21 de diciembre de 1989
Ante todo, gracias por su misiva. De acuerdo con nuestra primera conversación telefónica, he comentado el asunto con los demás integrantes de la Junta Supervisora de Rhodes.
No vemos razón alguna para denegar su solicitud de suspensión de la beca Rhodes y comprendemos a la perfección su deseo de regresar junto a su familia a la mayor brevedad posible. Lo esperamos de regreso en Oxford en octubre del año que viene.
Rogamos acepte el pésame de la Junta Supervisora de Rhodes, así como mis mejores deseos para usted.
Atentamente,
SEÑOR WILLIAM BOWMAN
Presidente de la Junta Supervisora
de la Fundación Rhodes
22 de diciembre de 1989
A sir Peter Allham, rector del Aubrey College:
En atención a su solicitud, le hago llegar el informe de nuestra investigación una semana después de su inicio.
Por desgracia, el informe indica que no hemos avanzado gran cosa en los últimos siete días. No hemos encontrado huellas en los aposentos del doctor Dimbledon, o mejor dicho, sí encontramos cientos de ellas, pero casi todas eran suyas. Es importante tener en cuenta que, sin lugar a dudas, un gran número de alumnos, empleados de la limpieza e invitados habrán entrado en dichos aposentos, y que sin un objetivo concreto o unas huellas de referencia para comparar, las pesquisas suelen ser cuestión de pura suerte.
Merece la pena mencionar que los únicos lugares donde hemos localizado huellas del señor Glantz son el picaporte y el lugar de la moqueta donde cayó tras descubrir el cadáver. Ello confirma nuestra falta de sospechas hacia el joven, y si durante el interrogatorio mostramos hacia él menos amabilidad de la que acostumbra a recibir, estoy convencido de que se hará cargo. Si supiéramos más cosas acerca del hombre desaparecido, Soares, por descontado lo buscaríamos, pero puesto que parece tratarse de un fantasma, no tenemos nada que buscar.
Asimismo, carecemos de pistas de nuestras redes habituales de informadores y agentes de incógnito destinados en Oxford. Me atrevería a afirmar que el submundo de Oxford está tan desconcertado por la muerte del doctor Dimbledon como nosotros, lo cual nos consuela hasta cierto punto.
No debemos olvidar que casi todos los asesinatos dejan cuando menos algún rastro, y que los que carecen de pistas durante la primera semana a menudo quedan sin resolver. Le ruego no tome este comentario como una confesión de fracaso, tan solo como advertencia de lo que puede depararnos el futuro. En cualquier caso, la investigación continúa.
Atentamente,
HENRY STANDAGE
23 de diciembre de 1989
Apreciado Peter:
Bueno, espero que estés satisfecho. El revuelo ocasionado en tu facultad ha estropeado las vacaciones de Navidad de buena parte de tus colegas del MI5. Claro que a estas alturas son ex colegas, pero aun así no tienen derecho a descansar, por lo visto.
Hammy llamó a Bumster al Ministerio del Interior, Bumster llamó a Reg de Inmigración, y Reg se pasa el día arriba y abajo escupiendo órdenes como el pequeño tirano que es. No ha averiguado absolutamente nada, lo cual encaja a la perfección con su talento más bien limitado, pero en este caso, aunque me resulte doloroso admitirlo, no es culpa suya, porque lo cierto es que no hay nada que averiguar.
Inmigración no ha descubierto nada; nosotros no hemos descubierto nada; ni siquiera Standage, de la policía del valle del Támesis (es un buen detective, por cierto, de lo más decente y profesional que se encuentra hoy en día), ha descubierto nada. No hay rastro del tal Soares, ni en Oxford, ni en Londres, ni pista alguna de las comadrejas del MI6 de Armenia, Turkmenistán y Nueva York (la única ciudad extranjera a la que Dimbledon viajó en la última década)… Tan solo silencio sepulcral. Phipps incluso ha metido las narices en la mafia japonesa, la poca que hay en Londres (por lo visto, la amputación de un dedo es una forma tradicional de expiación autoinfligida entre los yakuza), pero no ha descubierto… ¿a que lo adivinas? Nada de nada.
