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Authors: Jon Fasman

Tags: #Historico, Intriga

La biblioteca del cartógrafo (43 page)

BOOK: La biblioteca del cartógrafo
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Era una buena observación, y no se me ocurrió réplica alguna ni tampoco a Joe.

—Objeto número siete —continuó el profesor—: Una hoja de papel con una lista manuscrita de quince objetos arcanos: un alambique, un castillo, un ney de oro, un ney de plata, un tríptico etíope, marfil de Xinjiang, las Lágrimas de la Reina de Hoxton, un sheng, polvo de arco iris, las Jaulas del Kaghan, las Medikos blanca y amarilla, el kamal de
Al-Idrisi
, el Sol Amarillo y Naciente de Ardabil y la Sombra del Sol.

—¿Polvo de arco iris? —masculló Joe, recalcando cada sílaba para poner de manifiesto su desprecio.

—¿Qué es una mediko? —pregunté.

Anton sonrió y nos dirigió una mirada indulgente.

—A decir verdad, no sé a ciencia cierta qué es el polvo de arco iris, pero imagino que tiene algún otro sentido del que tu tono de voz le adjudica. Y deberías recordar, Joseph, a Mediko Tshvalianidze, aquella encantadora georgiana que cantaba en el coro de St. Cyril.

—Nunca iba a la iglesia, tío Abe, ¿no te acuerdas? Yo bateaba para el otro equipo.

—Claro, claro, lapsus de un viejo. En cualquier caso, supongo que se trata de antigüedades que habían ido a parar recientemente a manos de Jaan. Fijaos en las marcas que hay junto a cada objeto, hechas en distintos colores y utensilios de escritura, como si los hubiera adquirido en momentos muy diferentes.

—Madre mía, Abie, deberías haberte hecho poli.

—Me halagas, Joe. —Volvió a introducir la mano en la caja de cuero y esta vez sacó tres talonarios enfundados en piel—. Objetos ocho a trece: talonarios. De Citibank, Barclays, ABN AMRO, así como bancos de Suiza, de las islas Caimán y Liechtenstein. Cada uno de ellos contiene instrucciones de ingreso. En los últimos tres veréis que no hay talones. Probablemente esos bancos requieren que el titular se persone en la sucursal para retirar fondos, pero puede que me equivoque. En cualquier caso, los tres países son conocidos por sus bancos propicios a quienes desean ocultar o bien blanquear elevadas sumas de dinero. Y ahora llegamos a algo muy interesante. El objeto catorce, como podéis comprobar, es otro papel. Os leeré lo que Jaan escribió en él. Por cierto, estoy seguro de que la letra es de Jaan:

Verdadero, sin falsedad, cierto y muy verdadero:

lo que está abajo es como lo que está arriba,

y lo que está arriba es como lo que está abajo,

para realizar el milagro de la Cosa Única.

Y así como todas las cosas provinieron del Uno, por mediación del Uno,

así todas las cosas nacieron de esta Única Cosa, por adaptación.

Su padre es el Sol, su madre la Luna,

el viento lo llevó en su vientre,

la tierra fue su nodriza.

El Padre de toda la Perfección de todo el Mundo está aquí.

Su fuerza permanecerá íntegra aunque fuera vertida en la tierra.

Separarás la tierra del fuego,

lo sutil de lo grosero,

suavemente,

con mucho ingenio.

Asciende de la tierra al cielo,

y de nuevo desciende a la tierra,

y recibe la fuerza de las cosas superiores y de las inferiores.

Así lograrás la gloria del mundo entero.

Entonces toda oscuridad huirá de ti.

Aquí está la fuerza fuerte de toda fortaleza,

porque vencerá a todo lo sutil

y en todo lo sólido penetrará.

Así fue creado el mundo.

Habrán aquí admirables adaptaciones,

cuyo modo es el que se ha dicho.

Por esto fui llamado Hermes Tres Veces Grande,

poseedor de las tres partes de la filosofía de todo el mundo.

