Sabemos por sus cartas que Iván conocía bien la Biblia, los Apócrifos, las Cronografías, que trataban de la historia mundial, y los relatos de la
Ilíada
. Los emisarios y visitantes extranjeros le regalaban libros, él mismo encargaba que se redactaran libros, y mandaba que otros se tradujeran al ruso para su uso personal.
«Los historiadores conocen la existencia de la biblioteca porque Iván el Terrible encargó a sus escribas que tradujeran los libros al ruso», dice un artículo publicado en el
Times
de Londres. «Según la leyenda, la biblioteca ocupaba en sus tiempos tres salas, e Iván el Terrible la valoraba tanto, que construyó una cripta para proteger los libros de los incendios que solían asolar Moscú».
Pero la cripta, supuestamente oculta bajo el Kremlin, también pudo deberse a la inestabilidad mental de Iván y a su paranoia creciente.
La fama de la biblioteca se difundió por Europa. «Los alemanes, los ingleses y los italianos intentaron en muchas ocasiones persuadir al zar ruso para que les vendiera el tesoro», escribe Vinogradskaya. «Pero Iván el Terrible, que también era hombre dotado de un talento literario considerable, era coleccionista ávido de libros raros, y conocía muy bien el gran valor de su colección. Se negó a vender nada».
A Iván lo fascinaba también la cuestión de los espías y de los asesinos a sueldo, a los que solía recurrir con frecuencia. Su jefe de seguridad y de espionaje tenía acceso inmediato a sus aposentos privados por uno de los túneles que transcurrían por debajo del Kremlin. E Iván creó la temible Oprichniki, su fuerza armada personal y clandestina, que llevaba a cabo misiones de espionaje y asesinatos políticos. Debían de tener un aspecto estremecedor, pues iban vestidos totalmente de negro y cabalgaban en caballos negros.
Los túneles subterráneos, enrevesados e interminables, se empezaron a construir en el siglo XII y se fueron ampliando a lo largo de los siglos. En un principio debían de servir de vías de escape, para acceder al agua en caso de asedio del Kremlin, y para desplazarse con comodidad de un edificio a otro durante los crudos inviernos rusos. Los túneles, que alcanzan hasta doce niveles de profundidad, contienen cursos de agua, mazmorras y cámaras secretas.
«Según la leyenda, todo el oro de Iván estaba escondido en un túnel —dice Khinsky—, las pinturas y los iconos en otro, y los manuscritos de la Biblioteca Bizantina en otro. Todos los escondrijos estaban cerrados cuidadosamente con ladrillos». Al parecer, en el mundo subterráneo de Moscú se han encontrado depósitos naturales de sal, y la sal es un buen conservador.
En 1584, después de haber leído su testamento por la mañana y de haber pedido su tablero de ajedrez por la tarde, Iván murió. El testamento, en el que podría haber figurado su biblioteca, desapareció misteriosamente. Cuando se exhumó su cadáver, en 1963, aparecieron restos de mercurio y de arsénico, aunque no a niveles tan elevados como para que hubieran podido causarle la muerte por envenenamiento; aunque existe la creencia popular de que, en efecto, murió envenenado.
Según Khinsky, diecisiete años después de la muerte del monarca llegó un emisario del Vaticano para investigar lo que había sido de la biblioteca. Se escudriñaron viejos archivos y depósitos de libros y se enviaron equipos de exploración a hacer excavaciones. «La existencia de la biblioteca se cita por primera vez en documentos del periodo del reinado de Pedro el Grande, que comenzó en 1682», según Hamilton, del
Los Angeles Times
.
Iván fue el último propietario conocido de la Biblioteca de Oro. «Historiadores, arqueólogos, Pedro el Grande y hasta el mismo Vaticano han buscado en vano la biblioteca desaparecida durante centenares de años», según el
Times
de Londres. En el siglo XVII, la mayor parte de los túneles más antiguos estaban ya en desuso y olvidados, y con el transcurso del tiempo la busca se ha vuelto cada vez más difícil por el debilitamiento de las obras de fortificación, los corrimientos de tierras, las inundaciones y la falta de planos completos.
«El Kremlin es una residencia de fantasmas», escribió el marqués de Custine, que visitó Rusia a principios del siglo XIX. «Los sonidos subterráneos que allí se producen parecen salidos de la tumba».