Ese tal Dimbledon es un auténtico enigma. Profesor de Oxford durante cincuenta años, jardinero para ganarse la vida y de repente víctima del trabajo más profesional que se ha visto en Gran Bretaña en los últimos años. Hay algo que no cuadra, y el problema es que probablemente nunca sabremos qué es. Por mi parte, voy a procurar olvidar el asunto durante los próximos doce días, y te aconsejo que sigas mi ejemplo. Se ha ido, como todos tarde o temprano.
Infórmanos si descubres a algún estudiante de tercero prometedor, ¿de acuerdo? En los últimos años, Aubrey ha sido una buena cantera para nosotros y para el MI6, como bien sabes.
Saludos desde las trincheras,
CRUMMS
23 de marzo de 1997
The New York Times
Teresa Watkins & Benjamin Glantz
Teresa Althea Watkins, hija de Harold Watkins y Alice Watkins, de Brooklyn, Nueva York, contrajo ayer matrimonio con Benjamin Glantz, hijo de Herman Glantz y Leora Glantz, de Thousand Oaks, California. El honorable Edward T. Harris, magistrado asociado del Tribunal Supremo de Nueva York, ofició la ceremonia en el Museo de Arte de Brooklyn. El rabino Adam Maisels, del Templo de Beth Shalom de Los Ángeles, y el reverendo Hosea I. M. Jefferson, de la Iglesia Temperance African Metodist Episcopal Zion de Fort Greene, Brooklyn, también intervinieron en el acto.
La señora Watkins, de 27 años, conservará su apellido de soltera. Ayudante del fiscal del distrito en Manhattan, se licenció por :a Universidad Johns Hopkins y por la facultad de derecho de Yale. Su padre es conservador en jefe de Antigüedades del Sur de Asia del Museo de Arte de Brooklyn. Asimismo, es miembro fundador y barítono del conjunto Música Antigua de Brooklyn, un coro dedicado a la interpretación históricamente documentada de piezas renacentistas. La madre de la novia es cofundadora del conjunto vocal y primera soprano del mismo. Es profesora de artes visuales en la Universidad de Nueva York.
El señor Glantz, de 32 años, asociado del bufete de abogados Sanders, Clark, Monk, Brown & Garrett, se dedica ante todo a los contratos gubernamentales. Posee dos licenciaturas por la Universidad de Chicago, así como un máster por la Universidad de Oxford. Sus padres regentan el establecimiento Glantz's Delicatessen en Thousand Oaks, California.
Objeto 13: Un anillo de platino con un zafiro amarillo biselado de 9,04 quilates engastado en el centro. «Es el sol de la mañana y es el fin» son las palabras inscritas en árabe en el perímetro externo del anillo. En la cara interna se ve una hilera de hojas puntiagudas entrelazadas. Se cree que forma parte de un juego de tres anillos creados en secreto en Ardabil por Osman, orfebre de la corte del derrocado Faruz, último monarca del imperio sasánida, en conmemoración del reinado acabado de su señor. La joya recibe por lo general el nombre del «Sol Naciente de Ardabil».
Los otros dos anillos también son de zafiros; uno de ellos es rojo y recibe el nombre del «Sol Crepuscular de Ardabil», y el tercero es negro y se denomina el «Sol del Fin del Mundo». Tanto el Sol Crepuscular como el Sol del Fin del Mundo se encuentran en la Galería de Arte de la ciudad de Manchester, si bien a mediados de los noventa viajaron a cuatro ciudades estadounidenses en compañía de otras antigüedades persas.