Se completa así lo que tenía que decir de la obra del sol.

—¿Qué cojones es esto? —exclamó Joe, expresando el sentir de ambos.

—La traducción de la Tabla Esmeralda, también llamada Tabula Smaragdina, uno de los textos fundamentales de la alquimia medieval. Grapadas a esta hoja se encuentran traducciones al alemán, al farsi y al hebreo, así como dieciséis líneas en caracteres cirílicos y dos en escrituras derivadas del sánscrito, ninguna de las cuales soy capaz de leer, pero que supongo también son traducciones de la Tabla. Son los objetos quince a veintiuno, por cierto, por si todavía lleváis la cuenta.

Anton permaneció sentado con las manos abiertas sobre la mesa, alternando la mirada entre Joe y yo. Tenía los ojos relucientes y sonreía. Por fin sacó de la caja un libro encuadernado en piel verde, con texto escrito en caligrafía gótica alemana tanto en el lomo como en la cubierta.

—Estoy seguro de que ambos reparasteis en la profusión de lenguas representadas en la biblioteca de Jaan, pero dudo de que os fijarais en la escasez de temas. Casi todos los libros giraban de un modo u otro en torno a la práctica y la historia de la alquimia, pe entre ellos, muchos trataban de la Tabula Smaragdina en sí o de la tradición conocida por los nombres de hermetismo, hermeticismo o gnosticismo, de los que a todas luces surgió dicha tabla. Este libro, por ejemplo, es una rareza de la que he oído hablar a menudo pero que nunca había visto. ¿Sabéis por qué? ¿No? Porque es uno de los tres únicos ejemplares impresos. Se supone que uno de ellos está en algún lugar de Alemania, otro ardió con Hitler en su búnker… El hecho de que el tercero esté en un despacho del piso de arriba… Bueno, jamás me habría atrevido a imaginarlo siquiera.

—¿Qué es? —quiso saber Joe.

—A eso iba. Es el diario personal de Volker von Breitzlung, uno de los astrólogos de Hitler. No, no os riáis. Hitler creía más en el ocultismo que cualquier otro líder occidental, más incluso que Nancy Reagan —señaló, sonriendo antes de continuar—: O que su marido. En cualquier caso, los expertos no se ponen de acuerdo acerca de la existencia del libro, y si no estuviera convencido de la antigüedad, las marcas y los indicios de desgaste, tal vez creería que esto es una falsificación. De hecho, puede que lo sea, pero en tal caso es una falsificación tan magistral que sin duda posee un gran valor en sí misma. Mirad —indicó, abriendo el libro por una página señalada con un trozo de papel amarillo—. «El Führer ha vuelto a preguntarme si la Gran Piedra Verde es capaz de hacer lo que afirmé ayer. Le contesté que así era, que el hombre que adquiriera control sobre la Piedra y supiera cómo ejercerlo sin duda lograría superar triunfante cualquier obstáculo con que se topara. De nuevo le dije que desde hacía largo tiempo circulaba el rumor de que se hallaba en Estonia, y él aseveró que los soviéticos tenían puestas sus miras en los tres países bálticos, pero que aun cuando cediera el poder político a aquellos detestables ateos, conservaría una red clandestina de patriotas alemanes leales que se dedicara a buscar, buscar y buscar hasta localizar la Piedra.» Y por último —anunció Jadid al tiempo que cerraba el libro y sacaba un papel doblado— llegamos al objeto veintidós. —Desdobló el papel con cuidado, mostrando la arenilla verde que yo había descubierto en el fondo de la caja fuerte de Pühapäev—. Creo que Jaan o como quiera que se llamara había encontrado la Tabla Esmeralda y que estaba intentando venderla o al menos utilizar su influencia.

Tras unos minutos de silencio, Joe se inclinó sobre la mesa hacia su tío.

