistema informático casi tan bien o mejor que los técnicos que lo manejaban, pero no había pruebas definitivas de que Vorzyd 5 fuera responsable del fallo. Obi-Wan sospechó que el culpable podía ser alguien de dentro o algún espía.
Antes de que pudiera compartir sus sospechas con Qui-Gon y el presidente, una sirena larga y opaca resonó en todo el edificio. Los trabajadores vorzydianos gruñeron al unísono, repitiendo aquel tono. Era un sonido extraño, como decepcionado, que penetró en la piel de Obi-Wan. No sabía si la frustración de los trabajadores se debía a que su jornada laboral se había visto reducida por la interrupción, o si aquel triste sonido se hacía cada día cuando llegaba la hora de irse.
Al igual que el resto de los trabajadores, el presidente Port parecía reacio a marcharse de allí. Por fin, se levantó e indicó a los Jedi que le siguieran.
Los vorzydianos salieron en masa de los edificios, como un líquido vertido lentamente. Aunque estaban muy cerca unos de otros, apenas se acercaron a Obi-Wan y Qui-Gon, ni siquiera en los trasbordadores a rebosar en los que se dirigían a sus hogares. Obi-Wan lamentó que su presencia incomodara a los vorzydianos, pero, al mismo tiempo, agradeció aquel espacio libre. Le permitía mirar por las ventanillas de transpariacero del trasbordador.
Mientras salían del espacio de trabajo de la ciudad, Obi-Wan esperó a que cambiara el paisaje. Él suponía que los edificios idénticos serían cada vez más escasos, y que darían paso al paisaje natural del planeta, o al menos a algún parque o espacio abierto, pero se equivocaba.
En las afueras de la ciudad, la zona laboral daba paso a la zona residencial. Pero si el presidente vorzydiano no les hubiera avisado de que habían entrado en ella, Obi-Wan no se habría dado cuenta. Los edificios en esa zona eran ligeramente más pequeños y estaban ubicados alrededor de estaciones en las que los trasbordadores automáticos y los aerobuses recogían y dejaban pasajeros. Por lo demás, era exactamente igual que la zona de trabajo.
No había jardines. Ni espacios para aparcar vehículos privados. Ni vorzydianos descansando en el exterior.
Ante semejante perspectiva, los Jedi no se sorprendieron al ver la casa del presidente, que, al igual que su lugar de trabajo y su atuendo, no difería de las del resto de la población. Vivía en un piso único de una de las elevadas construcciones.
—Esta es mi mujer, Bryn —dijo el presidente, presentándoles a una vorzydiana delgada que llevaba un mono de color anodino—. Los Jedi Qui-Gon Jinn y Obi-Wan Kenobi —dijo Port, señalándoles.
Las antenas de Bryn temblaron al contemplar a los Jedi.
—Apreciamos su hospitalidad —dijo Qui-Gon, tendiéndole la mano—. El presidente Port ha sido muy amable invitándonos a comer con ustedes.
Bryn asintió de nuevo, pero no le dio la mano. En lugar de eso, se acercó a la despensa. Tras pulsar unos cuantos botones colocó dos servicios más en la mesa, que ya estaba puesta para dos.
—Grath no come con nosotros —dijo ella.
El presidente Port asintió.
—¿Vendrá a casa luego? —preguntó Obi-Wan. Tenía ganas de conocer al hijo de quince años de Port. Vorzyd 4 parecía tan... aburrido. No podía imaginar la vida que llevaría un adolescente en aquel planeta, y esperaba que fuera más fácil hablar con él que con los vorzydianos que había conocido hasta el momento.
—Después de comer. Está trabajando —respondió Bryn, inexpresiva.
Mientras esperaban a que les sirvieran la comida, Obi-Wan y Qui-Gon echaron un vistazo a la pequeña residencia. Estaba equipada y era razonablemente cómoda, pero no daba ninguna pista sobre la personalidad de los habitantes. A Obi-Wan le recordó los espacios estériles que los viajeros alquilaban en Coruscant. Con tantas especies distintas pasando por allí, las habitaciones se diseñaban para que fueran lo más limpias e inofensivas posible.