Fecha de fabricación: El intrincado diseño del grabado y la combinación de elementos musulmanes (la escritura árabe) y premusulmanes (la representación de seres vivos, en este caso hojas) sitúa el Sol Naciente en el siglo siguiente al declive de la dinastía sasánida, es decir, a mediados del siglo VIII.
Fabricante: En los anales sasánidas, se le conoce tan solo como Osman el Orfebre, pero se desconoce si ello se debe a que no tenía otro nombre (lo cual indicaría su extracción humilde) o a que era tan famoso que no precisaba otro nombre.
Lugar de origen: Ardabil, ciudad construida en su mayor parte por el rey sasánida Faruz y antes avanzada aqueménida situada en la frontera septentrional del imperio persa. En la actualidad, la ciudad se halla en el noreste de Irán, cerca de la frontera con Azerbaiyán.
Último propietario conocido: Darius Dimbledon, maravilla atemporal de Aubrey College. En 1988, el doctor Dimbledon lo robó del equipaje de su compañero de viaje mientras se hacía pasar por conservador de museo en Nueva York. El robo no se descubrió hasta varios meses más tarde, tras lo cual el anterior propietario, con el consentimiento tácito de sus jefes, logró entrar en el Aubrey College a base de artimañas y una noche visitó al doctor Dimbledon en sus aposentos.
Obligó al profesor a desvestirse y sentarse en su silla predilecta ataviado tan solo con el anillo robado, y procedió a amputarle los dedos uno a uno con un cuchillo pequeño y afilado. Dispuso los dedos en forma de caduceo sobre la mesa del doctor Dimbledon (aunque también necesitó varios dedos de los pies y el pene para completar el dibujo), y acto seguido se marchó con el anillo del doctor Dimbledon, su cabeza y una serie de papeles que cogió del escritorio del profesor.
Valor aproximado: El zafiro es de claridad inusual y corte bellísimo, por lo que sin duda alcanzaría los 5.000 dólares por quilate. Si tenemos en cuenta la refinada orfebrería del aro de oro, así como el valor que añaden su antigüedad y linaje, el precio se situaría alrededor de los cien mil dólares.
Habrá aquí admirables adaptaciones, cuyo modo es el que se ha dicho.
Durante el trayecto de Wickenden a Clougham, Joe y yo no vimos a nadie en las calles ni delante de sus casas. No nos cruzamos con ningún coche en la carretera, ni tampoco había vehículos en el aparcamiento del Lobo Solitario. Conducir por Clougham fue como conducir dentro de un cuadro de Clougham. Aparcamos junto a la puerta del bar. El vacío sobrecogedor del pueblo acentuaba mi inquietud, e incluso Joe, que con toda probabilidad habría sido capaz de enzarzar al cadáver eviscerado de Pühapäev en una conversación, apenas abrió la boca durante el viaje. Por supuesto, yo pensaba en Hannah, debatiéndome entre el enfado, la tristeza, la preocupación y el desconcierto, todo ello aderezado con una pizca de lujuria y un chorlito de arrepentimiento. En otras palabras, la configuración habitual de mis emociones.
Todo aquel embrollo por lo que podría haber sido una necrológica en la última página de un periódico que escasos centenares de personas ojean antes de tirarlo a la basura, un artículo que podría haber escrito el día de su muerte («Fallece distinguido profesor extranjero», acompañándolo de un par de apuntes sobre su carrera, tal vez una cita elogiosa de algún colega, y aquella última frase tan triste: «No tenía parientes próximos»). Pero el asunto se había convertido en otra cosa, algo que me apasionaba a la vez que me asustaba, que me hacía sentir que por fin había atravesado el vidrio sucio, quebrado la superficie del mar. Por una vez no me sentía como un mero observador. No sabía si era por acompañar a Joe en aquel viaje hacia el densentrañamiento del misterio, por trabajar y pensar en algo que nadie más sabía y hacerlo cuando el resto del mundo dormía, o si tenía que ver con Hannah, por haber llegado a albergar sentimientos tan profundos pero inciertos hacia ella en un espacio de tiempo tan breve. Me adelanté en el asiento y tamborileé sobre la puerta con los dedos; estaba impaciente por saber cómo acababa todo.
La única iluminación en el interior del Lobo Solitario procedía de un partido de baloncesto en el televisor colocado tras la barra. De inmediato reconocí al tipo anodino que miraba la tele desde una fortaleza de botellas vacías de Rolling Rock; de nuevo llevaba la gorra de Piensos y Semillas Charlie Reed.
—¿Qué quieren? —masculló, volviendo la cabeza hacia nosotros como si le pesara una tonelada y no la tuviera muy bien sujeta sobre los hombros.
—Hola —saludó Joe, caminando con las manos en los bolsillos mientras paseaba la mirada por el local—. Somos amigos de Eddie. ¿Está aquí?
—No lo he visto en todo el día.
—¿Ha forzado la puerta? ¿O es que Eddie le ha dado la llave del Cliente del Mes?
Joe probó los interruptores para asegurarse de que las luces funcionaban (como así era) y volvió a apagarlas.
—La puerta estaba abierta. No tenía ganas de irme a casa, así que he cogido unas cuantas cervezas de la nevera. Eh, que le voy a dejar la pasta, si es eso lo que les preocupa.
—Pues no, pero está bien que le deje la pasta.
El tipo lanzó un bufido, meneó la cabeza y volvió a concentrarse en el partido.
—Déjela ahora —ordenó Joe, cerniéndose sobre él.
Piensos y Semillas dejó un billete de diez sobre la mesa.
—Un poco justo, pero por esta vez haremos la vista gorda.
—Joe le agitó la placa delante de la cara y la guardó de inmediato para que el hombre no tuviera tiempo de comprobar lo lejos que Joe estaba de su jurisdicción—. ¿Cómo se llama, señor?
—Mike Venables.
—Háganos un favor, Mike; apague la tele y siéntese en ese sofá.
Cualquier adolescente de diecisiete años dará fe de la rapidez con que la orden de un policía es capaz de disipar la bruma alcohólica; con toda probabilidad, Mike llevaba muchos años sin moverse a aquella velocidad. Se quitó la gorra y se sentó en el sofá. Joe fue detrás de la barra y abrió la puerta.
—Muy bien, Mike, aquí veo una escalera. ¿Has estado alguna vez arriba?
—No, señor, nunca.
—¿Sabes lo que hay?
—Sé que ahí vive el albanés.
—Vale. ¿Has oído algo desde que estás aquí? ¿Pasos, agua, algo por el estilo?
—No, señor, agente… No he oído nada, solo el partido en la tele.
—Muy bien, Mike, quiero que te quedes sentado en el sofá. Mi compañero y yo queremos averiguar si Eddy está bien. Si oyes o ves algo, nos llamas, ¿vale? Pero no te muevas de aquí ni hagas nada hasta que te lo digamos, ¿entendido?
—Sí, señor, entendido. No haré nada de nada. —Mike se puso la gorra y volvió a quitársela enseguida—. ¿Señor? —balbució con la voz temblorosa de quien está a punto de hacer una confesión—. Señor, tengo unos antecedentes penales de nada, y no pretendía hacer nada malo esta noche, ¿sabe? Es que he entrado porque la puerta estaba abierta, y Eddie me conoce, ¿sabe? Sabe que pago lo que bebo y sabe dónde vivo, así que, bueno, en fin, si hay alguna manera de… bueno, de no remover el pasado y olvidar lo ocurrido, pues bueno… ya sabe…
—Joder, Mike, ¿quieres quedarte ahí sentado y cerrar el puto pico? Nadie va a detenerte, ¿vale? ¿Vale? —Mike suspiró, asintió y se reclinó en el respaldo del sofá—. Muy bien. Venga, compañero, vamos a ver a Eddie.