—¿Su influencia? Oye, Abe, ¿te has vuelto del todo majara o qué? ¿Qué influencia? Estás hablando de la volada de un astrólogo, por el amor de Dios. ¿Alquimia? ¿Qué se supone que iba a hacer, volar a Bagdad y convertir arena en oro o algo así?

—En primer lugar, jovencito, no pienso permitir semejante intolerancia en mi casa.

Joe se reclinó en la silla con la cabeza baja y expresión avergonzada.

—En segundo lugar, la alquimia es mucho más que convertir plomo, o arena, como tan inoportunamente lo has expresado, en oro. Es la ciencia de la transmutación, la comprensión de la naturaleza fundamental del universo y todos sus objetos. En teoría, un alquimista experto sería capaz de transformar cualquier cosa en cualquier cosa. Una suerte de física metafísica, por así decirlo. Y por último, ¿por qué rechazas de plano la posibilidad de que este objeto en particular pueda poseer propiedades fuera de lo común?

—¿Qué propiedades, Abe?

—No lo sé, para serte sincero, al menos no con exactitud. Pero no olvides el estado en que se encontraba el cadáver de Jaan. Algo debió de detener, ralentizar o tal vez incluso invertir el proceso normal de envejecimiento de sus órganos. ¿Cómo si no explicas su estado?

—Por la incompetencia del forense.

—Buf, qué cínico. Eres demasiado joven para ser tan cínico, Joseph. No estoy hablando de la clase de objeto que encontrarías en una tienda de cristales de Prescott Street. No me refiero a una moda new age ni a esas cosas que provocan conversaciones profundas acompañadas de una taza de… ¿Qué es esa porquería que tanto le gusta a tu prima Mira?

—¿Chai?

—Eso, chai. Reconozco que mi descripción de sus poderes es algo vaga e inespecífica, pero existen similitudes notables en la literatura acerca de la Tabla, similitudes aun en distintas culturas, distintos períodos, entre autores que no pudieron de ningún modo leer la obra de los demás… Además, en la literatura alquímica de numerosos países aparecen referencias a una tabla de gran tamaño hecha de piedra verde, descrita siempre como algo que separa y purifica, algo que deja atrás la materia muerta y rejuvenece la viva. ¿Cómo lo explicas?

—Bueno, en primer lugar, coincidencia…

—Tonterías. La literatura no permite la coincidencia.

—Puede que en un solo libro no pueda haber coincidencias —insistió Joseph—, pero seguro que los mitos se parecen mucho en todas partes. Si me das a elegir entre la coincidencia y una prueba circunstancial, y lo de «prueba» lo digo con enormes signos de interrogación, me quedo con la coincidencia.

—Pero ¿tiene importancia? —intervine.

Los dos dejaron de discutir y me miraron.

—A ver, digamos que Jaan tenía esa joya o la encontró. Estarán de acuerdo en que es posible, ¿no? Ya había intentado comerciar con objetos robados antes, y ese camarero, Eddie el Albanés, es una especie de contrabandista. Así que es posible que Jaan tuviera la joya. Tenga o no poderes inusuales, lo que estaba haciendo era intentar venderla, ¿no? El proceso de encontrar comprador, establecer contactos en otros países e ingresar dinero en algún paraíso fiscal es siempre el mismo. Entiendo que, por interés académico (sin ánimo de ofender, por supuesto), la posibilidad de que la piedra tenga poderes pueda ser de interés para usted, profesor, pero todo lo demás, es decir, los viajes, las ventas, todo lo que hizo Jaan, sería igual fuera la piedra una esmeralda enorme o una esmeralda enorme y encima mágica. Lo único que importaría sería si los compradores lo creían o no.

—El chico tiene razón —convino Joe—. Por cierto, ¿cómo de grande crees que es, Abe?

—No lo sé a ciencia cierta. Según la leyenda más conocida, Noé la llevaba consigo en el arca, y la esposa de Abraham, Sara, la encontró en brazos de un sacerdote que yacía muerto en una cueva. En el libro de Von Breitzlung recibe el nombre de «Gran Piedra Verde». Los términos «tabla» y «tablilla» no son precisamente muy reveladores, porque no indican el tamaño y ambos se emplean con más o menos la misma frecuencia, que yo sepa, para hacer referencia al mismo objeto. Pero si encontramos polvo de la Tabla en el fondo de la caja fuerte de Jaan, y si Jaan compró la caja con vistas a guardar la Tabla, a buen seguro se trataría de la esmeralda más grande conocida, más o menos del tamaño de un folio, diría yo. Tendría que serlo para que un hombre adulto, aun cuando fuera de constitución menuda, la sostuviera contra su pecho. ¿Os imagináis el valor que tendría una pieza así? ¿Millones? ¿Decenas, centenares, miles de millones? Incalculable… literalmente incalculable.

—¿Qué eran esos otros objetos de la lista? —exclamó Joe.

—¿Qué otros objetos?

—Las Lágrimas de la Reina, el alambique, el castillo y tal.

—Antigüedades, supongo. No veo ninguna relación entre estas piezas más bien dispares, ¿y tú?

—Sí, que todas son antigüedades.

—Claro, eso es evidente, pero yo me refería a una conexión real.

—A mí ya me parece lo bastante real. Si calificas un objeto de antigüedad en lugar de trasto viejo del desván, implicas que tiene valor. Puede que Jaan no fuera un simple ladrón de joyas, sino perista de una red de ladrones especializados. Apuesto algo a que se le daba muy bien.

—Muy interesante. Desde luego, parecía muy interesado en objetos de naturaleza oculta.

—Claro —dijo Joe—. Eso incrementa su valor para chiflados ricos que se pasan el día entero haciendo yoga y tai-chi, durmiendo en burbujas de oxígeno y buscando mil y una formas de vivir más.

—Hum —masculló Anton, quitándose las gafas y restregándose el puente de la nariz—. Sigo diciendo que hay otras cosas en el cielo y en la tierra, Joseph…

—Ya, ya, eso ya me lo conozco. Estamos de acuerdo en que sobre eso no podemos ponernos de acuerdo. Lo que ahora quiero es ir a echar un vistazo a la casa de ese tipo.

—La policía local no nos lo permitirá ni en pintura —advertí.

—¿Ni siquiera si no llevo a Sally y tú esperas en el coche?

—No.

—Bueno, pues no pediremos permiso. ¿Qué me dices de tu amiga, la profesora de música? ¿Tiene llave?

—La verdad, no me parece buena idea. Es que le prometí que dejaría correr el asunto durante un par de días.

—¿Te pidió que lo dejaras correr? ¿Por qué?

—Dice que quiere olvidarlo, dejar que Jaan descanse en paz.

—Gilipolleces.

—Puede que aún esté en estado de shock —aventuró Anton—. No me parece tan improbable.

—Vale, me parece perfecto que esté en estado de shock, pero de ahí a pedir a Paul que pase del tema…

—Se enfadó bastante al saber que había llamado a la policía —comenté.

—¿Ah, sí? Bueno, da igual, ya nos preocuparemos por ella más tarde. Apuesto lo que sea a que podemos entrar en casa del tío ese por nuestros propios medios.

Anton y yo guardamos silencio.

—Me tomaré vuestro silencio como un sí. Solo son las nueve; no quiero hacer nada hasta mucho más tarde. Lo que ahora me apetece es otra copa.

—Joseph, acabas de tomarte en una sola comida tanta cerveza como yo bebo en un mes —se quejó Anton.

—Ya lo sé, pero no quería decir aquí. Creo que deberíamos pasar a ver a Eddie de camino a Lincoln.

EL SOL AMARILLO

En la mar no hay amaneceres. Cuando desde la cofa el oteador vislumbra por primera vez filamentos amarillos en el cielo, ya le complazca o lo alarme, ante todo se siente aliviado. El amanecer amarillo indica la proximidad de tierra firme; a punto está de volver a pisarla.

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