No es de extrañar que esta colección fundamental de libros, que es quizá la más importante que ha sobrevivido de la historia, siga siendo objeto de vivo interés. En el transcurso de diversas exploraciones se han descubierto tesoros muy antiguos en la amplia red de túneles subterráneos, entre ellos un arsenal oculto de armas de Iván el Terrible, los aposentos de la zarina, donde pasó su infancia Pedro el Grande, el depósito más grande de monedas de plata hallado en la ciudad, joyas de oro, documentos, y platos y cubiertos preciosos, muchos de los cuales están expuestos al público en la actualidad. Algunos de estos hallazgos únicos se encuentran en el Museo de Arqueología.
«¡Temblad, roedores gigantes de las alcantarillas! ¡Soy Vadim, señor del Mundo Subterráneo!». Así se titula un artículo de Erin Arvedlund, publicado en la revista
Outside
, sobre Vadim Mikhailov y su animosa banda de exploradores subterráneos, los Excavadores del Mundo Subterráneo. Su sueño es encontrar la Biblioteca de Oro. De momento, han encontrado esqueletos, peces mutantes, fugitivos, nubes de gases tóxicos, feos hierbajos, cucarachas albinas, y un estanque subterráneo que en tiempos se empleó para suicidios en masa. Como hallazgo más útil, descubrieron también doscientos cincuenta kilos de materiales radiactivos, debajo de la Universidad Estatal de Moscú, que quizá explicaran el largo historial de enfermedades, caída del cabello e infertilidad que se ha registrado entre sus estudiantes y profesores. El gobierno retiró los materiales.
Apollos Ivanov, jubilado moscovita de ochenta y siete años que había ejercido de ingeniero en el Kremlin y había estudiado las estructuras subterráneas de Moscú, creía que la Biblioteca de Oro estaba en uno de los ramales que se extendían por encima de una amplia red de catacumbas que él había visto. En 1997 desveló su secreto al alcalde, que autorizó enseguida la búsqueda. Muchos estaban convencidos de que se desenterraría por fin la colección perdida. Ivanov había perdido la vista, y corría la leyenda de que cualquiera que se acercara a descubrir la biblioteca, correría la misma suerte. Pero Ivanov se equivocaba, y la biblioteca sigue desaparecida.
Todavía se sigue buscando con entusiasmo hoy día; los nuevos investigadores aportan equipos cada vez más modernos. Al fin y al cabo, la magnífica Biblioteca Real del Imperio bizantino era la última esperanza del mundo occidental antiguo, cargada de la sabiduría y de los conocimientos perdidos de los antepasados, y sin que en nuestros tiempos se le pueda comparar ni siquiera la Biblioteca Vaticana. Resulta irresistible pensar que la Biblioteca de Oro, la flor y nata de la literatura, puede reposar en silencio en el mundo subterráneo misterioso de Moscú.
Este libro es una obra de ficción, claro está; pero todas las referencias y anécdotas históricas son reales o están basadas en datos reales. Por ejemplo, es cierto que el emperador Trajano erigió el impresionante monumento en recuerdo de sus victorias bélicas, la Columna Trajana, entre dos tranquilas galerías de la Biblioteca de Roma, que también había construido él. Y Dión Casio Coceyano, administrador y gran historiador romano, escribió, en efecto, la
Romaika
, la historia más importante de los últimos años de la República romana y de la primera época del Imperio. Tenía ochenta libros, pero solo se conservan los volúmenes del treinta y seis al sesenta. Si Dión Casio escribió algo acerca de la Columna Trajana, yo calculo que figuraría aproximadamente en el libro sesenta y siete.
Al mismo tiempo, todo lo siguiente es cierto: Julio César recibió una lista de los conspiradores que pensaban asesinarlo, pero no llegó a leerla. Aníbal saqueó los alrededores de Roma, destruyéndolo todo, salvo las posesiones de Fabio. A consecuencia de ello, Fabio tuvo que esforzarse por contener a una Roma casi amotinada. Y Aristófanes, en su comedia satírica
Las nubes
, presenta al respetado filósofo Sócrates como un payaso que enseña a sus discípulos a engañar a los acreedores para librarse de las deudas.
La única excepción notable es el volumen al que yo he llamado el
Libro de los Espías
. No obstante, dado que Iván el Terrible encargó la redacción de libros, y dado que el tema de los espías y los asesinos a sueldo le interesaba, es posible que hiciera escribir un libro como aquel.
Solo conocemos la historia por la tradición oral y por la palabra escrita. Es una tragedia todo lo que se ha perdido a lo largo de los siglos por la guerra, los incendios, los saqueos, la destrucción ciega, los deseos intencionados de borrar la historia, y la censura. Nuestra historia es la historia de libros perdidos.
Si yo pudiera pedir un deseo, la Biblioteca de Oro existiría, se descubriría, y no solo aparecerían en ella los libros perdidos que cito en el texto de la novela, sino también, como mínimo, las obras de estos seis autores antiguos: